Entrañas humanas: Sentimiento en la razón, razón en los sentimientos

1 enero 1997

Al atardecer decís: «Va a hacer buen tiempo, porque el cielo tiene un rojo de fuego»; y a la mañana: «Hoy habrá tormenta, pues el cielo tiene un color sombrío». El aspecto del cielo sabéis interpretarlo, ¿y no podéis discernir los signos de los tiempos?  (Mt 18,1-3).
Estamos viviendo en un tiempo en el cual el sufrimiento producido a los hombres por los hombres es inconmensurable, donde cualquier otra norma ha de callar ante el imperativo «acábese ese sufrimiento» (A Heller).

Sin vigías ni vigilancia

Cuenta J. Barnesen su Historia del mundo en diez capítulos y medio, cómo una vez que los grandes barcos suprimieron o cambiaron los vigías por personas que miraban de cuando en cuando una pantalla de puntos luminosos móviles, se acaba­ron las posibilidades de salvación para los náufragos solitarios. Algo semejante es lo que ocurre con el complicado engranaje de la vida en nuestro mundo hoy: hemos renunciado a los vigías, dejando en manos del sistema de turno la responsabilidad de atender a los náufragos que él mismo produce (incluso, ahora nos dicen que ya ni tan siquiera habrá turnos: no cabe más sistema que el capitalismo neoliberal). Y, ¡claro!, sus radares no están para tales minucias.
El dolor de los pobres y de los marginados está: terminando por hacerse invisible. De vez en cuando, todavía recibimos imágenes acerca de algunos naufragios noticia­bles, pero nuestra sociedad-barco va dejando tras de si una estela innumerable de náufragos olvidados. Y lo más terrible: todos nosotros -y los valores sobre los que apoyamos nuestro estilo de vida- somos los responsables de semejantes catástrofes.
Cultura de la gratuidad
             Afortunadamente la descripción precedente es parcial. Existe otro escenario y otra cultura donde además de plantar cara al sistema que trata de perpetuar el in­justo (des)orden establecido, numerosas personas se, hacen prójimos de los náufra­gos, de los excluidos o de los arrinconados. Casi cinco de cada diez europeos, por ejemplo, pertenecen a alguna de las casi 3.000 organizaciones de voluntarios censadas en la guía de la OCDE. Los informes de Naciones Unidas hablan de unas 60.000 Organizaciones no Gubernamentales. Respecto a este tema, por cierto y aunque entre nosotros está creciendo sensiblemente el sector del voluntariado, andamos en la cola: tan sólo el 16% de los españoles mayores de 25 años y el 9% de los jóvenes entre 15 y 24 años declaran pertenecer a organizaciones de solidaridad.
El paisaje del voluntariado no está exento de zonas abruptas, de claro-oscuros y ambigüedades. Pero representa, sin duda, una revolución social en marcha, cuya raíz se alimenta con la «cultura de la gratuidad» en la que viven y crecen tantas personas. Cultura quepor otra parte, vincula estrechamente toda acción voluntaria tanto a la convicción de que la solidaridad es fundamental para la propia maduración personal, como la consciencia de que la humanidad sólo podrá subsistir si convierte esa solidaridad en un principio esencial del desarrollo humano.

Cuestión de entrañas

El voluntariado es una «cuestión de entrañas»: descubrir experiencial y vitalmente a tantos “otros” oprimidos y sentirse tocados, afectados por el inmerso dolor que acompaña su vida, es todo uno. A partir de aquí, el rostro de los voluntarios y voluntarias se moldea con la com-pasión y la gratuidad. Cargados con estos sentimientos, por último, será cuestión de transformarlos en aquellos compromisos que les restituyan la razón olvidada o perdida.
La pastoral juvenil no pede desentenderse de estas “cuestiones de entrañas»; y más: quizá sea en torno al voluntariado –y a la cultura de la gratuidad que lo sostiene- donde mejor puedan articularse los proyectos educativos que conduzcan a los jóvenes a ser verdaderos ciudadanos y discípulos de quien tuvo razón en «trabajar hasta morir para que todos tu­vieran vida y la tuvieran en abundancia». El voluntariado, en efecto, es el mejor antídoto contra la apoteosis del consumo y del deseo que dan paso a un ser humano y a una sociedad eternamente adolescentales: La solidaridad compasiva que brota de “patire cum” o compadecerse ante el dolor y la explotación de los más débiles revuelve los humores egoístas e individualistas que estaban matándonos la misericordia y nos devuelve la imagen de seres humanos.
 
 Signo y herramienta
     En el sentido   apuntado, el voluntariado es también un modo de vivir la identidad humano-cristiana que, por su particular carácter significativo en el momento histórico actual, con­forma uno de los «signos de los tiempos» con mayor capacidad para hacernos entender hoy qué es el «Reino de Dios» y qué compromiso concreto nos reclama.
Por estos parajes se mueve el numero de Misión Joven que inaugura un nuevo año. Además, hemos querido que la revista aparezca durante el ’97 como un humilde paquete ­regalo que descubra, mes a mes y desde la misma foto de portada, aspectos fundamentales del rostro de los jóvenes. ¡Feliz reconocimiento y… feliz 1997!

José Luis Moral