Amigos, dad gracias al Señor, por tantos y tan continuos favores como me está otorgando
y que, a pesar de mis múltiples errores, se empeña en seguir concediéndome,
porque es eterna su misericordia.
Alabad conmigo a la única persona que siempre permanece a mi lado,
porque es eterna su misericordia.
En los momentos chungos, cuando todos desaparecen como por “arte de magia,”
porque es eterna su misericordia.
Y en los momentos felices, cuando la ocasión merece un brindis
(él es el primero en descorchar la botella)
porque es eterna su misericordia.
Al que me pega un coscorrón cuando me alejo demasiado de él,
porque es eterna su misericordia.
Y al que no deja de mimarme cuando “la depre” entumece mi corazón,
porque es eterna su misericordia.
Bendecid al Dios de las mil y una oportunidades,
porque es eterna su misericordia.
Al único que es capaz de abrir grandes claros en mi vida
cuando terribles nubes negras me impiden ver la luz,
porque es eterna su misericordia.
Y al único que me encuentro siempre que me caigo
presto a tenderme una mano (o mejor dicho las dos)
porque es eterna su misericordia.
Al que me espera con los brazos abiertos y me escucha atentamente,
sin mirar la hora o abrir la boca,
porque es eterna su misericordia.
Y al que es incapaz de conciliar el sueño sin antes acercarse a mi cama y decirme “te quiero,”
porque es eterna su misericordia.
Al que me limpia el sudor cuando el trabajo me agota,
porque es eterna su misericordia.
Y al que sale conmigo a tomar algo cuando los demás están demasiado ocupados,
porque es eterna su misericordia…
Sí, amigos, no ceséis de dar gracias al Señor, que tantísimo bien me está haciendo,
porque es eterna su misericordia.
Y ahora os toca a cada uno de vosotros… Abrid vuestros corazones,
que se entere el mundo las proezas que Dios ha hecho,
y sigue haciendo, en cada uno de vosotros…
porque es eterna su misericordia
José María Escudero