Álvaro Ginel
En el Colegio Loreto (Madrid), dirigido por las Esclavas del Divino Corazón, se oferta a los padres de los alumnos la posibilidad de una «Escuela de Oración» (¿un nombre demasiado pretencioso?) un día al mes, de 19’30 a 21’00 h. El hecho de que los padres que quieran puedan disponer de esta oportunidad ya es significativo en la acción pastoral del Centro.
La media de asistencia es de diez personas, en su totalidad mujeres, de un colegio grande. Se dispone de una capilla recoleta que organizamos y adornamos a nuestro gusto. Se cuida la luz, la temperatura, la forma de sentarse o colocarse cada persona, la música, el olor, la temperatura ambiental, el silencio… Partimos de un principio: aprender a orar se logra orando. Es el Espíritu el gran Maestro de oración. Todo lo demás son mediaciones que se van presentando «mientras se ora» y contando con la realidad de las personas que se reúnen: su fe, su experiencia orante, su momento concreto, sus preguntas, sus silencios…
Aquí publicamos la oración del pasado mes de octubre. En ella aparecen los planteamientos de lo que será la «Escuela de Oración» durante todo el año. El centro de la oración gira al rededor de un salmo. Su elección sigue este criterio: tomar un salmo de las vísperas del día señalado para la oración. Hay un tiempo de diez a quince minutos dedicamos más a lo teórico a partir de la realidad expresada por los reunidos sobre su «vida de oración». Desde lo que cada uno dice sobre su forma de orar el animador puede «orientar» con principios y aclaraciones.
Otros años se hacía al final de la oración, desde lo experimentado en ella, desde la realidad vivida. Tiene sus ventajas por la fuerza de lo concreto e inmediato. Pero a algunas personas preferían quedarse con el «gusto» de la oración sin entrar en una dinámica reflexiva. Por esta razón, y por una mucho práctica, «dar un margen de tiempo» a los que siempre llegan tarde para no romper el clima de la oración con entradas y ruidos, este año hemos cambiado «el orden de los factores». El tiempo dedicado al silencio y la contemplación es siempre de quince a veinte minutos.
Una observación primera que se puede destacar es que rezar con los salmos «engancha». Es cierto que al principio el salmo suele «decir poco»; después del comentario, las personas se sitúan ante él de otra manera y ven su actualidad, su profundidad, la inmensa experiencia vital y orante que encierra y suelen exclamar: «¡Y yo sin darme cuenta de esto!». Los salmos recogen las experiencias humanas más hondas hechas plegaria.
Más que un material de oración queremos que sea «una experiencia de oración» que un grupo realiza con la sola pretensión de compartir búsquedas. No somos maestros de nada. Pero sí nos damos la mano con todos los que están convencidos de que se ora poco, se sabe poco de oración y la oración es esencial en la vida cristiana.
Nos juntamos a rezar
Es una reunión que no convoca a demasiados. Nos juntamos para escuchar cosas bonitas de Dios. Dios sólo tiene buenas noticias que darnos. Nos juntamos para conversar: hablar y escuchar; no sólo hablar. Nos juntamos y reconocemos que el Espíritu de Jesús quiere hacer algo en nosotros, quiere hacer de nosotros un lugar donde Dios pueda hablar y donde hablar a Dios. Nos juntamos y reconocemos que no es iniciativa nuestra: “Nadie puede decir ¡Señor Jesús! si no es movido por el Espíritu Santo” (1 Cor 12, 3).
Nos juntamos para ayudarnos a rezar
La forma de orar que cada uno tiene ilumina la oración de los otros: “A cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Cor12,7). No somos maestro de oración, somos discípulos: “Me quedan muchas cosas por deciros, pero no podéis con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena” (Jn 16,14).
Cómo ayudarnos a rezar
Comunicándonos cuándo oramos, cómo oramos, qué expresiones nos son más comunes… Orando aquí juntos y compartiendo la oración.
Preparación de la oración
Un poco de relajación.
Invocación al Espíritu
– Personal.
– Comunitaria
Ven, Espíritu de Jesús.
Enséñanos a orar.
Salmo 19 (Vísperas, primera semana)
- Lectura del salmo
Que te escuche el Señor el día del peligro,
que te sostenga el nombre del Dios de Jacob;
que te envíe auxilio desde el santuario,
que te apoye desde el monte de Sión.
Que se acuerde de todas tus ofrendas,
que le agraden tus sacrificios;
que cumpla el deseo de tu corazón,
que dé éxito a todos tus planes.
Que podamos celebrar tu victoria
y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes;
que el Señor te conceda todo lo que pides.
Ahora reconozco que el Señor
da la victoria a su ungido,
que lo ha escuchado desde su santo cielo,
con los prodigios de su mano victoriosa.
Unos confían en sus carros,
otros en su caballería;
nosotros invocamos el nombre
del Señor, Dios nuestro.
Ellos cayeron derribados,
nosotros nos mantenemos en pie.
Señor, da la victoria al Rey
y escúchanos cuando te invocamos.
- Comentario
– Es un salmo de petición de victoria antes de la batalla que encabeza el rey.
– Se puede observar que el salmo tiene una estructura de solista y asamblea. En la redacción que aquí ponemos la parte de la asamblea está en cursiva.
– Actualidad de este salmo. “El rey” por el que se ora puede ser cualquiera de nosotros. La vida de cualquiera de nosotros es un “campo de batalla”. Tenemos batallas íntimas, internas; tenemos batallas familiares, laborales… “La vida es una continua lucha”, decimos. Estamos en peligro. Peligramos por todas partes. Somos frágiles. Un accidente, una revisión médica normal nos puede sacar “algo” en lo que no pensábamos…
Por eso tiene sentido invocar: “que te escuche el Señor”, “que te sostenga”, “que envíe su auxilio”, “que te apoye”, “que vea la ofrenda de tu vida y le sea grata”, “que cumpla lo que tu corazón desea”, “que dé éxito”…
¿Qué es una victoria? Es salir vencedor, conseguir lo que uno se había propuesto… En este brindis o súplica que hace un solista interviene el coro para apoyar, para afianzar: “Que podamos celebrar tu victoria”… Pero al celebrarla, reconoceremos que no es sólo cosa nuestra, sino “del Señor”. Hay cosas que no podemos por nuestras propias fuerzas. Es él quien concede lo que pedimos. El creyente no es nada sin Dios tanto antes de la batalla, como durante, como después… El creyente reconoce que Dios es “dador de todo bien”, está mezclado en lo que somos y hacemos. No estamos solos.
Así, un segundo solista interviene, no tanto en plan de súplica, sino en plan reflexivo, reconociendo la presencia de Dios en la vida personal y de todos: “Reconozco que el Señor da la victoria”, “reconozco que el Señor escucha”, “reconozco la mano del Señor de mi vida, en mis éxitos”. Y sigue aún más creyente, profundizando en la grandeza del Señor: “Reconozco que no valen los carros, las caballerías…”. “Reconozco que no se sale airoso de algo por lo que tenemos, sino por lo que invocamos”. Es decir, Dios es más fuerte que las armas de los fuertes; Dios puede más que los poderosos; una invocación y la acción de Dios es más eficaz que las armas de los ejércitos. “Caen derribados los que se apoyan en lo suyo”. “Vencen los que tienen al Señor de su parte”.
- Contemplación
– Pon delante del Señor tus peticiones. Ponlas como pones un jarrón de flores, como quien presenta lo mejor de su corazón. Quédate contemplando, presentando, confiando. Si no confiaras no tendría sentido presentar nada…
– Ponte delante del Señor y dile que confías más en Él que en todo y en todos los demás. Que no tienes agarraderas. Que sólo te agarras a él. Que él es tu apoyo. Que no te rodeas de carros ni de caballos ni de cosas… Atrévete a decir y contemplar: “El Señor en mi fuerza. El Señor es mi auxilio”. “El Señor me dará la victoria. No sé cómo, pero me la dará”. Contempla y confía. Confía y contempla.
(Tiempo largo de silencio).
- Orar con el Salmo
– Tomar frases, palabras, expresiones del salmo con las que queremos orar en alto ya sea por nosotros o por los nuestros, por la Iglesia, por el Mundo…
– Terminar orando con un salmo adaptado o adaptarlo en el momento.
– Si son pocos, uno va nombrando a los participantes, tiempo de silencio para que exponga al Señor sus “luchas” y aclamación de todos diciendo: Que podamos celebrar tu victoria.
Que te escuche el Señor el día del peligro, que te sostenga el nombre del Dios de Jacob; que te envíe auxilio desde el santuario, que te apoye desde el monte deSión. Que se acuerde de todas tus ofrendas, que le agraden tus sacrificios; que cumpla el deseo de tu corazón, que dé éxito a todos tus planes. Que podamos celebrar tu victoria y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes; que el Señor te conceda todo lo que pides. Ahora reconozco que el Señor da la victoria a su ungido, que lo ha escuchado desde su santo cielo, con los prodigios de su mano victoriosa. Unos confían en sus carros, otros en su caballería; nosotros invocamos el nombre del Señor, Dios nuestro. Ellos cayeron derribados, nosotros nos mantenemos en pie. Señor, da la victoria al Rey y escúchanos cuando te invocamos. |
Una adaptación Señor, sálvame, que peligro, sostenme, que me hundo, protégeme, que estoy solo y no puedo más. Tú me conoces, Señor, mejor que yo mismo. Tú sabes hasta dónde llegan mis fuerzas. Tú sabes los propósitos que hice. Tu sabes las veces que comencé. Tú sabes mi debilidad. Tengo que confesar, Señor, que lo que pronuncia mi boca no lo siente mi corazón por eso no emprendo batallas de verdad; me encuentro sin fuerzas. Ahora reconozco, Señor, que sin ti nada puedo. Escúchame, Señor, y ven en mi ayuda. No puedo confiar en nadie. No puedo decir mis secretos en alto. No puedo airear mi intimidad. Reconozco que mi corazón te necesita. Señor, conozco la derrota porque he confiado en mis “carros”. Señor, conozco la derrota porque no recurrí de verdad a ti. Hoy invoco tu nombre, Señor, te expongo mi causa, y me quedo aguardando. Me mantengo invocando tu nombre hasta que vuelvas tu rostro hacia mí y sienta que tú vas a mi lado en las “batallas” de la vida, en la “batalla” que ahora libro. Señor, da la victoria a este siervo tuyo; escúchame cuando te invoco. |