Espiritualidad de lo cotidiano

1 mayo 2005

No hay nada más visible que lo escondido

Zhong Yong

 
Lamentablemente, el término espiritualidad sigue resultando ambiguo en bastantes ámbitos. Es fácil relacionarlo simplemente con los asuntos del alma, con la esfera de lo divino y de lo sobrenatural. Si aceptamos realmente una antropología integral, si asumimos el principio de la encarnación, el enfoque es muy diferente.
 
Espiritualidad es, ciertamente, un término derivado de espíritu. Pero, para los cristianos, siguiendo al Nuevo Testamento, espíritu designa la presencia de Dios en la vida humana, especialmente, en la comunidad cristiana. Por eso, los especialistas definen la espiritualidad como la vida según el espíritu, es decir, la forma de vida que se deja guiar por el Espíritu de Cristo. Vida espiritual es, pues, una vida conducida y guiada por Dios.
 
Pero si para comprender el sentido de la verdadera espiritualidad es importante superar toda comprensión dualista del ser humano, no lo es menos tener en cuenta la concepción de Dios. También aquí hay que destacar la conmoción que supuso la visión cristiana de Dios. Los cristianos creemos que el Dios encarnado se hizo presente en lo no divino, en lo humano, haciendo del hombre y del mundo el lugar de su revelación. Por ello para encontrarse con Dios no hay que mirar sólo al cielo. Hay que mirar a la historia, hay que ser capaces de encontrar sus huellas en la vida de los hombres y mujeres de nuestro mundo. No se puede separar a Dios del hombre, de la historia, del mundo. Al contrario, la espiritualidad comienza por la fidelidad a lo real.
 
Por ello se puede decir que todo ser humano, lo sepa o no, tiene una vida espiritual: está abocado a confrontarse con la realidad y a reaccionar ante ella. Y, por ello, con Jon Sobrino, podemos decir que “vida espiritual” es una tautología, porque todo ser humano vive su vida con espíritu. La espiritualidad no significa relacionarse con realidades puramente espirituales, inmateriales, invisibles. La espiritualidad no es algo regional. La espiritualidad es más bien el espíritu con que se afronta lo real, la historia en toda su complejidad. Se realiza y se verifica en lo cotidiano. Contra todos los espiritualismo interioristas y desencarnados, es necesario afirmar que la espiritualidad se vive en la realidad diaria, en los afanes, trabajos y desvelos de cada día, en el quehacer de la cotidianidad.
 
Desde esta perspectiva, la espiritualidad cristiana no es otra cosa que vivir esta corriente espiritual de lo cotidiano a la manera concreta de Jesús, según su espíritu, siguiendo a Jesús. Es lo que él mismo ofreció y exigió a los suyos: seguirle. Por eso, san Pablo dirá que el plan de Dios es que los seres humanos lleguemos a ser hijos en el Hijo. Por eso, para los cristianos, vivir espiritualmente es rehacer a lo largo de la historia, la historia de Jesús, conformarse y configurarse con Él, llegar a sus mismos sentimientos.
 
Jesús nos reveló que Dios es el centro de nuestra vida: en Él vivimos, nos movemos y existimos. Su Espíritu trabaja y plasma con su presencia a las personas. Un hombre o una mujer es espiritual cuando decide hacer de esa experiencia misteriosa y comprometedora el sentido de la propia vida, el motivo de referencia de todos sus opciones y el fundamento de la esperanza.
 
Pastoral juvenil y espiritualidad
La acción pastoral entre los jóvenes mira precisamente a esto: a hacer que los jóvenes lleguen a plasmar su vida según la de Cristo. Es necesario subrayar la relación entre pastoral y espiritualidad cristiana. Realmente, la pastoral juvenil tiende a que los jóvenes lleguen a ser personas espiritualmente maduras; y ha de estar siempre atenta a las manifestaciones y consecuencias que implica la madurez espiritual.
 
Ayudarles a crecer y madurar espiritualmente a través de procesos e itinerarios educativos concretos constituye, sin duda, el quicio de la acción pastoral entre los jóvenes. Si, durante mucho tiempo, el crecimiento espiritual se entendió en un sentido ontológico como crecimiento de la gracia y de las virtudes, la teología actual lo concibe, más bien, como la unificación progresiva en la personalidad del creyente de lo que constituye la opción fundamental y el centro de la vida cristiana: el seguimiento de Jesús. En este sentido es importante la reflexión sobre la propuesta de espiritualidad que pastoralmente hemos de hacer a los jóvenes. Es el horizonte en el que se sitúan los diversos estudios de este número de Misión Joven. La pretensión es que los jóvenes lleguen a ser capaces de escuchar y discernir en la vida cotidiana la llamada de Dios, que se dejen guiar y conducir por su Espíritu. Porque el Espíritu hace crecer y madurar; y bajo su acción crece Cristo.
 

Eugenio Alburquerque

directormj@misionjoven.org