Espiritualidad ecofeminista

1 abril 2000

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Contemplando el mar de la vida, la autora nos dibuja algunos mapas «eco-femeninos» del mismo —diversos de los habituales nacidos de la dominación masculina (económico-social, cultural y religiosa) y de la explotación de la naturaleza—, analiza diversos catalejos o teologías que históricamente han condicionado la visión y, por último, apunta la existencia de una nueva brújula —el «ecofeminismo»— para orientar la navegación hacia nuevos puertos en los que recuperar la experiencia mística y, en definitiva, una espiritualidad de la vida y de la naturaleza. A lo largo de este viaje, se deja constancia concreta de una nueva manera de vivir la fe cristiana con todas las implicaciones que comporta.
 
Margarita Pintos de Cea-Naharro es teóloga y profesora en el «Liceo Alemán» (Madrid).
 
 
 
Primero estaba el mar.
Todo estaba oscuro.
No había sol, ni luna, ni gente, ni animales, ni plantas.
El mar estaba en todas partes.
El mar era la madre.
La madre no era gente, ni nada, ni cosa alguna.
Ella era espíritu de lo que iba a venir.
Y ella era pensamiento y memoria.
MITOLOGÍA KOGUI
 
Estaba participando en una reunión de Teólogas de América Latina y el Caribe en Bogotá (Colombia), cuando en el Museo del Oro de la ciudad fui sorprendida por este maravilloso poema mitológico de sus más antiguos pobladores. Siendo el único país latinoamericano que tiene salida a los dos océanos, no es de extrañar la importancia de la mar para la vida cotidiana de sus habitantes.
Y es que en la vida cotidiana, como en el mar, no hay caminos sino corrientes, que unas veces nos ayudan a llegar a un puerto seguro, otras nos arrastran a la deriva y algunas nos hacen encallar.
Os invito a la aventura de conocer nuestro mar, para descubrir el espacio de la espiritualidad. Como mujer, teóloga y parte de las especies vivas voy a utilizar algunos mapas (feminismos), catalejos (teologías) y brújulas (ecofeminismos) para que nos ayuden en la navegación.
 
 

  1. Comprobamos mapas y brújulas

 
Cuando miramos a nuestro alrededor y utilizamos nuestros cinco sentidos percibimos la contaminación del aire, del agua y de la tierra, el agotamiento de los recursos básicos de la naturaleza; la superpoblación o más bien, el hambre y la pobreza crecientes de la mitad de la población del mundo, especialmente del Tercer Mundo, etc.: a esto lo llamamos crisis ecológica, que son muchas crisis entrelazadas. Estos fenómenos se entienden como elementos del modelo de desarrollo moderno, que explota los recursos de la naturaleza pero no se interesa en la restauración de ellos ni en la justicia entre seres humanos.
 
Desde el desarrollo de la agricultura, las personas hemos ampliado nuestras propias bases de alimentación utilizando la tierra, las plantas y los animales como objetos de control y manipulación. Durante este proceso algunos humanos, varones dominantes, han empezado a ampliar hasta el máximo su poder y su riqueza en perjuicio de otros humanos. Entonces la comunidad de la naturaleza y de la humanidad misma se vio dividida en sujetos dominadores y objetos explotados. Sólo cuando el sistema de explotación alcanza lo máximo, cuando comienza a minar la calidad de vida de aquellos que se encuentran en la cima, nace la conciencia de una crisis ecológica.
Pero no es seguro que la respuesta a esta conciencia de crisis ecológica vaya a ser una voluntad de reconstruir el sistema de explotación desde su base. El instinto de los que se aprovechan de este sistema, es buscar cómo sostener su propio estilo de vida confortable sin importarle las víctimas: los pobres se vuelven así cada vez más pobres, y la destrucción del medio ambiente se va volviendo irreparable en algunas zonas.
 
El «eco-feminismo» es un movimiento, extendido por todo nuestro planeta, que quiere poner fin a la dominación estructural y sistemática sobre la naturaleza y acabar con los aspectos androcéntricos de nuestra cultura patriarcal, porque reconoce nuestro enraizamiento en la naturaleza, la interconexión con todas las formas de vida y la dimensión sagrada de todo lo creado.
Para las ecofeministas occidentales la conexión entre la dominación de la mujer y la explotación de la naturaleza se hace, en un primer momento, a nivel cultural–simbólico. La cultura patriarcal define a la mujer como «más cercana a la naturaleza», o la coloca en el lado «naturaleza» de la división «naturaleza–cultura».
Esto se comprueba por la manera en que la mujer se asocia con el cuerpo, la tierra, la sexualidad, la carne mortal, y la propensión al pecado; por otro lado, lo masculino se asocia con el espíritu, la mente, y el poder soberano sobre la mujer y la naturaleza.
 
Hagamos un alto para recordar ahora este poema de Mario Benedetti:
Dice el mercado: el cuerpo es un negocio.
Dice la Iglesia: el cuerpo es una culpa.
Dice el cuerpo: Yo soy una fiesta.
 
Un segundo nivel de análisis ecofeminista va más allá, explora la base socio/económica, a partir de la cual la dominación del cuerpo y del trabajo de la mujer está relacionada con la explotación de la tierra, el agua y los animales. Esta perspectiva examina cómo las mujeres, como género, han sido colonizadas por el patriarcado en tanto sistema legal, económico, social y político. Examina también cómo esta colonización del cuerpo y del trabajo de la mujer funciona como la infraestructura invisible de la extracción de recursos naturales.
Esta forma socioeconómica de análisis ecofeminista ve los patrones cultural-simbólicos mediante los cuales la mujer y la naturaleza son inferiorizadas e identificadas entre sí, como una superestructura ideológica a través de la cual el sistema de dominación económico y legal de la mujer, la tierra y los animales, se justifica y se hace aparecer como «natural» e inevitable dentro de una cosmovisión totalmente patriarcal.
 
Las ecofeministas que se concentran en el análisis del sistema económico que existe bajo la ideología patriarcal de subordinación de la mujer y la naturaleza, por lo general, quieren incluir también el reconocimiento de la existencia de una jerarquía de clase y de raza. «Las mujeres» no son un grupo homogéneo. Tenemos que examinar la estructura total de clases de una sociedad —combinada con una jerarquía racial— y analizar cómo una jerarquía de género se inserta dentro de una jerarquía de clase y raza. Lo que comparten en un sentido general todas las mujeres es que son definidas como madres, criadoras de hijos y objetos sexuales.
Las diferentes corrientes feministas habían criticado también, años antes, la cultura y el sistema económico-social en el que se define a las mujeres como un grupo subordinado y marginado de la vida pública. En la ideología patriarcal, la naturaleza es una realidad femenina, solamente algo material y sin espíritu. No tiene vida en sí misma. Entonces, la naturaleza es solamente una herramienta para ser explotada por los hombres. Las raíces culturales de la crisis ecológica se hallan en esta actitud doble, tanto hacia la mujer como hacia la naturaleza: las dos se ven como realidades sin espíritu.
 
Para crear una cultura y una sociedad ecológicas, tendríamos que cambiar todas las relaciones de dominación y explotación, por unas relaciones basadas en el apoyo mutuo. Los seres humanos, entre sí mismos y con las demás criaturas, deberíamos vernos como miembros de una misma comunidad.
Por otra parte, la tradición cristiana enraizada en los mundos hebreo y grecorromano ha sido señalada como la fuente principal de los patrones cultural-simbólicos que han inferiorizado a la mujer y a la naturaleza. El hombre occidental de clase dominante ha adoptado como su principal mito de identidad al Dios patriarcal de la Biblia hebrea —quien define como fuera y sobre el mundo material como su Creador y Señor— combinado con la dicotomía espíritu y materia de los filósofos griegos. Ha hecho este Dios a la imagen de su propia aspiración de ser separado de, y dominante sobre, el mundo material, la tierra y los seres vivos (o «recursos» no humanos), y los grupos subyugados de seres humanos.
 
La crítica al cristianismo y a la ideología científica, como fuentes y reforzadores principales de la dominación sobre la mujer y la naturaleza, se asocia frecuentemente a lo que se podría llamar una historia ecofeminista de la «caída del paraíso». En esta historia se afirma que en los tiempos de caza-recolección y caza-horticultura, los humanos vivían en unas sociedades igualitarias en una relación benigna con el resto de la naturaleza. El sistema social de guerra, violencia y dominación masculina habría llegado con una serie de invasiones por parte de pueblos patriarcales de las estepas del norte, entre el sexto y el tercer milenio a. C., transformando a las sociedades igualitarias en sociedad de dominación militarizada.
En este cambio habría sido clave una revolución religiosa que produjo un desplazamiento desde la adoración de una Diosa, que representaba la fuerza vital dentro de la naturaleza, hacia un Dios patriarcal colocado fuera, a la manera del Señor guerrero. La implicación de esta historia ecofeminista de la «caída del paraíso» es que la recuperación de una asociación entre hombres y mujeres, y una relación sustentadora de vida con la naturaleza, nos exigen un rechazo de todas las formas de religión patriarcal, y un regreso a la —o una reinvención de alguna forma de— adoración a la antigua Diosa de la naturaleza.
Este punto de vista es expresado por grupos de mujeres y algunos hombres, no simplemente como teoría sino como una práctica que se traduce en la creación de grupos de celebración que desarrollan prácticas rituales que se postulan como una reedición de la antigua adoración a la Diosa.
 
Pero esta transformación no se dará sin un cambio paralelo sobre nuestra idea de Dios, de nuestra visión de la relación entre Dios y la creación en todas sus dimensiones. Debemos reformular nuestra idea de Dios que no puede ser un poder impositivo que ordena relaciones de dominación, sino más bien un poder de apoyo mutuo, la fuente de la vida verdadera. Dicho Dios debe ser un Creador que ordena relaciones de apoyo mutuo, tanto entre varones y mujeres, como entre todos los grupos en la sociedad mundial, y entre los seres humanos y la naturaleza. Solamente cuando entendemos que Dios es la fuente y la base que nos llama a vivir apoyándonos mutuamente, podemos reconstruir con eficacia nuestra visión del mundo.
Este texto de Eduardo Galeano puede usarse de catalejo para «ver» un poco más allá:
 
«Fe de erratas: donde el Antiguo Testamento dice lo que dice, debe decir lo que quizá me ha confesado su principal protagonista: Lástima que Adán fuera tan bruto. Lástima que Eva fuera tan sorda. Y lástima que yo no supe hacerme entender.
Adán y Eva eran los primeros seres humanos que de mi mano nacían y reconozco que tenían ciertos defectos de estructura, armado y terminación. Ellos no estaban preparados para escuchar ni para pensar. Y yo… bueno, quizá yo no estaba preparado para hablar. Antes de Adán y Eva, nunca había hablado con nadie. Yo había pronunciado bellas frases, como «Hágase la luz », pero siempre en soledad. Así que aquella tarde, cuando me encontré‚ con Adán y Eva a la hora de la brisa, no fui muy elocuente. Me faltaba práctica.
Lo primero que sentí fue asombro. Ellos acababan de robar la fruta del árbol prohibido, en el centro del Paraíso. Adán había puesto cara de general que viene de entregar la espada y Eva miraba al suelo, como contando hormigas. Pero los dos estaban increíblemente jóvenes y bellos y radiantes. Me sorprendieron. Yo los había hecho; pero yo no sabía que el barro podía ser luminoso.
Después, lo reconozco, sentí envidia. Como nadie puede darme órdenes, ignoro la dignidad de la desobediencia. Tampoco puedo conocer la osadía del amor, que exige dos. En homenaje al principio de autoridad me aguanté las ganas de felicitarlos por haberse hecho súbitamente sabios en pasiones humanas.
Entonces, vinieron los equívocos. Ellos entendieron caída donde yo hablé‚ de vuelo. Creyeron que un pecado merece castigo si es original. Dije que peca quien desama: entendieron que peca quien ama. Donde anuncié‚ pradera de fiesta, entendieron valle de lágrimas. Dije que el dolor era la sal que daba gusto a la aventura humana: entendieron que yo los estaba condenando al otorgarles la gloria de ser mortales y loquitos. Entendieron todo al revés. Y se lo creyeron.
Últimamente ando con problemas de insomnio. Desde hace algunos milenios, me cuesta dormir. Y dormir me gusta, me gusta mucho, porque cuando duermo, sueño. Entonces me hago amante o amanta, me quemo en el fuego fugaz de los amores de paso, soy cómico de la lengua, pescador de lata mar o gitana adivinadora de la suerte; del árbol prohibido devoro hasta las hojas y bebo y bailo hasta rodar por los suelos. Cuando despierto, estoy solo. No tengo con quien jugar, porque los ángeles me toman tan en serio, ni tengo a quien desear. Estoy condenado a desearme a mí mismo. De estrella en estrella ando vagando, aburriéndome en el universo vacío. Me siento muy cansado, me siento muy solo. Yo estoy solo, yo soy solo, solo por la eternidad».
 
Este Dios necesita de nosotr@s para realizar lo que pretendía con la creación. No es una cuestión que se resuelve racionalmente, sino existencialmente. «Hace demasiado frío en el mundo para que creamos que se puede vivir sin estar abrigados bajo el manto de Dios. La gracia nos da calor pero al mismo tiempo nos ayuda a tejer el manto de Dios».
 
 

  1. Navegamos

 
Una vez conocida la mar, aunque parcialmente, podemos iniciar nuestra travesía para descubrir su «memoria y pensamiento» (que decía el poema inicial), ya que vemos tanto con los ojos como con el saber atesorado en nuestra memoria; pero, sobre todo, vemos con toda nuestra experiencia vital. Y éste es el núcleo de la teología feminista (TF) que ha hecho que las mujeres seamos agentes de una nueva espiritualidad.
Cuando buscamos a nuestras antepasadas, muchas veces descubrimos que aceptaron un papel secundario y dependiente, marcadas por una «cultura de la obediencia» en la que el culto a la autoridad estaba (y está) muy presente; fueron socializadas para no desempeñar cargos públicos, para que «estar en casa» se convirtiera en el lugar ideal para la realización del ser femenino; pero sobre todo asumían el pensamiento teológico de los hombres de iglesia porque ellos sabían más sobre Jesús, sobre la Biblia y eran los que mejor podían interpretar la moral cristiana haciendo alarde de su fidelidad a la tradición primitiva.
 
Algunas mujeres del pasado nos dejaron, a pesar de la situación adversa, toda una elaboración de su espiritualidad porque fueron capaces de «vivir en profundidad» su vida cotidiana. Pusieron por escrito sus experiencias, muchas veces obligadas por sus confesores, y su pensamiento ha llegado hasta nosotras a través de cartas, autobiografías o biografías. Si queremos sentirnos vinculadas con nuestras antepasadas, tenemos que leerlas para conocerlas, y así nos daremos cuenta que no somos las primeras, ni estamos solas en este mar de la espiritualidad.
Hagamos algunas breves calas históricas para que nos animemos a conocerlas mejor:
 
n En el cristianismo primitivo l@s excluidas por la sociedad patriarcal adquirieron en las primeras comunidades un estatuto de igualdad que les permitió ser ellas mismas liderando grupos y movimientos liberadores y proféticos. Ellas eran la mediación con la divinidad.
n Ya en el siglo IV la alianza del cristianismo con el patriarcado les negó el Logos para poder elaborar su pensamiento y experiencias teológicas, reduciendo a la mayoría de las mujeres a una posición de sometimiento porque el «hombre fue creado primero». Aparece el «servicio subordinado» como la espiritualidad posible para las mujeres en la iglesia.
Pasaron de mediadoras de la divinidad a servidoras de sus representantes.
n Durante el Medioevo la identidad de las mujeres se centra en un «ser para otros». Sus virtudes: la renuncia, el servicio, el cuidado… En definitiva la entrega de su subjetividad, de su cuerpo, de su afecto, de su trabajo, de sus bienes y recursos, etc. El poder, el saber y la razón quedan en manos del poder patriarcal que dicta las prohibiciones y los deberes. Es la época de los grandes debates sobre la sexualidad que hicieron sentir a muchas mujeres culpables: el objetivo era poder controlar su comportamiento.
En este contexto surgen Monasterios como espacios de libertad para algunas mujeres. En ellos se llevan a cabo tareas intelectuales y encontraron en la figura de María el inicio de una genealogía femenina. La práctica de la caridad para el perdón de los pecados y ganar la vida eterna fue la actividad que los clérigos impusieron a las mujeres que querían alcanzar estas metas, y en ella basaron su espiritualidad
 
n Las beatas en Castilla y las beguinas en Aragón crearon espacios domésticos sin lazos de sangre y sin autoridad masculina para encontrar un camino espiritual de unión con la divinidad, sin la mediación de la clerecía.
n En el contexto de la Reforma proliferan las iluminadas, las místicas, las descalzas que quieren andar el camino de la vida iluminando los obstáculos que les impedían la unión con la divinidad.
Muchas ejercen un liderazgo espiritual, no sólo con otras mujeres, sino con clérigos y con reyes (M. Jesús de Ágreda). Otras recuperaron el aspecto profético y contemplativo del cristianismo primitivo y elaboraron modelos de oración para hombres y mujeres (Teresa de Ávila).
Crearon nuevas imágenes de la divinidad, centrándose en sus aspectos femeninos; proclamaron a la Madre como la segunda persona de la Trinidad representando «la profundidad de la sabiduría» (Juliana de Norwich). Denunciaron la corrupción de la jerarquía eclesiástica y trabajaron para purificar las órdenes existentes (Catalina de Siena).
Algunas fueron obedientes a la Iglesia, no reclamaron poder para ellas y aceptaron un guía masculino, mientras que otras reclamaron su derecho absoluto a definir y a controlar el acceso a Dios (Margarita Perote, quemada en la hoguera) o cuestionaron la validez de los sacramentos (María Cazalla).
Defendieron la encarnación de Dios en una mujer, como Maifreda que afirmaba de su maestra: «Guillerma es Dios». Para ella era la encarnación femenina de Dios, y quería recuperar su cuerpo de mujer como presencia de la divinidad.
 
No podemos dejar de acudir a Hildegarda de Bingen (1098-1179). Su obra Scivias: Conoce los caminos, es una de las cumbres de la teología mística medieval. Así describe su despertar espiritual: «Cuando tenía cuarenta y dos años y siete meses de edad, del cielo vino a mí una luz de fuego deslumbrante; inundó mi cerebro todo y, cual llama que aviva pero no abrasa, inflamó todo mi corazón y mi pecho, así como el sol calienta las cosas al extender sus rayos sobre ellas. Y, de pronto, gocé del entendimiento…».
Hildegarda propone una teología centrada en la creación y grita: «¡La tierra no debe ser herida, la tierra no debe ser destruida!». Advierte que la indiferencia e injusticia con la naturaleza causarán privaciones para la humanidad misma porque la creación demanda justicia. Es una de las mujeres que más consciente ha sido de la presencia divina dentro de la naturaleza.
 
Cuando las órdenes religiosas empiezan sus fundaciones de educación, sanidad, etc. ejerciendo una función de suplencia del estado, la espiritualidad aparece condicionada por el ejercicio de sus trabajos y vuelven al dualismo alma/cuerpo. Éste es el principio del mal, por eso hay que ocultarlo, callarlo o castigarlo. La ascesis física y moral de las órdenes contemplativas y también activas, lleva hasta la muerte de ese «otro» (cuerpo) que impide la unión con Dios. Morir jóvenes es el sueño de muchas piadosas mujeres. La solo alimentación con la Eucaristía lleva a la anorexia de muchas místicas de esta época. El modelo o paradigma de esta espiritualidad es Teresita de Lisieux o mejor la que aparece en sus escritos muchos de ellos llenos de interpolaciones.
Más cercana a nosotros Simone Weil, mística compasiva, renuncia a su situación familiar y profesional acomodada y vive en su propia carne las condiciones infrahumanas de la clase obrera, trabajando manualmente. Su espiritualidad es un ejemplo de alguien que utiliza la mediación de la sensibilidad-solidaridad con l@s marginados como camino de acceso a la divinidad.
 
 

  1. Algunos puertos para recalar

 
Poco a poco nuestras dudas se están convirtiendo en luces que nos orientan y ayudan a descubrir nuevas corrientes que nos empujan hacia puertos seguros.
La teología feminista plantea el ecofeminismo como un nuevo lugar desde donde recuperar la experiencia mística. Surge como una crítica con respecto a la modernidad y desafía la estructura patriarcal subyacente en el cristianismo. Cuestiona una teología que ve a Dios por encima de todas las cosas y propone una nueva relación con la tierra y con el cosmos considerándolo parte de nuestro mismo cuerpo.
En este puerto podemos aprender a criticar las imágenes masculinas de Dios y como consecuencia nos cuestionaremos algunas afirmaciones teológicas; seguramente sentiremos la necesidad de reformular un credo que incorpore nuestra historia, nuestros dolores, nuestras convicciones y esperanzas.
 
Tenemos que ser conscientes de que estamos intentando remover las bases de una tradición milenarista muy interiorizada en nuestros cuerpos. Esto nos puede proporcionar incertidumbre e inseguridad a la vez que una eficaz ayuda porque podemos seguir aprendiendo del pasado y apostando por los nuevos desafíos del presente a la vez que a asumir las críticas que hacemos a los dogmatismos patriarcales presentes en nuestras formulaciones religiosas y a estar atentas para no caer en otros nuevos.
Uno de los pasos más importantes que muchas mujeres han conseguido dar es comprender que su vida cotidiana, con su monotonía y su riqueza, es una fuente de espiritualidad que las alimenta. El descubrimiento de que sobre todo lo cotidiano es lo que da consistencia a nuestra existencia puede ser lo más importante para nosotras. De repente, el presente, el momento actual, pasa a tener una densidad mayor y percibimos que es «en este momento», en el que tenemos que hacer las cosas que creemos importantes (ser feliz, construir la justicia, buscar la paridad…).
 
Es la vida misma la que tiene una dimensión espiritual que le da todo su sentido. No se trata de inventar una espiritualidad o una escuela espiritual para motivar el respeto y la lucha por la defensa de todo lo que vive. En la simple vida cotidiana se puede encontrar el alimento para el sustento del respeto, la dignidad y la justicia.
La espiritualidad no es algo que viene de fuera, sino que se encuentra dentro de la existencia cotidiana. Sin duda, esta espiritualidad no tiene una estructura organizada, pero se desenvuelve marcada por las necesidades, por los encuentros y búsquedas que caracterizan la vida de las mujeres. Esta informalidad es afirmar y acoger la presencia del misterio de Dios en medio de la vida de cada persona, es la que da sentido a la solidaridad.
 
 

  1. La naturaleza nos acompaña

 
Aunque vayamos por la mar, no podemos olvidarnos de tener nuestros sentidos alerta para descubrir todo lo que vive a nuestro alrededor. Instaurar unas relaciones justas con el conjunto del ecosistema implica creernos que nuestra vida depende de la vida del planeta. Podemos poner algunos ejemplos:
 
– La lucha por el pleno empleo pasa por un trabajo que no destruya la vida.
– La salud de la comunidad humana significa la salud de la tierra.
– Las pequeñas conquistas pasan por la calidad de vida que garantice el equilibrio de todo proceso vital.
 
Está creciendo la conciencia de que somos parte de un cuerpo vivo y que la agresión al cuerpo de la naturaleza significa una agresión a nuestro propio cuerpo. Por eso, nuestra causa se torna cada vez más una causa común que nos lleva a percibir cómo nuestras instituciones religiosas deberían insistir en la superación de las divisiones doctrinales. La destrucción ecológica es un hecho alarmante y no siempre nuestras comunidades religiosas afirman la conexión y la interdependencia entre la vida humana y el ecosistema.
Hoy se empieza a desarrollar una visión más totalizadora que poco a poco va recuperando la integridad y la interconexión de varios elementos de la vida. Se percibe que en los análisis económicos la dimensión ecológica y la dimensión de género se está introduciendo de forma significativa. Lo mismo podríamos decir de las reflexiones teológicas cada vez más conectadas con la naturaleza y los seres humanos desde una antropología no patriarcal y en conexión con la vida cotidiana. Sentimos la llamada a una hermandad/sororidad común con todos los elementos y a través de esta actitud recuperar las tradiciones liberadoras que forman parte de nuestra cultura.
 
Esta interdependencia nos llevará a una nueva manera de vivir nuestra fe cristiana, procurando ser más inclusivas de la diversidad que constituye todas las vidas; abriéndonos a una imagen de Dios-misterio que atraviesa y sustenta el tejido de la vida situándonos al margen de esquemas jerárquicos; con una comprensión de la salvación que incluya no sólo el pluralismo de las necesidades y situaciones, sino también el medio ambiente, nuestro medio vital destruido por los intereses económicos; conocer la Biblia con una preocupación de abrirnos al diálogo entre las perspectivas propias y la antigua cultura hebrea tornándose así en un libro de memoria de nuestras tradiciones religiosas, libro que debe ser enriquecido por las culturas actuales y preguntas que lanza hoy el mundo. Realizar celebraciones donde compartimos, no sólo las lágrimas y las esperanzas, sino también la comida hecha por nosotras mismas, y así introduciremos en ellas la vida cotidiana. Las voces e historias empiezan a tener importancia y las celebraciones dejan de ser una obra de teatro a la que asistimos como meras espectadoras.
Esta es una revolución espiritual en lo cotidiano que apuesta por un mundo mejor y por la que merece la pena «esperar contra toda esperanza».
 
 

  1. Hacemos recuento

 
Esto es lo que os ofrezco para nuestra navegación: unas claves teóricas para una espiritualidad que nos ayuden en la travesía que ahora comenzamos juntos:
 
¡ Integradora de las distintas dimensiones de la vida: unificar experiencias y convicciones, espíritu y cuerpo, deseos y acciones.
¡ Sentido dinámico de la espiritualidad: sin normas preestablecidas, abierta y en búsqueda, capaces de dudar y de apostar todo, cuando descubrimos que nuestro centro está más allá.
¡ Sanadora y reconfortadora de la vida: como salud para nosotras mismas y como oferta de salvación para los demás. Unida a hacer el bien a nuestro alrededor y a comprometernos en causas humanizadoras concretas.
¡ Unida fuertemente a una vivencia comunitaria: la relación grupal como parte de nuestro ser. Queremos una iglesia más igualitaria, participativa, humilde y dialogante.
¡ Sensibles y abiertas al ecumenismo: a las nuevas formas y maneras de rezar, de sentir y vivir la fe. Buscamos y ofrecemos nuevos modos de sentido más allá de una determinada tradición cristiana.
¡ La subjetividad como espacio de la manifestación de Dios y el trabajo por la justicia como realización del Reino. El mundo está en Dios y Dios está en el mundo (pan-en-teísmo)
 
Sólo me queda decirnos: ¡Buena navegación! n
 

Margarita Pintos de Cea-Naharro

 
Bibliografía
 
¡ M. CORBÍ, El camí interior. Més enllá de les formes religioses, Helios, Barcelona 1998.
¡ G. EPINEY-BURGARD–E.  ZUM BRUNN, Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval, Paidós, Barcelona 1998.
¡ I. GEBARA, Intuiciones ecofeministas. Ensayo para repensar el conocimiento y la religión, Doble Clic, Uruguay 1998.
¡ A.M. HAAS, Visión en azul. Estudios de mística europea, Siruela, Madrid 1999.
¡ J. MARTÍN VELASCO, El fenómeno místico. Estudio comparado, Trotta, Madrid 1999.
¡ A. PRIMAVESI, Del Apocalipsis al Génesis. Ecología. Feminismo. Cristianismo, Herder, Barcelona 1995.
¡ G. SCHOLEM, Las grandes tendencias de la mística judía, Siruela, Madrid 1996.
 D. SÖLLE, Reflexiones sobre Dios, Barcelona 1996.
 
 HILDEGARDA DE BINGEN, Scivias: Conoce los caminos, Trotta, Madrid 1999.
 Ibíd., pág. 15.