Estrategias inteligentes

1 abril 2006

Santiago Galve
 
En una de mis experiencias anteriores comentaba que un buen profesor, un buen educador, no debe tener inconveniente alguno en reconocer un error. Esto no sólo no menoscaba la autoridad sino que puede llegar a reafirmarla.
Pero también se puede realizar una estrategia algo pícara, siempre y cuando se tengan muchas tablas y se descarte la posibilidad de que algún alumno espabilado pueda sospechar que es un truco:
 
Si te preguntan algo que no sabes, propón una investigación
para la siguiente clase
 
En los comienzos de mi tarea educativa ejercí de Profesor de Matemáticas. Fue aquella una época muy satisfactoria, pues en esta asignatura ni caben opiniones, ni casi nada es discutible, con lo que los alumnos ni se sienten interpelados, y tienen necesidad de matar al mensajero, ni pueden repetir las consabidas coletillas que luego he escuchado impartiendo clases de Filosofía, de Religión y ahora en los cursillos de Sexualidad:
Bueno, pero eso es una opinión. Hay quien opina otras cosas… Yo no tengo por qué aceptar lo que no está científicamente probado…
Tampoco hay protestas por las correcciones en los exámenes, y corregirlos es relativamente fácil.
Pero soy bastante despistado y ello motivó una situación de esas que no le deseo a ningún profesor novel:
Había mandado como tarea, en la anterior clase, unos problemas de álgebra. Recuerdo que en aquella época mis alumnos sólo tenían un libro de Problemas. Al no tener libro de texto estaban muy atentos a mis explicaciones y debían tomar notas continuamente. Esta metodología la aprendí en mis años de bachiller, pues un buen día tuve el arranque generoso de decirles a mis padres que no me compraran aquel año los libros de texto, dado que éramos muchos estudiantes en casa, y así se ahorraban aquel cuantioso gasto.
Considero que este es el mejor sistema para aprender. De hecho más del 80% de mis alumnos solían aprobar las Matemáticas. Y puedo asegurar que yo, como profesor, he sido siempre muy exigente.
Uno de aquellos problemas se enunciaba así: La suma de dos números es igual a su producto, e igual a la diferencia de sus cuadrados. ¿Cuáles son estos números?
Este era un problema al que le tenía mucho cariño, pues todavía recuerdo que cuando yo cursaba 4º de bachiller (ahora, 3º de ESO), el profesor de Matemáticas vino a clase sumamente enfadado porque los alumnos del curso superior al nuestro no habían sido capaces de solucionar este mismo ejercicio, considerando que hasta nosotros podríamos resolverlo. Y en efecto yo tuve la intuición que se precisa para plantear la ecuación adecuada y lo resolví.
Pero en el momento en el que debía corregirlo con mis alumnos, se me fue el santo al cielo y no pude recordar el axioma algebraico que es la clave para su solución.
Fue entones cuando recordé la máxima de mi viejo maestro:
— No me lo puedo creer. Mirad este problema lo resolví yo… (y les coloqué el cuento). Como le tengo mucho cariño a este problema, os voy a dar una segunda oportunidad. A quien mañana lo traiga resuelto correctamente le subo un punto la nota del mes. (Entonces las evaluaciones eran mensuales).
Lo tremendo fue que también al día siguiente me olvidé y tuve que recurrir a otro truco:
— Hoy no vamos a corregir los ejercicios pendientes porque he de explicar materia nueva y no nos va a dar tiempo. Lo haremos la semana próxima. Era viernes.
Finalmente algunos alumnos lo resolvieron correctamente.
 
■ Consejos
 

  • Cuando todavía no se tiene plena autoridad —en el correcto sentido de la palabra, no en el delautoritarismo— y algunos alumnos, o los hijos, pudieran llegar a pensar que no somos muy dignos de crédito porque tenemos algunos errores, si no tenemos la correcta respuesta ante alguna cuestión, se puede recurrir a esta estratagema y en ese tiempo de espera investigarla.

 

  • Es muy conveniente tener todos los cabos bien atados en cada una de las clases que impartimos y procurar adelantarse siempre a las posibles cuestiones de nuestros alumnos. Tengamos en cuenta que algunos son muy inteligentes y también los hay con muy mala idea.

 

  • El ser despistado, en este cometido de la educación, puede traer serios problemas. Los que lo somos, mal que nos pese, hemos de tenerlo presente y guardar siempre en la recámara alguna estrategia alternativa. Cuando ya gocemos de la auténtica autoridad, incluso podremos reírnos de nosotros mismos ante los alumnos.