Evangelio de los sin papeles

1 marzo 2001

En aquel tiempo vivía en Nazaret de Galilea un hombre llamado José. José era carpintero, acababa de casarse con una joven llamada María.
Pero sucedió que en aquellos días apareció un escrito de César Augusto ordenando el empadronamiento de to­dos los habitantes. Y todos fueron a hacerlo, cada cual a su ciudad.
José fue convocado en la comisaría de policía de Naza­ret y llevado ante el inspector.
Entonces, éste le dijo: «José, ¿es verdad que no eres de aquí y que tu familia viene de Belén, en Judea?». «Es ver­dad», respondió José.
Entonces el inspector dijo a José: «Tienes que irte a Be­lén para arreglar tus papeles. Sin ellos no puedes residir y trabajar con nosotros como lo habéis hecho hasta ahora».
Dijo José: «Mi joven esposa está embarazada, y su tér­mino está cerca. ¿No me podéis conceder una prórroga hasta que nazca el niño? Después nos iremos a Belén co­mo me pides».
Pero el inspector respondió: «No quiero saber nada, y la ley es la ley. Si no te pones en camino inmediatamente, haré que te conduzcan mis hombres a la frontera, y nunca podrás volver aquí».
Entonces, José se puso en camino con María; después de unos cuantos días de viaje, llegaron a Belén.
Como María estaba cansada, José llamó a la puerta de un hotel para pedir una habitación, con el fin de que Ma­ría descansase.
El hotelero le dijo: «Dame tus papeles para que te ins­criba».
José respondió: «No tengo papeles, vengo precisamen­te a Belén para que me los hagan».
Entonces, el hotelero dijo a José: «Si no tienes papeles, no puedo alojarte. Vete, no puedo hacer nada por ti».
Y todos los hoteleros de la ciudad le dieron la misma respuesta.
He aquí que María empezó a sentir los primeros dolo­res del parto. Entonces, José la llevó al hospital para que pudiese dar a luz.
Pero en la entrada del hospital, el guardia dijo a José: «Dame tus papeles, para que me asegure de que estás en regla y que pueda acoger a tu mujer».
José respondió: «No tengo papeles, vengo precisamen­te a Belén para que me los hagan».
Entonces el guardia dijo a José: «Si no tienes papeles, no puedo acoger a tu mujer. Vete, no puedo hacer nada por ti».
Al final, José encontró un establo abierto, y en él insta­ló a María. Y allí fué donde María trajo al mundo a un hi­jo, al que llamaron Jesús.
Y los pastores de los alrededores le llevaron leche y pa­ñales, ya que ellos tampoco tenían papeles, y comprendían la situación de José y María.
He aquí que a Herodes, Gobernador de Judea, le entró de repente miedo.
Al igual que José y María, muchos más hombres que mu­jeres habían venido de muy lejos, hasta Judea para cen­sarse.
Reunió Herodes a sus consejeros y les dijo: «Si toda es­ta gente se queda en Judea, en vez de volver a sus sitios, van a comer nuestro pan y a tomar el trabajo de mis suje­tos. Harán niños, y al final, serán más numerosos que no­sotros. Para impedirlo, voy a hacer una gran redada y a echarlos de aquí; en cuanto a los niños, los haré desapare­cer».
Una tarde, cuando José estaba sentado delante del esta­blo, vió en la lejanía a las tropas de la guardia de Herodes que se dirigían a Belén.
Entonces, entró en el establo y dijo a María: «Recoge al niño y vámonos, las cosas aquí se están poniendo mal». En seguida, tomaron el camino de Egipto, de esta manera escaparon a la redada de Herodes. Se quedaron en Egipto, hasta que César Augusto y Herodes desaparecieron y fue­ron reemplazados por soberanos más justos. Entonces, volvieron a Galilea.
Jesús no olvidó nunca lo que pasó en el momento de su nacimiento. Es lo que testimonia su enseñanza: «Felices los pobres, ya que de ellos será el reino de los cielos, y al entrar en este reino, no les pedirán los papeles. Felices los hambrientos y los sedientos de justicia, ya que serán sa­ciados, incluso si no tienen papeles. El marido y la mujer tienen que vivir juntos, y poco importa si uno de ellos no tiene papeles, ya que no hay que separar lo que Dios ha unido. Dios hizo la tierra para todos los hombres y los hombres se encuentran en su casa en todos los sitios de la tierra. Ya que la tierra es la obra de Dios, pero las fronte­ras son obra de los hombres, y cuando se convierten en barreras, son obra del demonio. La ley de Dios se conclu­ye en un solo mandamiento: amaos los unos a los otros, con o sin papeles; e esta manera haréis la voluntad de Dios».

EMMANUEL TERRAY

 
PARA TRABAJAR

  1. Leer la narración y comentarla. ¿Qué nos dice de la realidad actual?
  2. Vivir alguna experiencia parecida a ésta: el componente del grupo que no lleve el carnet joven o cualquier otro «papel» enci­ma no tendrá derecho a intervenir durante la mitad de la sesión. Después comunicará sus sentimientos…
  3. Personalizar y rezar poniendo en el centro del grupo un periódico en el que vemos diariamente rostros de marginados. El ani­mador va enumerando lentamente algunos. Cada uno se irá colocando a una distancia del periódico que exprese la distancia afectiva y efectiva a la que está de estas personas: gitanos, marroquíes, negros, mendigos, etc… Compañeros menos inteligentes o chicas menos atractivas, etc… Se termina la lista nombrando a Jesucristo y leyendo pausadamente Mt 25.

 

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