EVANGELIZACIÓN Y EXCLUSIÓN SOCIAL

1 marzo 2010

Jean Marie Peticlerc
Fundación Valdocco-Lyon
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Jean Marie Peticlerc es un conocido educador y pedagogo francés. Es salesiano y ha sido asesor del Gobierno francés para asuntos de marginación juvenil. El autor se acerca al fenómeno de la exclusión social desde tres factores interrelacionados: la crisis económica, la crisis de las relaciones sociales y la crisis de sentido. Para enfrentarnos a la exclusión social es necesario un combate y una alianza. Este es el camino que siguió Jesús de Nazaret. Evangelización y lucha contra la exclusión van unidas. Esto exige: dejarse evangelizar por los excluidos; creer, amar y esperar. El autor, a la luz del relato de Emaús, propone el acompañamiento como estrategia evangelizadora en los lugares de exclusión. Acompañar es: saber escuchar;  leer juntos su propia historia abriendo una grieta.
 
Ayer, en la época de la sociedad industrial, teníamos por costumbre razonar en términos de enfrentamiento de clases sociales. Existía una oposición entre la gente “de arriba”, que poseían el poder y las competencias técnicas, y la “de abajo”, que vendían su fuerza de trabajo. Pero todos formaban parte de en un sistema de producción y de intercambios.
Hoy, según el sociólogo Alain Touraine, una nueva división se está imponiendo sobre la antigua, la de los grupos “de dentro” (los incluidos) y los grupos “de fuera” (los excluidos). Pasamos así de una sociedad vertical a una sociedad horizontal. El peligro para la cohesión social ya no viene de la jerarquización vertical no igualitaria sino de la fragmentación en círculos concéntricos de exclusión.
Según este sociólogo, esta separación entre los “in” y los “out” se hace cada vez más profunda. Es una falla que cuesta superar cada vez con más dificultad. Nuestra sociedad liberal se caracteriza por el ‘ghetto’, mientras que la sociedad de clases se caracterizaba por el conflicto y la desigualdad, pero no por el ‘ghetto’. Porque la explotación sigue siendo una relación social. Sin embargo en la exclusión ya no hay relación social. Antes estábamos en una sociedad discriminatoria. Ahora hacemos una sociedad de segregación.
Hay muchos factores que intervienen en el desarrollo de los itinerarios de exclusión. Son más o menos predominantes según las trayectorias y personalidades de los individuos; y se combinan, en general, los unos con los otros. Vamos a señalar tres grandes factores.
 

  • La Crisis del factor económico

Nunca se destacará bastante como el paro masivo desmoraliza la sociedad, en el sentido fuerte de la palabra. La destrucción progresiva de empleos pone en peligro nuestra sociedad socavando los mismos fundamentos del contrato social.

  • La Crisis de la relación social

Notemos la decadencia de las relaciones sociales y de las estructuras de socialización, la inestabilidad de la solidaridad familiar, las rupturas conyugales o también el debilitamiento de la relación de mutua ayuda en el interior de los grupos sociales. Un estudio ha revelado que los problemas de orden afectivo y relacional -relaciones conflictivas en la pareja, los amigos, ausencia de comunicación con la familia, la vecindad-, tienen importancia en el proceso de exclusión social, aún cuando las dificultades profesionales siguen siendo el elemento determinante.

  • La Crisis del sentido

Esta crisis, que actúa de modo interactivo con las dos anteriores, consiste en un déficit del sentido, una especie de confusión de los puntos de referencia. Como subraya Jean Baptiste de Foucauld, “ la excusión social en nuestras sociedades no sólo supone un problema de organización económica y social, o de justicia, sino también un problema espiritual»[1].
 
Estos diferentes mecanismos de exclusión social que se hacen presentes cuando no se respetan los derechos fundamentales del hombre, lejos de ser independientes, actúan juntos como engranajes: una exclusión arrastra a la otra en un efecto de espiral que conduce a la marginalización progresiva de toda una capa de población.
Si no se hace ningún esfuerzo para corregir esta tendencia, para romper esas trayectorias, se llega a un proceso que podemos calificar de “ghettorización”.
Didier Lapeyronnie lo comenta en su último libro: “ni asimilado ni extranjero, el que vive en el ‘ghetto’ vive como separado, en un espacio particular que no está totalmente fuera de la sociedad pero que tampoco forma parte de ella. Siente que la sociedad, cuyos valores comparte, le impide tanto avanzar como retroceder. El ‘ghetto’ urbano es como una jaula. Los habitantes allí relegados han elaborado entre sus paredes un modo particular de vida, enfrentados al mundo, que los protege colectivamente de la sociedad exterior pero que constituyen un obstáculo para ellos. Juntos trabajan en la construcción de un mundo del cual cada uno intenta escapar”[2].
Tales fenómenos de exclusión social son en primer lugar y sobre todo causa de sufrimiento, que podemos llamar “sufrimiento de origen social”, que está principalmente relacionado con ‘los demás’. Este sufrimiento unido a la exclusión es muy difícil de llevar…y un sufrimiento así no puede ser aliviado: sólo puede convertirse en la apuesta de un combate, y de una alianza.
Ese fue el reto de Jesús de Nazaret. Lucas nos cuenta que inició su predicación comentando las palabras de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para proclamar la buena noticia los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor” (Lucas 4,16-22).
Evangelización y lucha contra la exclusión social van unidas.
 
Dejarse evangelizar por los excluidos
Los primeros testigos de la Buena Nueva de Navidad eran excluidos: los pastores, obreros nocturnos, mal vistos en la sedentaria sociedad judía, no contaban para nadie; ni siquiera el emperador juzgaba necesario censarlos. Y sin embargo, los pastores fueron los primeros en recibir la noticia de que el niño había nacido en un pesebre. Un signo como éste no engaña: sólo puede entenderlo el que pasa hambre.
Sí, los pequeños ocupan el primer lugar en los relatos evangélicos. El mismo Jesús se identifica con ellos: “Lo que hayáis hecho a uno sólo de estos mis hermanos menores me lo hicisteis a mí” (Mateo 25,40).
El relato del juicio final constituye un catálogo de todas las formas de exclusión: por la miseria (el hambre), la injusticia (la sed), el estatuto de emigrado (el extranjero), la falta de consideración (la desnudez), la privación de libertad (la cárcel), la enfermedad.
De esta manera, hablar de evangelización y de exclusión social, es en primer lugar estar convencidos que se nos pide ser evangelizados por los excluidos puesto que son figuras de Cristo.
Con frecuencia me preguntan: “Usted es sacerdote…¿Por qué motivo trabaja profesionalmente como educador especializado?”. Y yo contesto: “Este trabajo es para mí un camino para encontrar a Cristo; porque estos adolescentes excluidos están entre los más pequeños de nuestra sociedad moderna”.
 
Evangelizar es creer, esperar y amar
De la misma manera que Marguerite Léna nos dice que el artista cristiano no es forzosamente el que pinta cuadros religiosos, o que canta en las Iglesias, sino el que ilumina su arte, y ante todo su mirada, con la luz de Dios esparcida sobra las formas del mundo, a mí me gusta decir que la relación de acompañamiento no es evangelizadora por ofrecer palabras sobre Dios sino porque se fundamenta sobre las tres virtudes teologales de creer, esperar y amar.

  • Creer en el excluido…es quizá lo que más necesita el educador para conservar la confianza, ya que su historia es casi siempre sinónimo de fracaso. El drama de la exclusión, es el sentimiento de inutilidad social. Todos necesitamos que se nos necesite.
  • Esperar con el excluido…se trata de llevar la buena noticia de que el mañana no será forzosamente repetición del ayer…que el futuro es posible.
  • Amar al excluido…es hacer una alianza con él en el combate contra la exclusión. Este combate se desarrolla en dos campos: el acompañamiento en un itinerario de inserción y la interpelación del grupo social para que ‘le hagan un lugar’.

 
Creer a la manera de Jesús, como experimento que Jesús cree en mí. Esperar a la manera de Jesús, como experimento que Jesús espera en mí. Amar a la manera de Jesús, como experimento que Jesús me ama. ¿No es este el secreto de la evangelización?
 
Emprender el camino de Emaús
Sobre esto es interesante volver a leer el relato de Emaús teniendo en cuenta la pregunta: ¿Cómo hizo Jesús para acompañar a los excluidos?
“Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. El les dijo: ¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando? Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: ¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella? El les dijo: ¿Qué cosas? Ellos le dijeron: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron. El les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado. Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos,
que decían: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan” (Lucas 24,13-35).

 
Cleofás y su amigo, en plena depresión después del impacto de la muerte de Jesús, se excluyen de la comunidad de los discípulos y huyen de Jerusalén tomando el camino de Emaús.
De repente Jesús aparece en el camino bajo el aspecto de un autoestopista cualquiera…de un extranjero que se invita…del desconocido que llega sin avisar…
Y lo que sorprende en este relato es que Jesús no dice de entrada “Stop! Media vuelta!”. Y sin embargo sabe muy bien que el futuro se juega en Jerusalén, que Emaús es solo un impasse. ¡Pues no, no los para, se junta a ellos en el camino y llega hasta acompañarlos en la dirección equivocada! Si, camina con ellos, hacia Emaús, la dirección equivocada, porque sabe muy bien, Jesús, que la mejor manera de encontrar al otro es hacer un trecho de camino con él. ¿Muchos jóvenes no recuperan hoy el gusto por las grandes peregrinaciones?
¡Cuántas veces me ha sucedido, en mi práctica de educador especializado, alcanzar adolescentes ‘pringados’ en la delincuencia o en el consumo habitual de alcohol y drogas, y de no poder, en un principio, hacer otra cosas más que acompañarlos en el camino de recaída, con gran disgusto de los padres que soñaban que el encuentro de su hijo con un educador consiguiese la corrección inmediata de su conducta desviada!
Lo importante es siempre, en primer lugar, saber alcanzar al otro…Me ocurre, en ocasiones, encontrar voluntarios de asociaciones caritativas que dejan el acompañamiento porque la otra persona no cambia inmediatamente. Empezar por aceptar al otro como es, y no como nos gustaría que fuera,  es el primer trabajo que tiene que hacer quien pretende acompañar…
Y Jesús les dijo: “¿De qué discutíais en el camino?”. En el evangelio es raro que Jesús tome la iniciativa del diálogo. El otro ejemplo es el encuentro con esa mujer excluida de Samaria (Juan 4) que Jesús interpela con estas palabras: “Dame de beber”. Jesús toma la palabra para devolvérsela inmediatamente. Para Él, el otro es siempre sujeto. Es su interlocutor, y según Él, nadie más posee la llave para resolver su situación.
Y uno de los dos discípulos encontrados en el camino, Cleofás, acepta hablarle y contarle su dolorosa historia. Jesús calla. Escucha sin decir nada. Y sin embargo,  vaya si tendría cosas que decir, porque esta historia es su historia. Podría completar, corregir…Pues no, se calla. Sabe muy bien que lo importante en este momento es escuchar. Lo importante no es conocer la historia del otro, sino comprender la manera como él la ha vivido. Y sólo él es capaz de contarla. Y solamente el silencio permite al otro revelarla.
Un relato muy negro, lleno de desencanto. “Y nosotros que esperábamos que fuera Él el que iba a liberar a Israel”. El peso del desencanto es aún mayor cuando el sueño ha sido inmenso.
Todo desemboca en el vacío de la desaparición. Ya van tres días, y son muchos tres días cuando la esperanza ha desaparecido.
En esta historia tan negra, sin embargo hay un pequeño resquicio: “Algunas mujeres, es verdad, nos han dejado estupefactos”. Pero enseguida vuelve la razón. De todas formas, no hemos visto nada.
Jesús calla, en ningún momento les interrumpe, deja a Cleofás y su amigo llegar hasta el final expresando su frustración.
 
Acompañar, es en primer lugar saber escuchar
Lo más difícil en el acompañamiento no es aprender a hablar de manera sensata, sino sobre todo aprender a escuchar en profundidad.
Ponerse a la escucha del otro, no es empezar formulando no sé qué consejo, sino es que es ayudarle a encontrar las palabras apropiadas para expresar lo que sienten en el fondo de sí mismo.
Nada más difícil que aprender a comunicarse con el que sufre.
Ahora Jesús toma la palabra para releer con ellos la historia. Arranca desde el pequeño resquicio abierto (la tumba vacía) para iluminar la historia con nueva luz.
Les ayuda a renunciar a la idea de un Mesías que pensaban que venía a desalojar al invasor romano para liberar a Israel. El cambio de expectativa les permite ahora releer la historia con nuevos ojos.
Toda su dificultad partía en que, finalmente, sabían demasiado sobre Jesús: su vida, su muerte. Encerrados en su interpretación no sabían abrirse a la realidad.
Jesús les ofrece otra interpretación…Y así algo nuevo aparece.
 
Acompañar es leer juntos su propia historia abriendo una grieta
Acompañar una persona excluida, es leer con ella su propia historia, abriendo una grieta. No, el mañana no es forzosamente repetición del ayer. Inclusive cuando la habitación nos parece muy oscura, siempre hay una raya de luz bajo una puerta indicando una salida.
He aquí que cae la noche. El ambiente ha cambiado mucho entre los tres. Durante los kilómetros recorridos, se ha forjado una amistad. Ahora son Cleofás y su amigo quienes toman la iniciativa en el diálogo.
Ya no están encerrados en su desesperación. El sufrimiento produce siempre un repliegue sobre sí mismo y un refugiarse en los recuerdos del pasado.
Ya son capaces de abrirse a las necesidades de los demás. Verle marchar sólo en la noche provoca su reacción. Por eso le invitan a quedarse con ellos.
Su relación ha cambiado. Ahora se encuentran sentados en la misma mesa. Ya no estamos en la relación de ayuda, estamos en el compartir. Ya no estamos en la asistencia, estamos en la convivencia. Ya no estamos en el acompañamiento, estamos como compañeros.
Juntos comparten el pan. El riesgo de la relación de ayuda, es encerrar al otro en la posición de ayudado.
Ciertamente una postura tal es a menudo gratificante para el que ayuda. Pero olvidemos que todos cuando recibimos ayuda aspiramos a establecer una relación de verdadera reciprocidad.
Es la teoría tan luminosa de Mauss sobre el don y el contra-don[3].
Cada don pide una respuesta (contra-don). La invitación de Jesús en la mesa de la posada resuena como un contra-don. Los discípulos, que han sido ayudados, tienen ganas de ayudar a su vez, de manera a conseguir la reciprocidad en la relación.
Terminado el trabajo de acompañamiento, Jesús puede desaparecer. Y lo hace sin mediar palabra, sin ningún consejo. Les toca a Cleofás y a su amigo encontrar la solución de su problema, ellos son los que tienen que tomar una decisión.
Lo extraordinario en este relato es que Cleofás y su amigo, sin ninguna indicación de Jesús,  para gracias a este encuentro que ha caldeado su corazón, toman la buena decisión: volver a Jerusalén, donde se está fraguando el futuro. Así pues dan media vuelta, y lo hacen enseguida, aunque ya se ha hecho de noche.
Cleofás y su amigo  ha dado un cambio total. ¡Se convierten! Dan la espalda a los  lamentos del pasado y reabren su porvenir.
Vuelven a Jerusalén, y allá se reintegran al grupo del cual se habían excluido. Cuentan su experiencia, y descubren que los demás también han hecho una experiencia semejante. Están en el mismo nivel que los ONCE y sus compañeros.
 
“¿Qué tengo que hacer?”. ¡Cuántas veces he oído esta pregunta en boca de jóvenes que me ha tocado acompañar! Siempre me niego a contestar esta pregunta. Es cosa del joven, de él sólo. Sólo a él le corresponde decidir.
El papel del acompañante consiste en hacer posible una nueva luz en una situación complicada. Nunca consiste en tomar la decisión de la persona acompañada.
Lo importante para el acompañante, es saber retirarse cuando ya ha realizado su trabajo. ¡Qué pesado puede ser para un joven tener continuamente encima a su educador!
Saber sintonizar…saber retirarse…las dos grandes cualidades del acompañante. Sobre todo no sustituir nunca a la persona acompañada. Ella es la que tiene que recuperar su sitio en el grupo, como los discípulos de Emaús.
 
La experiencia de Valdocco
De la lectura de este relato nos quedamos esta maravillosa lección pedagógica que Jesús ofrece a todos los que quieren acompañar a su manera, ya sea en el acompañamiento educativo de jóvenes en dificultad, ya sea en el acompañamiento social de los excluidos, ya sea en el acompañamiento espiritual de los que buscan un sentido en su vida.
 

  • Saber sintonizar incluso en las desgracia.
  • Saber escuchar cómo viven su historia.
  • Saber releerla en su compañía abriendo resquicios.
  • Llegar al compartir.
  • Saber retirarse para permitirles ser plenamente actores.

 
La lectura de esta página del evangelio inspira siempre la acción que se realiza en Valdocco. Esta asociación de prevención fundada por los Salesianos de Don Bosco en 1995 en Argenteuil, en la periferia de París, para acompañar a los jóvenes en dificultad que viven en los barrios significados como ‘sensibles’, ha abierto en 2005 un puesto avanzado en la zona de Lyon. Procuramos, con el conjunto de trabajadores y voluntarios de la asociación, un acercamiento global a cada niño o adolescente contactando, acercándonos a ellos en los tres ámbitos de su vida: la ciudad, la escuela y la familia. Las acciones preventivas llevadas a cabo se manifiestan como lucha contra la vagancia, mediante la animación de los tiempos de ocio, la prevención del retraso escolar, el acompañamiento personalizado y la prevención de la ruptura familiar fortaleciendo a los padres.
 
Se trata de poner en práctica, a la manera de Don Bosco:
 

  • una pedagogía de la confianza, pues lo que más necesitan niños y adolescentes es encontrar adultos que crean en ellos;
  • una pedagogía de la esperanza, pues es muy difícil cuando se es niño proyectarse en el mañana cuando los adultos no dejan de idealizar el pasado y de pensar el futuro desde una perspectiva catastrófica;
  • una pedagogía de la alianza, donde se considera al joven no como destinatario sino como colaborador en la acción educativa.

 
Y cuando me preguntan sobre el Proyecto Pastoral de Valdocco. Me gusta contestar: “Es la pastoral del ‘¿de qué discutías en el camino?’ y del ‘¡dame de beber!’”. Para evangelizar se precisa empezar por mostrar interés en la vida de estos jóvenes excluidos, acercándonos a ellos donde se encuentran y poniéndoles en situación de dar, de forma que puedan vencer.
Este es el sentido evangélico de la lucha contra la exclusión social.
 

 JEAN MARIE PETICLERC

 
 
[1] J.B. de Foucauld « Exclusion et spiritualité » en Messages du Secours Catholique,  núm.4-5, 9 de mayo 1993.
[2] D. Lapeyronnie, Ghetto urbain. Ségrégation , violence, pauvreté en France aujourd’hui, Paris, Robert Laffont,  Octubre de 2008, p. 620.
[3] M. MAUSS – « Essai sur le don » – en Sociologie et Anthropologie – Paris – PUF 1968.