Lauro Martín.
Parroquia San Francisco de Sales-Madrid.
Recorrido: de dónde venimos
Entorno
El Centro Juvenil “La Balsa” tiene una vida de más de treinta años, si bien hemos tenido varios nombres a lo largo de los años. El actual data de 1991, fecha en la que nacemos como Asociación Juvenil. En ese momento la Confirmación está en pleno auge, y más o menos seiscientos jóvenes están en grupos de fe, con unos cincuenta animadores o catequistas. Reciben el sacramento en la parroquia de San Francisco de Sales, que a su vez es la iglesia del colegio. Pero todos los jóvenes afirman rotundamente que pertenecen al Centro Juvenil. Si les insistes, te dirán que están en los salesianos. Los salesianos de Estrecho.
El barrio de Estrecho, en esa época, es un barrio de clase media, con algunas zonas cercanas de clase media-alta. El colegio tiene el mismo panorama social: el bachillerato no está concertado y eso provoca que los alumnos mayores tengan un cierto nivel económico, pero las diferencias no son muy grandes, y la mayor parte de los alumnos que hacen la EGB terminan sus estudios en el mismo. En casi todas las secciones el colegio es solo para chicos. Las chicas estudian en las salesianas, que están a cinco minutos. Buena parte de los alumnos del colegio, y buena parte de las alumnas de las salesianas, van a grupos en el Centro Juvenil, que ofrece posibilidades que no hay en otras parroquias: encuentro con multitud de jóvenes de distintas edades, actividades, campamento, teatro, deporte, fiestas… todo con un gran grupo de referencia y una fuerte sentido de pertenencia. Las actividades están destinadas solamente a los que están en grupos. Y hay bastantes que van a grupo pero no participan en nada más.
Itinerario
Cada año, en mayo, se confirman en torno a ochenta jóvenes, que tienen unos diecinueve años. Los universitarios de primer año en los años noventa se sienten maduros, casi adultos, y se les propone que asuman su confirmación como un rasgo más de madurez. La preparación dura tres años y empieza en lo que todavía es 3º de BUP, (dieciséis años). Existe la posibilidad de un año previo de iniciación, el curso anterior. El itinerario incluye la obligación de ir a convivencias y a una de las Pascuas Juveniles. Los catequistas deciden, al final del ciclo, si el joven está listo para confirmarse. No es extraño que a varios se les diga que no: no han ido a suficientes reuniones, o no se les juzga suficientemente maduros para el sacramento. Los materiales utilizados en las reuniones se han seleccionado con cuidado uno a uno. El trabajo de los catequistas viene acompañado por un salesiano y por coordinadores: animadores veteranos que ya han recorrido como animadores todo el proceso y ayudan a los que ahora lo realizan. No les viene mal. El catequista solo es, normalmente, cuatro o cinco años mayor que sus catequizados.
Tras la confirmación, se ofrece vivir la fe en la parroquia a través de grupos de “catecumenado” (post-confirmación), que (tras unos años de indefinición) se establecen con una duración de tres años. Se insiste mucho en “asumir un compromiso” de trabajo por los demás. A algunos se les ofrece ser animadores y catequistas, y siguen en el Centro Juvenil. El resto está invitado a buscar otras maneras. Cuando terminan los tres años, la mayoría se van, con un bagaje de experiencias que recuerdan con cariño y con una fe que, en ese momento, sienten como propia. En todo caso, se consideran cristianos, han personalizado sus convicciones religiosas y están convencidos de que quieren serlo trabajando por los demás.
Un reducido grupo (en comparación con el número total) forma dos comunidades, dos grupos que pretenden serlo de modo estable y que quieren seguir viviendo lo que han vivido como animadores. Una de ellas surge a mediados de los noventa y otra a finales. También surge un grupo de cooperadores (laicos que viven en su vida diaria el carisma salesiano). En total, unas cincuenta personas… en quince años. Una realidad aparentemente pequeña que diez años después lo ha cambiado todo.
El modelo actual: similitudes y diferencias
Cambios
En apenas diez años la situación dio un cambio radical, sin que sepamos exactamente por qué (como en todas partes). Los jóvenes del colegio ya no consideran la confirmación como algo natural. Muchos de ellos no cuentan con ningún bagaje religioso, o cuentan únicamente con aquel que recibieron en sus años de Primaria y en la catequesis de Primera Comunión. No ven necesario seguir creciendo en una fe que no es suya sino vagamente. Y los que sí lo hacen se encuentran con la oposición del resto del grupo. Oposición hacia lo que creen o hacia el tiempo que les requiere acudir a grupos. En cada curso, de unos ciento veinte alumnos, una decena escasa, o dos en el mejor de los casos, estarán en grupos.
Al mismo tiempo, el resto de razones que servían para favorecer la opción del Centro Juvenil tampoco tienen mucho peso. La coeducación es ya una realidad incuestionable. La sociedad ofrece más lugares de encuentro y más opciones de tiempo libre, para chavales cada vez más jóvenes, y sin catequistas ni educadores aguafiestasde por medio… Con todo, y por distintos motivos[1], hay un grupo que se acerca a las actividades del Centro Juvenil: el campamento, el teatro, la sala de juegos, las convivencias… Esto no significa que se identifique con los planteamientos creyentes que proponen los animadores, aunque algunos sí lo hacen.
Por otra parte, las comunidades que surgieron en la parroquia se han estabilizado. Cuatro o cinco de sus miembros aún siguen siendo animadores ahora que se acercan a los treinta. La crisis que sufrió el modelo anterior hizo que siguieran siendo útiles durante más tiempo… y sigan estando entre los jóvenes. Son coordinadores, pero ya no acompañan un nivel, sino toda una sección: iniciación (ahora se llama “adolescentes” y abarca un año más, el actual 3º de ESO), confirmación (“jóvenes”) y catecumenado. Van a continuar desempeñando esa función durante bastantes años.
Resultados
En esta situación, y aunque formalmente sigue igual, el proceso es diferente. Hay un número importante de adolescentes (entre veinte y cuarenta, dependiendo del año) que participan en las actividades del centro y sólo esporádicamente se acercan a los grupos que se ofrecen. Cuando acuden a las actividades participan sin mayor dificultad en los actos religiosos y en los momentos de grupo que están insertos en ellas. El campamento, el viaje, el teatro, la sala de juegos, los grupos de música… se nutren de este nivel. Algunos estuvieron ya en el tiempo libre de la obra cuando eran pequeños.
Es a estos adolescentes a los que, con 16 años, se les plantea cada curso la necesidad de estar en grupos para seguir en el Centro Juvenil. Un buen número acepta, pero siempre hay algunos que se van, tras un período de indefinición. Los que se quedan, básicamente siguen la misma estructura anterior: tres años, convivencias y Pascua. Pero la idea no será ya la madurez, sino la experiencia de Dios… Los animadores intentarán acompañar, sobre todo, un encuentro, más o menos intenso, que les permita posicionarse ante el Dios de Jesús…
Los grupos desembocan en la confirmación. Tras esta, el grupo cambia de animador pero continúa el proceso de catecumenado. Es aquí donde verdaderamente se profundiza la fe que los confirmados han decidido aceptar. Los grupos se reúnen semanalmente durante tres, cuatro o cinco años. El tiempo depende de la madurez del grupo y de otros factores como el número de miembros, que a veces hace necesario juntar dos grupos. Al final se les invita a formar una comunidad, esto es, a tomar ellos mismos las riendas de sus reuniones y construir una historia sin fecha de caducidad. Si lo desean, pueden fijarse en las comunidades previas, pero no se les ofrece una estructura cerrada, sino una posibilidad abierta. Del mismo modo, se les recomienda que escojan un acompañante para la comunidad, que normalmente es un sacerdote o un consagrado, si bien la última decisión es suya. En la práctica, el modelo se reproduce, pero en cada caso con su propio matiz y libremente. En cinco años surgen tres comunidades, y el proceso ve como algo normal. Hoy la mitad de los animadores del Centro Juvenil está inserto en una comunidad
Así, actualmente hay grupos de referencia en la parroquia desde los nueve hasta los cuarenta años, junto a los de personas mayores. La formación es importante, pero ya no se orienta tanto a la confirmación como a la formación de comunidades. Cuando alguien se incorpora al proceso formativo en una edad distinta, vive la experiencia de grupo con la gente de su edad y recibe formación específica cuando tiene que realizar un sacramento…
Rasgos característicos
Así se constituye la experiencia de confirmación, que ahora ya no es tanto “del Centro Juvenil” como de la Parroquia. Si tuviéramos que señalar características que identifican el proceso actual, probablemente coincidiríamos, entre otras, en estas…
- La importancia del tiempo libre. Lo que empezó siendo un complemento y luego un incentivo resulta ser ahora determinante en los procesos de nuestros adolescentes. En el campamento, las convivencias, los viajes… crean lazos con los jóvenes mayores y con los animadores, experimentan el encuentro, la apertura, la confianza y el servicio, y tienen el primer contacto con las celebraciones y la oración de otros jóvenes que ya han empezado el camino… Salvando las distancias, y con las luces y sombras de la adolescencia, les sirven para experimentar lo que es una comunidad… y quizás para adherirse a ella con el corazón antes que con la cabeza.
- La referencia de jóvenes adultos que viven su fe y resultan creíbles. Los jóvenes que empiezan observan cómo sus animadores compaginan su trabajo y su vida de fe, o cómo preparan su boda, o cómo viven en sus comunidades parroquiales… y esto hace que el modelo entre por los ojos. Aunque eso ha hecho necesario que algunas de nuestras estructuras cambiaran, para adaptarse a las realidades de los adultos que querían seguir pero no encajaban en nuestros horarios.
- El valor de la experiencia y el sentimiento. Casi por casualidad, y sin proponérnoslo, los procesos formativos empiezan por lo afectivo y terminan por lo racional. Es en catecumenado cuando la fe adquiere una estructura racional coherente… y a medias. No es que lo hayamos decidido así, es que observamos que pasa de esta manera… Y eso tiene algunas consecuencias:
– La edad de los catequistas de confirmación ha aumentado significativamente, para esperar a que su fe esté madura. Es habitual que un animador pase tres o cuatro años con adolescentes, o con preadolescentes, antes de llevar un grupo de confirmación
– Nos resulta más sencillo explicar lo que sienten que intentar que sientan lo que explicamos… Por eso partimos de lo que han vivido en sus años anteriores para explicar lo que se les propone vivir.
– Ha cambiado la forma de hablar de Dios. Hablamos menos de lo que él nos pide y más de lo que Dios da. Un catequista me decía que si antes Dios convencía, ahora tiene que seducir…
- La claridad de la opción. Hemos llegado a la conclusión de que en algún momento hay que optar. Nuestro grupo es cristiano, y si nunca les pedimos que opten, dejamos de serlo… Nos cuesta, pero cuando hemos intentado evitarlo, no nos ha salido bien.
- La caducidad del modelo. En diez años cambió el planteamiento de la Confirmación y el modelo que triunfaba hizo crisis. Es probable que pronto nos vuelva a ocurrir, quizás de la mano de la diversidad cultural. Hasta ahora nos apoyábamos en una cultura -modo de afrontar la vida- similar para todos. Hoy el tejido del barrio ha cambiado, y empezamos a enfrentarnos a varios modelos culturales… Los jóvenes inmigrantes no son -al menos de momento- postmodernos… y por tanto nuestros esquemas de tiempo y de experiencias no sirven tal cual son. Habrá que cambiar, y no sabemos todavía cómo. Me consuela pensar que antes tampoco lo sabíamos…
LAURO MARTÍN
[1] Estoy convencido que algunos de esos motivos tienen que ver con el esfuerzo y la inversión (en tiempo y en dinero) para dotar de calidad a las actividades y la oferta de tiempo libre. También lo estoy de que eso sólo no basta.