¿FEMINISMOS?… REMAR MAR ADENTRO…

1 mayo 2003

Diana de Vallescar Palanca, religiosa Teresiana, es doctora en Filosofía, y profesora en el Instituto Superior de Ciencias Morales y en el Instituto Teológico de Vida religiosa (ambos en Madrid).
 
Síntesis
La autora describe el desarrollo histórico de los movimientos por la igualdad y dignidad de la mujer (los diversos feminismos) y su núcleo irrenunciable, al tiempo que señala caminos de futuro tanto para la mujer como para el varón, que han de lograr una reciprocidad de género que sea constructiva y humanizadora para ambos.
 

  1. Los feminismos a finales del s. XX y principios del XXI.

Los cambios profundos, en la relación con el mundo y consigo mismas, que las mujeres están viviendo, a partir de sus luchas por la igualdad, así como el cuestionamiento de raíz (y su alcance), levantado por los feminismos con respecto a las relaciones de poder entre los géneros y las reivindicaciones de las mujeres, generan crisis y fractura en la institución patriarcal. Se trata de algo que se vislumbra paulatinamente, pero que va resultándonos en cierto modo familiar, aunque no signifique que se conozcan sus consecuencias e impacto de modo preciso, ni siquiera entre las mujeres. En contraste con lo poco que conocemos de la (tímida) emergencia de los movimientos de masculinidad en España (en comparación con los países escandinavos, EEUU, Reino Unido, Australia, Canadá), la recepción de los feminismos entre los varones, o si se quiere, sus actitudes y comportamientos frente a los cambios de las mujeres, no se visibiliza a no ser por sus manifestaciones más fuertes, como son la violencia, el maltrato y el asesinato de las mujeres por sus parejas.
A finales del siglo XX y, ya en el XXI, es frecuente escuchar en distintos ámbitos quejas o críticas hacia el feminismo(s) o todo aquello que pueda parecérsele: «otra vez con el feminismo», «ya está pasado de moda», «esa problemática ha sido superada en España, corresponde a los países del Tercer Mundo», etc.
Muchas mujeres, y algunos varones, nos preguntamos: ¿En qué sentido ha sido superada esta problemática, si ni siquiera hemos tocado fondo en las estructuras que la legitiman? ¿Cuál es la causa de tales reacciones de parte de los varones (y de muchas mujeres)? En ambos casos, las reacciones tienen una raíz común, la formación en el sistema patriarcal dominante, que deja mella profunda en las personas, cualquiera que sea su sexo.
Los varones, en alguna medida, son conscientes del impacto y desafío generados por los cambios de las mujeres y el creciente cuestionamiento/deslegitimación de la hegemonía del poder masculino ejercido desde los modelos tradicionales de la relación. La modificación radical del lugar asignado a la mujer en la cultura y sus modos de relación, algo que inicialmente dieron por descontado que pudiera concernirles, se revierte ahora, afectándoles individual y socialmente, al cuestionar su lugar en el mundo, ante las mujeres, los otros varones y ante sí mismos. La propia institución eclesial jerárquica se ve confrontada, algo que vive con disgusto y resentimiento, al igual que muchos creyentes y no-creyentes, de ambos sexos. Aunque, como en todo, existen sus honrosas excepciones
Reconociendo que sería un tópico para analizar en profundidad, nos limitamos, sin embargo, a transcribir (sumariamente) las posiciones, reacciones y respuestas que, de acuerdo a una serie de estudios de origen europeo y norteamericano, están adoptando los varones frente a los cambios de las mujeres. Identificarlas y trabajarlas en la propia vida, la familia, la escuela, la sociedad y la Iglesia o cualquier otra religión, puede ser útil para comprender la experiencia vivida, con miras a abrirse a nuevos caminos o maneras de ser varón y de concebir la masculinidad. Lo mismo puede decirse con respecto a las posiciones, reacciones y respuestas de muchas mujeres, aunque sean un poco más conocidas, incluso por los varones.
El planteamiento de género (desarrollo ulterior de los feminismos contemporáneos y su expresión a través de la lucha en contra del sexismo), sitúa la mujer y el hombre en relación, en función de la época histórica, la clase social, la etapa evolutiva y la cultura de referencia, destaca que lo femenino y lo masculino ha sido tratado mediante la contraposición dialéctica. Su aporte radica en determinar que uno y otro comportamientos se entienden en relación dual, no opuesta. Conocer lo que vive la mujer se entiende en relación con el varón, y viceversa.
Es interesante recorrer las posiciones, las reacciones y las respuestas que están adoptando los varones frente a los cambios de las mujeres. Pueden reunirse en tres grupos:

  • Los CONTRARIOS a los cambios. Su perfil se encuentra entre edades menores de 21 años y mayores de 55 años, o entre aquellos con estudios medios, afectados por el desempleo, trabajadores no cualificados y que viven en ciudades pequeñas, que se relacionan con mujeres que únicamente desempeñan tareas domésticas. Su discurso suele ser androcéntrico, machista o paternalista. Reconocen mayor autosuficiencia de las mujeres actualmente y reaccionan con ira, alejándose con una actitud victimista o actuando a través de la violencia para ‘ponerlas en su lugar’, puesto que “atacan” los roles establecidos. Son antifeministas, descalificadores y desconocedores de las reivindicaciones feministas. Entienden la reivindicación de la igualdad de las mujeres como lucha de poder para dominarlos. En España no suelen arriesgarse a expresar públicamente sus ideas, aunque no tienen problema en admitir su papel de conquistadores y continuar viendo a las mujeres en calidad de objeto.
  • Los FAVORABLES a los cambios, grupo representado, en general, por jóvenes, de estudios superiores, solteros, sin hijos, viviendo en ciudades grandes, y relacionados con mujeres que trabajan en el ámbito público. Algunos no cuestionan su propio rol y se benefician de los cambios de las mujeres (su trabajo e ingresos). Otros son igualitarios ‘unidireccionales’, aceptando que las mujeres asuman ‘funciones masculinas’, pero no a la inversa. Son pocos los (compañeros) que cuestionan su rol para cambiarlo. Existen también, los acompañantes pasivos que delegan toda iniciativa a las mujeres, generan una inversión de roles tradicionales, pero casi no asumen ningún comportamiento “masculino”. En general, este conjunto de varones se define ‘profeminista (s)’, pero es más a nivel ideal que práctico, pues cree que la lucha por la igualdad deben afrontarla sólo ellas. Asimismo, se reconocen huérfanos de modelos masculinos que resulten atractivos.
  • Los AMBIVALENTES frente a los cambios, un sector compuesto, en general, por los varones que fueron adolescentes en mayo del 68, adultos en España a la muerte de Franco, pudiendo vivir (algunos en pareja) con mujeres que trabajan en el ámbito público y con hijos. Según los asuntos de que se trate (lo doméstico, el dinero…), en unos predomina el acuerdo y en otros el desacuerdo. Son los mas quejumbrosos, porque sienten desorientación, incomprensión y desconcierto por los cambios de las mujeres que, muchas veces, ya no pueden (ni desean) controlar. Están debilitados y perplejos. Muchos son resignados-fatalistas, disgustados por los cambios de ellas, intentando acomodarse como pueden. Casi todos están ‘cansados’ de las reivindicaciones feministas, de no ver su fin y con el temor de que ‘les ganen’ en varios campos. Creen que deben cambiar, pero la pereza es más fuerte y tampoco saben hacia dónde, resienten su pérdida de privilegios y comodidades. Algunos exageran sus cambios y esperan grandes aplausos por ‘sus sacrificios’, pero están convencidos que los cambios de las mujeres son imparables. Su solución de compromiso los lleva a comportarse restrictivamente, de manera pragmático-acomodaticia, pero vacía de contenido reflexivo. Otros se sienten descolocados y pueden entrar en crisis existencial en la que se deprimen y/o solicitan psicoterapia (generalmente a iniciativa de sus parejas). Acuerdan vivir la igualdad, pero permanecen encerrados en sus fuertes ideas machistas (que no se atreven a manifestar).

En España, estas tres categorías están representadas por tercios entre los varones, aunque los que se definen claramente como igualitarios frente a los cambios femeninos, por norma los menos apegados a los modelos masculinos tradicionales, representen menos de un 5% (Suiza un 2%), en contraste con otros países europeos en los que se está produciendo un lento aumento de varones favorables a estos cambios. No deja de ser interesante constatar que también comienzan a despuntar los contrarios a dichos cambios entre los menores de 21 años y los que viven la precariedad laboral, pues suelen ver a las mujeres como sus competidoras en el mundo estudiantil-laboral.
En cuanto a las mujeres, son bastantes los grupos que levantan su voz e integran redes de solidaridad y ayuda mutua, en el nivel local, nacional e internacional, frente a la discriminación e injusticia que todavía recorre nuestras sociedades, culturas y religiones. Sin embargo, el conocimiento de los feminismos, sus trayectorias y reivindicaciones, entre la población general, suele ser bastante superficial y, a veces, distorsionado. Sus avances o éxitos todavía no alcanzan más que a una capa muy limitada, aún en las denominadas sociedades del Primer Mundo, donde muchas mujeres (aunque con mayor formación y condiciones que en otras sociedades) continúan subordinadas de distintos modos (mental, simbólica y afectivamente), en una estructura social que no cambia sino muy lentamente y, por supuesto, no en la proporción de las necesidades y exigencias de la mayoría de ellas.
La conquista del voto fue importante, pero no es más que una toma de conciencia real para lograr una auténtica valoración y conocimiento de las posibilidades del propio sexo femenino, unida al conocimiento de las ideologías, circunstancias y problemáticas que lo han condicionado. La poca lucidez para comprender o denegar la problemática profunda de las mujeres, con posturas machistas y abiertamente antifeministas, es una característica distintiva, fundada (erróneamente) en la creencia de que el feminismo es opuesto e incompatible con la feminidad, separa de los hombres y de una confesión religiosa. A eso contribuyeron, tenemos que reconocerlo, algunas manifestaciones reaccionarias que pueden haber dado una imagen unilateral de los feminismos, utilizada y manipulada después por algunos sectores. Hay que admitir también la dificultad que supone, para algunas mujeres, armonizar (si es que se puede) su conciencia feminista con las actitudes y los prejuicios, las postura androcéntricas y patriarcales que perviven en las religiones.
No todas las chicas jóvenes se muestran interesadas por los feminismos. Algunas consideran que están pasados de moda, ya que, según su parecer, las mujeres ya han alcanzado la igualdad (!). Solo si llegan a tener la necesidad/oportunidad de salir adelante por sí mismas, y a sentir la discriminación en varias esferas (por ejemplo, en la búsqueda del trabajo y sus condiciones, o tener que enfrentar la disyuntiva entre vida de pareja o vida profesional, así como asumir toda la carga de la vida doméstica…), pueden llegar a modificar sus posturas. También existe entre el colectivo de las mujeres (de todas las edades) aquéllas que no ha cuestionado (y prefiere no cuestionar) los roles y espacios asignados. Sienten pavor a ser ellas mismas, a expresar sus opiniones, a salir al mundo, aunque pudieran quejarse de la marginación, no siempre logran ver cómo la favorecen.
Invariablemente, son las mujeres con inquietudes intelectuales, políticas, artísticas, y demás, las que continúan teniendo que ‘justificarlas’ y haciendo verdaderos equilibrios para situarse en las sociedades, cuya organización no favorece plenamente su desarrollo individual y proyectos, y eso, tarde o temprano, les exigirá ciertas opciones o rupturas. Mantener una actitud crítica y reflexiva, luchar por la propia autonomía y desear una vida afectiva plena al mismo tiempo, no son cosas fáciles. La ‘masculinización’ de muchas, tal vez sea el único modo para acceder a determinadas esferas, aunque tendría que cuestionarse si a la larga (como parece estar sucediendo) no elimina progresivamente lo femenino y sus espacios sociales, y si es la forma de hacer frente al sistema masculino dominante. Basta observar, por contraste, el poquísimo movimiento de los varones en sentido inverso.
Evaluar el impacto de los feminismos a través de las generaciones de mujeres en contextos específicos es muy útil y deseable, no sólo para abrirnos a sus luchas y resistencias, sino para poder establecer una autocrítica y detectar vacíos, en busca de nuevas estrategias y caminos de liberación para todas.
Tanto ayer como hoy, ser feminista continúa estigmatizando y asigna una nota de mala prensa a quien se atreva a defenderlo, en el ámbito civil o religioso, entre las mujeres y los hombres. El desconocimiento y prejuicios que se tienen contra esta perspectiva de entramado humanista y evangélico, y sus variadas facetas, exige conocerla y ‘remar mar adentro’, sin temor. Una abierta disposición para captar sus reivindicaciones y la toma de conciencia que representa, así como sentido crítico, creativo y liberador para emprender nuevas formas y caminos de relación entre las mujeres y los hombres, son las condiciones previas. Reconocer la asimetría injusta que han vivido las mujeres y abrirse al diálogo transformador, la ruta recomendada.
Tal vez nos sorprenda que la cultura de la guerra que nos domina, que exalta la fuerza y el poderío, el coraje y la identificación simpática con el vencedor (héroe), ‘valores’ tan difundidos internacionalmente por los medios de comunicación en las condiciones actuales, tiene raíces tan profundas como la sumisión de las mujeres. Aún más, al descubrir que existe una conexión íntima entre ambas. Aunque, ahora, las mujeres también vayan a la guerra… Rita Levi Montalcini lo ha denunciado al afirmar: «No es en la violencia, sino en la aceptación pasiva de la autoridad, donde veo hoy el mayor peligro de guerra».
 

  1. La noción de feminismo(s).

¿Qué es el feminismo(s)? ¿Qué es ser feminista? ¿Es cuestión de mujeres únicamente? Son preguntas que intentaremos responder.
La raíz latina de feminismo (femina = del sexo femenino, hembra) y algunas posturas radicales, han llevado a pensar que es cuestión de mujeres o supone una postura ‘anti-hombre’. Es claro que la opresión múltiple que afecta a las mujeres y su transversalidad en los distintos ámbitos, sociedades y culturas, genera una opción ‘pro-mujer’ en el feminismo, aunque no se desprenda de ahí la exclusión del varón. De hecho, inclusive, hubo hombres (no muchos) que de una u otra forma apostaron por la causa de la mujer (Platón, Séneca, Cristo, Juan Espinosa, Cristóbal Acosta, Stuart Mill, Condocert… )
La acepción más común (aunque no sea de uso universal) del feminismo, parte de que feminista es toda aquella persona – mujer u hombre- que cree en: a) La exigencia de reestablecer a las mujeres como sujetos de pleno derecho en todos los ámbitos de la existencia; b) La intrínseca equivalencia de mujeres y hombres en cuanto versión dual y constitutiva de la humanidad; c) La búsqueda y creación de condiciones reales, actitudes sociales y estructuras socio-políticas que la revelen, sostengan y preserven. La lucha del feminismo aglutina, así, a los defensores de la mujer y sus potencialidades y valores, en búsqueda de un sistema igualitario y no-sexista.
Errónea e interesadamente el feminismo se ha visto como contrapuesto al machismo. Éste representa una ideología o movimiento adscrito al sistema patriarcal, que considera al macho como proto-tipo y le concede todo poder en la sociedad. Su rol consiste en dominar a la mujer y sus características son la verticalidad, la exclusión, la injusticia y la desigualdad. En algunas culturas el machismo conlleva la exageración de rasgos considerados como masculinos, especialmente la fuerza física, agresividad y el ejercicio constante de la heterosexualidad, con distorsión y exageración de las características genitales. Bajo esta concepción las feministas serían mujeres frustradas sexual y afectivamente, lo que desemboca en un abusivo enfrentamiento entre los sexos, o bien, las imitadoras del “macho”.
La verdadera oposición del machismo es el ‘hembrismo’, que se refiere a las características complementarias y facilitadoras del machismo, sustentadas (exageradamente) por las hembras: la pasividad, la dependencia, la ausencia de gratificación sexual, la exhuberancia de redondeces anatómicas y el coqueteo.
A la figura del conquistador corresponde la figura de una mujer paciente y sumisa, motivada por la reputación y el honor, que tiene igualmente sus correlatos en las sociedades modernas. En estas sociedades las hembras también han aceptado la dictadura del género, al mostrar su progresiva masculinización (de comportamiento y relaciones) y su naciente violencia y agresividad, como signo de la igualdad. La expresión de la sexualidad o la autosuficiencia económica, la competitividad o el riesgo, el consumo de tabaco y el alcohol, acompañados de la violación, la violencia doméstica y el asesinato serían las características de los machos.
Ambas ideologías defienden en el fondo que los rasgos de personalidad son consustanciales a la biología. Encarcelan, así, a unos y a otras, perpetuando y fortaleciendo su situación. Es difícil desmantelarlas, dado que son interiorizadas en el inconsciente y se transmiten de manera ‘espontánea’. Además, su asunción profunda está relacionada con personas muy cercanas (padre/madre, abuelo/la, hermanos/as, familiares, amigos/as, maestros/as, novio/a…) en el marco de la propia historia familiar que nos acompaña desde los primeros años. Unido a este vínculo afectivo, se encuentra el moral y el religioso, que a través de ciertas prescripciones bloquea e imposibilita imaginar otros modelos, sin causar fracturas internas o grandes crisis. La socialización modela y garantiza la continuidad de los comportamientos de género.
No se puede negar que tantos años de supeditación y discriminación de las mujeres, acompañada de la sobredeterminación de su vida por la producción, la reproducción, la sexualidad y la socialización de los niños, generan inicialmente, en aquéllas que toman conciencia de eso, una manifestación revulsiva y agresiva hacia los hombres, así como un deseo grande de vida propia. En la medida que sea trabajada es posible orientarla a la creación positiva de otras formas de vida, que no tienen por qué suponer el cese de confrontación al sistema (mientras persista) y, por ello, ausencia de conflicto. Tampoco hay por qué negar que es frecuente, tenido como ‘normal’ y asumido sin el menor cuestionamiento (incluso por parte de bastantes mujeres), que muchos varones fácilmente desacrediten, ridiculicen y hagan chiste de las mujeres (aún cuando ellas tuvieran la razón). Tales actitudes encierran, en la mayor parte de las veces, mecanismos de defensa y su intolerancia para escuchar temáticas que les afectan de fondo.
 

  1. Núcleo del feminismo (s)

El feminismo(s) representa un desafío abierto frente al monopolio de la autoridad masculina y su jerarquización, extendida a todos los campos: la sociedad, la cultura, la economía, la política, la religión, el conocimiento, etc. (= patriarcado). Al mismo tiempo, apunta a sus estructuras y prácticas relacionadas con la dimensión política que trascienden las fronteras occidentales. Su núcleo duro puede sintetizarse en tres líneas, que cristalizan en una serie de reivindicaciones específicas:

  1. El logro de la integridad humana de las mujeres
  2. La superación de su situación desventajosa con respecto de los hombres
  3. El establecimiento de la situación de justicia para ellas, extendida a la humanidad y la creación entera.

La historia del feminismo suele dividirse en tres momentos. El primer feminismo, abarca los inicios del feminismo (s. XVIII) y el sufragismo (XIX-XX). En este las mujeres, en EE.UU. y en Europa, buscaron una participación adulta en la vida política. Exigieron la igualdad de derechos legales. A la reivindicación por el sufragio, unieron la de mayor educación y equidad en las condiciones laborales y económicas. El segundo feminismo (denominado ‘segunda ola’, década de los años 60) trató la temática de la liberación de las mujeres y el tercer feminismo (post-feminismo, década de los años 80 a la actualidad…), convertido en movimiento internacional presente en todas las sociedades y culturas, destaca por su autocrítica. Sin embargo, las prácticas diversas de las mujeres, impregnadas de un ‘espíritu de liberación’ en busca de mejores condiciones (sociales, políticas, religiosas, económicas…), recorren las historia y dinámicas de las sociedades, culturas y religiones. Denotan su búsqueda de libertad y justicia en escenarios muy variados y con reivindicaciones también diversas.
En la actualidad, no existe un solo feminismo, sino múltiples versiones o facetas, que siempre han estado vinculadas a los movimientos de las mujeres, desarrolladas a partir de la década de los años 60. Este paso al plural (feminismos) denota la amplitud y diversificación disciplinar adquiridas, que cristalizan en ramas o movimientos: feminismo liberal, socialista o radical, feminismo negro o mujerista, feminismo lesbiano, ecofeminismo, feminismo cultural, feminismo separatista, feminismo marxista, feminismo liberador, etc. Existen diferencias significativas entre estos, aunque sus enfoques comparten la confianza de que la sociedad puede mejorar y la creencia central en la reconfiguración de las relaciones entre las mujeres y los hombres para su transformación, algo que implica eliminar toda relación excluyente y jerárquica, provocadora de múltiples asimetrías.
Las feministas han tenido interés por identificar y analizar las fuerzas que crean, modifican y mantienen el status quo. En esa línea, nacieron los ‘Estudios de las Mujeres’, con el objetivo de rescatar y visibilizar su papel y aporte (tanto de mujeres laicas como religiosas), desde tiempos ancestrales, a través de sus viajes, exilios, narraciones, autobiografías, obras, etc. Asimismo recogen la historia de las resistencias de mujeres negras e indígenas, antes y después de la dominación colonial. Cada vez se extienden a más campos (ciencia, filosofía, pedagogía, teología, historia, literatura, bioética…) y problemáticas, que afectan a la vida social e ideologías, con relevancia en cinco áreas temáticas: la economía, la maternidad, la sexualidad, la religión y las ideas acerca de la naturaleza. Se plantean recuperar la memoria e historia de las mujeres para contribuir a la formación de su identidad y autoestima (hasta el momento no teníamos referentes planteados desde nosotras) y así poder ofrecer, con el tiempo, una visión balanceada de la humanidad, que permita ir transformando la realidad y sus relaciones de poder a través de su crítica y denuncia creciente del sistema dominante (patriarcal o kiriarcal). Aunque, por el momento, en la mayor parte de las universidades (a excepción de EEUU y Gran Bretaña) sean considerados al margen del currículo universitario oficial, muchos se mantienen gracias al esfuerzo y compromiso de algunas mujeres profesoras. Esta exclusión hace que la población estudiantil no llegue sino eventualmente a conocerlos, por no hablar de la población en general, que ignora por completo su existencia. Conocer y difundirlos es un desafío pendiente que permitirá enriquecer y sensibilizar a la temática.
Gracias a ellos se terminó con la idea uniforme y arquetípica de la mujer y se favorecieron múltiples visiones de ella, sus potencialidades y su vida. Se han abierto horizontes que permiten celebrar su individualidad y promover la solidaridad entre las mujeres, afirmando su igualdad frente a los hombres y la estima de su diferencia sexual.
 

  1. Hacia una reciprocidad de género

Las luchas de las feministas o la concesión de ciertos derechos y posibilidades por parte del género dominante poco pueden hacer mientras este no se interrogue a sí mismo su vivencia de la masculinidad y de cara al proyecto original de Dios. De otra manera pudiera suceder que únicamente se intercambian entre los sexos –acrítica y superficialmente– actitudes, mentalidades y comportamientos, asignados tradicionalmente sin modificar la unilateralidad y asimetría en las relaciones.
Actualmente algunas series televisivas (Un paso adelante, Policías, Código Fuego…) de gran audiencia entre las/os jóvenes, pretenden ofrecer un “nuevo” perfil de la pareja humana destacando valores como la autonomía, cercanía, comunicación, solidaridad y sentido de grupo…, a la par que presentan al varón joven, con características como la gran facilidad para la expresión de sentimientos entre sus iguales y con las chicas (varias escenas sucesivas, en una ocasión, eran protagonizadas por ellos llorando…), preocupados por ‘cuidarles’ y escucharles (cualesquiera y por absurdas que sean las problemáticas), comparten todo sin ambiciones profesionales, más bien obsesionados por lograr una relación estable con su pareja. En las relaciones íntimas son pasivos, casi nunca agresivos ni violentos y, en su caso, preocupados por su responsabilidad paterna. Las jóvenes destacan por su alto individualismo, dureza, valentía, agresión, ambición que las lleva a supeditar sus relaciones al trabajo y a postergar todo compromiso de pareja estable e ideal de maternidad. Tienen la iniciativa en la relación íntima, no se ‘contienen’, se dejan llevar fácilmente por el sentimiento e incluso pueden llegar a acosarles a ellos, que se someten a sus dictados. La liberalización profesional de la mujer es clara (policías, bomberos, directoras de empresa…), pocas veces se manifiesta el roce profesional con el sexo opuesto, aunque sí con sus iguales. Ella manifiesta rapidez y valentía en sus movimientos en contraste con él, lento y a la espera de ser dirigido (incluso en las escenas más violentas, ella salta del automóvil y dispara primero, él va detrás de ella…).
Tan sólo se nos presenta una fácil manipulación que da la idea de ‘aires nuevos’. En la figura de él y los suyos han logrado casi eliminar la violencia y alcanzar un nivel óptimo de expresión de sentimientos, aunque, sin definirse personalmente. Ella ha ganado autonomía, algo que la deja insatisfecha y vacía, resuelto una vez más por la intervención de él, por quien vale la pena dejar todo lo alcanzado…; las relaciones con sus iguales continúan siendo de rivalidad (por un varón) y desconfianza. ¿Esto es todo a lo que podemos aspirar? En el fondo, continuamos encarceladas/os en los estereotipos e ideas arquetípicas, ahora revestidos y modificados periféricamente. Esa visión es incapaz de ofrecer una nueva o más rica lectura de la realidad humana y las relaciones vividas (y sus dinámicas) desde una reciprocidad igualitaria que debería traducirse también en sus enfoques, formas de plantear problemáticas, resolver conflictos y un modo de organización social distinto. Así como profundizar en las nociones de ‘igualdad’, diferencia e identidad (utilizadas como sinónimos en el lenguaje cotidiano), y los supuestos que encierran en relación a la teorización del género.
Las ‘nuevas’ palabras se gestan cuando una realidad ya no corresponde a lo expresado. Al mismo tiempo, lo primero que se nos ocurre cuando intentamos dar una nueva imagen es incorporar nuevas palabras, pero al no haber cambios profundos y sustanciales que las acompañen, pueden resultar chocantes y amenazantes, pero además invariablemente reproducirán lo que existe y sus dinámicas. Tal sería el caso de las imágenes arriba descritas que nos presentan los medios de comunicación actual, creados y dirigidos en su mayor parte por varones incapaces de imaginar otros modos de relación entre los géneros.
Un cambio auténtico dentro y fuera de la Iglesia pasa por que los varones logren alcanzar otra comprensión del ser humano y de sí mismos. Ésta viene dada por el proyecto original de Dios, la conciencia de verse afectados por un machismo ancestral y la valoración de la mujer y su voluntad por realizar su condición de imagen de Dios, en absoluta igualdad con ellos. El diálogo puede ayudar a superar las diferencias sexistas, romper la indiferencia o salir de la estabilidad y el miedo, para aceptar la humanidad en su diversidad creadora, rechazando todo aquello que la destruya o desdiga.
Los dos relatos de la Creación (Gen 1.2) asumen que Dios crea al ser humano, varón y hembra, a su imagen y semejanza. Ambos, representan al ser humano y son portadores de la imagen de Dios, sin condicionamientos por su diferencia sexual. El misterio de Dios siempre se ha captado a través de la experiencia histórica específica. Las mujeres que han ganado en autovaloración y autodenominación toman conciencia de su creación igual y bendecida por Dios, lo cual les confiere el ‘señorío en la tierra’ y la capacidad de representarle. Significa que su realidad humana (su racionalidad e inteligencia, capacidad moral, psicología, creatividad, modo de conocer, amar y vivir la corporeidad y su relacionabilidad, que marca todo su ser…) ha de ser valorada y constituye una metáfora adecuada para expresar el misterio divino. El reconocimiento es el presupuesto de la condición de reciprocidad en la relación de los dos géneros, del mismo modo que la reciprocidad es condición de la eticidad real en las relaciones, tejidas desde la relación cotidiana.
El machismo, quizá más fuerte en la Iglesia, cuando se trata de clérigos y religiosos debido al desarrollo histórico, por el que han interiorizado ciertos estereotipos de la mujer (seductora y peligrosa para su condición sexual y afectiva) difundidos tradicionalmente, les hace tomar posturas de superioridad y poder (frente a su fragilidad e inseguridad), segregación, minusvaloración de su aporte de vida y desde la teología, hasta reducirla a servicios auxiliares o suplantación de actividades que les permiten a ellos desentenderse y mantenerse en funciones directivas de la institución eclesial, centros de formación, etc.
En el trasfondo se halla también la problemática relacionada con la interpretación de lo masculino y lo femenino asumida por el sistema patriarcal, de la que tenemos poco conciencia sobre su contenido y alcance. Esta plantea lo masculino y lo femenino en términos de oposición dualista, lo que genera la no-aceptación, segregación e inferiorización de lo femenino y sus valores. Algo que puede rastrearse a través de los aspectos que han definido a la masculinidad (la ausencia de características femeninas, fuerza y dureza, posesión de dinero, control de las emociones, la utilización de la violencia) y, de manera más contundente, en el desarrollo y actitudes de los niños y niñas. No entro en el análisis de esta última cuestión -ya lo hice en otra parte– pero sí destacar, en el caso del niño que llega a mostrar su sensibilidad y expresar sus sentimientos, cómo la presión social (de sus iguales, familiares o la escuela) puede generar en él diversas reacciones: la subordinación al modelo hegemónico, la complicidad o la marginación. Implícitamente aprendió que la afectividad y la expresión de los sentimientos están asociados a la debilidad y, con ello, a la feminidad, esto los convierte en aspectos a rechazar y poco importantes (además de ser problemáticos) para su vida.
El “mito de los sexos opuestos”, con el tiempo, ha llevado a una comprensión de la diversidad como “lucha de contrarios” o incomunicables. Esto es, la comprensión de lo masculino solo se realiza en las antípodas de lo femenino y lo contrario. Significó la necesidad del varón de reafirmarse a través de la fuerza, la dominación y la separación de la mujer. Esta dinámica le hizo creer que la realidad era solo masculina, asociada a la racionalidad, al poder y a la eficacia. Creció su incomunicación y desconexión con la mujer y la vida. Perdió de vista que la diversidad de las identidades (masculina y femenina) representa el Género humano y que la propia imagen de la unidad de Dios se realizaba a partir de ambas. Hoy se ve abocado a superar el miedo y la falta de visión constructiva de la diversidad.
Necesitamos recuperar una visión positiva de la diferencia sexual en términos de dualidad, que significa relacionalidad recíproca e integradora, necesaria para construir la unidad. Hay que crear actitudes de apertura para comprender el género diverso, aceptarlo y acoger su diversidad creadora para superar el sexismo. Lo contrario a todo esto lleva a continuar promoviendo el modelo fundado en el dominio, la asimilación, la competencia o superioridad de un género (masculino) que genera la «asimetría» padecida injustamente por las mujeres, lo que no equivale únicamente a cometer una injusticia, sino que ha de ser visto como un pecado contra el plan de Dios. Los intereses de ellas, tampoco son sólo los de un grupo marginado, sino que transmiten la «preferencia» de la empatía divina hacia los más débiles. ¿De qué maneras concretas los varones toman partido a favor y/o en contra (sin que por esto queden descartadas muchas mujeres que también carecen de esta sensibilidad)?
También se desprende que el varón debiera apreciar y requerir del aporte de la mujer (su reflejo), para identificarse a sí mismo y descubrir facetas nuevas del ‘rostro de Dios’. Al auto-designarse como mediador exclusivo entre lo humano y lo divino, no suele requerir de ninguna otra mediación. En contrapartida, y por efecto, la mayoría de las mujeres que no pueden descubrirse a sí mismas (alineación), ni a Dios, sino a través de la única mediación legitima de lo masculino, que les ha sido inculcado a lo largo de la historia.
Interesa subrayar que la vocación humana se realiza viviendo desde el principio de la equivalencia y reciprocidad. La referencia a la experiencia del género (y la creación) es ineludible y se construye mediante relaciones caracterizadas por la dinámica de una ‘cercanía compartida’ y la ‘separación’, cuya piedra angular es el reconocimiento y la autonomía-relacional. Sobre el trasfondo de una valoración mutua, confianza, respeto, apertura de corazón, palabra, caricia, cuestionamiento, acompañada de la tensión y conflicto, el perdón y la alegría. La puerta de entrada es la intransigencia hacia las prácticas sexistas acompañada de la disposición para el diálogo interpersonal.
La necesidad del encuentro dialogal sigue siendo una categoría básica. El diálogo emerge de constatar que no existen saberes y voluntades universales (Habermas) y apunta a la transformación/inclusión. El diálogo resulta de la voluntad de entendimiento, nacido de la capacidad de acordar o conciliar, entre aquellas/os que persiguen fines comunes. La comprensión (= facultad de abarcarse recíprocamente entre sujetos) produce cambios en las subjetividades de los participantes, sin que suponga la eliminación de la diferencia ya que, precisamente, constituye la posibilidad de que ésta y una variedad de problemas afloren y puedan ser procesados. Por ejemplo, la intransigencia hacia las prácticas sexistas permite explicar la contribución de cada una/o a la preservación del sexismo. Al ser evidenciada, ese proceso puede llevar a terminar con cualquier identidad fundamentada en el sexo o la sexualidad.
A.Touraine afirma con lucidez que ya no es posible «mostrar una figura central, única, del sujeto humano: no hay nada por encima de la dualidad del hombre y la mujer. Al mismo tiempo el sujeto es pertenencia a la racionalidad y experiencia cultural particular, son diferentes biológica y culturalmente en la formación de su personalidad, en su imagen de sí mismos y en sus relaciones con el Otro». Esta frase equivale a una sentencia programática inicial, a profundizar teórica y prácticamente, en todos los ámbitos.
Ya ganaríamos si algunos varones comenzaran por dejarse interpelar y reconocieran: (1) Su situación personal frente a los cambios de las mujeres para empezar a salir de su actitud “silenciosa”mayoritaria característica, en lo referente a temáticas feministas. (2) La validez de las interpretaciones de las mujeres acerca de su experiencia humano-religiosa, sus necesidades y sabidurías, que difieren de la mujer ‘inventada’ por ellos (natural y ahistórica) determinante de su estatus relativo en las sociedades y religiones. (3) Sensibilidad y aprecio por la toma de conciencia de las mujeres disconformes y enfadadas por la injusticia institucionalizada (desigualdad) del sistema patriarcal y los intentos de aquéllas por desafiar ideas, prácticas e instituciones y el poder coercitivo, fuerza y autoridad que las mantiene.
Necesitamos una plataforma que fomente la sensibilidad y participación-riesgo/decisión por construir nuevos estilos de vida, que no encierren al ser humano en un modelo único y le conduzcan otros modelos de organización social y política. Nada fácil ya que ‘ser y sentirse varón’ (construcción de la identidad masculina social y subjetiva) ha estado unido a la reproducción y mantenimiento del status quo, sustentada en los mitos de la superioridad masculina y la disponibilidad femenina, la autosuficiencia, la belicosidad heroica y el respeto a la jerarquía que promueve el sistema sexo-género. Incluso porque representa para él una pérdida de imagen, derechos y prerrogativas, de lo que deriva el no percibir, ni interesarse en la igualdad real de las mujeres como problema. Además de la falta de modelos alternativos que pudieran ayudarle a desidentificarse del tradicional, se halla la presión social y la censura de los iguales.
La igualdad real de las mujeres plantea un nuevo ideal de sociedad y de relaciones mujer-varón. El voluntarismo o cambios individuales, es insuficiente, sin las estrategias sociales, políticas y religiosas. Asentado sobre el reconocimiento del peso que ha tenido la interpretación del cuerpo sexuado (de la mujer y el varón) condicionada por la biología, la historia y los simbólico, difundida y garantizada mediante la socialización (procesos y relaciones), al mismo tiempo que mantiene la certeza de su sentido abierto. La condición de sujetos permite construir nuevas formas de vida y relación, sin amoldarse a la dictadura del género. Este comportamiento supone desarrollar las propias potencialidades prescindiendo de que sean femeninas o masculinas, no sin contradicciones, conflictos, ambigüedades, que forman parte de nuestra condición.
 
Cf. Sau, Victoria (20003 ).‘Género’, en: Diccionario ideológico feminista, v. I, Barcelona: Icaria, 133-137.
Los datos proceden de la ponencia presentada por Luis Bonino Méndez, Los varones frente al cambio de las mujeres, en el Primer Congreso Internacional de Masculinidad, celebrado en Bilbao, abril de 2001.
Pueden verse los informes de las distintas Conferencias Internacionales de la Mujer, celebradas desde México, 1975, y en particular, el diagnóstico de la Conferencia Internacional de Beijing (1995) y su evaluación en la reunión de Nueva York, 2000.
Cf. Bordieu, P. La domination masculine, París: Seuil.
La psicología del oprimido/a de F. Fanon, P. Freire, Ch. Taylor…destacan como la psicología del oprimido/a, lleva a no ver, incluso cuando han sido removidos los obstáculos que le oprimían, eso hace que continúe actuando de la misma forma. En la mujer la automarginación (relacionada con su autoimagen y autovaloración) ha favorecido el sistema, así como las connotaciones sociales y religiosas de la vivencia de la transgresión. Cf. Lagarde, Marcela (20012). Claves feministas para la autoestima de las mujeres, Madrid: Horas y Horas.
Ciertas imágenes transmitidas por los medios de comunicación durante las décadas de los años 60 y 70, que reflejaron una presencia masiva de las mujeres desfilando, pidiendo a gritos libertad y el derecho a la decisión sobre su cuerpo, así como el aborto… perviven en la memoria de muchos/as de edad media o avanzada.
Ella es una destacada neurobióloga, premio Nobel de medicina y pacifista militante. Cf. Montalcini Levi, R. (1998). Elogio de la imperfección, Barcelona: edic. Beta.
Cf. Harris, M. (1995). Nuestra Especie, Madrid: Alianza. Gilmore, DD. (1994). Hacerse hombre. Concepciones culturales de la masculinidad. Barcelona, Bs.As, México: Paidós.
Cf. Käppeli, Anne-Marie (2000). Escenarios del feminismo, en: Historia de las Mujeres, v. 4, Madrid: Taurus, 497-530; Offen, Karen (1988). Defining Feminism: A Comparative Historical Approach, Signs 14 (1988) 119-157.
Cf. Kensch, Lori J. Feminism, en: A companion to American Thought, USA/UK: Blackwell Publishers, 232-235.
En la década de los años 60, con el nombre de ‘Estudios de la Mujer (Woman’s Studies), sucesivamente, ‘Estudios Feministas’ en la década de los 70 y, finalmente, en la de los 80 como ‘Estudios de género’.
Amorós, Celia (1994). Igualdad e Identidad, en: Amelia Valcárcel (comp.). El concepto de igualdad, Madrid: ed. Pablo Iglesias, 29-48.
Para el planteamiento educativo más detallado puede verse mi artículo: Para que el rumor de Dios no se acabe ni apague…Jornadas de Pastoral 2003. FERE, Madrid. Una recopilación de artículos en esta línea puede verse en: Spender, D. / Sarah, E. (1993). Aprender a perder. Sexismo y educación. Barcelona: Paidós ed.; Henriques, F. (1994). Igualdades e Diferenças. Propostas Pedagógicas. Porto: Porto edit.
Cf. Vidal, M. (2000). Feminismo y ética. “Femenizar la moral”, Madrid: PPC, 96.
Cf. Touraine, A. (1997). ¿Podremos vivir juntos? Madrid: PPC, 253.