Flores de otro mundo

1 septiembre 2000

El debut de la actriz Iciar Bollaín tras las cá­maras no pudo ser más prometedor: Hola, ¿estás sola? sorprendió por su frescura narrativa, por la transparencia de su estilo y, ante todo, por la inhabitual capacidad para crear personajes de indudable densidad humana. Estas mismas vir­tudes se consolidan y, sobre todo, se ahondan en su segunda película, en la que la historia de tres mujeres que buscan pareja para resolver sus conflictos vitales deviene otra vez en un porten­toso ejercicio de sutileza a la hora de retratar se­res que están vivos más allá de la pantalla.
En Flores de otro mundo, a partir de las peripe­cias de Milady, Patricia y Marirrosi, se acaba por tejer una tupida red de contenidos en la que se cruzan temas tan candentes como la inmigra­ción ilegal, los contrastes culturales, las dificul­tades de la vida en el ámbito rural, el papel de la mujer en la sociedad, los malos tratos o la bús­queda de vínculos afectivos por medios, diga­mos, artificiales (sección «contactos», agencias, e­mails…). Estas cuestiones, sin embargo, no con­dicionan en ningún momento el curso de las his­torias, no son elapriori sobre el que la directora decide montar una trama, sino que surgen de modo natural del desarrollo de existencias cuyo curso fluye,en la obra, libre de cualquier propó­sito impuesto desde fuera. Al contrario que, por ejemplo, American history X, donde los temas convertían el relato en un formulario ejercicio de ilustración, en la obra que hoy comentamos to­dos esos asuntos de interés se abordan sin didac­tismos, sin moralinas, sin la intención de demos­trar una tesis que condicione de antemano la ver­dad de lo que se está contando.Flores de otro mundo llega a lo abstracto, a las ideas, por la vía siempre concreta, imprevisible y abierta de la in­dagación en la experiencia humana. Como toda obra con sello de autenticidad, más que demos­trar, pretende mostrar.
La estructura de la película entrelaza tres his­torias situadas en una misma localidad, un pe­queño pueblo que organiza anualmente una re­cepción de mujeres (siguiendo el modelo de «Plan») con el fin de emparejar a sus solteros. Dos de las protagonistas, Milady y Marirrosi, entablan mediante este recurso sendas relacio­nes afectivas que, a lo largo de la película, van a correr en paralelo y, sin conectarse, van a reso­nar, no obstante, la una sobre otra:
 Milad y es una muchacha dominicana con dos hijos, una inmigrante ilegal que busca marido con el único fin de regularizar su situación en nuestro país, a pesar de que aquí se siente re­chazada y, lo que es peor, desarraigada. Para ello, se casa con un agricultor humilde, un buen hombre con una madre tiránica que sólo ve en su nuera a una usurpadora. De esta re­lación, en principio interesada, acaba por sur­gir un cariño profundo que une definitiva­mente a los dos cónyuges.
 Marirrosi, mujer madura, también tiene un hijo. Es separada y vive en Bilbao. En la visita al pueblo se enamora de un hombre que ha deci­dido abandonar la vida en la ciudad para re­cluirse en el medio rural, donde se dedica al cultivo en viveros. A pesar del amor que sien­ten, su proyecto de pareja se trunca ante la constación de que ninguno está dispuesto a re­nunciar a su modo de existencia por el del otro.
En ambas historias se repiten motivos (un agricultor y un cultivador de viveros son los per­sonajes masculinos; las dos mujeres tienen hijos que defender, fruto de experiencias sentimenta­les previas frustradas; ambas viven un profundo sentimiento de desarraigo en el pueblo, una de su patria, otra del ámbito urbano en el que se de­senvuelve cotidianamente; el amor, en un caso, surge paulatinamente y rompe todas las barre­ras y, en el otro, nace por enamoramiento ins­tantáneo pero se ve frustrado por las circunstan­cias…) de tal manera que, aunque se trate de anécdotas independientes, se contrapuntean y se enriquecen mutuamente, hasta trazar un in­tenso fresco a propósito de lo complejo de las re­laciones humanas.
La última «flor», Patricia (una joven cubana que ha huido de la isla con el rico del pueblo, quien sólo la considera una propiedad más que exhibir y del que huirá a la busca de nuevos ho­rizontes), completa esta panorámica sobre muje­res y hombres que se buscan, se topan, se en­cuentran y desencuentran con el digno propósi­to de esquivar la soledad y el fracaso.

JESÚS VILLEGAS

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