Formación al servicio de la evangelización

1 septiembre 2004

Nadie forma a nadie.

Nadie se forma a sí mismo.

Nos formamos unos a otros en la convivencia.

(P. Freire)

          Existe un acuerdo generalizado en la praxis pastoral sobre la necesidad y urgencia de formación de todos los agentes de pastoral: animadores de grupos cristianos, catequistas, dirigentes de asociaciones y movimientos. Sin embargo, tal acuerdo es más débil cuando empezamos a hablar del tipo concreto de formación que precisan. Unos dan mucha importancia a los objetivos y contenidos que se deben conseguir como preparación para desempeñar la acción pastoral; otros, a los estilo, a las condiciones específicas, a las metodologías.
 
¿Qué formación?
 
            Me parece necesario que, antes incluso de empeñarnos en la tarea formativa de nuestros agentes de pastoral, empecemos por reflexionar sobre el tipo de formación necesaria. Creo que lo verdaderamente importante no está en los contenidos, ni en las condiciones requeridas, ni en las metodologías. Todo ello habrá que tenerlo en cuenta. Pero la verdadera formación mira, más bien, a entrar en un proceso de madurez cristiana como tarea permanente y dinámica, en vistas a realizar la vocación/misión encomendada. En este quehacer, el verdadero protagonista de la formación es el mismo agente; pero el proceso acontece solamente a través de la experiencia en su realidad social y eclesial, en relación con el ambiente y la cultura, con la indispensable colaboración de “formadores” y de la propia comunidad de fe.
 
Conviene resaltar que la formación no es nunca algo estático, metas y condiciones que se alcanzan de una vez para siempre. Es necesario tener muy en cuenta el desarrollo de cada persona y situar el quehacer formativo, de forma dinámica, en la perspectiva de una respuesta continua, estimulada por la evolución de cada uno, por las exigencias de la situación y por las circunstancias que marcan la existencia.
 
¿Qué formadores?
 
Este tipo de formación, apenas pergeñado, motiva también la superación del perfil tradicional del formador de catequistas, dirigentes, animadores de grupos, de todos aquellos que englobamos como “agentes de pastoral”. Quizás el modelo tradicional privilegiaba el conocimiento y la enseñanza del mensaje cristiano, la organización y las metodologías. Hoy resulta todavía más necesario que el conocimiento de los datos de la fe, el crecimiento y maduración de una actitud global de fe, vivida en esperanza, con espíritu comunitario, con capacidad de discernimiento. Todo ello, traducido a la realidad concreta, comprende: asimilación del espíritu de Cristo y de sus opciones básicas, inmersión en la vida social y eclesial, sensibilidad ante los signos de los tiempos, estar preparado para los cambios y saber cambiar, percibir la complejidad de la vida actual, estar siempre en camino y en proceso de conversión y de formación.
 
Más que maestros, los formadores son acompañantes, que ayudan a quienes inician un ministerio eclesial a transformar la propia experiencia en experiencia de fe, a madurar actitudes cristianas, a alcanzar experiencia pastoral. Refiriéndose concretamente a los catequistas, el Directorio General para la Catequesis destaca tres dimensiones para su formación: ser, saber, y saber hacer. La más profunda es el ser del catequista, que hace referencia a su dimensión humana y cristiana. La formación ha de ayudarle, ante todo, a madurar como persona, como creyente y como apóstol. Después está todo el ámbito del saber, que implica el conocimiento y competencia en el mensaje que se transmite y al destinatario que lo recibe; y finalmente está la dimensión del saber hacer, que orienta toda la comunicación del mensaje, en cuanto educador de personas y de la vida de estas personas. Evidentemente, cuanto el documento catequístico anota, resulta sumamente válido y precioso para todos los agentes de pastoral. Quizás lo que nunca podemos perder de vista es, sencillamente, que de lo que se trata es de formar agentes para las necesidades evangelizadoras de este momento histórico que vivimos, con sus valores, sus desafíos y sus sombras.
 

Eugenio Alburquerque

directormj@misionjoven.org