Fragilidad afectiva y maduración personal

1 junio 1999

Pie de autor:
Iosu Cabodevilla es psicólogo y terapeuta…
 
Síntesis del artículo:
“Cada ser humano tiene que desarrollar sus potencialidades, ser quien realmente es, madurar”. En entramado de cada persona y más en las condiciones socioculturales que rodean hoy la vida, existe una particular dificultad para asentar adecuadamente la afectividad. Frente a un mundo anónimo y asumiendo la «fragilidad humana», el autor apuesta por «el coraje de ser cada uno quien es», sugiriendo diferentes pistas y estrategias educativas para lograrlo.
 
 
 
 
 
Recorrí toda la tierra en busca de una luz que me guiara. La busqué sin descanso, de día y de noche, y luego me dijo un predicador, quien me reveló la verdad, que la respuesta está dentro de mi alma, y que la luz que andaba buscando por todo el mundo estaba dentro de mi.
SABIDURÍA ORIENTAL
 
En estas páginas que siguen voy a reflexionar a modo de pinceladas sobre algunos aspectos que tienen que ver con cierta fragilidad emocional y su relación con el proceso de crecimiento personal, al cual todos, por nuestra condición humana estamos llamados.
Vivimos en una época difícil para la historia de la humanidad, pero también de las más apasionantes, hemos pasado en pocos años de generaciones dirigidas por la tradición, a una generación dirigida por si misma, lo que Riesman ha llamado con acierto «la muchedumbre solitaria». En pocos años, decía la sociedad ha abandonado viejos estilos de vida que permanecieron durante siglos, las normas y los valores de otras épocas han caído, y la sociedad actual no nos proporciona una imagen clara de «lo que somos y deberíamos ser».
 
La vida es un proceso de cambio, que nos dirige a desarrollar nuestras capacidades, para llegar a ser quien realmente se es.
Para entender el termino «ser humano» hay que tener en cuenta que «ser» es una forma verbal que implica cierto devenir.
Tiendo a pensar, de una manera un tanto condensada, que cada ser humano tiene una, y solo una necesidad básica en la vida: desarrollar sus propias potencialidades, en definitiva ser quien realmente se es, madurar.
 
         1  Cabeza, corazón, mano y «aliento»
 
Cuando llegues al final de lo que debes saber, estarás al principio de lo que debes sentir.
KHALIL GIBRAN
 
La afectividad es, sin lugar a dudas, una parte importante del Yo, y es de ella de la que nos vamos a ocupar en relación con el proceso de maduración personal.
Posiblemente la afectividad sea uno de los componentes más importantes en el desarrollo psicológico de las personas.
Hay autores que hablan de tres grandes áreas o dimensiones del Yo o de la persona:
 
Área cognitiva, del saber o del pensar, que la podríamos representar por una «cabeza».
Área afectiva, del saber ser o del sentir, que la podríamos representar por un «corazón».
Área de la habilidad, del saber hacer o del actuar, que la podríamos representar en una «mano».
 
Estas tres dimensiones junto con la parte más física o biológica, ese cuerpo concreto, sexualizado, con forma de hombre o de mujer en el que se materializa nuestro ser, estarían en la base de la persona, sin descartar esa parte a la que algunos autores llaman el «Aliento», esa corriente de vida interior que atraviesa todas nuestras estancias (dimensión espiritual).
Aquí nos vamos a referir a la dimensión que hemos representado con un corazón.
Este área afectiva o del sentir, se va desarrollando a lo largo de todas y cada una de las etapas de la vida, de tal manera que no hay un solo momento vital en el que dicha área quede tan invariablemente establecida que no sea susceptible de modificación. En realidad está siendo modificada constantemente como resultado de una continua interacción con el entorno exterior y el mundo interior de la persona, si bien tiende a consolidarse de una forma estable y organizada.
Por ello, los primeros cimientos de su estructura, aprendidos en la infancia y puestos en crisis en la adolescencia, son más flexibles, dinámicos y fáciles de alterar que los que se producen en la adultez.
 
Con todo esto que acabamos de mencionar, podemos afirmar que una de las necesidades más perentorias del ser humano es la de afecto.
Los niños cuya infancia se ha visto privada de afecto manifiestan un considerable retraso en las distintas etapas evolutivas: empiezan a caminar más tarde de lo normal, presentan dificultades en el lenguaje y, en general, su desarrollo intelectual se caracteriza por serias deficiencias. «Sin afecto, escribió Jean Piaget, no habría interés, necesidad, ni motivación, y, consecuentemente, nunca se plantearían preguntas o problemas y, por lo tanto, no habría inteligencia».
Posiblemente la afectividad constituye el componente más importante en el dinamismo de la personalidad. La psicología clínica nos recuerda que la mayoría de los desordenes psíquicos tienen su origen en estados de carencia afectiva o como interpretación de carencia.
Es sabido que todos los niños captan de forma muy especial las manifestaciones de cariño de los adultos.
Desde el momento en que nace, el niño siente y vive lo que ocurre en su entorno, en su relación con los demás, de la misma manera que a los adultos, por lo que algunos han afirmado que el ser humano en soledad no existe, y sostienen que las personas sólo nos podemos realizar como tales en compañía de otras personas.
 
La comunicación, por lo tanto, es algo consustancial al ser humano. El hombre y la mujer son seres en relación, viven en comunicación; es más, se engendran en comunicación.
De cómo sean nuestras relaciones va a depender en gran medida el que podamos desarrollar todo nuestro potencial humano, especialmente el afectivo.
La maduración personal es fruto de un proceso más que de un estatus, y ocurrirá siempre que el ser humano encuentre las condiciones necesarias y pueda moverse con libertad.
La madurez psicoafectiva es el fruto de una síntesis armoniosa entre los diversos componentes de los dinamismos (físico, afectivo y emocional). El hombre afectivamente maduro goza de un notable margen de libertad interior y puede amar de manera constructiva.
 
Muchas de nuestras actitudes y comportamientos inmaduros son residuos de nuestra infancia que han quedado incrustados en nuestro yo. Lo que podemos hacer con estas impurezas es saberlas reconocer y aceptar como propias, tratando de integrarlas en el contexto de nuestra personalidad.
Cuando hablamos de madurez afectiva, nos tenemos que referir necesariamente a una persona que es capaz de expresar sentimientos, que se comunica desde el corazón, lo que hoy algunos psicólogos llaman inteligencia del corazón. Se trata de una comunicación que nos permita una fluidez de contacto tanto con el propio interior, como con los demás.
La comunicación, por lo tanto, resulta imprescindible para el crecimiento personal en su esfera afectiva, igual que lo es el alimento para su crecimiento físico.
 
 
2  La pérdida de identidad en un mundo anónimo
 
Si quieres saber cómo reconocer a un profeta, fíjate en aquel que te proporciona el conocimiento de tu corazón.
SABIDURÍA PERSA
 
Existen pautas y modelos culturales de la sociedad en que vivimos, tendentes en general a reflexionar poco, a la superficialidad, al ocio pasivo que no genera interrogantes.
Tengo la impresión de que muchos jóvenes y, no tan jóvenes, pasan por la vida de una manera anodina. Sin un interés real por lo que están haciendo. Suelen ser conformistas, con poco les basta y, no se interrogan sobre lo injusto
o lo que se puede mejorar pudiendo ser presa fácil de lo que se conoce como «pensamiento único».
Se diría que se acercan al vivir de cada día sin deseos, ni gustos. Como si el tiempo de pasarlo bien, de gozar, de aprender y crecer fuera en la niñez. Por lo general tienen cara de aburridos. Pareciera que han perdido su espontaneidad y su capacidad para sentir de forma directa. A veces, ni siquiera se dan cuenta de lo que hacen en cada momento.
 
En términos de Viktor E. Frankl, la gran enfermedad de nuestra época es la falta de rumbo, el hastío y la falta de sentido y finalidad. Es frecuente en esta sociedad contemporánea de masas, que el individuo se sienta despersonalizado, alienado, distanciado, incomunicado. Este aislamiento, soledad y alienación son características, no sólo de los pacientes neuróticos, sino en general de la gente de nuestra sociedad.
Como señalan Sartre, Marcuse y otros muchos existencialistas, el individuo escapa a la ansiedad, dejándose absorber por el conformismo, en esa tendencia a perderse en la marea de actitudes y respuestas colectivas e impersonales.
 
Mientras escribo estas líneas no puedo olvidarme del los Albano-Kosovares desplazados tanto por Milosevick como por las bombas de sus amigos. Qué pocas voces discordantes, diferentes, ahora que nuevamente la locura nos persigue y asola este final de milenio, en el que el nuevo Amo truena sobre la inteligencia y la sensibilidad en el cielo de la vieja tierra de los Balcanes.
Estamos viviendo y contemplando el auge imparable, silencioso y abrumador del poder a través de la cultura, de la educación, de la información, que nos tiene parados, mirones, inútiles, quietos.
 
La capacidad de los medios de comunicación para producir en el espectador la impresión de realidad es inmensa.
Utilizan los métodos de siempre, pero más sofisticados: descalificación, reafirmación de  sus «mayorías democráticas», la «paz», el nuevo orden internacional.
En este final de milenio vemos un feroz capitalismo transnacional que afecta no sólo a las bases materiales de la explotación (el trabajo), sino también a las relaciones humanas e incluso a la persona como ser con conciencia de si mismo.
En este nuevo sistema de explotación total, las relaciones humanas son objeto de manipulación. El ocio, las vacaciones, la diversión, no escapan de ello.
 
Las relaciones sociales van desapareciendo, he escuchado en mi consulta de psicoterapeuta infinidad de quejas de las dificultades que tienen las personas en encontrarse, en hacer amigos, en conocer a una pareja.
La «caja tonta» (tv) ha vencido a las tertulias familiares y vecinales, cada vez se ven menos grupos de personas que en los atardeceres de verano se encuentran charlando mientras «toman la fresca». Los comercios de siempre (pequeños centros de relación personal) desaparecen ante las grandes superficies, donde anónimos compradores pasan por caja de anónimas y explotadas cajeras.
Pero aún hay mas, el capitalismo de hoy trata de construir la realidad del propio pensamiento individual, en base a sus propios intereses. Manipulación, medias verdades, mentiras, creación artificial de deseos, todo ello en función del «pensamiento único».
 
Y por desgracia son los jóvenes y adolescentes (materia prima para la rebeldía y el cambio) que arrastran la carencia de modelos y maestros, sin una identidad y autoconsciencia propia, los más vulnerables a esta manipulación.
A falta de estos jóvenes desposeídos de si mismos, nuestro mundo hoy aparece vacío de utopías, de proyectos transformadores de una sociedad injusta.
Todos los avances técnicos (internet, multimedia, tv digitales…) están alienándonos todavía más de nosotros mismos. Ya no podemos ni localizar el poder y tan solo nos queda comprobar nuestra impotencia.
En la era del pensamiento único, es lógico se propugne, un mercado único, una policía única, una tortura única, una justicia única, un ejército único (OTAN), etc., en el que no caven los pueblos, y se impone el Estado, y las «razones de Estado» para ocultar, tergiversar y manipular crímenes tan horrendos como los de tortura, secuestro o asesinato. Lo que contribuye a que los jóvenes encuentren más dificultades en encontrar su propia identidad.
 
¿Qué hacer para combatir las multinacionales de la información de nuestro tiempo que nos preparan una realidad virtual? Una sociedad que participa como si de una orgía se tratara contra cualquier tipo de diferencia. Incluso los «intelectuales agradecidos» de turno (periodistas, escritores, jueces estrella, catedráticos…) se prestan a hacer el juego y apuestan por la uniformidad. Aquella «una y grande» de otro tiempo, que creíamos olvidada, emerge de nuevo a nuestra conciencia pero de formas más sutiles.
 
 
3  Dificultades en el proceso de maduración afectiva
 
Uno de los dos fue junto a su vecino porque se buscaba a sí mismo; el otro porque de buena gana se perdería a sí mismo. El desamor por uno mismo hace que la soledad se convierta en prisión.
NIETSZCHE
 
Todo nuestro mundo está en flujo constante. Podemos decir que hay en todo organismo, a cualquier nivel, una corriente subterránea de movimiento hacia la realización constructiva de sus posibilidades inherentes.
Cada uno de nosotros es un proceso constante. Mi experiencia posee la cualidad de ser continua, móvil, siempre cambiante. Todos los seres vivos están haciéndose. Como dice Carl Rogers la persona sana «es aquella que vive cómodamente en el cambiante fluir de su experiencia».
Cada paso en el proceso de crecimiento significa que la persona vive menos como un autómata en una sociedad conformista, y más como alguien que trasciende el tiempo, es decir, alguien que vive de acuerdo con lo que elige, dirigiendo su objetivo a ser cada vez más libre, honesto y responsable.
 
Se les ha llenado a los jóvenes la vida de cosas, de conocimientos técnicos, y vaciado de afecto, de compañía, de modelos para aprender a vivir. Recientemente en mi consulta de psicoterapeuta, una mujer joven de 34 años en trámite de separación me señalaba, «me han enseñado a valerme por mí misma en el trabajo, en la sociedad, hablo idiomas, si ahora me dejaran en Nueva York con un dólar, me las arreglaría para vivir, pero no me han enseñado a manejarme en las distancias cortas (afectos)».
 
Erich Fromm ha señalado que la gente de nuestra época ya no vive más sometida a la autoridad de la Iglesia o de las leyes morales, sino a «autoridades anónimas» tales como la opinión pública. La autoridad es el mismo público, pero esto no es más que un conjunto de individuos cada uno de los cuales tiene su dispositivo de radar ajustado para descubrir lo que los otros esperan de él o de ella. Participamos a lo largo de la vida temerosos de nuestra propia vaciedad colectiva.
Es frecuente en esta sociedad contemporánea de masas, que el individuo se sienta despersonalizado, alienado, distanciado, incomunicado.
La atención de los jóvenes y también de los adultos, está difuminada, en parte por las muchas llamadas externas que recibe. Nos han enseñado a correr, a las prisas, a la eficacia.
Nuestros sentidos y nuestra experiencia se ven  sometidos a los estallidos estridentes del consumo.
El gran peligro de esta situación es que nos lleva, tarde o temprano, a un penoso estado de ansiedad, cuyos resultados finales puede ser la disminución y el empobrecimiento psicológico de las personas, o bien el sometimiento a algún tipo de autoritarismo destructivo.
 
Otra de las características del ser humano de hoy es la soledad. Las personas describen este sentimiento como un estar aislado. La soledad es para muchas personas una amenaza tan omnipotente y penosa que les resta posibilidades en cuanto a apreciar los valores positivos que entraña y, a veces, incluso se sienten amedrentados ante la perspectiva de estar solos.
Para evitar la soledad y el vacío hay que escuchar a los demás y a uno mismo. Atender, escuchar y comunicar es una forma de regenerarse y crecer.
Los jóvenes actuales, hijos del «pensamiento único», no están especialmente capacitados para un encuentro consigo mismos, que les permita madurar y realizarse.
Vivimos un tiempo en el que no está de moda hablar de uno mismo, un tiempo en el que no se lleva pararse a pensar por el sentido de las cosas, por el guión que le queremos dar a nuestra vida.
 
No podemos afirmar que el cultivo de la autoconciencia sea una tarea corriente entre los jóvenes. La atracción por los espejismos placenteros suele ser más común. Conocerse, aceptarse, quererse más y tener confianza en sí, lo cual no implica pasividad sino reconocimiento y valoración objetiva de los propios recursos, habilidades y limitaciones, no parece que sean motivaciones fundamentales entre los jóvenes de hoy.
La conciencia es el lugar donde se produce la maduración. Ser conscientes de lo que decimos, de lo que hacemos, de lo que pensamos, de cómo actuamos. Ser conscientes de dónde venimos, de cuáles son nuestras motivaciones, es posible que nos ayude en esta difícil tarea de llegar a ser quien realmente somos.
 
 
4  El coraje de ser quien se es
 
Arriesgarse produce ansiedad, pero no hacerlo significa perderse a uno mismo… Y arriesgarse en el sentido supremo es precisamente tomar conciencia de uno mismo.
KIERKEGAARD
 
Es a través de la comunicación, del contacto con otra persona o con nosotros mismos como nos vamos realizando. Una relación es de calidad y, por lo tanto madura, en primer lugar cuando permite a una persona aceptar objetivamente la identidad del otro o la otra, como diferente de si mismo.
El reconocimiento recíproco permite a las personas ser ellas mismas auténticas y enteras. Favorece la toma de conciencia del valor y la personalidad propias, a la vez que reconoce como diferente al otro y lo aprecia en su diferencia.
En general buscamos que alguien llene nuestros vacíos, nos deje agarrarnos, nos tape nuestra soledad…y vamos tirando a costa de utilizar a los demás por muletas, y cuando la muleta nos falla…nos caemos.
 
El camino está en seguir creando espacios de comunicación, de amistad, de solidaridad, de personas que hablen de corazón a corazón con su verdad. Personas conscientes de si mismas.
Debemos contribuir a desarrollar entre los jóvenes actitudes favorables hacia las otras personas, lo que favorecerá relaciones humanas más satisfactorias y auténticas, fuera de prejuicios por razones de raza, sexo, condición o ideología.
La comprensión de sí mismo es esencial para la integridad de la persona en una sociedad deteriorada.
 
El concepto de «dejar ser» es una afirmación de la existencia de otra persona. Denota una actitud que favorece la libre aparición de todas las potencialidades creativas inherentes.
«Dejar ser» denota una actitud facilitadora al desarrollo personal, ya que se acerca al otro no con la intención de explorar o manipular, sino afirmando su existencia.
Mejorar el conocimiento de los otros supone percibir de forma adecuada sus sentimientos, opiniones y valores.
Se necesita partir del respeto y la aceptación incondicional de la otra persona. Esto quiere decir que la acepto como es, trato de aceptarla aquí y ahora y trato de aceptar todos los aspectos de su persona: sus gestos, su forma de hablar, su manera de enfocar la vida…
 
Carl Rogers señalaba que «la principal barrera en la comunicación interpersonal mutua, es nuestra tendencia a evaluar, a juzgar, a aprobar o desaprobar lo que dice la otra persona».
El autoconocimiento es fundamental en la vida tanto para el desarrollo personal como para poder establecer relaciones de valor con las demás personas, ya que una base fundamental de las relaciones interpersonales de calidad es el saber quien soy, qué siento en cada momento (aquí y ahora).
Hombre es el ser que puede ser consciente, y, por tanto, responsable de su existencia. Esta facultad de tener conciencia de su propio ser es lo que distingue al hombre de todos los demás seres.
 
La vida es un continuo discurrir de acontecimientos, ¡ábrete a lo que la vida te ofrece! Estáte atento a lo que te niegas, a los cruces de caminos, a las personas que  te encuentras, aunque fuera de forma tangencial, porque tal vez de ellas tengas mucho que aprender.
No podemos prescindir de nuestra afectividad, porque forma parte de nuestro ser.
Crear espacios para educarnos en y desde la afectividad, puede desarrollar la inteligencia del corazón, y no me cabe la menor duda de que con ello contribuimos a hacer un mundo mejor. n
 
Iosu Cabodevilla