Frente a pobreza y exclusión: alianza con los jóvenes

1 octubre 1999

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Pie de Autor: Julián C. Ríos Martín es…
 
Síntesis del Artículo:
El autor constata inicialmente la actual eclosión de las llamadas «nuevas formas de pobreza» que conducen a la exclusión, sobre todo, de los jóvenes y de las mujeres. En el caso de los jóvenes, “azuzados tempranamente por el fracaso escolar, acuciados por el desempleo y la falta de expectativas”, nuestra sociedad les ofrece un futuro desconcertante y desalentador. Sólo estableciendo una alianza decidida con ellos, lograremos plantar cara a la pobreza y exclusión. El artículo concluye dibujando los contornos de esta alianza con los siguientes rasgos: opción descarada por los jóvenes, actuada por adultos «auténticos» que creen profundamente en los jóvenes.
 
 
 
       1 Así están las cosas…
 
Según los informes del PNUD (Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo), lejos de caminar hacia cotas de mayor justicia y solidaridad globales, la fractura entre ricos y pobres es cada vez mayor. La división más elemental de la humanidad no viene dada por la raza, la religión o cualquier otro indicador externo: los seres humanos nos dividimos entre «los que comemos» y los que mueren y «son comidos». Parece bastante evidente que el reto ético por antonomasia es posicionarse ante esta bárbara y real clasificación.
 
En los países del Norte está situación tiene más matices, aunque no por ello no deja de ser real. Las víctimas de esta injusticia tienen nombres e historias personales que no pueden quedar oscurecidas por cualquier frío dato estadístico. En nuestro país, a pesar de la bonanza de las cifras macroeconómicas, quienes queremos ser cercanos a los más vulnerables la sensación es poco optimista.
 
En concreto, observamos una auténtica eclosión de las llamadas «nuevas formas de pobreza». Hogares monoparentales sin recursos, niños sin adultos de referencia ni recursos de subsistencia, jóvenes «enganchados», ancianos con pensiones de miseria… Dos parecen las notas generales de estas nuevas formas de exclusión: la «juvenilización y feminización» de la pobreza.
 
 
1.1. «Juvenilización y feminización» de la pobreza
 
Por una parte, la llamada «juvenilización» de la pobreza. Cada vez los más pobres son más jóvenes. No hay más que ver la edad de quienes piden y duermen por nuestras calles, los pocos años de la mayoría de nuestros presos o la drástica bajada de edad de los que consiguen hospedarse unos días en cualquier albergue.
 
De otra, la «feminización» de la miseria. Por más proclamas igualitaristas que se hagan, la mujer sigue siendo marginada. Lo es en los circuitos normalizados —no hace mucho se publicaba un estudio que demostraba las diferencias salariales para idénticos trabajos—; mucho más en el ámbito de la exclusión. Joven y mujer: dos buenas razones para formar parte del grueso ejército de los excluidos.
 
 
1.2. La exclusión de los jóvenes
 
Cierto es que lo joven vende. Nunca como en nuestra época se ha magnificado lo joven. La mitificación de la juventud comienza en los años 80 y parece no haber terminado a pesar del palpable envejecimiento de nuestras sociedades occidentales o, tal vez, precisamente por ello.
 
Sin embargo, a pesar de tanta estética joven, se maltrata éticamente a los mismos jóvenes. No me refiero en esta ocasión a los malos tratos en comisaría o en la cárcel (que se siguen dando, más si además de joven tienes la mala suerte de tener un acento diferente o el color de la piel un poco mas tostado), sino a los malos tratos sociales.
 
Nuestros jóvenes son azuzados tempranamente por el fracaso escolar, acuciados por el desempleo y la falta de expectativas. Si tienen más fortuna podrán contar con contratos eventuales y auténticas condiciones de explotación. En vista de las dificultades de acceso a un trabajo en condiciones de dignidad, no pocos se ven abocados a trabajar para esos nuevos negreros que son las Empresas de Trabajo Temporal —nunca denunciaremos bastante esta esclavitud legalizada en forma de multinacionales del «empleo»—.
 
No se piense que estas condiciones de precariedad las viven sólo los jóvenes sin cualificación laboral. Chavales y chavalas con estudios han de trabajar más de 10 horas diarias —paradójicamente se habla de rebajar la jornada a las 35 horas mientras se incumplen impunemente los límites horarios del Estatuto de los Trabajadores— al servicio de empresas que están «on line» con filiales extranjeras y, claro, tienen que conectar con Estados Unidos o Japón. En vez de ampliar plantilla con nuevo turno, con cargo a los pingües beneficios que obtienen, prolongan el cierre de la jornada laboral hasta entrada noche. Así pueden conectar en tiempo real con empresas al otro lado del planeta según éstas inician la jornada laboral sin costes de personal añadidos. Quienes trabajan con los nuevos sistemas informáticos saben bien de qué estoy hablando.
 
Así pues, excepto para unos pocos, que acuden a Universidades de élite, a veces regentadas por la Iglesia, y tienen claro desde 1º de carrera en qué van a trabajar o qué puesto van a desempeñar en la empresa de papá, el futuro es desconcertante y desalentador.
 
 

       2  Alianza con los jóvenes

 
Descrita así la situación el reto ético es siempre el mismo de aquella pregunta que hacían a Juan el Bautista: «Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?» Intentaremos responder desde nuestra pequeña experiencia de vida compartida con muchos jóvenes que han sufrido la desatención, el paro, la droga, el Sida y la cárcel.
 
Afortunadamente no siempre las situaciones serán así de dramáticas, pero creo que una de las ventajas que tiene el mundo de la marginación es que puede convertirse en expositor donde se patentizan y evidencian todas las patologías sociales, por camufladas que interesadamente estén.
 
 
         2.1. Optar «descaradamente» por los jóvenes
 
En mi experiencia personal con chavales excluidos he descubierto la importancia de las «relaciones de complicidad». Me explico.
Sólo cuando el joven descubre que estás descaradamente de su lado puede abrirse y confiar a ti. Sólo cuando detecta que eres capaz de arriesgar tus seguridades, tu estatus adulto, tu sentido común tan autoprotector, empieza a fiarse.
 
El primer rasgo de esta alianza que preconizamos con los jóvenes es, por tanto, el descaro en la opción. No es una opción a medias tintas, ni preocupada de mantener las formas. Lisa y llanamente es «descarada».
 
 
         2.2. Adultos «auténticos»
 
También en mi recorrido vital de estos años he detectado cómo a una desconfianza inicial hacia lo adulto, sigue la incondicionalidad cuando el adulto de referencia es auténtico. Nadie está obligado a vestir como no le gusta, a hablar como no le es propio o, en general, a comportarse de forma artificiosa o ficticiamente acomodarse a «lo joven».
Conozco a un encanto de religiosa adoratriz —Milena— que sobrepasa los 80 años y que sigue compartiendo su vida con chavalas prostitutas y drogodependientes y jamás la he visto entusiasmada con el bakalao o partidaria de los bikinis escasos. Sin embargo, es alucinante su capacidad de entender a las jóvenes.
 
 
         Comunicación profunda
 
No es cuestión de estética sino de comunicación profunda, de autenticidad. Creo que los seres humanos, todos sin excepción, en el hondón de nuestro corazón, tenemos un genoma compuesto de los mismos caracteres identificatorios. Cuando ponemos en juego la sensibilidad, el ponernos en el lugar del otro, la escucha activa, la capacidad de conmoción, la solidaridad, lo que en último término nos constituye humanos, el entendimiento se produce inexorablemente y se activan los circuitos de la comunicación profunda, más allá de edades o situaciones.
 
 
Compartir sinceramente
 
Yo no me he enganchado a ninguna droga pero tengo mis adicciones y mis serias limitaciones en una libertad que no acabo de vivir, aunque no haya padecido barrotes de presidio. Yo también sufro, padezco, me canso, me interrogo, me desespero, río, lloro… Las lágrimas son el elemento más democrático que puso el Creador en el género humano. El sufrimiento compartido es el sello último de la autenticidad de cualquier relación.
 
 
         2.3. «Creer» en los jóvenes
 
Los campos en que se desenvuelve mi vida profesional (como profesor universitario) y mi opción personal (conviviendo con jóvenes que luchan por salir de la marginalidad y las drogas) son muy dados a emitir juicios. Los profesores ponen notas, califican, etiquetan… a los chavales con malas pintas se les adjudica enseguida la peligrosidad, la descalificación. En definitiva importan los comportamientos externos. Ni siquiera se enjuicia la conducta de una persona, sólo una determinada conducta (la respuesta ante un examen, un hurto). Son simplemente alumnos o «chorizos». Lo adjetivo ha acabado por absorber lo sustantivo.
 
No obstante, en clase y en casa aprendí a descubrir que las personas son mucho más que sus comportamientos. Que nadie «es» alumno, ladrón, drogadicto, prostituta, juez, fiscal o policía. Que lo único ontológico que puede predicarse de un ser humano es su ser personal —destello silente de Dios— y, por tanto, siempre vergel de oportunidades abiertas a la re-creación.
 
En definitiva, que el acercamiento a la juventud —marginal o no— debe realizarse desde las posibilidades y nunca desde los prejuicios, ni siquiera desde las carencias o las necesidades. Es un cambio importante de chip.
 
Si «veo» un drogadicto sólo acertaré a asociarlo a las drogas, todo lo más descubriré su necesidad de desengancharse. Si contemplo a una «persona» que se droga, seré capaz de asomarme a una rica historia personal con bastante más que carencias y fracasos.
Creo que una relación de complicidad con los jóvenes, una alianza por ellos, pasa por este pacto que evita el asistencialismo, el paternalismo o la moralina barata.
 
 
Descubrir los valores del presente
 
En esta línea de acercamiento, más a corazón abierto que desde el juicio, creo que habría que evitar algo que siempre hemos rechazado de nuestros mayores. Aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Hoy hemos de saber descubrir los valores de la posmodernidad. ¿O no le es una sana reivindicación del cuerpo, del autocuidado, de los lúdico, de lo erótico? O somos capaces de conectar con lo que de valor tiene cada momento, cada generación, o se nos colarán los pre-juicios negativos y no sabremos sintonizar, reduciéndonos al lamento estéril de tiempos pasados mejores.
 
El vivir el presente a tope, otro rasgo del posmoderno debemos apropiárnoslo. Ese es el joven que tenemos. Vivámoslo, aprovechemos la oportunidad (el kairós, que dicen los listos de la cosa).
 
 
Rescatar «la erótica» de la vida
 
En efecto, frente a un fuerte componente sacrificial y de compromiso de generaciones anteriores (no nos confundamos: la mayoría de los jóvenes en ONGs son una minoría sobre el total), frente al dominio de lo ético, hoy predomina lo erótico. Aprovechémoslo.
Hemos presentado un cristianismo tan ético, tan sacrificial que hemos hecho buena la frase de Saramago: “Sólo un Dios podía querer tanta sangre”. Sin renunciar, obviamente, a esta dimensión ética, habría que rescatar la erótica.
 
Yo estoy donde estoy por muchas razones, pero una muy importante es porque estoy muy a gusto, me lo paso bien y me siento feliz. A eso me refiero. Aquello de uno de los maristas asesinados en El Zaire: “Me quedo porque la gente me quiere”. Mejor dicho lo que quiero decir imposible.
Que nos quieran no es el resultado de una opción, sino una gozosa aventura que se forja en el día a día desde el respeto profundo a la persona del otro (no supone aceptar todas sus conductas), desde el encuentro personal auténtico y lo que es más importante: perdiendo el miedo a mostrar nuestros flancos vulnerables.
 
Líneas atrás hablaba de lo que vinculan las lágrimas, ahora me refiero a no hurtar al joven nuestras contradicciones, las responsabilidades de generaciones anteriores y nuestras propias flaquezas personales. Es la dinámica del sanador herido, del evangelizador vulnerable, la fuerza desde la debilidad que diría San Pablo.
 
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Sólo desde estos presupuestos se puede establecer una alianza con los jóvenes. Después vendrán las pedagogías, las dinámicas y los procesos, pero sin esta base previa todo quedará en agua de borrajas.
Retos como ayudar a superar el individualismo, personalizar la experiencia de Dios, incentivar la conciencia social y política, cultivar la mística —¡y la fiesta!— del compromiso serán inviables sin cumplir estas «cláusulas» de la Alianza.
 
Soy consciente de que me he quedado en la puerta del tema que me propuso Misión Joven. Sin embargo me parecía lo elemental muchas veces olvidado. Tal vez porque de resultados, de eficacia y eficiencia ya se habla bastante en otros foros o tal vez porque en la marginación el valor no se mide en resultados sino en intensidad.
 
Creo que hay que disfrutar más de lo que tenemos. Seguro que eso animará a otros. No podemos vivir en un ayer que ya fue o en un mañana que no será. Carpe diem que actualizaba el nada loco profesor del «Club de los Poetas Muertos». Los resultados, los números tienen poco que ver el grano de mostaza o el óbolo de la viuda.
 
Desde luego creo que tiene sentido compartir las últimas semanas de la vida de un joven enfermo terminal, intentar por enésima vez recuperar a una drogodependiente ya casi cuarentona, seguir luchando por derechos que siguen incumplidos…
Desde luego, y en esto me uno a los chicos y chicas «de la fiesta»: “que me quiten lo bailao”. Yo sólo espero que, después de la tarea, sea verdad lo que dice el salmista que refleja la opinión de Dios acerca de los cálculos, virtudes y correlación esfuerzo-resultado: “Dios lo da a sus amigos mientras duermen”. ¿Será el preámbulo de alguna nueva oculta Alianza divina? n
 

Julián C. Ríos Martín

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