El fútbol está más extendido hoy que la democracia, internet, la economía de mercado o incluso el conjunto de las religiones. No hay fronteras que se le resistan. Utiliza los medios de comunicación modernos para ser verdaderamente global.
Ronaldinho, Nakata, Zidane, Beckham o Morientes son más conocidos en el mundo que su jefe de Estado o de Gobierno respectivo, que el Papa o el secretario de las Naciones Unidas. Y suscitan mucho más entusiasmo. En esta aldea planetaria en que se ha convertido el mundo contemporáneo, los futbolistas se hallan entre los ciudadanos más conocidos, los iconos más adorados.
La FIFA cuenta hoy con más miembros que la ONU, 203 frente a 192… Un total de 40.000 millones de telespectadores –en audiencia acumulada– siguieron el Mundial. A título de comparación, se estima que doce mil millones –siempre en total acumulado– siguieron los Juegos Olímpicos de invierno de 1998 y veinte mil millones los de verano. El Mundial no es un asunto exclusivo de Europa y América Latina. Todos los continentes están representados, a excepción –por el momento– de Oceanía, cuyo representante falla regularmente en la última etapa. No hay un país donde no se practique el fútbol.
La globalización tiene dos rostros. Para unos, es una oportunidad fantástica, el vector a escala mundial de valores democráticos y de prosperidad. Para otros, conduce a la invasión de las multinacionales, un mundo donde lo humano se sacrifica al lucro. Encontramos la misma división en el fútbol. Por ejemplo, según Sergio Cragnotti, presidente del Lazio de Roma: “El fútbol es el negocio más global del mundo en esta época de la globalización y el triunfo del ocio. ¿Qué otra mercancía es comprada por tres mil millones de consumidores? Ni siquiera la Coca-Cola. La economía del balón se encuentra en expansión, así como su público, que de 3.000 millones puede pasar a 5.000 millones con nuevos mercados como Oriente o Estados Unidos. He sido el primero en llevar el fútbol al mercado bursátil porque mi trabajo es evaluar el justo valor de las cosas”.
Sin embargo, para otros, el fútbol constituye una vacuna contra el etnocentrismo. Por la atención prestada a los otros equipos, al mundo exterior, por la apertura de las fronteras mentales que desencadena la sed de admirar estrellas procedentes de otros países y otros continentes. Esta concepción del mestizaje por medio del deporte se opone a la mundialización mercantil del fútbol moderno. Escuela de pluralismo y tolerancia, actúa desde la infancia como un aprendizaje del mundo y su diversidad. Casi con toda seguridad, el primer contacto de un niño inglés, italiano o francés de diez años con Brasil, Argentina o Nigeria se producirá por medio de una pelota esférica. (…)
El fútbol es uno de los raros fenómenos de la globalización que escapa al dominio estadounidense. Las nuevas tecnologías es Silicon Valley; la bolsa es Wall Street, el poder es la Casa Blanca, el cine es Hollywood, la información es la CNN. En cambio, el fútbol constituye una excepción a esta regla. Estados Unidos no es una gran potencia en fútbol, aunque haya tenido un hermoso y sorprendente papel en el Mundial del 2002.
La identificación por el fútbol es un fenómeno tanto más importante en la medida en que las formas identitarias habituales están en crisis. Crisis del Estado nación, con competencia por abajo (los diferentes niveles de colectividad territorial) y al mismo tiempo por arriba.
En un momento en que la globalización hace tambalear las señas de identidad, el fútbol es uno de los raros fenómenos (sobre todo, a escala nacional) que permite crear o recrear esas marcas desaparecidas o difuminadas. Estadio último de la globalización, permite al mismo tiempo luchar contra sus aspectos más desestructurantes.
La definición clásica del Estado reposa sobre tres criterios tradicionales: un territorio, una población, un gobierno. Da la impresión de que podríamos añadir un cuarto: un equipo nacional de fútbol, con lo que cabría pensar que la independencia nacional se caracteriza por la posibilidad de defender las fronteras, acuñar moneda y disputar pruebas internacionales de ese deporte…
Es más fácil para la población de un Estado joven movilizarse en torno al equipo nacional del deporte más popular del planeta que en favor de la creación de una embajada en la ONU. La visibilidad, la proximidad, la adhesión popular no son en absoluto las mismas en un caso y en otro. El fútbol permite establecer un vínculo entre soberanía y vida cotidiana.
Además, las retransmisiones deportivas han modificado la posición del equipo nacional, que ya puede ser contemplado por el conjunto del país y no sólo por quienes acuden al estadio… El futuro del fútbol como deporte a escala mundial depende del mantenimiento de esta lógica.
PASCAL BONIFACE, director del Instituto de Relaciones
Internacionales y Estratégicas (IRIS) de París
La Vanguardia, 13/06/2004