Globalizar la solidaridad

1 julio 2004

Sueñan los nadies con salir de pobres

Eduardo Galeano

 
La vida aparece siempre según el color del cristal con que se mira. Para muchos, la globalización está produciendo grandes beneficios y logros sociales; para otros, es perniciosa y nefasta. Sobre todas las opiniones se yergue la contumaz y siniestra realidad del subdesarrollo, la pobreza, el hambre y la miseria de nuestro mundo. Y sobre todos los debates, la dura constatación: aumenta el número de pobres y crece el nivel de la pobreza, de manera que, como una y otra vez ha denunciado Juan Pablo II: los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Realmente, estamos sufriendo y tolerando niveles de desigualdad e injusticia absolutamente intolerables. A veces, con un sentido de impotencia tremendo; otras, incluso con indiferencia y abulia.
 
El signo de la mesa compartida
 
Es importante y urgente acertar a situarnos como creyentes, educadores, agentes de pastoral ante una realidad social tan compleja y tan problemática. Con una actitud crítica y lúcida, atendiendo los signos de nuestro tiempo, hemos de ser capaces de mirar a las víctimas del sistema, de escuchar los gritos desesperados de tantos hermanos y, sobre todo, de llegar a la verdadera actitud cristiana de la solidaridad, a abrir las puertas de nuestra casa y de nuestro corazón a los nuevos “samaritanos” que yacen en las márgenes de los caminos.
 
Como ha señalado Jon Sobrino, para la comunidad cristiana, el signo de la globalización es la mesa compartida por todos y entre todos, la mesa que iguala a los desiguales y construye la familia humana. ¿Cómo llegar a ser familia humana en un mundo en el que la mayoría de los seres humanos no tienen garantizados la vida, el pan y la dignidad? ¿Cómo construir la familia humana en un mundo dividido, en el que los hermanos explotan, aplastan y matan a los hermanos?
 
Que el mundo llegue a ser un hogar para todos, no un mercado. Ésta es el gran utopía del Reino: convertir el globo en una familia, hacer del gran mercado del mundo, un hogar. Y la utopía del Reino se va construyendo, cuando es saciado el hambriento y se apaga la sed del sediento; cuando es hospedado el sin techo y socorrido el mendigo; cuando son servidos los pobres y acogidos los abandonados.
 
Por una solidaridad globalizada
 
Cuenta Albert Camus en uno de sus relatos, la historia de un hombre cuyo amigo había sido encarcelado, y él se acostaba en el suelo todas las noches para no gozar de una comodidad de la que habían privado a aquel a quien quería. “Quién se acostará en el suelo por nosotros?”, pregunta el narrador de la historia a un desconocido a quien encuentra en la noche. “¿Sería yo capaz de hacerlo?”… “Un día todos seremos capaces y entonces nos salvaremos”.
 
La salvación está en la solidaridad; una solidaridad globalizada, pero al mismo tiempo, muy concreta. Por eso, la pregunta es: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar? Ante los grandes problemas que plantea la globalización, de manera muy sencilla, la comunidad cristiana tiene que interrogarse: ¿estamos dispuestos, en cuanto ciudadanos, a pagar más impuestos para que la administración pública intensifique el desarrollo de los países empobrecidos y esclavizados? ¿Estamos dispuestos a comprar, a un precio más elevado, productos importados a fin de remunerar más justamente a los países del Sur? ¿Estamos dispuestos a cambiar la mentalidad consumista, a abandonar una dinámica de despilfarro y derroche, y a entrar en el camino de la austeridad y sobriedad?
 
Muchas preguntas, muy concretas todas, para explicar simplemente eso: ¿a qué estamos dispuestos? Al abordar en este número la amplia y compleja cuestión de la globalización, Misión Joven se asoma a este proceso cultural, político y económico desde una perspectiva educativa y pastoral. Quiere abrir un horizonte a la reflexión en los grupos y comunidades juveniles; pero un reflexión que motive el compromiso solidario concreto.
 

Eugenio Alburquerque

directormj@misionjoven.org