El mundo globalizado tiene ya un norte y un sur, un este y un oeste, que lo hacen perfectamente definible y delimitable, como a toda unidad que se precie de tal. Veámoslos:
- En el Norte habría que poner, con letras de oro, la preciosa cita de una novela de José Mª Arguedas (Todas las sangres) que reza así: “La fraternidad es el camino de retroceso a la barbarie. Dios creó al hombre desigual en facultades. Eso no tiene remedio. Hay que respetar y perfeccionar la obra de Dios. La desigualdad como motor de lucha y de ascenso” (ed. española de 1982, p. 242). Nótense las identificaciones: fraternidad = barbarie. Progreso = desigualdad. Y además, ambas ecuaciones son asimiladas a la obra de Dios y al cumplimiento de Su Voluntad.
- En el Sur, escrita con sangre, figura una Declaración ya famosa, que en mayo de 1974 fue adoptada (sí:adoptada) por la Asamblea General de Naciones Unidas, con 120 votos a favor, 6 en contra y 10 abstenciones. Como es un texto ya viejo, puede que valga la pena recordarlo. Decía así: “Nosotros los miembros de Naciones Unidas, proclamamos solemnemente nuestra determinación común de trabajar con urgencia por el establecimiento de un nuevo orden internacional basado en la equidad, la igualdad soberana, la interdependencia, el interés común y la cooperación de todos los estados, cualesquiera que sean sus sistemas económicos y sociales, que permitan corregir las desigualdades y reparar las injusticias actuales, eliminar las disparidades entre los países desarrollados, y garantizar a las generaciones presentes y futuras un desarrollo económico y social que vaya acelerándose en la paz y la justicia”
No cabe pedir más. Lo que sí cabe es preguntar. ¿En qué ha quedado semejante declaración? ¿Cómo es que el mundo globalizado mantiene un “orden” basado en la desigualdad, el interés de las grandes potencias económicas, el esclavizamiento de otros estados y la falta de justicia y de paz?
- Desde el Oeste se puede comentar que esa es la democracia de la que tanto nos vanagloriamos: el triunfo de la mayoría cuando estamos nosotros en ella; y el boicot de parte de la minoría cuando nosotros pertenecemos a ella. Somos tan demócratas que ni siquiera necesitamos la fuerza de las armas para imponernos: podemos hacerlo con la fuerza educada y arrolladora de los dólares. Por eso aceptamos y defendemos una democracia al interior de nuestros países, donde sólo una minoría de votantes cuestiona al sistema. Pero nadie espere que vayamos a aceptar una democracia en el ámbito mundial, o en los verdaderos poderes de hoy, que ya no son los políticos, sino los mediáticos y económicos. Si está tan claro que no somos hermanos ¿cómo van a pedirnos que seamos “primos”?
- Y por el Este la reducción del hombre a la naturaleza. No entendamos ahora esta palabra en el sentido de los ecologistas, sino en el sentido de lo que está por debajo del hombre. No significa ahora aquella “hermana, madre tierra” franciscana, sino aquello a que alude Hegel cuando escribe: “lo humano es que el hombre deje de ser natural” y, si lo queréis más claro, que deje de ser un animal. Ahora no: resulta que la fraternidad (y con ella la calidad humana) es un camino contrario al progreso. Y la animalidad es el motor del ascenso y del progreso.
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Este es más o menos el mundo globalizado. Estos parecen ser sus puntos cardinales. Esperamos no obstante que los hombres no se maten en él unos a otros, porque andan todos ocupados hablando con su teléfono móvil por las calles y los aeropuertos. El único problema pueden ser todos aquellos que no tienen más móvil que una piedra. Pero tampoco es un problema preocupante porque nosotros tenemos buenos misiles, que son más rápidos y más destructores que las piedras…
El otro pequeño problema puede ser el mensaje cristiano, al que no hay manera de desactivar, a pesar de la excelente ayuda de algunas jerarquías eclesiásticas. Ese mensaje que pretende hacer de las diversidades humanas, en lugar de un argumento a favor de las diferencias, una razón para la armonía. Para una fraternidad semejante a la que reina en el cuerpo humano, donde los miembros más débiles son los más cuidados, y donde no sufre un miembro sin que se duela todo el cuerpo. Todo aquello que ya explicaba san Pablo en el siglo I, en dos de sus cartas, y que se fundamenta en que todos tenemos el mismo Espíritu de Dios, que nos hace llamar a Dios Padre, y hermano al hombre más lejano.
Y he aquí que eso sigue resonando todavía hoy. Y molesta al sistema. ¿Cómo no iba a molestarle? Es verdad que no lo cambia (al menos hoy por hoy). Pero le incordia. Como dice Vázquez Montalbán: “son unos ruidos que perturban la armonía del sistema”… Y conviene que esos ruidos sigan inacallables, en todas partes. Que su música siga sonando terca, como el vuelo de un tábano, o de un zancudo, o de una avispa, los cuales (además de la amenaza de un posible picotazo) no dejan dormir en paz ni comer tranquilo.
Y eso sigue siendo posible hoy, cuando parece que ya nada es posible, y a pesar de los muchos insecticidas que inventa el sistema. Eso sería “globalizar los tábanos”, cuando ellos globalizan la pobreza… El santo apostolado del incordio, aun con el riesgo de que nos eliminen de un manotazo.
¿Qué podemos hacer hoy? Pues eso: globalizar los tábanos. No preguntemos si es mucho o poco, si es más o menos de lo que querríamos. Es simplemente lo que nos ha tocado. Y debemos cumplirlo, como último homenaje impotente al Padre de Jesús y a la fraternidad humana.
José Ignacio González Faus
Agenda latinoamericana 2002