GRUPO DE REFLEXIÓN SOBRE PASTORAL JUVENIL (INSPECTORÍA SALESIANA DE MADRID)

1 julio 2003

En junio de 2002, los salesianos responsables de diversas actividades pastorales de la Inspectoría salesiana de Madrid tuvimos una reunión de dos días, con la idea de analizar, dar ideas, abrir horizontes, “pensar en alto”, soñar también un poco,… hacia dónde pueden ir los “vientos pastorales del Espíritu” en estos tiempos que corremos. Para prolongar lA reflexión allí empezada, un grupo de reflexión, formado por seis salesianos (Eugenio Alburquerque, Manuel Aparicio, Álvaro Ginel, Alfredo Martín, Jesús Rojano, Miguel Sánchez Astudillo, Samuel Segura) nos hemos venido reuniendo alo largo de este curso 2002-2003. Os presentamos telegráficamente y sin mucho orden (para que podáis intuir mejor los pasos de lo hablado) algunos de los puntos de convergencia de nuestras charlas.
Hay una pregunta de entrada ante la desazón y frustración de muchos agentes de pastoral: ¿Han “caducado” las ofertas pastorales que realizamos? ¿repiten fórmulas sin más, sin plantearse si sirven? ¿qué tipos de ofertas crear o recrear según las necesidades? Estamos ante la realidad del problema práctico de la pastoral juvenil: descienden los números, hay rechazo incluso explícito de lo religioso, las ofertas que antes servían ahora no atraen…
Un punto clave parece ser la intencionalidad pastoral de los agentes, fruto de su vivencia personal. Si a la acción concreta le falta la intencionalidad en el agente, se puede quedar en mera propedéutica, en puro entretenimiento que no va más allá. El problema de la pastoral no es tanto lo que se hace o no se hace (y si sirve o no). El problema es desde quién se hace. Al agente de pastoral hoy se le pide competencia (preparación, profesionalidad, saber, saber hacer) e identidad creyente (intencionalidad pastoral, vivencia de la fe). La “desazón pastoral” que tienen hoy muchos, ¿surge de esa falta de vivencia interior, o más bien de que nos proponemos metas demasiado altas, que no vamos a conseguir? Hay opiniones para las dos posibilidades… No es bueno crearse una mala conciencia de que “somos malos y hacemos mal las cosas”, pero hay que seguir preguntándose por los agentes, y no sólo contentarse con decir que los tiempos son difíciles y los jóvenes más.
 
Las ofertas y procesos
Hasta hoy mismo, nuestra pastoral se basa en procesos desde los criterios de continuidad y gradualidad. Estos procesos, en los últimos años, están revelándose inadecuados: se rompen, no convocan, aparecen y desaparecen en la vida del joven… Si decimos que la persona hoy vive en la fragmentación del momento, ¿le podemos proponer procesos continuados en el tiempo? Los Obispos de Québec han analizado con humildad y lucidez este hecho, y proponen una pastoral de momentos puntuales, significativos, vivenciales; de “pequeños oasis” en medio del desierto. Lograr que el joven, la persona, viva algunos momentos fuertes que le impacten, aunque pase tiempo entre momento y momento.
El personalismo actual, a veces individualismo, hace que sea cada persona la que desarrolle su propio proceso, no necesariamente el mismo ni al ritmo del proceso oficial que se le pueda proponer. Existe un proceso “oficial” (el que nosotros ofrecemos) y otro “real” (el que cada persona hace… ¡cuando lo hace!). Esto conlleva una serie de consecuencias claras:
-La diversificación de la oferta: “Ofrecer en pastoral lo mismo para todos, es un mal menú”. Unas ofertas cada vez más fluidas, más adecuadas a las necesidades de cada destinatario concreto.
-La tarea del agente de pastoral no es tanto el garantizar el desarrollo del proceso de educación en la fe, sino acompañar el proceso personal de cada destinatario.
-El acompañamiento personal adquiere una importancia de primer orden. La continuidad del proceso de cada joven la da el acompañamiento que de él haga el agente de pastoral. Un acompañante que necesita una cierta competencia, pero al que se le pide fundamentalmente honradez (hablar con claridad, sencillez, autenticidad) y disponibilidad (cercanía y capacidad absoluta de acogida y escucha).
-La convocatoria también se personaliza. Ya no convocan las grandes instituciones o “empresas de la fe”, sino las personas y lugares significativos, concretos, puntuales, donde se sabe exactamente qué y a quién se va a encontrar. ¿Descubrimos y cuidamos esos lugares y personas que tenemos? ¿O más bien, desde nuestro estilo salesiano, los consideramos “fuera de órbita”, “tipos raros”, “experiencias personalistas que se hunden cuando desaparece la persona concreta”?
 
La transmisión de la fe a los jóvenes hoy
¿Podemos hoy hablar de “transmisión de la fe a los jóvenes”? ¿No habría que situarnos en pasos mucho más previos y elementales?
Entre la mayoría de los jóvenes hay un descrédito de lo institucional de la Iglesia, que constatamos también con respecto a nuestras propias estructuras salesianas, sobre todo comunitarias y de forma de vida. Los juicios negativos provienen incluso de personas que nos quieren y aprecian; a alguno incluso le han llegado a decir: “¿Qué haces dentro todavía? ¿Por qué no lo dejas ya? Es lo mejor que puedes hacer”.
Parece fallar el despertar religioso en las nuevas generaciones, e incluso el ético y el humano. Se vive la existencia a la intemperie, sin agarraderos ni defensas. Las únicas referencias socializadoras aparte de la familia (y la educación, si lo es), son las campañas y eslóganes pasajeros de los medios de comunicación y la programación televisiva. Cualquier intento de profundidad, interioridad, silencio, reflexión,… es recibido con extrañeza u oposición (“No me rayes”, suelen decir). Suelen vivir “al límite” todas sus experiencias, rayando con los extremos, tocando la superficie de las cosas sin profundizar y casi saliéndose de madre (diversiones, formas de vida y de vestido, relaciones afectivas y amistades,…), en una frecuente “doble vida” (la que los adultos dicen que hay que vivir, la que ellos viven de verdad), y sin referencias que les convenzan.
Se percibe como una especie de “vacunación generalizada” contra lo religioso en particular, contra lo trascendente en general. Parece que a las nuevas generaciones les falta el gen de las preguntas del sentido, del más allá de la experiencia inmediata, del anhelo de Dios. Los jóvenes de hoy, de forma espontánea, no crítica, llegan a decir: “No, yo soy una persona normal, yo no soy creyente ni nada de eso”… ¿Cómo y cuándo ha empezado esta vacunación contra lo trascendente y esta inyección de mitología racional y científica? Quizá la pregunta por el sentido no se asocia hoy a la pregunta por lo religioso. Quizá el “zumbido de fondo” de la gran explosión de la modernidad no permite a los jóvenes percibir los “suaves sonidos de Dios y del sentido”.
 
¿Por dónde abrir caminos o realizar ofertas, ante esta situación?
Parece claro que lo poco que hay, habrá que cuidarlo. Y que lo poco que podamos hacer, lo hagamos muy, muy bien, con mucha calidad. Y siempre a la base, que no falte, un talante educativo de acogida y cercanía.
Algunas oportunidades o puentes, cauces para entrar en contacto con los jóvenes, y realizar un camino evangelizador desde la humanización:
– Un “puente” que hay que tender es engarzar con la problemática adolescente que viven: afectividad, físico en cambio, soledad/timidez,… y ayudarles en estos problemas a crecer en humanidad. Humanizar va a ser probablemente en los próximos años, el rostro de la evangelización.
-La vida, los acontecimientos de la vida del joven que le “dan que pensar” (a veces sólo desgraciadamente los “palos” que la vida les da); y la habilidad del educador para “comentar ese día a día” dándole un sentido y profundidad.
-Partir de la realidad, y para ello conocer cada vez mejor y más a los muchachos. Y para ello, estar con ellos, saber de ellos.
-Cuidar mucho el vocabulario que usamos, la inteligibilidad para los jóvenes de las palabras que usamos.
-La solidaridad, la ecología, el compromiso voluntario,… y que todo ello llegue a ser algo más que pura fachada y sensibilidad a flor de piel. Que les lleve a algo más que a manifestarse un día.
-La dinámica de las buenas experiencias puntuales (grandes encuentros, momentos de celebración de grupo, acontecimientos personales,…), que pueden servir para una primera toma de contacto.