Hacia una pastoral misionera

1 julio 2006

Como el Padre me envió, así os envío yo

(Jn 20, 21)

 
En una situación de profundas transformaciones sociales, de cambio de época, de no-cristiandad, un acuerdo se va imponiendo entre los agentes de pastoral juvenil: la necesidad de una pastoral de misión, de entrar en una “lógica misionera” en los planteamientos, proyectos y estrategias pastorales. Esto parece especialmente urgente para llegar a tantos jóvenes que se encuentran alejados de la vida de la comunidad cristiana, porque la pastoral con jóvenes no puede dirigirse simplemente a los de dentro; debe llegar también a los de fuera, a los que se encuentran en la periferia o en la frontera.
 
En este número de Misión Joven iniciamos esta reflexión, que esperamos tenga continuidad en los números del próximo curso, incluso con alguna sección propia y específica. Álvaro Ginel, José Luis Moral y ÁlvaroChordi, ofrecen un conjunto de sugerencias para plantear y actuar en clave misionera. Van desde la sensibilidad de concentrar la acción pastoral con los jóvenes en un sencillo “estar y escuchar”, a repensarla desde los jóvenes, a entrelazar educación y fe, o a vivir los evangelizadores más abiertos al viento del Espíritu.
 
Teniendo delante estos textos, desde el umbral de esta página introductoria y con una perspectiva de síntesis señalo algunos aspectos que me parecen esenciales en este enfoque misionero. Es necesario, sin duda, que los agentes de la pastoral juvenil nos situemos adecuadamente en el pluralismo social, que tomemos en serio a esta sociedad secularizada, que nos confrontemos con la cultura de la comunicación; lo es también que iniciemosproceso plurales y diferenciados, que busquemos nuevos lenguajes, que lleguemos a una experiencia cristiana significativa, etc. Muchas cosas son necesarias, pero hay aspectos básicos.
 
Misión, experiencia de fe y amor
 
Ante todo, me parece que una pastoral misionera no puede comenzar si no es tomando en serio la misión. En el principio se nos pide a los agentes de pastoral un hondo sentido de ser enviados, de ser apóstoles, de acoger con gozo la tarea que “el enviado del Padre” nos ha transmitido. La Iglesia apostólica se sintió enviada; y vivió la misión con pasión y audacia. Es esta audacia y esta pasión la que es necesario recuperar si queremos llevar el evangelio de Jesús a los jóvenes de nuestro tiempo. Jesús ha puesto la continuidad del Evangelio en manos de los discípulos.
 
Esta tarea de anunciar a los jóvenes el evangelio del Reino pasa inexorablemente por nuestra propia experiencia de fe. Quizás ante las urgencias de la evangelización, miramos mucho a nuestro alrededor, a las tinieblas exteriores de la secularización y de la permisividad rampante, que la hacen tan difícil. Mirémonos primero a nosotros mismos: miremos nuestra propia vivencia de fe, nuestro amor y nuestra entrega a Cristo y al Reino. Aquí reside, en el fondo, el secreto de la pasión y de la audacia en la evangelización. Sólo si hemos sido “apresados” por Cristo y Él vive en nosotros y nosotros queremos vivir de verdad para Él, nuestro testimonio puede ser veraz y creíble para los jóvenes. Sin ser gente de Dios, difícilmente podemos hablar con convicción y pasión de Dios. Es nuestra propia vida la que, en una pastoral misionera, tiene que ser y hacerse evangelio.
 
Sintiendo hondamente la misión y viviendo con gozo la fe en el Resucitado, podemos ir a los jóvenes. Pero es necesario ir con amor. Sólo desde el cariño y la empatía, desde el aprecio y la compasión, desde el amor y la misericordia –como Jesús- nuestra palabra puede llegar a ser palabra de vida y de sentido. Si nuestros ojos no alcanzan a ver más que las muchas sombras que pueblan la vida de los jóvenes, sus muchos defectos y pecados, no hace falta que nos pongamos en camino. Es necesario previamente a toda acción misionera liberarse de la tentación del pesimismo. Sólo con entrañas de misericordia y siendo capaces de ver y apreciar lo bueno de los jóvenes, podemos llegar a ellos, conectar y crear el clima adecuado para la evangelización. Ante todo, es necesario quererlos. Después, ciertamente, queda todavía la ardua tarea de la siembra y el paciente acompañamiento para que pueda crecer y dar fruto.

  EUGENIO ALBURQUERQUE

directormj@misionjoven.org