Lorenzo Albacete, teólogo, columnista de “The New York Times”, dice: “Tengo 63 años… ¡Y ni uno de vacaciones! Nací en San Juan de Puerto Rico. Rompí mi noviazgo a seis meses de la boda para ser cura. Soy teólogo y físico: suficiente para no entender nada. Colaboro en “New Yorker” y “The New York Times” para pagarme los taxis. Aunque usted no lo crea, usted cree.”
Convénzame de que Dios existe…
–No hace falta. Usted ya cree.
–Eso sólo es lo que usted dice.
–Si usted, como cualquiera que nos lea, no tuviera esperanza, consciente o no, de que hay algo más, hoy hubiera sido incapaz de levantarse de la cama de puro triste.
–Oiga: los ateos también madrugan.
–Duermen peor porque niegan su propia e íntima ambición de infinito. Recuerdo un debate genial en la BBC entre el ilustre ateo Bertrand Russell y el jesuita Copleston…
–¡Cómo han cambiado los tiempos!
–Es verdad. Antes en la tele y la radio tenían lugar discusiones así. Pues hubo un momento en que Russell responde al jesuita: “¡No tiene derecho a preguntarme eso!”.
–¿El qué?
–El porqué. Le preguntaba una y otra vez por qué. Ese último porqué que todos llevamos dentro en busca de algo más. Russell se enfada porque cree que la mente humana sólo comprende la única realidad existente y que más allá de la razón no hay nada.
–Pero nos gustaría que lo hubiese.
–Sí. Pero para Russell y para toda la modernidad, lo que nuestra razón no entiende no existe, por eso se enfada si preguntamos por lo que hay más allá: no sabe explicarlo.
–Lo explica: la religión es pura alienación.
–Eso es lo que dice Marx: la religión es el opio del pobre, o Freud, que sostiene que es mera sublimación de la represión sexual. Son pensadores que nos enseñan cómo somos, pero son incapaces de explicar ese deseo de infinito que llevamos dentro.
–Y usted cree que seguimos teniéndolo.
–Sí. Es universal e irrenunciable, como la razón, que nos lleva hasta él, y por eso es la gran herramienta de lo trascendente.
–Por eso sigue habiendo religiones.
–Sí. Algunas son pintorescas. Fíjese en esos tipos de Enron: cuando no están en la cárcel están rezando en algún extraño culto.
–Todos quieren tener su misa.
–Sí. Incluso entre robo y robo. Buscan la religión por muy científicos y racionales que sean. Yo tengo una pareja de amigos científicos, muy serios y muy competentes, a los que casó… ¡un árbol!
–Comunión con la naturaleza.
–Llámenle como quieran, pero el caso es el mismo: se inventan religiones hasta en Wall Street, porque el hombre sigue planteándose su porqué. En su interior, ansía el infinito.
–¿Pensar en el infinito no es el modo más fácil de olvidarse de mejorar lo finito?
–Si sólo fuera una alienación, la religión desaparecería con la riqueza, pero el hombre sigue aspirando al infinito no sólo en la pobreza, sino más allá de la segunda residencia: sabe que hay algo más allá del bienestar.
–El infinito es muy grande…
–Por eso tal vez no hay que tratar de abarcar lo mayor sino dejarse abarcar por lo menor, como propone Hölderlin.
–…y así el misterio permanece.
–Sí, la pregunta sigue ahí. Y las respuestas que le damos con el dinero, el confort o el árbol que te puede casar se siguen sucediendo igual que el nihilismo y la violencia.
LLUÍS AMIGUET
La Vanguardia, 28/05/2004
Para hacer
- He aquí unas cuantas preguntas y algunas respuestas personales. ¿Qué nos llama la atención?
- ¿Qué responde cada uno antes esas grandes cuestiones?