HISTORIA DE SALVACIÓN Y ACCIÓN PASTORAL

1 noviembre 2004

Álvaro GINEL
 
Álvaro Ginel es Director de la revista CATEQUISTAS
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Partiendo de la convicción de que la irrupción de Dios acontece en la historia humana, el artículo intenta exponer el concepto de historia desde la fe cristiana y explicitar, al mismo tiempo, las consecuencias que se derivan para la acción pastoral. Si Dios entra en la historia y la historia es el lugar donde Dios se revela al hombre, el hombre descubre y escucha a Dios allí donde vive, lucha y muere. Esto, explica el autor, ha de orientar la manera de iniciar en la fe, subrayando la importancia de tener historia y de conocer la historia del otro, de dar a conocer las obras y palabras de Dios, de iniciar en la comprensión de la Palabra, de crear un lenguaje religioso.
 
¿Por qué plantearnos la pregunta por la historia en la acción pastoral y en la acción catequística? Una razón sencilla: las confesiones de fe o renovación de la alianza en el Antiguo Testamento son la narración de la historia del pueblo en la que Dios ha intervenido. Baste recordar el momento en que Josué reúne a las tribus de Israel en Siquem. Josué habla así:
Así dice el Señor, Dios de Israel: Al otro lado del río Eufrates vivieron antaño vuestros padres, Téraj, padre de Abrahán y de Najor, sirviendo a otros dioses. Tomé a Abrahán, vuestro padre, del otro lado del río, lo conduje por todo el país de Canaán y multipliqué su descendencia dándole a Isaac… Saqué de Egipto a vuestros padres y llegasteis al mar… Vuestros ojos vieron lo que hice en Egipto… Pasasteis el Jordán y llegasteis a Jericó… Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir (Jos 24,1-28).
Para el cristianismo, en la línea con el Antiguo Testamento, la afirmación radical es la confesión de fe en Jesús, el Cristo, nacido de María Virgen siendo emperador de Roma Augusto y Quirino gobernador de Siria (cfr. Lc 2,1-5). En la historia humana acontece la irrupción de Dios, en su Hijo, el Verbo. Desde ese momento, en la historia humana se juega el culmen la historia divina. Bellamente lo resume la carta a los Hebreos con estas palabra:
Muchas veces y de muchas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por su Hijo, a quien nombró heredero de todo (1,1-2).
La pregunta concreta que nace de aquí es: ¿cómo afecta a la acción pastoral o de transmisión de la fe el concepto cristiano de historia de la salvación? En este artículo me ciño a exponer el concepto de historia desde la fe cristiana y a sacar las aplicaciones que se derivan para la acción pastoral y catequética de maduración de la fe. Reconozco en la presente reflexión mi deuda de pensamiento y de orientación pedagógica a Jean Pierre Bagot.
 

  1. La historia de salvación

 
Para el cristianismo, la historia es capital: ella es el lugar donde Dios se revela al hombre. En el desarrollo de un pueblo, el pueblo elegido, y en el acontecimiento de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, es donde se da a conocer el Dios único y creador. Anunciar el Evangelio es contar una historia de salvación, unos hechos que tienen a Dios como protagonista y en los que se juega a la vez la revelación de quién es Dios y qué hace para salvarnos.
 
1.1. Dios penetra la historia del hombre
 
Lo que afirmamos los cristianos al hablar de historia de salvación es que Dios no se queda al margen de la historia de las personas. Dios penetra y entra en la historia. La clave de la palabra alianza consiste en que Dios no se queda en las nubes, sino que hace alianza para ser compañero de camino del hombre, interviene allí donde el hombre está y hace su vida. No se exige que el hombre suba al Olimpo o se transforme en Dios. Dios toma la iniciativa de bajar y de hacerse hombre. En Jesús de Nazaret, la alianza de Dios con el hombre alcanza su plenitud haciéndose él mismo hombre: La Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros (Jn1,14). La alianza antigua adquiere nueva presencia y nueva forma en el Verbo encarnado. Desde el momento de la encarnación de Dios en las historia (espacio y tiempo) del hombre, el reino de Dios es la instauración de un modo de vivir aquí y ahora según criterios que no son humanos, sino según los criterios con los que vivió y por los que murió Jesús de Nazaret.
Lo de Dios y el hombre se juega todo en un mismo escenario: la trama de la vida, la trama de la historia. El hombre escucha a Dios y descubre la presencia de Dios allí donde vive y muere. No hace falta salir del mundo para conocer y escuchar a Dios. Ser conscientemente de este mundo, de esta época es la puerta mejor para dejar que entre Dios en el fondo de cada persona. Lo que nos pasa como individuos y como pueblo es lugar de presencia y de palabra de Dios. El Dios encarnado no es un Dios por la nubes, ni en las nubes, ni en las ideas. Es un Dios de historia, de coordenadas históricas. El Directorio General de Pastoral Catequética (1971) se expresaba así:
 
Dios obra de tal maneta que los hombres llegan al conocimiento de su designio mediante los acontecimientos de la historia salvadora y las palabras divinamente inspiradas que los acompañan y explican: “Este plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ella” (DV 2) .
 
San Pablo escribe a Timoteo y le dice que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad (1Tim 2,3). Dios tiene un plan, un querer: la salvación de todos. La percepción de Dios que el hombre descubre en la realidad que teje su vida es llamada, es salvación, es misterio, es gesto y palabra que le convoca a entrar en la amplitud gigante de un proyecto que libera, que salva, que brota del corazón de Dios.
 
1.2. El misterio de salvación
 
Afirmar que Dios entra en la historia humana y en ella actúa y se desvela es entrar más allá de lo que la mente puede entender, es decir, entramos en el misterio. En sentido amplio, misterio significa cosa oculta, secreta. En los evangelios sinópticos aparece tres veces la palabra “misterio” y se refiere al “misterio del reino de Dios” (Mt 12,28), un “secreto divino que sólo conoce Jesucristo” (Mc 4,26-29), que sólo se da a conocer a unos pocos (Lc 12,32), que éstos lo pueden captar por su fe y sencillez (Mt 12,28).
Para san Pablo el misterio no es tanto lo secreto de Dios, sino lo que Dios nos da a conocer y que nos supera y no podemos entender: la cruz como fuente de salvación, la persona de Jesucristo, Palabra del Padre, revelación del Padre que sólo por la fe podemos entender.
El misterio de salvación es la historia del Antiguo Testamento, la revelación del Nuevo Testamento, la Iglesia en su caminar por los siglos, los acontecimientos y personas que han tejido páginas de respuesta a Dios. El misterio de salvación no es lo que no vemos, sino lo que vemos, lo que palpamos y nos lleva a preguntarnos: ¿Pero cómo Dios puede obrar así? El evangelio de Juan es bien claro:
 
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la vida se ha manifestado, la hemos visto, damos testimonio de ella… eso que hemos visto y oído, os lo anunciamos (1Jn 1,1-3).
 
La historia de salvación es misterio porque se nos da, se nos presenta como revelación de Dios, y no logramos abarcarla con nuestro inteligencia, ¡es misterio! Todo este conjunto de hechos concretos de la historia de los hombres, de grupos humanos, de comunidades o pueblos, vividos, vistos y experimentados como acontecimientos salvíficos, como verdaderas intervenciones salvadoras de Dios, nos llama a la contemplación: ¿Cómo es posible que Dios esté aquí? Con el salmista, el creyente repite:
Grandes son las obras del Señor
dignas de estudio para los que las aman.
Su acción es magnífica y espléndida,
su justicia siempre se afirma.
Hace recordar sus maravillas,
el Señor es piadoso y clemente (Sal 111(110),2-4).
 
El Directorio General para la Catequesis (1997): “Al transmitir hoy el mensaje cristiano desde la viva conciencia que tiene de él, guarda constante “memoria” de los acontecimientos salvíficos del pasado, narrándolos de generación en generación. A su luz, interpreta los acontecimientos actuales de la historia humana, donde el Espíritu de Dios renueva la faz de la tierra, y permanece en una espera confiada de la venida del Señor. En la catequesis patrística, la narración (narratio) de las maravillas obradas por Dios y la espera (expectatio)del retorno de Cristo acompañaban siempre la exposición (explanatio) de los misterios de la fe (n. 107).
 

  1. Repercusiones para la acción pastoral

 
Desde la afirmación central de la intervención de Dios en la historia, los cristianos ponemos nuestra realidad histórica como lugar de presencia de Dios y de actuación de Dios. La fe creyente en el Dios de Jesús no se queda en teorías. Llega a percibir el rastro de Dios en lo que nos pasa como personas singulares y como pueblo. Creer no es formular expresiones teóricas de fe, sino descubrir que esas expresiones de fe se plasman en la historia. Con otras palabras: los cristianos tenemos una historia de salvación recogida en la Biblia y en la tradición viva y santa de la Iglesia que es paradigma de interpretación y de desvelación de Dios en nuestra historia de hoy. Es creyente quien reconoce a Dios en la trama de la vida y de su vida.
Estas afirmaciones tienen consecuencias pastorales, es decir, orientan la manera de hacer y de iniciar en la fe a las nuevas generaciones.
 
2.1. Importancia de tener historia en la tarea educativa
 
La experiencia cotidiana nos enseña muchas cosas. Me comentaba un amigo que trabaja pedagógicamente en una Escuela Medio Ambiental que los niños y adolescentes que llegan a ella, cuando llegan a la Escuela Medio Ambiental y ven por primera vez a los animales los “tratan como animales”, es decir, sin cariño y con desprecio o a pedradas o con expresiones como: “¡Si no es más que un animal! ¡Qué más da!”. Pero cuando esos mismos niños y adolescentes o adultos escuchan la historia de cada animal (en ese centro educativo los animales tienen nombre y de ellos alguien cuenta la historia), la relación animal-persona cambia totalmente. Ya no perciben un animal anónimo, sino a un ser vivo que tiene nombre y que tiene referencias, tiene historia, tiene identidad propia, es original, y es capaz de suscitar sentimientos en las personas y, por tanto, una comprensión diferente. La relación cambia totalmente.
Cambiemos de ámbito y centrémonos en los comportamientos entre personas. Generalmente nos pasa lo mismo. Recuerdo que durante unos años tuve la suerte de estar en contacto con personas que seguían un plan de rehabilitación para salir de la droga. Me llamó mucho la atención la corrección que me hizo una monitora:
– No utilices la expresión “drogatas”. No existen drogatas. Existen personas con problemas de droga, como existen personas con problemas psíquicos o físicos. Las palabras revelan una manera de relacionarnos con las personas y de acercarnos a sus problemas. Hay que cuidar el vocabulario.
La corrección me hizo pensar. Después compartí con un grupo de chicas y sus compañeros durante muchas horas ratos de no hacer nada, de estar viendo la televisión o de dar un paseo por el parque del barrio. Esos días en que no se tiene nada que hacer o no hay materia de qué hablar me di cuenta que eran los días mejores, cuando más hablábamos de nosotros mismos, cuando más preguntas salían sin querer. No había un asunto externo que nos encasillara la conversación. Fue en uno de esos momentos cuando escuché:
– Si tú conocieras mi historia de pequeña te explicarías muy bien por qué estoy donde estoy. Y empezaban a contar quiénes eran sus padres, qué trato tuvieron, las veces que les ataban a la pata de la mesa y ellos se marchaban y los dejaban allí hasta 24 horas seguidas…
– Cuando tuve la estatura suficiente para llegar a la puerta y abrirla, me largué de casa y vivía como podía; para defenderme y sobrevivir, tenía que entrar en pandas que me protegieran. A cambio, se me exigía seguir las normas de la pandilla, etc.
Esta expresión si conocieras mi historia comprenderías y no me juzgarías me parece que encierra una realidad profunda. Conocer la historia del otro es comprender y relacionarnos de otra manera con él. Entrar en la historia del otro no cambia nuestras historia, pero sí modifica “nuestras historias” con el otro, nuestra relación con el otro.
 
En la vida normal la relación, el cariño, la distancia, el aprecio o rechazo van ligados a lo que conocemos del otro. ¡Cuéntame cosas tuyas! es algo que pedimos al que no conocemos o al que ya conocemos pero queremos conocerle más. ¡Háblame de tus cosas! La historia del otro modifica nuestra relación con él: nos abre a la comprensión de lo que es, nos da pautas para establecer una red de relaciones, de cariño, cercanía, distancia, trato, interés, amistad, odio, prevención…
Todo esto es experiencia palpable y nos revela la importancia de la historia del otro para establecer un código de comportamiento con la realidad, con los seres vivos, con los semejantes. ¿Tiene algo que ver todo esto cuando nos referimos a la educación de la fe, a la apertura al Dios que se nos ha ido revelando en la historia hasta hacer de ella una historia de salvación
No hay verdadera relación con algo o con alguien mientras no conocemos su historia. Conocer la historia del otro modifica “las historias” con el otro: la forma de relacionarnos, la “idea” del otro, las pautas de comportamiento y de trato…
 
2.2. Dar a conocer las obras y palabras con las que Dios se ha revelado
 
El carácter histórico del mensaje cristiano obliga a la catequesis a dar a conocer las “obras y palabras” con las que Dios se ha revelado. Es el primer grado o paso para que el otro se abra a la realidad de Dios. Sin conocer las obras de Dios no podrá surgir ni la pregunta indagadora, ni la búsqueda de sentido.
 
El uso de la Biblia en la acción pastoral es importantísimo. Si es cierto que la catequesis no se puede reducir a una presentación de la Biblia, mucho más cierto es que sin la Biblia en la catequesis no hay verdadera catequesis. Faltará la narración de los hechos y palabras que explican los hechos de salvación. Junto a la Biblia está la historia de la Iglesia y la reflexión de siglos de vivencia del Evangelio de Jesús que manifiesta la manera cómo los creyentes, en circunstancias concretas, han traducido (y, en ocasiones, traicionado) el Evangelio. Contamos la historia de salvación fundante no para no implicarnos en ella, sino para vivirla.
 
2.3. Iniciar en la comprensión de las obras y palabras de Dios
 
Hay muchas maneras de aproximarnos a la comprensión de las obras y de las palabras de la Biblia. A lo largo de la historia de la acción evangelizadora podemos distinguir grandes corrientes de iniciación en la fe o de empleo de la Biblia con aquellos que deseaban entrar en la comunidad de los creyentes.
 

  • Hay una iniciación en la     comprensión de la historia de salvación que destruye el mismo sentido de los hechos. Se trata de reducir el relato histórico a algo cerrado. El hagiógrafo habría escrito únicamente para narrar algo que pasó y ya no pasa y en lo que no nos vemos implicados. Iniciarse en la historia de salvación consistiría fundamentalmente en aprender hechos del pasado sin que nos afecten; basta saber su literalidad. La acción educativa, desde esta óptica, pretende hacer entrar en algo que está ahí, fuera de mí; fue así y ya está. Lo esencial para el educador que se posiciona en esta orientación es que la persona (niño, adolescente, joven o adultos) al final de la etapa de iniciación posea un bagaje de conocimientos elementales e indispensables para la vida cristiana. Poco a poco se las apañará para ir desglosándolos y diciendo: “Ahora esto, ahora lo otro, aquí recuerdo que tengo que comportarme de tal manera…Ahora entiendo lo que aprendí”. La persona puede estar viviendo y haciendo aplicaciones sin entender ni descubrir qué hay en la trama de las historias que componen la historia del salvación. Es una manera de vivir en paralelo a otra cosa, sin que me afecte de manera personal; sólo es necesaria para sacar conclusiones operativas de manera de obrar.

 
Esta manera de “tratar la Biblia” en el proceso de educación de la fe es bastante corriente. Importa el libro, la teoría. Ni se plantea que la historia de nuestro mundo y la historia personal sean lugares de revelación y de presencia de Dios. Descubrir y leer la presencia de Dios en la historia no entra en los planes de iniciación; queda reservado para trabajo personal; muchas veces la lógica deducción es que “es mejor no enterarse de lo que pasa a nuestro lado”, o se verá la historia “con un cierto pesimismo donde el mal es tan fuerte que Dios no se ve por ninguna parte”. Se olvida que la pregunta ¿Dónde está tu Dios? es una pregunta que hacen los paganos. El creyente no se hace esa pregunta. El creyente afirma, confía y espera. No se le ocurre preguntar si Dios está o no presente. Lo único que confiesa es que está. Nada mejor que las palabras del salmo 41: Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten. ¿Dónde está tu Dios?… Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan: ¿Dónde está tu Dios? ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverá a alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío (Sal 41).
 

  • Hay una iniciación en la comprensión de la historia de salvación que parte de que la preocupación del autor bíblico era no tanto narrar acontecimientos exactos, sino narrar la acción o intervención de Dios presente en unos acontecimientos. En esta perspectiva no se trata tanto de encerrar al lector en la repetición de una historia particular y concreta, sino en descubrir, a través de una historia, el sentido de la propia historia. El Antiguo Testamento es válido también para los creyentes del Nuevo Testamento y entienden su presente, centrado en la persona de Jesús, porque en él se cumplen las escrituras y los profetas. El discurso de Pedro después de Pentecostés lo deja bien claro (Hech ,14-36). Lo importante de la historia de salvación, de los acontecimientos bíblicos es que son interpelación lanzada a nuestra historia presente por aquel que nos cuenta su itinerario personal a partir de su historia.

 
El Directorio General para la Catequesis (1997) recalca que el carácter histórico del mensaje cristiano obliga a la catequesis “a iluminar el ‘hoy’ de la historia de la salvación. El ministerio de la Palabra no sólo recuerda la revelación de las maravillas de Dios hechas en el pasado… sino que, al mismo tiempo, interpreta, a la luz de esta revelación, la vida de los hombres de nuestra época, los signos de los tiempos y las realidades de este mundo, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación de los hombres” (DGC 108).
¿Qué quiere decir esto para el hacer pastoral? Pues que no basta saber y comprender relatos bíblicos. Se trata de algo más: de entrar en una experiencia histórica de salvación. Es decir, los relatos bíblicos están ahí como referencia para entender mi historia y nuestra historia a la luz que de ellos se desprende. Estos relatos nos son algo cerrado, sino abierto; no sólo dieron sentido a unas generaciones, sino a todo aquel que quiera aceptar el dinamismo de la confesión de la fe. Así la historia en presente se hace también historia abierta en la que Dios actúa como actuó; la historia presente se hace historia santa atravesada por un dinamismo de muerte y de resurrección donde el Espíritu de Jesús está actuando. La historia santa no es historia atemporal, sino una historia que ilumina el presente con su luz y su significado.
En este tipo de pedagogía religiosa no hay que pasar de la teoría a la vida, sino que cuando la vida es leída como historia de salvación en confrontación con la Biblia, la vida se llena contenido.
Hay que reconocer y admitir que no es corriente esta manera de iniciar en la fe. Exige un dominio de la Biblia y una lectura de la existencia que haga posible confesar: Reconozco que Dios actúa en mi vida. En no pocas ocasiones sumergirá al catequista en una nube que no le deje ver bien a Dios, y tendrá que vivir, como María, meditando las cosas en el corazón (Lc 2,19) porque no se entiende todo a la primera. Esta postura no es cómoda; algunos verán en ella “no tener palabra para dar razón de la fe que nos anima” (1Pe 3,15). Habrá que recordar que el padre de los creyentes la vivió así: Por la fe obedeció Abrahán a la llamada de salir hacia el país que habría de recibir en herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se trasladó como forastero al país que le habían prometido y   habitó en tiendas con Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa (Heb 11,8-9).
 
2.4. La historia personal como línea no como puntos
 
Cuando en los encuentros con catequistas quiero expresar lo que significa tener historia personal lo suelo explicar con estos dos gráficos:
 
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(Gráfico 1)
 
Este gráfico presenta una sucesión de puntos, de acontecimientos vitales que unos no están referidos a los otros, no están conexionados entre sí. Hay acontecimientos que llegan, se viven y no se explican ni con lo anterior ni con el futuro. Es una manera de vivir, a lo que sale, a lo que venga. Posiblemente hoy la sociedad nos lleva a vivir de esta manera por la rapidez con la que pasan las cosas. No nos da tiempo a ordenarla. Se superponen unas a otras. Las noticias de ayer son viejas inmediatamente. Todo va muy deprisa y se nos amontona en la cabeza. No sabemos qué hacer con lo que nos pasa ni con lo que pasa. No somos capaces de captar la trama de la vida. Permanece oculta. Uno de los signos de madurez personal está en saber dar razón de mi historia, de mis acción, de mi vida y ver que realmente hay una trama: unos hechos están unidos a otros.
 
 
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(Gráfico 2)
 
En este gráfico tenemos los mismos puntos o acontecimientos que en el anterior. Pero hay un elemento nuevo: la línea espiral que los une y los va lanzando hacia un futuro abierto siempre. Una línea que va entrelazando unos con otros; unos explican a los otros y son el futuro es posible porque está precedido de “algo”; a su vez, la historia de hoy es la base para lo que acontezca mañana. Tener la vida en las manos es saber dar explicación de lo que vivimos, saber correlacionarlo, saber que nuestra vida tiene un hilo conductor.
Es fácil explicar esto en la vida práctica. Cuando nos enteramos de hechos “sorpresivos” de algunas personas, en un primer momento quedamos un poco desorientados y decimos: “No me lo puedo creer”, “en otra persona lo creería, pero de ésta es que no me pega, no lo encajo, no lo entiendo”, etc. O sencillamente hacemos silencio respetuoso porque “no entendemos o no le damos más importancia”. Poco a poco vamos conociendo datos que nos llegan o nosotros mismos analizamos y “unimos cabos”. Descubrimos que lo que   en un momento no entendíamos o no tenía importancia, a la luz de lo nuevo “se entiende y se explica muy bien”: “Ahora ya entiendo aquellas palabras del otro día; ahora me explico yo aquel comportamiento; ahora caigo en la cuenta de aquel detalle que no le di importancia”. Unimos los puntos y descubrimos que tienen una línea de conexión, una trama lógica; la vida está atravesada no por una fatalidad aislada, sino por algo que da sentido a la totalidad.
Pedro se escandaliza y no puede entender el anuncio que Jesús hace de su pasión después de haberle confesado como Mesías y Señor (Mt 16,21-13). Pero tras los acontecimientos pascuales, aquello que no podía entender (el sufrimiento de Jesús) lo entiende perfectamente y lo une con una historia que va mucho más allá del presente: se entrelaza con las profecías hechas sobre el Mesías (Hech 2, 14-36).
 
Me parece de suma importancia esta visión de la persona y que tiene consecuencias prácticas importantes y sencillas, por ejemplo, en la forma de animar el grupo o la comunidad.
No siempre es fácil dar con “la trama de la vida”. El pueblo de Dios necesitó la intervención de los profetas que le ayudaban a descubrir que Dios estaba en todo lo que le pasaba. Los Apóstoles necesitaron al Señor Jesús para entender, y, a pesar de la presencia, de las palabras y de la compañía de Jesús, no entendía y veía fantasmas en lugar de verle.
En la historia de la Iglesia ha existido el ministerio de la Palabra proclamada, la presencia y compañía de catequistas, padrinos, directores espirituales cuya función era ayudar al creyente y a la comunidad a ver a Dios en la trama de la vida. Mientras Dios no nos es cercano en la historia de cada día, en lo que pasa, en el hermano que necesita, en la solicitud que me llega de manera imprevista, Dios no es Dios de nuestros días ni de nuestra historia…
La iniciación en la fe y el grupo de iniciación tienen que tener en cuenta esta dimensión de historicidad de la salvación y traducirla con acciones pedagógicas prácticas. Elementos que se usan mucho en la acción pastoral como son los dibujos, el cuaderno de grupo, el diario personal, las notas del animador tienen, en el fondo, la función de ayudar a entrelazar lo que pasa a la largo del año o de los años. La fragilidad de la memoria es ayudada por las notas (estén tomadas de la manera que lo estén). Releer la historia de un año (o de los años que un animador está con un grupo) es una ocasión de aportar perspectiva, de hacer secuencias, de percibir la trama de fondo en la que está oculta la presencia y la llamada de Dios.
Hay cosas de la vida que no se entienden en el momento en que acontecen. Nos desbordan. No somos capaces de manejarlas.”Nos vuelven locos”, decimos. Sabemos que están ahí y que no advienen porque sí, sino por una razón. Hace falta dejar pasar tiempo para entender y para entendernos, para entender lo que nos pasa, para airar atrás y descubrir puntos de explicación y tendencias de futuro. Volver sobre el ayer es una forma de comprender el ayer y el hoy y de estar alertados para el mañana.
No hemos entendido nuestra vida de una vez para siempre. Siempre necesitamos dar sitio en nuestra historia a lo que llega y que es historia de salvación.
 
2.5. Palabra y palabras
 
Como último punto de esta reflexión quiero apuntar una consecuencia que se desprende de cuanto se ha dicho: la creación de lenguaje religioso. Una acción, un gesto puede ser nada o puede ser todo. Partir pan puede ser nada o un gesto normal o un gesto revelador, como en el relato de Emaús. ¿Qué es lo que hace que los gestos tengan significado y significado preciso? La palabra. La palabra explica el gesto y el gesto provoca palabra. Necesitamos decirnos las cosas y dar sentido a las acciones con la palabra. Los pedagogos nos recuerdan que es importante pronunciar palabras a los niños pequeños aunque parezca que no entienden, ¡entienden! Descubrir en la vida de un grupo o de una persona que existen momentos de “anunciación” y que estamos urgidos a decir o no, es entrar en una dinámica en la que “creamos palabra”, o mejor, pronunciamos nuestras palabras, las que nos salen de dentro, las que brotan de nuestra sinceridad, las que nos comprometen o las que nos defienden.
No se trata de decir palabras de otro, sino de reconocer que en el acontecer de nuestra historia necesitamos pronunciar palabras desde el corazón mismo de lo que acontece. Es tarea de la iniciación hacer caer en la cuenta de que en nuestras palabras hay algo en común con las palabras de otros creyentes que nos precedieron. Los profetas, María, Jesús de Nazaret y tantos discípulos desde entonces pronunciaron palabras de fe. Tenemos derecho y obligación de redecir con frescor las grandes fórmulas creyentes. Y esto no es cuestión de lingüistas, sino de creyentes que se sienten afectados por Dios, cogidos por Dios en el corazón mismo de su vida y que con él dialogan y con él entablan una relación de intimidad, de confianza, de seguimiento. Después ellos, o nosotros, no damos cuenta de que ese diálogo es “nuevo”, pero a la vez “calcado” del diálogo fundante que está recogido en los relatos bíblicos. Creo que es un error “remozar las fórmulas de la fe” a base de “literatos o de literatura”. El lenguaje renovado de la fe lo hacen, hoy como ayer, los creyentes en el corazón mismo de su historia, dando respuesta al Dios vivo y verdadero.
 

ÁLVARO GINEL

estudios@misionjoven.org

 
Le risque de la Bible, Cerf, Paris 1974.