Huella y pie: memoria y ejercicio…

1 julio 1997

Hermoso es, hermosamente humilde confiante, vivificador y
profundo, sentirse bajo el sol, entre los demás, impedido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar la roca.
Sino que es puro y sereno arrastrarse en la dicha de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.
 

VICENTE ALEIXANDRE

 
«¡Llega a ser lo que eres!» (Píndaro)
Nunca los humanos, al nacer, los somos del todo. La humanidad biológica está ne­cesitada de una confirmación posterior. Hace falta algo así como un segundo naci­miento. Y «volver a nacer», para hacernos auténticamente humanos, sólo es posible plenamente cuando nos vasos contagiando de la humanidad delos demás. Familia, amigos y amigas, procesos sociales de aprendizaje y educación, etc., nos van mostrando el auténtico destino de cada uno: nuestros semejantes y… «¡llegar a ser lo que en potencia somos!».
Esos son los principales caminos o, mejor        «encrucijadas de la experiencia» porque se trata de procesos que atraviesan toda la existencia humana y a través de los cuales las personas hacen suya o interiorizan la realidad, es decir, toman posición ante el mundo y los otros. Inseparablemente se ven implicados dinamismos cognos­citivos y emotivos, personales y sociales, reflexivos y operativos.
 
«Si fuera un objeto, sería objetivo.
Como soy un sujeto soy subjetivo» (J. Bergamín)
Las complicaciones que rodean hoy a la experiencia, pese al reconocimiento uná­nime de la primacía de la «razón experiencial» sobre la conceptual, se están incre­mentando. Nos hemos ido desembarazando de las falsas «seguridades metafísicas» de antaño, sin haber sido capaces de sentar las bases de una «antropología de la experiencia» con la que escapar de los parajes del nihilismo más o menos postmo­derno o del inhumano relativismo -adjetivación merecida, al menos, cuando se casa con el capricho y se olvidan descaradamente las repercusiones sobre los demás-.
 
 
 
Con todo, la principal experiencia que siempre está en juego, que siempre se enseñan y comunican las personas unas a otras se refiere a eso de «en qué consiste ser hombre». Nadie es sujeto en soledad, sino sujeto entre sujetos; y es ahí, en ese «entre», donde se teje de la vida humana.
 
«Los ojos no ven, saben» (J. Guillen)
Por otro lado y aunque todos sabemos -como diría Ortega y Gasset- que «nadie ve con los ojos, sino a través de los ojos», seguimos empeñados en asentar la experiencia sobre actos superficiales y nos contentamos con simples «miradas o guiños in-trascendentes«. Sin em­bargo, somos conscientes de que lo importante se esconde dentro de tales entra­mados de superficie y hasta resulta invisible a simple vista.
Es más: el ejercicio y la experiencia espiritual nos atestiguan que «aquello» que da sentido a la vida y consistencia a la esperanza está más allá de la propia existencia inmediata, y va entregándosenos como un «don gratuito» reconocible en tanto en cuanto, paso a paso, es acogido e introducido con cuidado en el corazón del vivir cotidiano.
 
 
 
«Todo tiene su tiempo y sazón…» (Qohelet)
También está claro, además, que no hay «experiencia profunda» sin ejercicio. Por ahí va esté número de Misión Joven (estudios y dossier, particularmente). La «educación de la ex­periencia» exige multiplicar los campos de entrenamiento realizar ejercicios de todo tipo.
En general, la educación de la experiencia de los adolescentes y jóvenes tiene que dirigirse hacia esa humanización que permite descubrir el sentido de ser persona y definir co­mo tal el propio proyecto de vida. Nada mejor, para alcanzar tal objetivo, que los ejercicios encaminados a descubrir el rostro de los «otros» y ser de aquellos que han saboreado «la leche­ de la humana ternura», según la hermosa expresión de Shakespeare.
Más en concreto, nos interesa de modo particular la gimnasia interior que ayude a los ado­lescentes y jóvenes a ser libres. Para estar humanamente en forma hay que preocuparse por el «ejercicio espiritual», esto es, hay que ocuparse del encuentro con uno mismo que favo­rezca la interioridad, de llenar elcorazón con amor y benevolencia y, en fin, de cuidar que nuestras entrañas rebosen comprensión y misericordia.
 
¡Ojalá, por último, que a lo largo de los veraniegos días de convivencia, en los que tantos adolescentes, jóvenes y animadores cruzan sus vidas, al recordar la persona y la historia de Jesús de Nazaret, cuanto menos, se vislumbre la imagen del «hombre libre», del «hombre nuevo». ¡Feliz verano!

José Luis Moral