[vc_row][vc_column][vc_column_text]Pie Autor:
Toni Catalá, SJ, es director de «Estela» (Escuela de Teología para Laicos) del «Centro Arrupe» (Valencia).
Síntesis del Artículo
El universo simbólico del cristianismo «no casa» con la cultura y vida de los hombres de hoy. En la fractura producida, no desaparece lo más importante: todos seguimos siendo «criaturas de Dios». Habrá que dejarse «no sólo interpelar sino interpretar por el Evangelio» para que siga sonando la Buena Noticia. Además, en el nuevo contexto actual, «en un mundo tan interesado, sólo el des-interés puede ser evangelizador». Por último, «urge seguir desclericalizando la pastoral y poner la eclesialidad en su justo lugar».
1. «Tan sólo digo lo que he visto»
Hace unos años, en contextos educativos de menores en situación de marginación, ya se constataba la ruptura de la simbólica cristiana. Los padres habían dejado de ser trasmisores de la fe, en el sentido de que ya no incorporaban a sus hijos a una ámbito de tradición creyente. Los desarraigos provocados por la emigración forzosa, y malograda en la nueva ubicación, suponían rupturas personales y pérdidas de sentido. La ruptura con un sistema de creencias y sus simbólica generaba nuevas percepciones y ubicaciones en el mundo de la vida que no pasaban ya por lo cristiano y lo religioso, sólo algunas abuelas lo seguían haciendo porque tenían referencias vividas a contextos de tradición cristiana en sus respectivos pueblos de origen.
Querer evangelizar en un mundo tan resistente era causa de tensión y de frustración. Daba la impresión que si los chavales no «entraban» en el ámbito de la celebración y la incorporación a la comunidad cristiana, el trabajo educativo carecía de sentido o, por lo menos, de pleno sentido. Veamos unos cuantos rasgos de esta situación, que en verdad llevaban a la imposibilidad de evangelizar en el sentido corriente de la expresión.
Recuerdo cuando Adolfo me decía: “Toni, en el colegio donde estaba antes los curas estaban locos, ¿sabes lo que hacían?: por la noche paseaban con una cuerdecita con bolitas hablando solos y cuando se aburrían se iban a dormir”. Cuando lo contaba a compañeros y compañeras de trabajo la respuesta normal era: «¡Qué ocurrencias tiene Adolfo, qué gracioso es!». Para mí, era un indicador claro de lo que se nos venía encima, de nuestra cultura: que la ruptura en la trasmisión de toda una simbólica cristiana estaba a las puertas. Se estaba abriendo una fisura muy grande y de consecuencias insospechadas.
Tomás, un chaval apaleado por la vida y con conductas de las llamadas paradelincuentes, me viene un día llorando auténticamente compungido. Yo creía que algo gordo había pasado en su familia o que se encontraba en una situación de conflicto sin salida. Cuando consigo serenarlo, me dice que se había enterado que me quería «meter a cura», y pedía por favor que no me metiera (llevaba yo quince años de jesuita y tres viviendo con él en el mismo centro), por lo que más quisiera que no me metiera cura. Es evidente que lo que Tomás me estaba diciendo es: «Si te metes, cura te pierdo».
Francisco era un chaval que había vivido con su familia en una cueva durante catorce años, con una bondad como pocas veces he encontrado en una criatura, que se le abría el mundo cuando a esa edad empezaba a leer y a escribir. Un día, me dice con un cierto apuro: “lo que no entiendo, Toni, es por qué tienes en tu habitación a un señor desnudo clavado en una madera, ¿quieres que te haga un dibujo más bonito y lo pones?”. Sin comentarios.
Clase de religión a primero de BUP, en la misma época y en la misma ciudad, en un colegio religioso de toda la vida: “Tomar nota que os voy a dictar el núcleo básico de la predicación de Jesús”. Todos y todas se disponen atentamente a copiar; les comienzo a dictar, con toda seriedad, como predicación de Jesús una canción de Mecano: «Hoy no me puedo levantar porque el fin de semana me sentó fatal…» A media canción, el avisado de la clase cae en la cuenta y dice todo serio: “Toni, creo que esto no es de Jesús, esto es de Mecano”. Sin comentarios.
Vuelvo al ambiente marginal. Lolo y Belo, después de convivir juntos en el mismo piso en el barrio, se empiezan a hacer cristianos; después volveré sobre qué quiere decir «empiezan a ser cristianos». Un miércoles santo, me dicen que quieren ir a una Pascua porque eso de Jesús les va; también me dicen que no quieren ir a la que yo voy a celebrar con «pijos y pijas» (sic), quieren ir a otra más de su rollo. Se me ocurre una idea feliz (¿?), y les digo que en el barrio de al lado hay una comunidad que celebra la Pascua más comunitariamente y, además, conocen a algunos amigos y amigas míos que han venido por el piso, (eso de un jesuita viviendo en un piso, en el barrio y con chavales «marginados», siempre resultaba un tanto exótico, hasta el día que ellos pintaron a la puerta: «Esto no es un zoológico, gracias por las visitas»).
Y allí se fueron a celebrar la Pascua. El jueves santo por la noche me dicen que no vuelven, que aquello no es para ellos, que los llenaron de besos al llegar, que en la paz los volvieron a llenar de besos y abrazos, que se pusieron todos a «largar» después del evangelio y que se hacía interminable tanto rollo… Parece ser que esa simbólica celebrativa tan de «empaste afectivo» no sólo no les decía sino que les echó para atrás.
Son muchas las historias que podría seguir narrando, historias que llevan a plantearse qué es eso de evangelizar y hacer pastoral, y por supuesto no sólo en un ambiente marginal, en una cultura en la que se ha dado una fractura de la simbólica cristiana para casi toda la gente joven y no tan joven.
2. Más allá de las anécdotas
Cuando se da una fractura simbólica, los seguidores y seguidoras de Jesús tenemos que caer en la cuenta que vivimos un auténtico tiempo de Gracia, que hoy sigue siendo tiempo de Salvación. Cuando se dan estas fracturas, muchos seguidores y seguidoras del señor Jesús ven lo contrario: en un mundo roto y sin salida, parece que al desaparecer las simbólicas en que se expresaba lo cristiano ha desaparecido todo, cuando lo que no ha desaparecido es lo más importante: las criaturas de Dios. Lo que pasa, es que aparecen con una mayor desnudez y con más indefensión ante los ídolos invasores de nuestra cultura, aparecen como más rotas y por eso como más necesitadas de Compasión.
Esta percepción de la realidad fracturada provoca la tendencia al abandono y al bloqueo y entonces o se abandona o lo que es peor: se entra en dinámicas de lamento persistente y mortecino. No hay cosa más deprimente, que percibir en personas que dicen que siguen al Jesús de la Buena Noticia, fustigar continuamente al mundo desolado. El seguidor y la seguidora de Jesús son aquéllos que saben que donde hay hombres y mujeres hay criaturas de Dios, y donde hay criaturas de Dios siempre hay tarea y no cabe la desolación.
Vivimos un tiempo que nos pide una depuración fundamental. Se trata de depurar una pretensión inconsciente y muy arraigada, que se da en aquellos que queremos generar ámbitos de Buena Noticia, para que nuestra gente pueda conocer a Jesús de Nazaret y al Dios que invocó como ¡Abba!: la pretensión de que nosotros portamos a las espaldas, o en nuestro interior, a Dios, a Jesús, el Evangelio, la Salvación… para llevarlo y entregarlo a los demás. Lo de Dios y su Buena Noticia no es «un producto a colocar», sino lo que radicalmente nos descoloca ante los ídolos y diosecillos que en nuestra cultura nos dicen qué es lo correcto.
Nos cargamos con la pretensión, que lleva al engreimiento, de creer que Dios y su Buena Noticia, la «Buena Noticia de Dios» que anuncia Jesús (Mc 1,14), dependen últimamente de nosotros. No acabamos de estar persuadidos de que nuestra fe es vivir en el ámbito del Viviente, que su Espíritu se nos ha dado y que en este mundo nuestro, no en otro, aunque sigue «gimiendo con dolores de parto» (Rom 8), ya se nos está anticipando el don definitivo del Dios de la Misericordia y de la Ternura, que nos hace posible vivir como criaturas arraigadas y agraciadas, viviendo compasivamente con las otras criaturas.
Esta pretensión supone una confusión de planos, tremenda y de consecuencias nefastas: confundir el generar ámbitos en los que emerja la Buena Noticia, que es siempre un don, con la trasmisión de la Buena Noticia como trasmisión de conceptos, doctrinas, símbolos… que necesitan ser traducidos. En el momento que hemos de traducir simbólicas, algo empieza a fallar. No se trata de precipitarse en traducciones sino en dejarnos interpretar una vez más por la Buena Noticia.
Esta confusión es bastante nefasta por las tensiones y agobios que conlleva; es inhumano creer que el Creador depende de la criatura y el Padre de los hijos, cuando es precisamente el Espíritu del Padre y del Hijo —en el que nos movemos, existimos y somos— el que nos hace sensibles a interpretar nuestra existencia para que suene a Buena Noticia. Es nuestro modo de estar en la vida, el que urge revisar para que todo él sea música de Buena Noticia en un mundo tan ruidoso y tan saturado de todo.
3. Dejarse interpretar por la Palabra para que el Evangelio siga siendo Buena Noticia
Vivimos un tiempo de Gracia, porque es un tiempo privilegiado para volvernos a situar en la raíz de la Buena Noticia de Jesús. Cuando nos resituamos, caemos en la cuenta de que urge liberarnos de toda precipitación en la trasmisión de la Buena Noticia; más que de una urgencia por la trasmisión, se trata de volver a dejarnos no sólo interpelar sino interpretarpor el Evangelio. En una cultura tan funcionalista, parece que lo urgente es la técnica pastoral, los materiales que solucionen la convivencia y la clase…
No podemos olvidar el momento de verdad que tiene una de las dimensiones del planteamiento teológico de Bultmann, y que consiste en que la Palabra de Salvación interprete nuestra existencia antes de precipitarnos en querer trasmitirla. Nuestra tarea como educadores en ambientes marginales fue precisamente ésta: ante una realidad en la que no cabe la Palabra explícita, porque se está en otro código cultural, plantear-nos, cuestionar-nos qué nos dice el evangelio a nosotros, no a ellos; cómo interpreta nuestra existencia, nuestra ubicación en la vida, nuestra misión evangelizadora.
Sólo en la medida en que nos situamos así, se descubren unas dimensiones evangélicas sorprendentes; dimensiones que, cuando se está con excesiva preocupación en la tarea de cómo transmitir, se nos pueden escapar el qué trasmitir, y lo que tenemos que trasmitir vuelven a ser contenidos doctrinales y éticos que no necesariamente llevan a un ámbito de Buena Noticia.
Hace unos años, en un momento de cambio de paradigma teológico (crisis de la teología liberal), estas cuestiones se plantearon y siempre podemos aprender de ellas. El diálogo entre R. Bultmann y K. Barth es orientativo para no precipitarnos en querer trasmitir lo que no siempre tenemos claro vitalmente. El recibir la Palabra del Evangelio como Palabra de Salvación existencial no supone instrumentalizala, no es un puro asunto de trasmitir traduciendo, se trata de algo más hondo. Da la impresión que, urgidos por la evidencia sangrante de la injusticia de este mundo, estamos otra vez reduciendo el Evangelio a un mero soporte ético y no dejamos que aflore la dimensión sanante del Dios de la misericordia y de la Ternura que nos revela el Compasivo.
La traducción no consiste en cómo hacer accesible la palabra a los oyentes para que la entiendan en la predicación dominical, decía Bultmann, sino que supone un momento previo fundamental y fundante: el que la Palabra interpreta hondamente nuestra existencia. Este aspecto de la existencia cristiana es uno de los descubrimientos que siempre hemos de agradecer a Bultmann.
La aportación de Bultmann —«creer es comprender»— es fundamental. No se trata de un comprender racional o puramente intelectual, se trata de comprerder-me delante de la Palabra que me llega y que me pone en crisis, me juzga, me desenmascara. Palabra de la Cruz que pone en cuestión la propia afirmación orgullosa de mi existencia.
Éste es, para Bultmann, el momento de verdad que sigue estando vigente en una cultura como la nuestra —de instrumentalización y de funcionalización de todo— y, por lo tanto, en el cristianismo. El «interés» fundamental del estudiante de teología, del catequista, del pastoralista y del agente de pastoral da la impresión que sigue siendo cómo la palabra que se escucha, la Buena Noticia de Jesucristo muerto y Resucitado, ha de contarse en la catequesis o en la homilía del domingo. Sigue Bultmann en el diálogo con Barth: “Todavía si se entendiera «l trabajo de traducción» como aplicación práctica, pero tal como la entiendo se realiza juntamente con la comprensión del mensaje. La traducción no responde a la pregunta: «¿cómo se lo digo a mi hijo?» sino que está en cuestión: «¿qué me digo a mi mismo?», o todavía: «¿cómo oigo yo mismo?» Puedo entender solamente el Nuevo Testamento como una Palabra que me sale al encuentro, si la entiendo como dicha a mi existencia, y al entenderla la traduzco” (Correspondencia, p. 156).
Se trata de dejarse «interpretar» por la Palabra. El oír la palabra, que me sale al encuentro en el Kerigma, no es solamente un asunto de «interpelación» para el compromiso práctico cristiano; se trata de percibir la liberación de la angustia y de la frustración, a la que estamos abocados porque el Dios de Jesucristo nos abre al futuro de una vida agraciada.
No se trata de un ejercicio de traducción, exterior a mí; de una palabra que me llega, pero que no me atañe existencial y vitalmente. No puede haber ya un lenguaje de trasmisión de la fe que no sea implicativo: si el que quiere evangelizar no se implica vitalmente en sus afirmaciones y no es capaz de narrar su historia a vueltas con la Buena Noticia, su palabra será totalmente irrelevante en una cultura saturada de mensajes; sólo lo que tiene el sabor de lo vivido implica al oyente.
Hoy, en la pastoral, es necesario recuperar esa dimensión para sacar adelante la posibilidad de que el Evangelio aparezca como portador de Vida en nuestra cultura. En un mundo que cobra «intereses» por todo y lleno de personas «interesadas», es necesario descubrir la Gratuidad como dimensión fundante de la evangelización.
No hay modo de entender la Buena Noticia de Jesús, si no es desde la Gratuidad; toda la vida de Jesús consistió en desenmascarar la relación interesada con la divinidad; el fariseísmo no es gratuito porque continuamente está diciendo a Dios cómo tiene que corresponder al «buen comportamiento» del fariseo. Dios es aquél que puede hacer con lo suyo lo que quiera (parábola de los viñadores de Mt 20); nosotros no obligamos a Dios: nos amó primero, por pura gracia, cuando éramos pecadores.
4. Una palabra sobre la Gratuidad
Cuando tenemos «interés» por algo, en nuestro caso tenemos «interés» por evangelizar, tenemos que andar con mucho cuidado. Interés y gratuidad pueden entrar en colisión. Los intereses pueden enmascarar muchas cosas: supervivencia institucional, clientelismo que no me lleve a quedarme sin trabajo, resultados que presentar ante cualquier instancia que legitime mi trabajo… En cambio, la Gratuidad siempre tiene presente al otro/Otro en su propia identidad y misterio inefable.
Para configurar nuestra vida desde la Gratuidad es necesario ser personas apasionadas por Jesús de Nazaret y su Buena Noticia, y dejar que él nos configure, que nos contagie sus propios sentimientos.
Vamos a ver, pues, cómo no es posible entender la Buena Noticia sino desde la total y radical gratuidad.
Jesús percibe al Dios de Israel en su cercanía, no necesita pasar por las instituciones —que cosifican a Dios como legitimador de un orden (ley)— y regulador de los mecanismos de expiación de la culpa —que provoca la infracción de dicho orden perdonando o anatematizando (templo)—. Jesús percibe al Dios de los padres de Israel como Padre y Creador.
Esta cercanía inmediata no supone en Jesús una ausencia de radical alteridad con el Dios de su pueblo, para Jesús es el Padre «del cielo». La cercanía que Jesús siente es una cercanía fundante de su propia existencia, y su propia vida queda configurada desde el Padre, desde la voluntad amorosa del Padre; y, por estar su vida fundada en el amor, Jesús no utiliza a Dios en su propio provecho, sino que se vive compasivamente desde Él.
La relación de Jesús con Dios, en el contexto del judaísmo del siglo I, es la negación de las mediaciones institucionales de la ley y del templo. Esta relación no supone la manipulación de la Divinidad, ni pérdida de identidad propia. Jesús no queda fusionado y absorbido por la Divinidad, sino que encuentra en Ella su consistencia y la de las criaturas. La inmediatez se entiende en cuanto cambia radicalmente las mediaciones de acceso a Dios; ya no son instancias exteriores a las criaturas.
Al convertir las criaturas en mediación y ser criaturas «de Dios», la mediación termina en ellas. No hay equivalencia e ínter-cambiabilidad entre mediación ley-templo y la mediación criatura. La criatura ya no es una alternativa de mediación a la ley y al templo. No se cambia la criatura por la ley y el templo; sería cosificar a la criatura para convertirla en un «pretexto» para estar a bien con Dios, sino que la criatura se convierte en fin: «a mí me lo hicisteis» (Mt 25).
El intercambio sería aterrador: las criaturas de Dios convertidas en moneda de cambio para la salvación de aquellos que siempre necesitan acumular méritos ante un dios que no es gratuidad sino el gran mercader, el gran contable legitimador de tanto destrozo histórico pasado y presente.
En nuestra evangelización, hay que tomar en serio a las criaturas que tenemos delante, son criaturas de Dios, no las hacemos nosotros criaturas de Dios. Sigue funcionando una deficiente antropología teológica que, en el fondo, está persuadida que criaturas de Dios de verdad, hijos e hijas de Dios de verdad, sólo son verdaderamente aquéllas que entran en el ámbito cristiano.
Hace falta una mirada muy limpia para ver que, antes que posible cristianos y cristianas, lo que tenemos delante son ya criaturas del Dios que nos revela Jesús como Padre y Creador. Las prácticas que esta mirada genera son impresionantes, porque evangelizar no es sólo hacer cristianos y cristianas sino cuidar a las criaturas y aliviarlas desde la Compasión Gratuita; cuando las criaturas perciben esto, muchas empiezan a «hacerse cristianas». Cristificar a las criaturas, más que cristianizar, en nuestra cultura, consiste en que empiecen a notar que valen la pena y que se las toma en serio, no como posibles objetos para otras cosas. En un mundo tan interesado, sólo el des-interés puede ser evangelizador.
La mediación siempre es interesada, se cobra intereses y se lleva comisiones. La «riqueza» espiritual siempre ha entendido de contabilidad. Gracias a ti, Juan de la Cruz, que nos enseñaste en la «noche oscura» a sospechar de la riqueza espiritual. Cuántos proyectos pastorales se diluyen porque, de hecho, lo que está en juego no es el servicio a las criaturas sino otras cosas: prestigios, número, etc.
Volviendo la mirada a Jesús, vemos cómo su percibir a las criaturas como lugar —que no medio— inmediato para percibir a Dios, supone en Jesús que nunca las utiliza en su propio provecho. Nunca cura y alivia sufrimiento para tener seguidores, no fomenta clientelismo, su itinerancia es pura desinstalación, no quiere «reinos», ni grupos, ni comunidades —según el orden de este mundo, que oprimen y pisan («que no sea así entre vosotros»)—. Al ir, en la percepción de las criaturas, de medio a lugar, el acceso pasa por espacio y tiempo, pasa por modos de estar en la vida.
Este situarse de Jesús de cara al Dios de Israel percibido como «Abba» termina en la cruz. La ejecución de Jesús en la Cruz es consecuencia histórica de su modo de vivir. Al anular las mediaciones opresoras para la inmensa mayoría de los hijos y las hijas de Israel, en las que no cabe otra alternativa más que el sometimiento, ha «expuesto» su vida a la muerte. «Siendo hombre se ha hecho dios» y debe morir.
Jesús ha sub-vertido el orden, lo normal y natural querido por dios ha sido des-velado como opresor y estigmatizador para la inmensa mayoría de las criaturas de Israel. Al no utilizar a las criaturas como causa de su propia justificación, al Buen Pastor las ovejas le importan y, como le importan, no las utiliza para ganar un salario ante un dios amo; Jesús no puede exponer delante de dios nada que no sea él mismo en su puro y total despojo.
La Cruz es la radicalización de una percepción de Dios que no exige méritos ni necesita mediadores interesados. El abandono de los suyos es consecuencia de un seguimiento que no ha dado beneficios: ni primeros puestos en el reino, ni tan siquiera la posibilidad de administrar las nuevas mediaciones alternativas que podían esperar de Jesús como un hacedor de milagros. Este momento es de depuración radical de la percepción de Dios: sólo en la medida en que las criaturas nos importen por sí mismas y no porque nos reporten beneficio, por santo y bueno que sea, habrá evangelización, se generarán espacios de Buena Noticia: la Buena Noticia que somos amigos y no siervos del Señor.
La Cruz será el lugar de toda negación de mediaciones. El velo del templo se rasgó de arriba a abajo. La Cruz y los crucificados serán el lugar de acceso a la Divinidad, precisamente por ser lo que no interesa. En un mundo que tanto entiende de intereses, sólo en lugares desinteresados y por desinteresados se podrá encontrar el Espíritu del Viviente. Viviente que es el Crucificado. Jesús es el que Vive con Dios para siempre. Jesús no quedó para siempre en el lugar de la muerte sino que el Padre lo resucitó de entre los muertos constituyéndolo Ungido y Señor.
El vivir hasta desvivirse de Jesús ha resultado ser la expresión de la humanidad querida por Dios, la manifestación de la humanidad de Dios: Jesús es el Hijo de Dios. En la Cruz se expira el Espíritu que hace posible dar culto a Dios en Espíritu y verdad.
5. Cristificar a las criaturas
Cuando se depuran motivaciones y cuando la gratuidad nos configura, entonces las criaturas que nos rodean pueden empezar a «hacerse cristianas», pueden empezar a entrar en el ámbito de la Buena Noticia, comienzan a cristificarse. No podemos dudar nunca de las potencias y latencias que el Creador ha puesto en sus criaturas, evangelizar supone que pueda emerger lo que las criaturas son. No es una emergencia mágica sino acompañada, pero acompañada por testigos que continuamente están bendiciéndolas (diciendo bien de ellas) y no maldiciéndolas; de esto último ya se encarga nuestro desquiciado y desquiciante mundo.
Este decir con el gesto y la palabra es proceso, proceso en el que las criaturas van experimentando que todo lo que van sintiendo y procesando les lleva a ser un poco más felices y sólo desde ahí se barrunta que la felicidad que se experimenta no la da el mundo; esto es hoy lento, desesperadamente lento muchas veces, pero vale la pena.
Urge seguir desclericalizando la pastoral y poner la eclesialidad en su justo lugar. Las criaturas de Dios, hoy, necesitan experimentar que valen la pena porque este mundo nuestro las maltrata, las convierte en meros objetos en función del dios omnipresente: el Mercado. Este experimentar que valen la pena, supone una persuasión honda por parte del que se acerca a ellas. Esta persuasión sólo puede proceder del Tú Misericordioso y Creador que nos afianza confiadamente en la vida.
Poner la eclesialidad en su justo lugar supone que una tarea evangelizadora es evidente que se hace desde la iglesia —para nosotros no hay otro Cristo que el que se nos ha entregado—, pero no siempre ni necesariamente la tarea evangelizadora termina en la Iglesia. Jesús llamó a unos para que estuvieran con él y, a otros después de haber sido perdonados, dignificados y aliviados por lo tanto cristificados, los mandó a casa para que los disfrutaran los suyos.
Sólo recuperando la dimensión de creaturidad hondamente, podemos ser hoy portadores de Buena Noticia, sin exclusiones e integrando todas las dimensiones de la condición humana: en unos contextos, evangelizar será el crecimiento comunitario en el seguimiento del Señor, en la oración y en el conocimiento vital de la Palabra; y, en otros, será ayudar a que un terminal de SIDA muera con dignidad de criatura o que una criaturita de Dios coma y sea aliviada en su sufrimiento inocente. n
Toni Catalá
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