JAVI, MANU , RAI

1 noviembre 1998

La realidad que les rodea no les gusta, así que se la inventan. Una mejor, a medida. Una realidad de mulatas en biquini, de contratos millonarios, blindados, de vigilantes de la playa y trofeos relu­cientes. Una realidad en la que las chicas les son­ríen, sale coca cola de los grifos y a veces, sólo a veces, llueve dinero del cielo.
La realidad que ellos se merecen.
Y caminan con un pie en ella y otro por la tierra de los parques, haciendo equilibrios en la cuerda floja de un verano que se acaba antes de tiempo, buscando una tierra prometida que imaginan cer­cana, al otro lado de una autopista de coches en­vidiables, de coches que se alejan, que circulan ha­cia el norte, de coches en los que nunca van ellos. Buscando una tierra prometida con la boca pe­queña, sin saber aún, porque nadie se lo ha dicho, que las promesas no siempre se cumplen.
Resulta fácil encontrarles, en los bancos de los parques, en las plazas de los barrios. Honestos, duros, tiernos, retadores. Exigiéndole a la vida el libro de reclamaciones, dispuestos a pegarse con ella con el entusiasmo del novato, del aspirante al título.
Resulta fácil encontrarles, caminando por la pe­riferia de sus vidas, por los descampados de su adolescencia, una adolescencia de protección ofi­cial, de miedo y cerrojos, una adolescencia de la­drillo visto y hormigón armado, infranqueable, complicada pero honesta.
Barrio bajo, frente alta.
Resulta fácil encontrarles caminando, sin saber muy bien adónde van, porque nadie les ha dado el mapa de una realidad más bien difícil, sin sali­das de emergencia, una realidad de portales oscu­ros y ventanas enrejadas, de discusiones familia­
res, dé tabiques estrechos y esquinas afiladas. Una realidad de la que resulta difícil irte sin pagar, ca­si tanto como del híper, dice Rai, y de eso él sabe mucho.
 
Por eso se la inventan, por eso la mejoran día a día.
Una realidad falsa, eso sí. En la que ellos son los vigilantes de la playa, firman contratos millona­rios y reciben trofeos dorados. ¿Se podrá blindar un contrato de repartidor de pizzas?, pregunta Manu. Difícil, sobre todo si ni siquiera hay con­trato. Pero eso a él no le preocupa. Tampoco tiene moto y se las arregla. Porque a cambio lo que tie­ne es una voluntad enorme, de quinientos centí­metros cúbicos.
Lo malo es que la voluntad corre menos que las motos. A lo mejor por eso siempre llega tarde. Javi, Manu, Rai.
Esta es su historia. Una historia sobre los paraí­sos propios y los ajenos, sobre el momento en el que la fantasía se enfrenta a la realidad, le tira de las orejas. Una historia acerca de la mirada que te­nemos sobre las cosas, que es lo más importante. Más importante incluso que las propias cosas.
El techo es el cielo, aunque tenga goteras, y las nubes que lo cruzan son siempre las mismas. Rai ve en ellas dinero, preguntas, caricias, pistolas. Manu ve la cara borrosa de su hermano. Javi no ve nada.
Yo en ellas veo «Barrio».
Creo que por eso me gusta hacer películas. Por­que sigue siendo la mejor manera que conozco de inventar, reinventar la realidad. Posiblemente la única.

FERNANDO LEÓN DE ARANOA Director de la película «Barrio»



PARA HACER

  1. Leer el texto. ¿Qué nos dice?
  2. Seleccionar tres frases con las que estamos de acuerdo en cuanto reflejan el mundo de los adolescen­tes o jóvenes. Indicar otras tres con las que no estamos de acuerdo.
  3. Después de ver lo que dice el director de la película Barrio, escribir una carta a esos jóvenes o al pro­pio director (Será mucho mejor si se ha visto previamente la película).

 
 

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