Escribía Luis Antonio de Villena (!) en «El Mundo» (4.2.01):
«Muchos domingos por la mañana -yendo a mis deberes radiofónicos con el programa A vivir que son dos días- cruza el taxi calles como Fuencarral y Colón, donde miro, al filo de las nueve, a grupos de jóvenes, chicos y chicas, que salen en ese momento de bares o disco-pubs, donde han gastado largamente la noche o donde, más probablemente, han recalado tras una sesión de ritmo discotequero, con cuchipanda y despilfarros varios. Los ojos cansados y el aire manso, pero con esa sensación de abrumadora felicidad desnortada, a veces real y a veces abismática, que suele dar el fin de las farras y de la marcha… Siempre los miro con envidia. Porque temo que ése no sea ya mi tiempo (aunque me rebelo) y porque sé que tienen razón, pese al general deterioro, cumpliendo el precepto horaciano, que la juventud suele vivir ciega y a rajatabla: a vivir, que son dos días: Carpe diem. (Aunque aquí sería más exacto, carpe noctem).
Y el caso es que cuando yo he salido los fines de semana últimamente (el viernes y el sábado son los únicos días en que procuro con firmeza no salir) siempre me ha horrorizado lo visto. Las zonas conbares de copas parecen tomadas por hordas, vengan o vayan al botellón. En muchas discotecas y disco-bares se forman colas o aglomeraciones para entrar, y los porteros o guardianes parecen actuar con cierta dureza que creerán consustancial a su cargo. Por dentro, la multitud se acompacta, entre la desorbitada exageración de los decibelios, hasta el inevitable codo con codo y la impunidad de los empujones. Y el alcohol suele ser malo, como malas -adulteradas- las drogas varias que, más o menos, circulan. Entre los restos finales de cualquier botellón en plaza pública, el observador atento encontrará -vacías- las peores marcas de vino o de ginebra.
Un amigo mío, que en sus tiempos fue juerguista (cuando el juerguismo era un elitismo) me dice:«¿Pero no se dan cuenta de la enorme calidad de vida que han perdido?». Creo que no se dan cuenta. No han conocido otra cosa estos jóvenes del fin de semana, y en su cabeza -equivocadamente- multitud y fiesta han compuesto un binomio inseparable. Creen que sin mogollón no hay diversión posible. Cualquier día de la semana, pese a todo, sigue siendo mejor para divertirse bien, que la noche del sábado, pero claro, sin multitud apelmazada, sin gregarismo. Y los jóvenes esto, no sé por qué, no lo saben. El presente les pasa una factura cara que los años venideros, mucho me temo, tornarán carísima. Pero ¡qué caramba! Tienen 20 años y quieren placer y desorden sensorial. Si yo ahora tuviese su edad haría lo mismo. Están en un albañal (como todos, probablemente) pero yo los envidio cuando los veo salir de su juerga, amanecidos…».
- Y,tú. educador ó educadora, ¿qué opinas? ¿Cómo ves esa realidad? ¿Qué te parece cuanto dice ese autor?
- Y tú, jóven, ¿cómo lo ves? ¿Y cómo te sientan esas opiniones?
He aquí unas cuestiones para opinar. Y tomar postura. Y actuar.