Jóvenes con espíritu

1 junio 1999

ABONANDO EL FUTURO, HACIENDO HUECO EN EL PRESENTE

 
Se agrupan aquí un conjunto de materiales directamente pensados para preparar y celebrar Pentecostés con los jóvenes. Necesitan un serio trabajo de preparación y adaptación. Y necesitan, sobre todo, pararse previamente a pensar sobre cómo presentar hoy el «Espíritu de Jesús» a los jóvenes (Misión Jovenya expuso unas grandes líneas sobre el asunto en el número de 256 —mayo 1998—, pp. 57-64).
 
 
 
 

         1 Una primavera que conspira

 
«¡Juventud, quién te pudiera tener! El poeta cantaba la dicha de ser joven ajeno al malestar generacional, al paro, a la tentación del abismo. El poeta padecía el saludable idealismo. El poeta añoraba la eterna juventud. El poeta amasaba sus anhelos como un pastel, los horneaba suavemente y nos los devolvía vueltos poesía. ¡Alehop! ¡Juventud, divino tesoro! (Rubén Darío).
Pero eso fue ayer, cuando ser joven era sinónimo de esperanza y rimaba con futuro. Entonces, los sueños no se engangrenaban simplemente por rozarse con el bajo suelo. Entonces, militar de joven era posible y tentador. Hoy la juventud lo tiene difícil. Y no me refiero sólo al grupo social concreto sino a la Juventud con mayúsculas, ese valor atemporal, inexplicable y dulce que añoramos durante toda la vida, más allá de las arrugas o del colesterol. Hoy podríamos pervertir el verso del poeta y declamar: ¡Juventud, divina quimera!
 
Muchachos y muchachas que se evaden en el exceso de adrenalina del vacío de razones para vivir han dibujado con sus actos el retrato robot del joven de los noventa. Acontecimientos como la proliferación de grupos radicales al servicio de causas infames refuerzan esta visión nada halagüeña. Noticias sociológicas sobre una juventud conservadora, acomodaticia, enamorada de los aspectos más consumistas y burgueses de la vida han terminado por completar un panorama casi apocalíptico.
Pero eso no es todo. Es más, yo diría que es lo de menos. Y voy a jugármela: aún en los casos de las tribus urbanas que engrosan las filas de la violencia y el racismo, aún en ejemplos tan palpables del error y la falta de norte, basta rascar un poco, estoy seguro, para encontrar buena pasta y ese esplendor radiante del que tiene todo por vivir.
Además, hay otra juventud, tal vez menos presente en las portadas de los periódicos, menos interesante para los agonistas, para los que huelen en cada signo de crisis el fin de nuestra civilización.
 
También existen jóvenes enrolados en la campaña por el 0’7 y otros grupos solidarios, jóvenes con la mirada puesta en el tercer mundo o en las diversas opciones del voluntariado social.
Hay tanto todavía por hacer y por decir. Atrevámonos a proclamar sin miedo: ¡Juventud, en tus manos encomiendo el espíritu del mundo!
Cada día hay más jóvenes que apuestan por concretar en solidaridad sus ganas de vivir a tope. Cada día hay más jóvenes que reclaman un hueco en el futuro y abonan su presente con retos rebosantes de esperanza. Cada día hay más jóvenes recién salidos del Evangelio. Jóvenes a tiempo pleno, de sonrisa por montera y amor al natural.
Que no os amilane la decadencia, porque aunque este mundo os parezca condenado al perpetuo invierno, vosotros sois la primavera que conspira, la primavera que deshiela las convenciones y aleja el frío con bocanadas de caliente espontaneidad. Vosotros sois la rosa que insiste en germinar donde no hay suelo».
 
JESÚS VILLEGAS
 
 

         2 La llave del futuro

 
Las viñetas de Quino que aparecieron en el suplemento dominical de «El País» presenta una realidad que cuestiona a los jóvenes: la llave del futuro.Queremos buscar salida a un mundo demasiado poliédrico, con tantas caras que, en el fondo, no nos solucionan casi nada. Además, el ritmo de la vida actual nos obliga a precipitarnos en casi todo. Estamos intoxicados de prisa. No tenemos la paz suficiente para advertir lo maravillosamente densa, profunda y misteriosa que es la vida.
Las imágenes, entonces, pueden leerse como una invitación a dejar todas esas caras y ponernos delante de nosotros mismos, cara a cara con nosotros y escuchando el primer mensaje del espejo: «¡Sé tú mismo! ¡Atrévete a ser tu mismo!»
 
n Leer en primer lugar el texto de Jesús Villegas (Una primavera que conspira): ¿qué os parece? ¿Dónde os colocáis? ¿Qué podemos y debemos hacer para ser «jóvenes con espíritu»? ¿No tendremos que confiar, en verdad, que el Espíritu de Jesús nos convierta en «jóvenes recién salidos del Evangelio»?
n Tras analizar los dibujos de Quino, hacer el pequeño ejercicio imaginativo de contemplarnos delante de un espejo: ¿He aprendido a mirar, a verme, a escuchar, a esperar, a hablar… o sólo veo una figura plana y chata de mí mismo? San Agustín decía que “al hombre se le conoce en lo cotidiano, no tanto en las grandes decisiones”: ¿Me atrevo a ser yo mismo, quiero ser yo mismo a través de cada uno de los pequeños actos de cada día?
Llave y puertas: en nuestro mundo hay demasiadas llaves y muchas puertas en grandes pasillos. Mira las viñetas: ¿seguridad, conformismo, ilusión, alegría, perplejidad, confusión…? Una puerta vieja, remendada, agrietada: ¿Cuál será el pensamiento del joven? ¿Y, detrás de la puerta, qué? ¿Habrá otras llaves, otras puertas… que sean la «clave»?
 
 
         3 La casa de Dios
 
«Un joven se puso a buscar la casa donde vivía Dios. La buscó por todas partes, por los sitios más recónditos y apartados. Interrogaba a todos y a todo lo que se cruzaba en su camino. Cuando preguntaba a los pájaros, éstos le respondían con sus mejores cantos. Si lo hacía a las flores del campo, contestaban lanzando su fragancia a los vientos. Si les preguntaba a los animales, éstos daban brincos y saltos de alegría. Incluso llegó a preguntarle al mar, quien le respondió con una suave brisa marina. No había duda de que sabían de Dios, pero no encontraba su casa para poder estar con él.
Preguntó a los hombres y mujeres que encontró por el camino y le hablaron maravillas sobre Él. Pero de su casa, nada. Hasta que preguntó a un hombre que le respondió lo siguiente: —Si quieres encontrar su casa, vente conmigo y la descubrirás.
 
Aquel hombre le llevó hasta una aldea cercana, donde el hambre amenazaba a todos sus habitantes. El hombre le dijo que se desprendiera de todo lo que tuviera de comer y de valor, y lo compartiera con aquellas gentes. El joven, contrariado, le dijo: —¿Y eso qué tiene que ver con encontrar a Dios? Si les doy todo lo que tengo, me quedaré sin nada.
Y aquel hombre le respondió: —Cuando tu corazón esté desapegado de todo, y no te importe quedarse sin nada, descubrirás dónde vive Dios.
 
El joven comenzó a compartir todo lo que tenía con aquellos necesitados, y mientras lo hacía, comenzó a sentirse bien, más lleno que nunca. Empezó a entender por qué brincaban los animales o las flores lanzaban al viento su aroma: todos hablaban maravillas de Dios. La casa de Dios estaba dentro de su corazón. Lo que buscaba por fuera lo tenía dentro. Ahora se había creado el espacio suficiente para que Dios pudiera vivir en su interior».
 
 
4 Acoger al Espíritu y sus dones
 
«Un hombre de Dios bajó al pueblo para anunciar a sus habitantes que el Espíritu Santo iba a ser derramado sobre todos ellos cuando volviera a amanecer. Aquella noticia les llenó de entusiasmo e hicieron todos los preparativos para recibirlo. Pero al llegar el momento indicado, sólo unos pocos lo recibieron y pudieron beneficiarse de todos sus dones; a los demás, les pasó totalmente desapercibido aquel Espíritu. Éstos, viendo lo alegres que estaban los que lo habían recibido, se marcharon indignados en busca del hombre de Dios para protestar por lo ocurrido. Él les dijo: —De nada vale que venga la fuerza del viento, si las velas de vuestros barcos no están desplegadas para dejarse llevar por él.
 
A esto contestaron irritados: —Pero si nosotros no vimos venir ningún viento ni nada que se le pareciese. Sólo vimos salir el sol como todos los días y nada más.
Y el hombre de Dios les respondió: —El Amor gratuito, al igual que el viento, no puede verse con los ojos, sólo puede percibirse desde el corazón. Y por lo que parece, vuestros corazones están cegados, porque no se dejan arrastrar por la fuerza del Amor que continuamente Dios está derramando sobre vosotros.
Al escuchar estas palabras, le preguntaron: —¿Y cuándo dejaremos de estar ciegos? Y aquel hombre respondió: —Cuando dejéis de ver salir el sol con la rutina de todos los días; cuando dejéis de dar por supuestas tantas cosas que os rodean, y que son un regalo gratuito del que sólo podréis disponer ese día. Entonces, y sólo entonces, estaréis preparados para ver y percibir al Espíritu que os sostiene y os envuelve cada día».
 
 
PROPUESTAS PARA LA REFLEXIÓN Y LA ACCIÓN
 
La casa de Dios: ¿El corazón y Dios pueden ser la «clave»? A través de un pequeño símbolo, como puede ser una bolsa de plástico rojo llena de piedras que simbolice el corazón, el grupo se detiene a pensar acerca de las cosas con las que llenamos el corazón. Mientras se comenta, se pasa la bolsa con las piedras —hasta que quede vacía—, y cada cual saca una piedra de su interior a la par que expone una de las cosas que llenan el corazón. Al final se concluye: significado de la bolsa vacía…
Recibir el Espíritu: Se comenta, por ejemplo, la frase del Principito («Lo esencial es invisible a los ojos, no se puede ver bien sino con el corazón»). Hacer una lista con todas aquellas cosas que sólo pueden percibirse desde el corazón. ¿Qué cosas ciegan un corazón de modo que no vea lo esencial de la vida? ¿Podemos acoger el Espíritu de Jesús en nuestro corazón? ¿Cómo y qué signos de su presencia y acción notaríamos…?
 
 
Por sus frutos…
 
«Un algo ejecutivo fue a un famoso guía espiritual para pedirle consejo y le dijo: —Quiero alcanzar la paz y la armonía interior que usted muestra tener.
Y aquel hombre espiritual le interrumpió diciendo: —Siento interrumpirle amigo, pero se equivoca usted. Yo no tengo nada. Son la paz y la armonía interior las que me tienen a mí. Son ellas las que me poseen y me dejan participar de sus tesoros. Yo no las poseo.
Y el ejecutivo le pidió disculpas diciendo: —Perdone por mi ignorancia, pero es que sé pocas cosas de los hombres como usted, que tienen el Espíritu de Dios en su interior.
El hombre espiritual, sonriendo, le volvió a decir: —Ya le he dicho que yo no tengo nada. Es el Espíritu de Dios el que me tiene a mí. Soy yo el que vivo en su interior. Pero no se preocupe por esto. Es normal que hable de esta manera. Vivimos en un mundo en el que se mide a las personas por lo que tienen y no por lo que son.
 
—Pues eso es lo que yo quiero, dijo con ansia el ejecutivo; quiero ser lo que usted es. ¿Qué he de hacer para participar de la paz y la armonía de la que usted goza?
Y el hombre espiritual le dijo: —No hay que hacer nada. ES el problema que tienen muchos. Piensan que para alcanzar la paz, la felicidad y la armonía interior, hay que hacer muchas cosas, y se embarcan en mil proyectos para conseguirlas. No se trata de hacer sino de dejar de hacer. Dejar de buscar en el dinero la seguridad. Dejar de perseguir grandezas para sentirse grande. Dejar de arrastrarse tras los placeres de este mundo que prometen felicidad. Dejar de ambicionar lo que no se tiene. Dejar de crearse necesidades inútiles que ahogan la vida.
 
Pero el ejecutivo le dijo: —No me siento capaz ni con fuerzas para dejar de hacer todo eso que usted me dice. El guía espiritual le contestó: —No será capaz de hacerlo si no se deja atrapar por la paz y la felicidad que el Espíritu de Dios continuamente está regalando a todos. Una vez haya probado la calidad de estos regalos, le aseguro que sabrá desprenderse rápidamente de todo lo anterior».
 
 
PROPUESTAS PARA LA REFLEXIÓN Y LA ACCIÓN
 
n Se dibuja una tela de araña en una cartulina, pizarra, etc.. Los jóvenes van escribiendo entre sus hilos todo aquello que atrapa al hombre e impide ser feliz (que quita paz, alegría, bondad, mansedumbre, dominio de sí, amor y serenidad). ¿De qué manera se puede romper esa tela de araña? ¿Puede el Espíritu de Jesús ser nuestra fuerza para tal empresa?
n ¿Qué sabemos del Espíritu Santo? ¿Qué recibimos de él y cómo podemos descubrir sus frutos en nosotros, en los demás…?
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cada uno, un regalo de Dios
 
«A un hombre se le concedió el deseo de ir a visitar, por unos instantes, el cielo. Quedó deslumbrado ante lo que contemplaron sus ojos. Nunca hubiera imaginado que pudiera ser de aquella manera. Los que le guiaban, le condujeron hacia las dependencias interiores de la casa de Dios, para enseñárselo todo. Al llegar al corazón de la misma, Le dijeron:
 
— Ahora vamos a entrar en la habitación donde está el corazón de Dios; en ella se encuentran todos los mejores reaglos que Dios ha hecho a los seres humanos, pero que le han sido despreciados y rechazados.
Al entrar allí, vio que era tan grande o más que el Universo, y por todas partes podía ver personas con rostros muy felices. Pero por más que miró, no vio ningún regalo. Les preguntó a los que le acompañaban:
— ¿Y dónde están los regalos que los hombres han despreciado y rechazado? Sus acompañantes le dijeron:
 
— Ahí los tienes. Están ante ti. Son cada una de esas personas que ven tus ojos. Para Dios, cada ser humano es un regalo muy especial con el que ha querido enriquecer a la Humanidad. Dios ha querido que cada hombre sea un regalo para los hombres. Pero muchos, llenos de sí mismos, en lugar de abrir ese regalo y ayudar a que salgan a la luz las riquezas que encierra el corazón de los otros hermanos, se han dedicado a mantenerlo cerrado y oprimido, intentando ahogarlo con sus injusticias y egoísmos. Pero nadie puede ahogar la riqueza que encierra un corazón inocente. Lo que los hombres desprecian, Dios lo adora y vuelve a él como precioso regalo.
 
 
         PROPUESTAS PARA LA REFLEXIÓN Y LA ACCIÓN
 
n Se entrega a cada cual una pequeña caja de regalo en la que poner su nombre. En pequeños papeles se escriben las cualidades y riquezas que uno cree tener, introduciéndolos después en la caja. A continuación se intercambian las cajas, para que a su vez los demás pongan en ellas las cualidades y cosas buenas que ven en sus compañeros o compañeras. Por fin, lectura y diálogo.
n Cada uno somos el mejor regalo de Dios para los demás. Estamos habitados por el Espíritu de Dios, por su amor. Por eso podemos transformarnos y transformar la vida. Sin embargo, a veces, ni nos enteramos de la presencia de Dios en nosotros, ni ayudamos a los demás. ¿Somos conscientes de todo ello? ¿Por qué podemos no sentir la presencia de Dios y no enterarnos del don que somos unos para los otros?
n Cuando uno es amado saca lo mejor de sí mismo, desarrolla sus capacidades y es capaz de tener unas relaciones positivas con los demás. ¿Has experimentado alguna vez estos aspectos? ¿Qué tienen que ver respecto a Dios y su Espíritu de amor? ¿Qué me dice todo ello de cara a la relación con los demás?
Palabra de Dios
 
— «Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, semejante a un viento impetuoso, y llenó toda la casa donde se encontraban […]. Y se llenaron todos del Espíritu…» (Hch 2,1-4).
— «¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1Cor 3,16).
— «¿Cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer o con sed y de beber…? Os lo aseguro: cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo» (Mt 25,38-40).
— «Por tanto, os digo: Caminad según el Espíritu y nos dejéis arrastrar por los apetitos desordenados… Se trata de cosas… que os impedirán hacer lo que sería vuestro deseo. Los frutos del Espíritu son amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí mismo» (Gál 5,16-23).
 
 
Ven, Espíritu
 
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobres;
don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
 
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
 
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
 
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
dona el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
 
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
 
 Tanto esta parábola como las que siguen están tomadas del reciente libro de J. REAL NAVARRO, El poder de las palabras. Textos para educar en valores cristianos a adolescentes y jóvenes, Ed. CCS, Madrid 1999.