Jóvenes, educación y resiliencia

1 junio 2008

Después de un tiempo, uno aprende

que realmente puede aguantar,

que uno realmente es fuerte,

que uno realmente vale,

y uno aprende y aprende…

          (Jorge Luis Borges)

 
 
Hace algún tiempo leí la fábula del mendigo que estuvo al borde de una carretera durante más de treinta años. Un día, alargando mecánicamente su gorra, como hacía siempre, pidió limosna a un desconocido. “No tengo nada que darte”, le respondió el transeúnte, “pero permíteme una pregunta: ¿sobre qué estás sentado?”. “Sobre nada, respondió el mendigo. Sólo es una caja vieja. He estado sentado en ella desde hace no sé cuanto tiempo”. “Y no has mirado dentro alguna vez”, le sigue preguntando el desconocido. “No; ¿para qué? No hay nada dentro”, asegura el mendigo. “Échale una mirada”, insistió el transeúnte. El mendigo la abrió; y con infinita sorpresa vio que la caja estaba llena ¡de oro!
 
Quizás, la primera tarea educativa consiste precisamente en ayudar a la persona a mirar dentro de sí misma, a descubrir el tesoro de su propio ser, la riqueza de su libertad, ayudarle a aprender, como dice Borges, que realmente vale, que realmente es fuerte.
 
Abordamos en este número de Misión Joven una cuestión de la que se viene hablando, estudiando, reflexionando en estos últimos años: la resiliencia. Tiene que ver con todo ese proceso de aprendizaje interior, con esa capacidad de mirar dentro y descubrir el propio tesoro. Lo hacemos desde nuestras propias claves: desde los jóvenes y desde la educación. Situada en estas claves, la resiliencia, explica Anna Forés, es una metáfora generativa que construye futuros posibles sobre la esperanza humana. Es, sencillamente, la capacidad de una persona o de un grupo de desarrollarse bien, para seguir proyectándose en el futuro a pesar de cruzarse con acontecimientos desestabilizadores.
 
En nuestro siglo XXI, en medio de una sociedad compleja y terriblemente violenta, una sociedad de vulnerables, es necesario educativamente descubrir “la potencia de la hierba pisoteada” (Julio Yagüe). Contra la tendencia a la victimización o el recurso fácil a la protección social, base de una sociedad de bienestar creadora de infantilismos ciudadanos, de seres dependientes y traumatizados, es bueno que la acción educativa tenga muy en cuenta la necesidad de la lucha del ser humano por la vida para mejorar la calidad, la realización, la felicidad. Porque el ser humano nace con una resiliencia innata, es decir, con capacidad para desarrollar los rasgos y cualidades que permiten ser resilientes.
 
Es, pues, necesario desarrollar y construir la resiliencia en la práctica educativa De manera precisa, Paco López señala un conjunto de propuestas que agrupa en torno a los factores que configuran la resiliencia: potenciar el apoyo social, la autoestima y las competencias personales, la capacidad de dar sentido a la vida, el optimismo y el sentido del humor. Pero antes de llegar a fijar propuestas educativas concretas es importante comprender que el educador necesita algunas actitudes y convicciones básicas. Necesita especialmente una actitud de confianza en el ser humano, en los jóvenes, es decir, la convicción de una confianza plena en las posibilidades de todo ser humano para crecer y mejorar. Y necesita también una actitud educadora que le lleve a una opción descarada por estrategias integradoras y de no exclusión.
 
Por una parte, es claro que sólo ayudamos a los jóvenes a crecer y desarrollarse, si creemos y confiamos realmente en ellos. Por otra, educar para la convivencia en una sociedad globalizada y tan diversificada implica hacerlo en espacios donde la diversidad sea un instrumento de enriquecimiento mutuo.
 

EUGENIO ALBURQUERQUE

directormj@misionjoven.org