UN MAPA
Jesús Villegas es autor del libro Cine con sentido. Claves para una lectura humano-evangelizadora del cine, de próxima aparición en la Editorial CCS (Madrid).
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
La intención del artículo es presentar una especie de atlas de las imágenes de jóvenes que nos muestra el cine. Señala el planeta, algunos continentes (cine americano, europeo, periféricos) y, pisando tierra: once países o regiones, que perfilan el contorno más significativo de los jóvenes en el cine, desde los que aparecen encadenados a la juventud a la violencia, al sexo, a aquellos que viven los choques generacionales o la revolución sentimental. Y entre las regiones se refiere de manera sintética a directores, actores y actrices que están aportando actualmente su voz y su rostro al retrato que de los jóvenes nos ofrece el cine.
Intentar hablar de los jóvenes en el cine actual es entrar en un mundo complejísimo: la omnipresencia del personaje juvenil en las películas contemporáneas, la variedad incatalogable de perfiles que este celuloide nos ofrece, y las limitaciones del propio espectador cuando pretende, como es mi caso, conocer lo más posible el terreno que pisa para que sus afirmaciones resulten fiables, convierten este reto en una aventura temeraria. Este artículo pretende ser una tentativa de atlas que pueda servir, primero, al propio autor, y después, al lector interesado, para adentrarse en tan intrincado territorio sin riesgo de perderse. Por ello mi exposición se ordenará en torno a la metáfora cartográfica: vamos a fijar límites, dibujar coordenadas, trazar accidentes, localizar núcleos de población y paisajes; procuraremos, pues, establecer una topografía, evolucionando desde lo panorámico al detalle para, en último caso, regalaros un boceto de mapa, una pauta geográfica que guíe una posible y futura exploración[1].
- Imágenes de jóvenes: un planeta
Lo primero que debemos advertir a quien decida emprender este viaje con nosotros es que un joven de película es el resultado de una complejísima operación de síntesis. No es un joven vivo, sino un producto en cuya configuración se suelen aunar una base real representada, la función narrativa propia de todo personaje en un relato (a veces matizada por los códigos genéricos: no es igual un joven de comedia que un joven de una cinta de terror), los rasgos de un actor que, a pesar de encarnar a otro ser, presta parte de su identidad a la nueva criatura, unas pretensiones comerciales inevitables y, muy a menudo, ciertas intenciones autorales (el creador se proyecta o proyecta sus ideas en menor o en mayor medida en su personaje). De ahí se deduce que llegar a conclusiones firmes sobre el mundo real a partir de una construcción ficticia fruto de tal combinación de elementos (la realidad inspiradora, pero también las convenciones narrativas, el negocio, la personalidad del director y del actor…) deba considerarse, cuanto menos, arriesgado.
En segundo lugar y como ya anticipábamos en nuestra breve presentación, un rasgo común a todo el cine reciente es la heterogeneidad. Es tal la multiplicidad de imágenes que de los jóvenes podemos encontrarnos en las producciones de los últimos años que cualquier intento de clasificación y orden deberá emprenderse con mucho tiento para no caer en el simplismo. En las películas de los últimos años hay jóvenes integrados y jóvenes apocalípticos; están quienes refrendan modelos éticos y los que apuestan por la trasgresión; los hay que aspiran a ser fieles reflejos de lo que la realidad es y también quienes apuntan con sus comportamientos hacia el cielo de lo que la realidad debería ser; algunos protagonizan películas en clave de “sí” (optimismo, orden, creencia en las posibilidades del ser humano), otros se ven embarcados en la nave del “no” (pesimismo, caos, desconfianza congénita hacia la condición de la persona)…
El tercer dato para establecer la escala justa de nuestras cartas de navegación no es baladí: ¿cuándo estamos en condiciones de afirmar que en una película aparece un joven? O, de otra manera, ¿cuál es la frontera cronológica exacta entre niñez y juventud, o entre juventud y madurez? Mi experiencia me dice que uno de los grandes temas del cine contemporáneo es la inmadurez incurable, la dificultad que tenemos para asentarnos en ese suelo hasta cierto punto firme que es la edad adulta. A la perpetua adolescencia (lo que algunos llaman “adultoscencia”) que prolonga los problemas, inestabilidades y titubeos juveniles hasta más allá de la cuarentena se le suma el hecho de que la infancia se disuelva en pubertad mucho antes de lo esperado, con lo que la tarea de colocar lindes se complica. De todo esto se deduce que hay historias protagonizadas por niños de doce años o por cuarentones y cuarentonas que merecen el calificativo de cine de temática juvenil.
Finalmente quiero establecer una última coordenada: si queremos abrir una ruta entre tan tupida vegetación, deberemos estar atentos y distinguir lo que las películas formulan sobre la condición juvenil como tópico (lo eterno de la eterna juventud) y lo que aventuran sobre lo peculiar de la juventud del siglo XXI. Así mismo, nos ayudará en tan singular odisea diferenciar al joven por edad del joven que, además, en su peripecia encarna el problema esencial de ser joven. El primero es joven físicamente hablando; el segundo lo es aún más porque vive y exhibe la cuerda floja de su existir titubeante.
- Imágenes de jóvenes: algunos continentes
Después de localizar en el amplísimo espacio de lo cinematográfico la ubicación de un supuesto planeta juvenil, nos toca aproximarnos un poco más a su superficie. Y en este caso me parece útil demostrar cómo el cine de distintas zonas geográficas configura modelos juveniles diversos. Delimitaré, a grandes rasgos, tres grandes continentes cinematográficos:
2.1. Cine norteamericano
Cuando hablamos de cine, hablamos de Estados Unidos. Y en el tema que nos ocupa todavía más. Que nosotros comprendamos expresiones como fiesta de graduación o animadoras (cheerleaders) y admitamos que un muchacho empuñe un arma con naturalidad se debe a que la cultura cinematográfica media de un espectador occidental se ha forjado con argumentos norteamericanos. Sin embargo, el cine de procedencia yanqui no constituye un bloque monolítico. Quiero enumerar cuatro grandes ámbitos de producción que, al incluir la temática juvenil, optan por estrategias diferenciadas en sus propuestas fílmicas:
– Cine independiente: El cine independiente norteamericano ha encontrado en los jóvenes un apasionante terreno de experimentación. Sus idiosincrasias únicas, su tendencia al aislamiento y a la introspección, la excentricidad de sus comportamientos encaja muy bien con un cine que aspira a desmarcarse (al menos en apariencia) del modelo imperante. El personaje joven, en definitiva, es en estas películas, entre otras cosas, la encarnación, la metáfora de los valores que abandera el cine norteamericano alternativo.
Los jóvenes de las películas indies practican el ensimismamiento y la misantropía, abominan del orden de las cosas y se alejan de él por la vía fascinante de la imaginación o por el tortuoso sendero de la violencia. Entrenados en el mutismo, inquietos en su pasividad, viven en las mismas zonas residenciales que sus compañeros de generación del cine comercial, pero airean hacia dentro los complejos y turbulencias que los otros exteriorizan.
– Cine “Disney”: Una película como Princesa por sorpresa resulta emblemática de esta tendencia. La adolescente desgarbada y anónima que acaba convirtiéndose en hermosa joven y princesa de un pequeño reino europeo ejemplifica a la perfección las virtudes y las limitaciones de todas aquellas películas de protagonista juvenil que basculan entre la comedia sentimental, el cuento de hadas y el telefilme para adolescentes. Con principios éticos preclaros e inquebrantables, sin un ápice para el cuestionamiento del tópico, intentan limar aristas y presentan los dilemas de la adolescencia desde la condescendencia y la sonrisa, sin furias ni quebrantos. El diseño de producción evita cualquier desmán y en aras de la lección de vida se edulcora el cinismo y se patenta lo amable en el retrato.
– Cine de género: Dos grandes géneros aglutinan buena parte de la producción de cine norteamericano con protagonista juvenil: la comedia y el cine de terror. En el ámbito de la comedia, destaca la línea que llamaremos de cine gamberro, con jóvenes sólo interesados en el sexo, la droga blanda y la juerga continua. Las road trip(viajes por carretera aireados con marihuana), las buddy movies (películas de colegas), las comedias fumetas, la comedia de instituto son otras tantas muestras de esta tendencia a un cine desvergonzado, procaz, fresco en teoría y muchas veces maloliente en la práctica, machista por definición, que abandera la obsesión por perder la virginidad y el control como marca de fábrica. Caricaturizan el deseo y la conmoción vital de la juventud y reformulan de forma pedestre la rebeldía juvenil para buscar una carcajada que camufle el miedo recóndito de todo adolescente a asumir sus propias transformaciones y la magnitud de sus anhelos.
Al lado de esta variante deben situarse aquellas otras comedias que gravitan alrededor del tema de la guerra de sexos, sobre todo las que articulan su discurso en torno al miedo al compromiso. Fiestas de despedida de soltero que suponen una toma de conciencia sobre la decisión matrimonial; personajes que sufren las dificultades para asumir la vida en pareja o la paternidad/maternidad próxima; seres embargados por la indecisión a la hora de elegir chico o chica son argumentos comunes en obras sobre la madurez como problema y la tendencia imposible a querer perpetuarnos en una eterna adolescencia.
En el otro extremo, el cine de terror norteamericano ha recurrido desde los años 80 al joven como víctima ideal de los desmanes de psicópatas y monstruos. Su carne tierna parece adecuada por vistosa para el sometiendo a evisceraciones y desmembraciones múltiples. En la mayoría de los casos, las víctimas lo son por motivos éticos: alguien se venga de una afrenta del pasado, o castiga la promiscuidad sexual o el exceso de osadía con una espantosa tortura. Se trata de cine, además, destinado a espectadores de la misma edad que los sacrificados sobre el altar de la pantalla, de donde se deduce que en estos espectáculos hay algo de exorcismo, de rito iniciático para que su público se enfrente de modo simbólico a la muerte. Hemos de destacar que en los últimos años, además de víctimas, aparecen los propios jóvenes como ejecutores.
– Los grandes “Block-busters”: Algunas de las películas más taquilleras del presente siglo están protagonizadas por personajes jóvenes y, lo que es más, abordan directa o figuradamente las grandes cuestiones juveniles. Lo curioso es que en todos los casos se produce un fenómeno curioso e imposible en otras épocas de la historia del cine: el joven se erige en héroe. Spiderman, Harry Potter, El señor de los anillo, Matrix, Piratas de El Caribe, X-Men o Star Wars (aquí el héroe en realidad es antihéroe, villano) apuestan por postular la posibilidad de un héroe épico juvenil, cuando el clasicismo ha insistido siempre en ilustrar que el heroísmo presupone la conquista previa de la madurez por parte del sujeto heroico. Ser héroe y joven constituía un oxímoron, es decir, una contradicción indisoluble. En el siglo XXI (con el precedente fundacional de La guerra de las galaxias) se ha decidido imaginar una forma de heroísmo que admite la indecisión, el autocuestionamiento y el balbuceo como atributos heroicos. Y esto constituye una revolución con interesantes consecuencias.
2.2. Cine europeo
En Europa, junto a productos que tienden a imitar el patrón estadounidense, nos hallamos con obras más comprometidas con la realidad. Los escasos débitos con la industria (casi siempre inexistente) y el star sistem, la menor vigencia de la política de géneros y, sobre todo, la herencia de una tradición poderosa de cine social motivan que los jóvenes del cine de nuestro entorno más próximo se enraícen con vigor en el suelo de lo real. La atención a lo marginal, a los problemas candentes de la vida urbana, transforma algunas de estas obras en radiografías del presente, pendientes de recoger entre sus márgenes el hálito de la vida, sobre todo cuando esta bulle en el conflicto. La fábrica de sueños americana se ve reemplazada en nuestros lares por un intento artesanal de despertar conciencias y en esa diferencia entre la placidez del onirismo norteamericano y el escozor del golpe bajo europeo se juega nuestra peculiaridad.
Mención especial merece el cine español, por lo que nos toca en el asunto. Los últimos años se han caracterizado por la continua irrupción de rostros nuevos, muchos de procedencia televisiva (Pilar López de Ayala, Verónica Sánchez, Alejo Sauras…) que, sin embargo, sólo han servido para lavar la cara de un cine aún con muchas carencias estéticas y estructurales. Si tuviéramos que señalar alguna peculiaridad del personaje juvenil en nuestro cine, subrayaría el cinismo con que muchas veces es observado, así como los intentos de los directores por situar sus creaciones en la estela que las producciones de otros países marcan, en lugar de apostar por la formulación vernácula del problema juvenil. A la zaga de la comedia desprejuiciada y sin tabúes norteamericana surgen productos como Café solo o con ella; la revolución sexual y la provocación que en otras latitudes se recogió en el cine hace un par de décadas inspira obras como El calentito o Los dos lados de la cama, con el añadido de cierta propensión a lo casposo; el revisionismo histórico, tan del gusto de cinematografías como la francesa o la alemana, se decanta, por ejemplo en Las trece rosas o Salvador, hacia un melodramatismo que acaba por falsear hechos de por sí bastante contundentes… Esta falta de personalidad, no obstante, no impide que en ciertas películas podamos intuir presencias únicas, retratos de jóvenes que se singularizan. Todos estos personajes coinciden en el ejercicio de una fuerza de voluntad casi dolorosa (Azul Oscuro Casi Negro, Cabeza de perro, Frágil, Ladrones…), lo cual podría constituir una interesante vía de exploración de lo juvenil desde una óptica hispánica.
2.3. Cines periféricos
Los cines de otras latitudes producen en el espectador un efecto siempre de extrañamiento. Lo lejano se confunde así con lo exótico, a pesar de que en estas otras cinematografías se apueste más por remarcar la carencia, el gris, que por evidenciar lo autóctono y colorido. Porque el cine iraní, los pocos ejemplos de cine africano que nos llegan o gran parte del cine latinoamericano dirigen sus cámaras con frecuencia a historias donde los derechos humanos se tambalean, a esas zonas donde la miseria domina. Los jóvenes en estas películas padecen la indignidad o la ejecutan como consecuencia de una realidad intolerable que los condena a ser cajas de resonancia de la injusticia.
Al margen de estas obras, un fenómeno digno de mención es el de la divulgación del cine del Lejano Oriente (Japón, China, Corea, Tailandia…). Aquí ya no estamos en el Tercer Mundo, pero sí debemos someternos a la hipnosis de una mirada distinta a la occidental. Hay en los jóvenes de este cine un existencialismo límite, a veces de raigambre nihilista, que sorprende. La violencia extrema, el carácter taciturno agudizado hasta la tensión, la ausencia de comunicación alcanza en muchos de los protagonistas juveniles de estos productos un rigor hiriente y suicida que nos interpela.
- Imágenes de jóvenes: once países
En este, nuestro atlas, va llegando el momento de tomar tierra. Después de vislumbrar a vista de pájaro nuestro ámbito de reflexión, en el presente apartado pisaremos suelo y nos adentraremos unos pasos en las regiones dibujadas. Aun a riesgo de generalizar, pretendo ahora perfilar el contorno de los once contenidos más representativos del cine con jóvenes en el cine de lo que va de siglo. Intentaré sobre todo definir lo que estos países, estas temáticas, tienen de diferencial y propio de nuestra época, frente a otras cuestiones más atemporales que también trata el cine. Nos interesa, en definitiva, no “lo eterno de la eterna juventud”, sino lo propio de nuestros jóvenes de cine contemporáneos:
Encadenados a la juventud
Al inicio de nuestro trabajo anticipábamos que la inmadurez como estado vital era uno de los grandes temas del cine más reciente. American beauty puede considerarse una obra fundacional a este respecto, con su retrato de un cuarentón que sueña con seducir a la amiga adolescente de su hija para recuperar la juventud perdida. La imposibilidad de gestionar los propios afectos y la resistencia a aceptar el compromiso se alían y como resultado generan retratos de jóvenes y de seudo-jóvenes (a veces con casi cincuenta años o más: basta ver la película española Vete de mí) que por edad deberían torear otros problemas y, sin embargo, están embarcados en cuitas sentimentales y zozobras existenciales dignas de cualquier pimpollo. Los sueños personales o profesionales rotos y mal digeridos generan frustraciones que acaban por agostar la posibilidad de la maduración; la dificultad para independizarse del hogar familiar, el pavor a ligarse a otras personas (parejas, hijos…), la frivolidad vacía y el hedonismo en su versión barata actúan también como causa de que el conflicto esencial de decidir lo que uno quiere hacer con su vida se instale para siempre en la conciencia de nuestros personajes, condenados a cadena perpetua en su juventud. A esta dificultad de los supuestos adultos para asentarse en tierra firme debe añadírsele la brusca irrupción de los niños en la adolescencia (primer estadio de la juventud) a través de experiencias traumáticas (sobre todo asociadas a la violencia, el sexo o a la disolución de la estructura familiar: ver, a este respecto, obras contundentes como Palíndromos o El final de la inocencia). Así podremos constatar que lo que la juventud tiene de abismo, de fuerza centrípeta que puede absorbernos para siempre si no acabamos por superar sus turbulencias de desorientación, aparece y reaparece una y otra vez en las películas más diversas, sean jóvenes o no sus protagonistas.
El triunfo de lo singular:
Neerds, freaks, bichos raros: Buena parte del cine contemporáneo con protagonista joven presta especial atención a aquellos sujetos que se salen de la media, que se desmarcan del modelo juvenil imperante. Por gustos, por comportamientos, por físico, por opción vital, el personaje raro, aislado en el perímetro de su propia singularidad, protagoniza algunas de las películas más interesantes de esta década. Juno (por citar las más reciente y exitosa), Napoleón Dinamita, Thumbsucker, el propio adolescente de Pequeña Miss Sunshine siguen la vía fértil abierta por Ghost World, la adaptación de la genial novela gráfica de Daniel Clowes. A este gusto por lo excéntrico se suma en muchas de estas obras un mayor interés por lo individual que por lo colectivo, una atención preferente a las relaciones interpersonales antes que a las grupales y, finalmente, una mirada amable y efusiva en su contención hacia todo aquel que con su propia extravagancia se resiste a integrarse en un orden social y ético tan previsible como insatisfactorio.
Lo que me importa no es aquello de lo que te hablo; lo que hago no es exactamente lo que deseo
Una de las películas de culto de los años ochenta fue Sexo, mentiras y cintas de vídeo. Recuerdo que la crítica periodística que supuso el espaldarazo definitivo para esta obra se titulaba algo así como Amor, verdades y mucho cine. Pues bien, los protagonistas jóvenes del cine actual suelen coincidir en manifestar, de palabra y obra, esa misma paradoja: formulan deseos que en el fondo camuflan anhelos distintos a lo expresado; emprenden búsquedas desesperadas de algo que no es en realidad lo que necesitan. Donde escriben “sexo” muchas veces añoran amor; detrás de subterfugios y autoengaños hay una soberana demanda de verdad; el desmadre camufla el miedo a la soledad esencial; el deseo de sangre y violencia constituye una llamada desesperada a las puertas cerradas del sentido… Debajo de las maneras burdas, las palabras soeces, los gestos salaces y el mal gusto se esconden grandes preguntas, decisiones cruciales y profundidades. Dos películas como Supersalidos o Lío embarazoso, de apariencia granulienta y bocazas, llenas de humor masturbatorio, son en realidad obras muy conseguidas, casi geniales, sobre el miedo a madurar, sobre la necesidad de forjar el amor, sobre las apariencias como escudos defensivos de un yo inseguro que no se atreve a salir de sí. Yo soy la Juani, A golpes o Segundo asalto postulan de forma más renqueante lo mismo, ya dentro de nuestra cinematografía.
De familias cascadas, padres perdidos y la necesidad de recuperar las raíces
En todas las épocas uno de los universales de lo juvenil ha sido el choque entre generaciones. Las desavenencias con los progenitores o el cuestionamiento del mundo adulto forman parte de la rebeldía juvenil desde que el mundo es mundo y el cine así lo ha recogido de Rebelde sin causa en adelante. Sin embargo, el grado de deterioro al que ha llegado la institución familiar ha provocado que los ajustes de cuentas intergeneracionales se vuelvan materia común. Nuevos modelos de familia (Quinceañera, Una canción del pasado, Transamérica…), refriegas cruentas entre padres e hijos (Remake), búsquedas desesperadas de referentes fuera de la propia esfera familiar (This is England), padres y madres ausentes (todo el cine de Gus Van Sant; gran parte del cine oriental); relaciones parentales tortuosas (Memorias de Queens, la destructiva relación tío-sobrinos en El sueño de Casandra) componen otras tantas manifestaciones de la especial crispación que la época impone a un argumento tópico.
La revolución sentimental
La asunción de la propia identidad homosexual (Desayuno en Plutón, Brockebak Mountain y C.R.A.Z.Y. son tres títulos emblemáticos de esta temática) aparece como el máximo signo de un fenómeno de mayor alcance, el que he llamado “revolución sentimental”. Hay en el cine actual con jóvenes un esfuerzo por parte de sus protagonistas de formular, comprender y aceptar sus propios sentimientos, por complejos e infrecuentes que sean, como requisito previo antes de cualquier forma de opción vital. Sin embargo, este fenómeno de insistencia en lo emocional coincide con la ausencia de alusiones a otros ámbitos de su mundo interior (autoconocimiento; empatía y compromiso ético por el otro, apertura a lo sobrehumano…). A este respecto, Avril, una película italiana de escasa difusión, torpe factura, pero mucho meollo, demuestra mi teoría. La historia de una muchacha criada en un convento que, unos días antes de ordenarse religiosa, parte en busca de su hermano gemelo y descubre su corporalidad, la plenitud de lo sensorial, la riqueza de las relaciones de camaradería y el deseo amoroso, todo a costa de una vocación religiosa más impuesta que asumida, acierta a formular que, por encima de compromisos personales, sociales, éticos o políticos, que más allá de cualquier impulso mistérico, el joven actual de cine (¿y el real?) aspira sólo a resolver con raciones de emotividad sus necesidades interiores. Es obvio que esa búsqueda de satisfacción emocional resulta connatural al ser humano, más aún en la juventud, pero en el momento en que se produce de espaldas a otras dimensiones de la persona (porque se desconocen, sacrifican o esquivan) entramos en el pantanoso terreno de la carencia y la limitación. Y esto enlaza con lo que antes decíamos, en el país tercero de este planeta: la desorientación de muchos personajes juveniles, su deambular “como vaca sin cencerro” a la busca de algo impreciso en el lugar equivocado apunta a que no todo se resuelve en el ámbito de una afectividad parcial y a que sin palabras como aceptación personal, solidaridad, compromiso con el mundo, trascendencia… la plenitud no acaba de llegar ni siquiera a los jóvenes de película.
El siglo de las mujeres
La importancia progresiva del personaje femenino en el cine actual es un dato evidente e incuestionable. Esto mismo sucede en las películas con jóvenes. Frente al rebelde masculino que como protagonista se había adueñado del cine de temática juvenil hasta finales del siglo veinte, dos películas de éxito como Thelma y Louise y Tomates verde fritos abrieron en los 90 la puerta a la liberación cinematográfica de lo femenino y a una nueva sensibilidad sin complejos, que redundará en la proliferación de historias construidas desde el punto de vista de una fémina carismática joven. En los primeros compases del siglo XXI Fucking Amal, Una rubia muy legal, Amelie o El diario de Bridget Jones colocan a adolescentes, jóvenes universitarias, jóvenes independientes y jóvenes treintañeras en el núcleo neurálgico de relatos con fuerte repercusión popular. Asunción de su identidad; recuperación de una sexualidad atrofiada por sumisión al macho; libre expresión de sentimientos, más allá de complejos; control de las riendas de su propia vida…: podríamos seguir enumerando características que se derivan de esta expansión en todas las direcciones de la imagen femenina. Sean heroínas o víctimas, en la mirada sobre las jóvenes suele reemplazarse la antipatía o el enfoque satírico con el que están retratados sus coetáneos del otro sexo por una especie de discriminación positiva que refuerza su enérgica voluntad y su riqueza interior, además de remarcar una rebeldía que, más que cuestionar la estructura social, ataca unos roles sexuales todavía necesitados de revisión.
En las raíces de la violencia
A consecuencia de los altos índices de violencia de los Estados Unidos, buena parte del cine norteamericano se ha volcado desde sus orígenes en reflejar esta realidad. Este fenómeno se ha extendido a todas las cinematografías, bien sea por la preocupación que en toda sociedad suscita este tema, bien sea por el atractivo de los argumentos que genera o por mero contagio del modelo americano. Como espectáculo hechizante, como símbolo de la pulsión de destrucción o como denuncia, la violencia ha recorrido y recorre las pantallas. El joven no está exento de verse involucrado en esta red, aunque la participación activa y contundente en episodios violentos se ha visto representada con más frecuencia en el cine reciente. Bowling for Columbine, el documental de Michael Moore, puede tomarse como punto de inflexión de este tema. A raíz de dicha película y de la genial Elephant, los creadores cinematográficos se inclinan en muchas ocasiones hacia la reflexión sobre las raíces y motivaciones de la violencia juvenil. Con más o menos acierto, El mundo de Leland, Ciudad de Dios o Querida Wendy, se construyen en torno a esta indagación en los orígenes de un fenómeno perturbador.
El sexo por presupuesto y la ética parda
Perder la virginidad, “montárselo”, probar… Compensar la frustración de la vida en pareja con sexo clandestino; equiparar deseo de plenitud humana con deseo erótico, experimentar… Abandonar la soltería con un revolcón, llegar a la universidad “con cierta experiencia” para después engordar allí el currículo amatorio con fundamento; acumular conquistas como gimnasia o ejercicio de autoestima, sustituir con escarceos eróticos la posibilidad de un sentimiento más exigente. Simplemente gozar por gozar, o someter al otro al ejercicio de una sexualidad opresora, o no saber qué hacer con la vida si esta no se expresa a través de la entrepierna. O provocar y transgredir, o recuperar el derecho a hacer del cuerpo bandera, o saltarse siglos de represión. O dejarse arrastrar por el instinto. O…: las razones son múltiples y poderosas, pero la omnipresencia del sexo en diversos grados de explicitud como problema, motor, objetivo o alternativa (muchas veces frustrante) al vacío diferencia el cine contemporáneo de protagonista juvenil (también al cine en general) del cine de otras épocas. Ya no se trata de la revolución sexual de los setenta, ni siquiera de la destabuización de años posteriores. En el cine actual el sexo se presupone, apenas existen las cortapisas de cualquier tipo (un cierto prurito moral, una alusión al componente de misterio que conlleva, una mínima referencia a sus pliegues, matices y perplejidades). Cuando en el mundo real tenemos constancia de que el sexo (por el grado de estrechez en la relación humana que conlleva, por su vinculación tanto con lo más animal del ser humano como con lo más íntimo y misterioso, por sus repercusiones) necesita una educación, unos modelos, unos anclajes éticos, en el cine, sin embargo, se facilita su ejercicio y falsea su alcance, se simplifica su trascendencia y se reduce a lugar común su práctica.
Muchas veces el punto de llegada de este itinerario sexual es la confirmación del amor (recordemos, una vez más, nuestro país tercero), o la renuncia a un estilo de vida que se había sostenido sólo sobre el desfogue y la persecución de orgasmos; otras es al revés, el sexo es la culminación de un proceso; no obstante, sea un caso u otro, lo cierto es que hemos pasado de la liberación sexual a su banalización e hipertrofia y eso, al final, resta de matices humanos a los retratos de personajes y, sobre todo, desvirtúa la riqueza antropológica del cine.
Creo que esta línea temática conecta en su base con otro interesante contenido: el de la relajación ética. En muchos de los jóvenes de película funcionan unos valores blandos, una ética parda y utilitaria, que sólo cuando desencadena en sus practicantes consecuencias terribles arranca de ellos una reacción, la de la necesaria elaboración de una escala de valores. Ya hemos hablado de El sueño de Casandra; es sintomático el caso deThirteen; aunque quizás la película más ilustrativa en este sentido sea El último rey de Escocia, la historia de un joven que acaba siendo médico personal del sanguinario dictador Idi Amín y que sólo desde esa posición de complicidad con el tirano irá percatándose de la verdadera identidad de su supuesto amigo y de cómo las decisiones tomadas a la ligera, sin condicionantes éticos, se pagan. Hay en el progresivo descubrimiento de un infierno tras el entorno plácido en el que se creía vivir una buena metáfora de la toma de conciencia juvenil, a menudo sólo avivada, despejada, inflamada, como aquí, in extremis.
Héroes y jóvenes
No me demoraré en este rasgo, que ya anoté en el anterior capítulo de este artículo. Allí avisaba de la sorprendente emergencia de jóvenes con casi todos los atributos de lo heroico, algo imposible en el cine clásico o posclásico, donde el joven debía resignarse a la condición de aprendiz. Sí quiero al menos subrayar tres consecuencias del triunfo de este tipo de personajes. La primera es la minusvaloración de los procesos educativos. Desde mi perspectiva, en estas películas el héroe nace, no se gesta. Se podrá objetar que tanto los X-men como Harry Potter están en periodo de formación, pero es, por ejemplo, la indisciplina del segundo su mejor baza en la victoria contra el enemigo; los primeros, por su parte, son criaturas superdotadas que canalizan su excepcionalidad en una institución fuera del sistema, lo cual la convierte más en un espacio de resistencia que en una entidad pedagógica. En su conjunto observo que esta supresión de la fase juvenil o preheroica del héroe sanciona, pues, al héroe que lo es por origen, nacimiento o designio, antes que al que se forja y determina mediante la experiencia. Y esa fe ciega en lo genético coincide con una desconfianza también ciega en lo adquirible, en lo formativo, por tanto.
Nuestra segunda conclusión podría formularse así: si el héroe (símbolo en realidad de la persona adulta) integra hoy en día en su personalidad la indefinición y las limitaciones debidas a su juventud, los límites entre el ser humano que se vence a sí mismo (el ser verdaderamente adulto) y el que se eterniza en esta gesta de forjarse se difuminan tanto que no hay espacio para la madurez como tal. Como vimos en nuestro país primero, el deseo de juventud eterna, tan vigente en lo físico, se traslada ahora a lo sicológico y conductual. Tener cuerpo joven es apetecible; también, por qué no, tener alma joven, sea esto lo que sea; pero resulta enfermizo y asfixiante prolongar lo juvenil en el ámbito clave de las elecciones, el proyecto de vida, la actitud hacia lo real. El héroe juvenil rubrica, pues, la inmadurez como estilo de vida.
Una última consecuencia, no sé si inversa a la anterior o complementaria: en último extremo, las películas con héroe juvenil postulan que en el mundo actual debe considerarse el crecimiento una forma de heroísmo, quizás la última. En otras palabras: crecer es una aventura en una realidad cada vez más proclive a la infantilización, a la huida hacia reinos utópicos sin muerte ni sufrimiento, a la evasión como forma de esquivar las leyes del tiempo. Los héroes juveniles, en conclusión, a pesar de renegar de los procesos educativos, a pesar de que hacen tambalearse los fundamentos de la madurez, al menos ponen sobre la palestra la necesidad de doblegar, antes que nada, a nuestros enemigos íntimos para llegar a construir personalidades definitivas. “La batalla más importante siempre se libra por dentro”, que decía el lema de Spiderman III, obra capital para entender todo lo expuesto en este punto.
Generación X – Generación Y – Generación Z
Los años 90 fueron la década de la Generación X. Cinismo a ultranza, desmotivación y apatía, tendencia a la depresión y a la soledad, cultura asentada en los medios de comunicación de masas, trabajos basura, falta de compromiso político y sentimental, estética grunge. A esta le siguió la llamada Generación Y (también llamada la “Generación Crítica” o la “Generación del Milenio”), marcada por la revolución que supone Internet y por el consumismo como opción de vida. Sin prejuicios de ningún tipo, nacidos justo en el final de la guerra fría, no le hacen ascos a las ventajas del sistema capitalista y, aunque concienciados, su compromiso casi nunca choca con su propio bienestar. Optimistas, mimados y desafiantes, apuestan fuerte por ellos mismos y bailan al compás que les marcan las nuevas tecnologías. Algunos especulan ya con la posibilidad de una nueva generación, surgida a raíz de fenómenos como el terrorismo internacional, la recesión económica y la globalización. Por supuesto, estaríamos hablando de la Generación Z. Ciertos críticos la identifican con los mileuristas (jóvenes con alta cualificación profesional e ingresos en torno a los mil euros mensuales) o con la Generación Boomerang (los “adultoscentes” o la Generación del “Despegue Fallido”: treintañeros remisos a abandonar la dulzura del hogar familiar), aunque aún es pronto para realizar una valoración definitiva de este hipotético colectivo.
El cine de lo que va de siglo se ha decantado por presentar la coexistencia de estas tres generaciones, que, en términos cinematográficos, no se suceden, sino que conviven y manifiestan su vigencia y vigor. Ghost World(puro texto-manifiesto de la Generación X), Disturbia (una versión adolescente de La ventana indiscreta que retrata casi sin querer, pero con solvencia indiscutible, a los miembros de una supuesta Generación Y) y, por poner un par de ejemplos, Mujeres en el parque o Tanguy, ¿qué hacemos con el niño? (con un joven entrado en la treintena que se resiste a dejar a sus padres) son películas representativas de cada generación y que se ubican, no obstante, dentro del espectro de años que nos hemos marcado como objeto de estudio. El eclecticismo postmoderno, los intereses y simpatías de los creadores o, incluso, las posibilidades de prospección histórica del cine motivan esta pluralidad de líneas y tendencias que, sin contradecirse, pueblan al unísono las pantallas.
Cine de animación: jóvenes con cara de ratón
Acabamos esta sección con una nota a propósito de un fenómeno que puede pasar desapercibido a un observador poco atento. El cine de animación de los últimos años está protagonizado en muchas ocasiones por jóvenes (da igual que sean jóvenes-insectos, jóvenes-coches o jóvenes-ratones). Esto resultaría anecdótico si no fuera porque las tramas desarrollan de forma preferente el proceso que lleva a estos personajes desde la inseguridad, las debilidades, el egoísmo, la soberbia o el ingenuo idealismo del púber al equilibrio triunfante de quien, a fuerza de voluntad, ha encontrado su hoja de ruta hacia la madurez. La rectitud ética inherente a la mayor parte del cine animado infantil (deudor de los presupuestos – Disney) apuesta por la lección moral prístina y propone a niños y niñas una serie de pautas de comportamiento de cara a la inminente adolescencia. Cars o Bee Movie, Bichos o Ratotouille se juegan todo su trasfondo temático en la baza de unos personajes en fase de formación, y esto supone una aportación capital: si decíamos que en las películas con héroe juvenil rechinaba esta combinatoria de elementos incompatibles (héroe y joven no casan), si en el cine con jóvenes predominan el problema, la crisis, las zonas oscuras, el cine de animación se funda sobre la figura del héroe en su etapa previa juvenil o del aprendiz de héroe que echábamos de menos en otras tendencias y géneros. Ahora bien, que este arquetipo trascendental se le ofrezca a un público infantil y que, además, aparezca bajo la forma de una criatura virtual impregna de idealismo utópico (si no maniqueo) estas obras, rayanas así en el ingenuismo, lo cual refuerza uno de nuestros postulados clave: siempre ha sido difícil ser joven, pero hoy lo es todavía más dejar de serlo; por ello, quizás, sólo relatos con un fuerte componente fabuloso están en condiciones óptimas de mostrar este proceso.
- Imágenes de jóvenes: regiones con nombre propio
Hasta ahora nos hemos movido en el terreno cómodo y relativo de la especulación. Pero nuestras palabras valen poco sin ejemplos concretos, tan poco como los límites territoriales cuando no existe una geografía, una lengua, una cultura, una historia que los avale. En nuestro atlas también queremos, pues, distinguir enclaves concretos de los que provienen las generalizaciones que hemos ido lanzando un tanto a la ligera.
En concreto voy a mencionar telegráficamente a veinte directores de cine y diez actores que están aportando en esta última década sus peculiares voces y rostros al retrato de los jóvenes en el cine.
4.1. Veinte directores
– Kevin Smith: Sus comedias independientes se fijan en jóvenes desencantados y escépticos con muchos de los atributos de la Generación X. Sus protagonistas son provocadores, deslenguados e irreverentes. Se sitúan fuera del sistema por opción y vocación, aunque en su apatía hay un fondo de romanticismo disimulado con paladas de mal gusto. Clerks (1994) es su película primera, la que define su mundo. Películas-clave-siglo XXI: Clerks II, Jay y Bob el silencioso contraatacan, Una chica de Jersey.
– Gus Van Sant: Desde sus primeras obras manifestó su interés por el protagonista joven (Drugstore Cowboy, Mi Idaho privado, El indomable Will Hunting, Descubriendo a Forrester). Pero va a ser a partir de Elephant cuando este genial director practique un cine de autor nada complaciente y ensaye una manera de mirar desapasionada y frontal, conductista y a la vez indagadora sobre jóvenes envueltos en turbios episodios de violencia. Películas– clave-siglo XXI: Elephant, Last Days, Paranoid Park.
– Larry Clark: Con Kids inició su andadura uno de los “niños terribles” del cine norteamericano. Su visión infernal de la adolescencia, con muchachos y muchachas entregados a la sexualidad y a la violencia como únicas prácticas posibles en medio de un contexto social y existencial envenenado, es emparentable con la de creadores como Todd Solondz o con películas tan corrosivas como Las reglas del juego. La disección fría y desapasionada, sin visos críticos, de mundos decadentes y la actitud iconoclasta hacia cualquier valor tradicional hermana todas estas obras, practicantes de lo que podríamos llamar un nuevo cine de la crueldad. Películas–clave–siglo XXI: Bully, Ken Park.
– Ken Loach: Nos referimos al director europeo de cine social y militante por antonomasia. Con un estilo antirretórico y a veces televisivo que se gana tantos adeptos como detractores, siempre ha prestado especial atención a adolescentes y jóvenes, desde su fresca y emocionante Kess en los años 60 a la reciente En un mundo libre, con el tema de fondo de la precariedad laboral. Es verdad que a veces instrumentaliza a sus personajes con el fin de subrayar unas ideas, pero sus retratos de jóvenes en conflicto revelan zonas oscuras significativas de nuestras sociedades acomodadas. Películas-clave-siglo XXI: Felices dieciséis, Sólo un beso, El viento que agita la cebada.
– Hermanos Dardanne: Si sumamos al tono de denuncia un rigor estético espartano y una mirada dirigida todavía más hacia las afueras de la sociedad que la lanzada por Loach, nos toparemos con el cine de estos dos artistas belgas. Con La promesa y Rosetta comenzaron a armar un discurso sobre adolescentes y jóvenes en contacto directo con la marginalidad. Implacables pero siempre esperanzados, estos directores logran armonizar el más durísimo de los mazazos con un brote muy humano de luz redentora, aun en sus documentos más desoladores. Películas-clave-siglo XXI: El hijo, El niño.
– Woody Allen: Las últimas películas del director neoyorquino, además de suponer un intento de renovación estética loable, optan por el protagonismo juvenil, con un más que desencantado balance sobre sus personajes. La genial Match Point, la minusvalorada y muy apreciable El sueño de Casandra o incluso obras tan poco conseguidas como Scoop o tan irregulares como Todo lo demás indagan en el carácter de jóvenes de diferente perfil. En sus obras más serias (las dos primeras) se evidencian con una convicción implacable y negrísima los tormentos interiores que provoca en sus criaturas la aniquilación de los principios éticos a favor de los intereses personales. Películas–clave–siglo XXI: Match point, El sueño de Casandra.
– Judd Apatow: Productor y director de cine, está detrás de algunos de los proyectos más interesantes de la comedia americana de los últimos tiempos. Sin renunciar al toque gamberro, sus obras hacen gala de un humor muy inteligente. Sus adolescentes y jóvenes son personajes complejos y ricos, no meros instrumentos sobreexcitados al servicio del chiste. Burdos y tiernos, marginales y acomplejados, niños eternos empujados a crecer a su pesar, sus hilarantes peripecias no ahogan en ningún momento una valiente reflexión sobre los que significa ser adolescente o joven y, sobre todo, sobre lo doloroso que resulta dejar de serlo. Películas–clave-siglo XXI: Virgen a los cuarenta, Lío embarazoso, Supersalidos.
– Kim Ki-Duk: El director surcoreano más conocido puede servirnos como representante del tratamiento que el cine oriental ofrece del joven como personaje. La mezcla explosiva de violencia y delicadeza, expiación y culpa, sexualidad y levedad espiritual, desesperación e imperturbabilidad origina poéticas experimentaciones en las que los protagonistas deben recorrer un trayecto entre sórdido y onírico en pos de cierto equilibrio doloroso. Películas– clave-siglo XXI: Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera; Samaritan Girl, Hierro 3, El arco, Time.
– Wes Anderson: Con Academia Rushmore, su segunda película, Wes Anderson fijo algunas de las claves de su universo personal. El gusto por criaturas estrafalarias y una pulsación lírica que oscila entre lo melancólico y lo irónico aporta a sus jóvenes, casi siempre perdedores, un carisma singular. Su extravagancia es al mismo tiempo luz y sombra y en sus recorridos vitales tortuosos alcanzan formas de revelación casi espiritual. Su última obraViaje a Darjeeling es compendio magistral de todos estos rasgos. Películas–clave–siglo XXI: The Royal Tenenbaums, Life Acuatic, Viaje a Darjeeling.
– M. Winterbotton: Director prolífico y camaleónico, este inglés ha filmado ciencia ficción (Código 46), cine de aroma westeriano (El perdón) o adaptaciones sui generis de obras maestras de la literatura (Tristram Shandy), entre otras propuestas de lo más disímiles. El interés por los jóvenes puede considerarse una de las pocas constantes en un autor tan heterogéneo. En el ámbito del cine comprometido firmó una obra tan estimulante comoIn this World (sobre el itinerario terrible de dos muchachos afganos que emigran de forma ilegal hacia Europa) antes de la más demagógica Camino a Guantánamo. Junto a los jóvenes-víctima de estas dos películas (o de Un corazón invencible) se sitúan los protagonistas de 9 canciones o 24 hours party people, jóvenes cuya vida gira alrededor de la música y, en el primer caso, el sexo. Películas–clave–siglo XXI: In this World, Camino a Guantánamo.
– Michael Cuesta: Las dos películas en su haber se atreven a sondear la personalidad de niños y jóvenes enfrentados a duras circunstancias que deben integrar en su proceso de crecimiento. La complejidad de sus criaturas, azotadas por fuerzas como el dolor, la venganza o la incertidumbre sexual, y unas relaciones difíciles y ambiguas entre iguales y con el mundo adulto proporcionan a estas dos obras y a su artífice un papel relevante en este panorama de directores que apuntan en sus intereses hacia el reino siempre brumoso de lo juvenil. Películas-clave-siglo XXI: L.I.E., El fin de la inocencia.
– Richard Linklater: Sólo por el díptico que forman Antes del amanecer y Antes del atardecer merecería formar parte este director de esta antología, pero es que es responsable, además, de otras películas como Slacker, Escuela de rock, A scanner darkly, Una pandilla de pelotas o Spy kids, entre otras, en las que la atención hacia niños y jóvenes redunda en personajes matizados y sólidos. Respecto a las dos primeras, la singular historia de amor entre un joven norteamericano y una francesa a lo largo de unas horas (retomada diez años después en la segunda película) se construye a través del diálogo sostenido entre estos dos personajes, en una hermosa indagación sobre los entresijos del enamoramiento, el misterio de las relaciones interpersonales y los límites y la maravilla de la comunicación humana. Películas–clave–siglo XXI: A scanner darkly, Antes del atardecer.
– M. Gondry: Su obra, una de las más inusuales y sugestivas del panorama cinematográfico actual, pretende visualizar cómo funcionan las mentes de sus personajes, lo cual dota a sus productos artísticos de una textura especial en la que sueño, deseo, fantasía, memoria y realidad conviven en imágenes de inusual fuerza plástica. Como poderosa y pregnante metáfora de la imaginación juvenil su filmografía debe formar parte de nuestro atlas. Películas–clave–siglo XXI: ¡Olvídate de mí!, La ciencia del sueño.
– Z. Yimou: La aportación de Zang Yimou al cine mundial está fuera de toda duda. Pero además creo que el director chino nos regaló con su trilogía de películas de acción histórica, en la estela de Tigre y dragón, unas inesperadas variaciones dramáticas sobre el tema del heroísmo y su vinculación con lo juvenil. La falsedad de las apariencias, lo inapelable del destino trágico o los sentimientos vividos con desaforada violencia son constantes que acercan estas películas de estética preciosista al clima emocional de Rebelde sin causa. Películas–clave–siglo XXI:Hero, La casa de las dagas voladoras, La maldición de la flor dorada.
– Tim Burton: Debe considerarse el máximo baluarte de la juventud entendida como extrañeza, como una realidad fascinante, paralela al mundo adulto e incapaz de integrarse en él. Si Eduardo Manostijeras es el gran icono juvenil de lo gótico y bizarro, en Big fish otro joven deberá aprender de su propio padre la importancia de la fantasía y de los reinos interiores para la configuración de un yo íntegro. La novia cadáver o Pesadilla antes de Navidad insisten en esta atención a criaturas en las que lo monstruoso es encarnación insólita de la personalidad juvenil, siempre al borde del delirio y el exceso. Películas–clave–siglo XXI: Big fish, La novia cadáver.
– M. Martí: El sello español Happyhour ha intentado promover una comedia juvenil transgresora que rivalice con productos como American pie. Películas como Fin de curso, Gente pez o Slam pretenden un humor sin prejuicios de ningún tipo, entre lo desmadrado y lo cañí, con la única intención de captar al mismo público que ingiere preparados como Torrente o Dos colgaos muy fumaos. Incluimos a este autor en nuestro elenco sobre todo por la intencionalidad industrial de la jugada. Películas–clave–siglo XXI: Fin de curso, Slam.
– Sofía Coppola: Las tres películas que integran por ahora la apasionante filmografía de esta directora norteamericana cuentan con protagonistas de sexo femenino. En todas ellas se nos ofrecen retratos muy bien temperados de mujeres jóvenes. La presencia de estas criaturas produce en los otros (sobre todo en los hombres) una atracción casi subyugante, mientras, por contraste, sus personalidades se hayan infectadas por una íntima desazón de raíz imprecisa. Este contrate entre magnetismo exterior e intimidad quebradiza constituye el sello más reconocible de nuestra artista y su más perdurable aportación al tema que nos ocupa: Películas–clave–siglo XXI:Lost in traslation, María Antonieta.
– Mark Waters: Algunos lo han considerado el sucesor de John Hughes (autor de obras clave en el ámbito de la comedia juvenil de los ochenta como Todo en un día o El club de los cinco). Sus aportaciones, sin embargo, carecen de la intensidad de las de su supuesto predecesor. Comedias amables, con unas gotas de crítica más edulcorada que ácida, sostenidas sobre guiones bien resueltos y actrices jóvenes emblemáticas (Lindsay Lohan, Reese Witherspoon…) no llegan a constituirse en manifiestos de la desazón juvenil ni abren sendas nuevas, pero nos hablan de la posibilidad de una comedia juvenil a medio camino entre el totum revolutum de los descerebrados y el exceso de corrección Disney. Películas–clave siglo XXI: Cómo perder la cabeza, Chicas malas, Ponte en mi lugar, Ojalá fuera cierto.
– Isabel Coixet: Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras se adentran en el alma atormentada de sendas jóvenes afectadas por situaciones traumáticas. Una enfermedad terminal y las consecuencias del horror bélico marcan a estas dos muchachas, interpretadas sin aspavientos por una resolutiva Sarah Polley, quien las dota de una sensibilidad y un misterio a espaldas del melodramatismo fácil. Llenos de detalles insólitos y reveladores en su sólo aparente insignificancia, los guiones de esta mujer todo terreno se aproximan con movimientos en espiral hacia el alma de sus criaturas, en un ejercicio de introspección tras las heridas íntimas infrecuente en el cine actual. Películas–clave–siglo XXI: Mi vida sin mí, La vida secreta de las palabras.
– Otros de casa: Por motivos de espacio, sólo cito a algunos directores españoles que, sin una definitiva preferencia por lo juvenil en sus obras, sí han realizado al menos un par de aportaciones destacadas en este sentido. Me refiero a autores como María Ripoll (Tu vida en 65´, Tortilla soup, Utopía), Víctor García León (Más pena que gloria, Vete de mí), Santi Amoedo (Astronautas, Cabeza de perro), David Trueba (Obra maestra, Soldados de Salamina, Bienvenido a casa), Felipe Vega (Mujeres en el parque, Nubes de verano)…
4.2. Diez actores y actrices
No me resisto a acabar esta escala de nuestros mapas sin aludir al menos a algunos actores y actrices cuya presencia y trayectoria adquieren tanta relevancia en la constitución de imágenes juveniles en el cine actual como el tratamiento de determinados temas o el desarrollo de ciertos argumentos. Sus rostros y sus cuerpos caracterizan a las criaturas que encarnan, las dotan de vida y, por lo tanto, las definen en gran medida.
– Juan José Ballesta: De El bola a Ladrones su trayectoria ha ido enriqueciéndose con personajes complejos a los que aporta visceralidad, cierta honestidad canalla y una apariencia entre chulesca y picara que enmascara en desparpajo personalidades siempre en conflicto.
– Scarlett Johansson: Uno de los símbolos sexuales del momento. Ha encarnado a algunas de las jóvenes más interesantes del cine reciente. Su participación en Ghost World, Match Point, Scoop, La joven de la perla o Lost in traslation sirve para configurar personajes en los que sensibilidad e inteligencia, sensualidad y riqueza interior no están reñidos. Su belleza entre lo exuberante y lo vulnerable integra con naturalidad pasmosa lo angelical y lo físico.
– Anne Hathaway: Princesa – Disney por excelencia tras su aparición en Princesa por sorpresa y Hechizada, su perfil de patito feo siempre redimible fue luego explotado en películas adultas como El diablo viste de Prada o La joven Jane Austen. Su torpeza e inseguridad disimulan una voluntad férrea y una inteligencia firme que acaban por doblegar cualquier obstáculo.
– Lindsay Lohan: Una de las actrices jóvenes norteamericanas más populares y mejor pagadas. Su polémica vida contrasta con los personajes de sus películas, siempre vitalistas, en una adolescencia que se decanta, tras superar conflictos de baja intensidad, hacia el orden y el optimismo. Herbie a tope, Ponte en mi lugar, Chicas malas, Devuélveme mi suerte o Quiero ser superfamosa jalonan la carrera meteórica de un icono de la rebeldía sofocada.
– Jason Biggs: El protagonista de las tres primeras películas de la saga American Pie merece por derecho propio formar parte de esta nómina de actores – emblema. Su rostro pasmado y casi infantil encaja a la perfección en personajes entre lo estúpido y lo tierno. Siempre parece un niño grande asediado por dosis elevadas de testosterona que, a pesar de todo, no acaban de borrar una inocencia torpe y por momentos patética, De la comedia adolescente y gamberra ha ido derivando hacia la comedia romántica en productos como Cásate conmigoo Una chica de Jersey.
– María Valverde: Su debut en La flaqueza del bolchevique la catapultó a la fama. De belleza inocente y virginal, su perfil de adolescente en ebullición la ha convertido a menudo en objeto del deseo (Melissa P. o Los Borgia), aunque siempre palpita bajo esa capacidad de provocación una vulnerabilidad de fondo y el desequilibrio íntimo de quien aún no ha encontrado la senda, aunque aparente seguirla con pie firme.
– Natalie Portman: De niña prodigio a Princesa Amidala en la nueva trilogía de Star Wars, de preadolescente inteligente y encantadora en Beautiful girls a discípula de un misterioso personaje revolucionario en V de Vendetta, Natalie Portman ha rehuido en todo momento el encasillamiento, embarcándose tanto en proyectos de cine de autor (Zona libre, Los fantasmas de Goya) como en obras provocadoras (Closer) o comerciales (Las hermanas Bolena o Mr Magorium). Su obsesión en los últimos años por encarnar a personajes adultos y desmarcarse así de la amenaza del personaje juvenil la convierten en una actriz completa, cuya carrera es reflejo prístino de su proceso personal de crecimiento (con papeles de niña, adolescente, joven y adulta). De mirada penetrante, hay en sus interpretaciones el rigor y la decisión de quien pone nervio y fibra en cada avance y logra ir así siempre más allá.
– Ellen Page: En Hard Candy interpreta a una muchacha que decide tomarse la justicia por su mano y someter a un brutal castigo a un presunto pederasta; en Juno borda el papel de adolescente de fuerte personalidad que debe sobrellevar un embarazo no deseado. Este nuevo icono joven del cine actual consigue que el cinismo de sus creaciones no aminore ni un ápice el encanto de su espontaneidad y que la inteligencia para la réplica y la perspicacia cínica no eclipsen pese a todo la necesidad de cariño y una romántica búsqueda de algo distinto al orden convencional.
– Alejo Sauras: Perteneciente a esa generación de actores de origen televisivo proveniente de series como Al salir de clase, aporta a sus personajes la naturalidad del vecino de enfrente y unos gramos de inquietud ante el inminente ingreso en la adultez. Sus criaturas prefieren una vida consagrada a lo epidérmico, lo frívolo, lo intrascendente, como si soñaran con la travesura perpetua y se vieran, no obstante, condenados a tomarse poco a poco las cosas en serio.
– Paul Dano: Este actor de rostro singular otorga a sus personajes una densidad poco frecuente en el personaje joven. Sus papeles en L.I.E. y Pequeña Miss Sunshine se caracterizan por una fuerza introspectiva llena de matices. Lo traemos a colación como ejemplo del personaje joven poco convencional, de laberínticos mundos interiores. A su lado habría que situar a actores tan interesantes como el genial Ryang Gosling (Half Nelson, El creyente, El mundo de Leland, Lars y una chica de verdad), Thora Birch (The hole, Ghost World), Gael García Bernal (Y tu mamá también, Amores perros, Babel, La ciencia del sueño) o Jake Gyllenhaal (Cielo de octubre, Donnie Darko, Brockebak Mountain), capaces de sugerir en sus creaciones entresijos emocionales y existenciales de gran hondura.
JESÚS VILLEGAS
[1] Se podría considerar este artículo como la primera parte del estudio de “imágenes de jóvenes”. El trabajo que ofrecemos en el dossier, “Adolescentes y jóvenes de cine: algo más de cien películas del siglo XXI”, sería la segunda parte.