“Cuando un forastero resida junto a ti, en vuestra tierra, no le molestéis.
Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis
como a uno de vuestro pueblo, y lo amarás como a ti mismo;
pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.
Yo, Yahveh, vuestro Dios”.
(Lev 19,33-34)
En el año 2000, sólo el 2% de los adolescentes que vivían en España había nacido en otro país; en 2010, eran ya un 17%. La inmigración juvenil es un fenómeno importante, cuantitativa y cualitativamente. La presencia de jóvenes inmigrantes ha hecho variar algunas valoraciones y tendencias juveniles como, por ejemplo, la importancia de la religión. La inmigración ofrece elementos positivos de riqueza cultural, a la vez que importantes retos, para la praxis cristiana, en general, y también, cómo no, para la pastoral juvenil.
Retorno de viejos monstruos
Desde que existe la civilización humana, la persona o grupo que viene “de fuera”, el extranjero, el extraño, se convierte en fácil “diana de culpabilización” en cuanto las cosas vienen mal dadas, es decir, cuando llegan las crisis culturales y económicas. A la hora de explicar fenómenos como la xenofobia, los sociólogos echan mano de un conocido episodio bíblico: la condena del chivo expiatorio (cf. Lev 16,1-10). La crisis económica que vive Occidente desde 2008 vuelve a agitar viejos fantasmas que parecían enterrados en el suelo de la más oscura historia europea. Nadie imaginó que en pleno 2012 fueran a surgir, en la patria de Sócrates y en otras zonas de Europa, partidos políticos racistas y xenófobos. Evidentemente, esos grupos extremistas son minoritarios. Sin embargo, la crisis sirve de ocasión para recortar la protección de un colectivo tan vulnerable como el inmigrante, perjudicando de modo especial a niños y jóvenes. Compartimos por ello la reflexión deCáritas europea y española, cuando afirma que “el acceso a la asistencia sanitaria es un derecho humano básico” (documento de Cáritas de mayo de 2012), y que la reforma del sistema sanitario que ha entrado en vigor recientemente en España “desprotege aún más si cabe a las persona más vulnerables”, pues “la exclusión del sistema sanitario de las personas migrantes en situación irregular va a añadir un sufrimiento muy severo a un colectivo especialmente vulnerable” (declaración de Cáritas en agosto de 2012).
Celebramos en 2012 los 50 años del comienzo del Concilio Vaticano II. No podíamos imaginar hasta hace poco que estas palabras de Gaudium et Spes iban a recobrar tanta actualidad: “Con respecto a los trabajadores que, procedentes de otros países o de otras regiones, cooperan en el crecimiento económico de una nación o de una provincia, se ha de evitar con sumo cuidado toda discriminación en materia de remuneración o de condiciones de trabajo. Además, la sociedad entera, en particular los poderes públicos, deben considerarlos como personas, no simplemente como meros instrumentos de producción; deben ayudarlos para que traigan junto a sí a sus familiares, se procuren un alojamiento decente, y a favorecer su incorporación a la vida social del país o de la región que los acoge” (GS 66).
Inmigración y praxis cristiana
Para nosotros, creyentes cristianos, esta preocupación no es una moda, pues tiene raíces bíblicas: “No oprimirás ni vejarás al extranjero, porque extranjeros fuisteis vosotros en Egipto” (Ex 22,20); “Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto” (Dt10,19); “Una misma ley habrá para el nativo y para el forastero que habita en medio de vosotros” (Ex 12,49). En la revelación judeo-cristiana resuena una y otra vez la pregunta de Dios: “¿Qué has hecho de tu hermano?” (Gen 4,9). Con la misma claridad se manifestó Jesús de Nazaret: “Venid, benditos de mi Padre, porque fui emigrante y me acogisteis” (Mt25,35). La actitud de los cristianos respecto a las personas inmigrantes ha de ser inequívoca, y no puede ser otra que la del Buen Samaritano. Por eso producen dolor y asombro ciertos rechazos o estigmatizaciones hacia los inmigrantes pronunciados desde medios que se dicen cristianos. La misma claridad se encuentra en el magisterio del Papa actual: “Todos, tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuyo destino es universal” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de 2011).
Pero es necesario un paso más allá del asistencialismo en la pastoral con inmigrantes. Lo expresan estas palabras de Benedicto XVI en el mensaje para esa misma Jornada del Emigrante en 2012: “Millones de personas se ven implicadas en el fenómeno de la inmigración, pero ellas no son números, son hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que buscan un lugar donde vivir en paz… Los emigrantes no son solamente destinatarios, sino también protagonistas del anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo”. ¿Hacemos a los jóvenes inmigrantes protagonistas y no sólo destinatarios de la pastoral juvenil? ¿Qué riquezas y fortalezas pueden aportar a nuestras a veces débiles y avejentadas iglesias?
Los estudios de este número
El salesiano Julio Yagüe, desde una clave vivencial y pastoral, compara la vida de los emigrantes españoles que conoció hace ya unas décadas en Paris con el fenómeno migratorio del que es testigo en este momento, y nos ofrece una reflexión muy pegada a la realidad. Juan Linares, desde su experiencia con jóvenes migrantes como misionero salesiano en las Antillas, relee la V Conferencia del Episcopado de América latina y el Caribe en Aparecida, y nos propone una pastoral de migraciones en red. Monseñor José Sánchez, que ha presidido la comisión episcopal de Migraciones de la CEE, presenta sugerentes reflexiones para “trabajar pastoralmente con jóvenes inmigrantes”.
Relevo en la dirección de Misión Joven
Acabo esta editorial con un sentido agradecimiento a Koldo Gutiérrez, en nombre de la Congregación Salesiana y de los lectores de la Revista, por sus tres años como director deMisión Joven. Afortunadamente seguiremos contando con su aportación, ahora como miembro del Consejo de Redacción, desde su nuevo servicio como Delegado Nacional de Pastoral Juvenil. Por mi parte, recibo con mucha ilusión, pero también con temor y temblor, el testigo que tan dignamente ha llevado Koldo.
JESÚS ROJANO MARTÍNEZ
misionjoven@pjs.es