Jóvenes, «noche» y diversión: una interpretación sociológica

1 julio 1998

[vc_row][vc_column][vc_column_text]avier Elzo es Catedrático de Sociología en la Universidad de Deusto.
 
Síntesis del Artículo:
Sobre la base de diferentes datos, el autor propone cuatro reflexiones para interpretar la «noche y diversión» de los jóvenes, seguidas de otras tantas pautas para actuar educativamente de un modo correcto: prolongación de la estancia en la familia, las fracturas del tiempo, valores finalistas sin soporte en los instrumentales y temor al aburrimiento.
 
 
 
En las páginas que siguen voy a reflexionar sobre algunos aspectos sociológicos en los que creo cabe enmarcar la actual fascinación que una parte importante de los jóvenes españoles de hoy, en esta sociedad de final de siglo, mantiene hacia la diversión nocturna. Voy someter a la consideración crítica de los lectores unos sencillos elementos de interpretación que, aunque pueden parecer alejados del pragmatismo de lo cotidiano, sostengo que son como las corrientes de fondo en las que se incribe el particular modo de divertirse de no pocos de nuestros jóvenes. No son los únicos elementos a tener en cuenta. Tampoco me atrevo a afirmar que son los cuatro más importantes. Pero sí propongo que sin estos cuatro nada es comprensible, por un lado, así como que entre los elementos de interpretación que sugiero hay una lógica interna, especialmente en los tres últimos, excluyendo parcialmente, y solo parcialmente, el primero de ellos, el que se refiere a la particular forma de relacionarse los padres con sus hijos en la España de hoy.
Pero antes y de forma muy breve, ciertamente demasiado breve, presento algunos datos cuantitativos sobre el número de jóvenes que salen a divertirse las noches de los fines de semana así como la hora a la que vuelven a casa. Ofrezco datos muy recientes, algunos inéditos. Pero solamente este punto requeriría tratamiento propio, por ejemplo analizando cualitativamente lo que dicen buscar durante sus horas de diversión nocturna, aunque algunos de esos elementos los he tenido en cuenta en mi análisis posterior. Terminaré con tres brevísimos apuntes sugiriendo algunas propuetas concretas de actuación que me parecen centrales. No soy pedagógo y no me atreveré a señalar el «como» hacer y me limitaré al «qué» hacer.
 

1 Algunos datos

 
En contra de lo que pudiera parecer hay pocas cifras rigurosas sobre el número de adolescentes y jóvenes que salen fuera de sus casas los fines de semana, así como la hora a la que vuelven a sus domicilios. Con razón hablan de «inédita cuestión», Aguinaga y Comas, en el último estudio realizado en España sobre el tema, con trabajo de campo de 1.200 adolescentes y jóvenes en todo el conjunto español al referirse a la hora de regreso a casa después de una salida nocturna [1].
La primera cuestión es la de saber cuantos son los que salen fuera de sus casas las noches de los fines de semana. Según el trabajo de Aguinaga y Comas (p. 119 y siguientes) aquellos que salen los días laborables son muy pocos -el 5,4% de los adolescentes y jóvenes españoles de 15 a 24 años, entendiendo por laborables desde las noches de los domingos a los lunes hasta las noches de los miércoles a los jueves-. De aquí adelante las cifras se disparan. La noche del jueves al viernes dicen salir de sus casas, por las noches, el 21% de los adolescentes y jóvenes españoles, el 29,5% la noche de los viernes a los sábados y el 17, 7 la noche de los sábados a los domingos. Nosotros en varios trabajos hemos formulado la misma cuestión aunque de forma diferente, lo que, a la postre va explicar, al menos parcialmente, las diferencias encontradas. Es lo que reproducimos en la Tabla nº 1.
 
Tabla 1: Frecuencia de salidas nocturnas durante los fines de semana (Jóvenes vascos)

19911 19962 19983
¾ No salgo nunca 5,2 9,1 4,4
¾ Muy de vez en cuando* 38,0 28,7 11,1
¾ Salgo con más frecuencia** 34,9 15,0 14,1
¾ Salgo casi todas las semanas 20,2 46,8 70,3

Total

2479 4357 1202

Fuentes: 1 J.ELZO (DIR), Drogas y Escuela IV, Edit. Escuela Trabajo Social de San Sebastián, 1992; 2 J ELZO (DIR), Drogas y Escuela V, Edit. Gobierno Vasco, Vitoria-Gasteiz 1996. Datos inéditos de una investigación en curso (trabajo de campo, mayo-junio 1998, entre jóvenes vascos en edades de 15 a 24 años, mediante encuesta domiciliaria). * En 1991 se preguntó 2 o 3 veces/año. ** En 1991 se preguntó 1 ó 2 veces/mes.
 
A primera vista parece haber divergencia en las cifras pero, sin entrar aquí en detalles, hay que retener que mientras Aguinaga y Comas preguntan, día a día, por el uso del tiempo durante la semana anterior a la de la realización del trabajo de campo nosotros preguntamos, de forma genérica y siguiendo una escala, por la frecuencia de sus salidas nocturnas durante los fines de semana, sin especificar si salen una o más veces a la largo del fin de semana. Así, aunque no quepa añadir el número de jóvenes que salen en la encuesta española las noches de los jueves, viernes y sábados, como si fueran necesariamente personas distintas, con lo que obtendríamos un (falso) total de 68,2% de jóvenes que salen los fines de semana, esta cifra ya se asemeja más nuestras cifras para 1996[2].
El dato más llamativo es el referido a 1998 pues nos indica una auténtica escalada, lo que por otros estudios, más cualitativos, así como por informaciones de testigos privilegiados, ya habíamos atisbado[3]. Parece que los jóvenes salen mucho aunque es preciso reseñar, con fuerza, que no todos salen, rcuérdese los datos de Aguinaga y Comas que he referenciado arriba y, además, que no salen todas las noches de los fines de semana (lo que mis encuestas no son capaces de determinar). Este tema es importante pues corremos es riesgo de generalizar en demasía y dar a entender que toda la juventud española está en la calle ( de copas, en las discotecas etc.) todas noches de los fines de semana. Y no es así. Se puede afirmar, sin genero de dudas que, considerando noche a noche, y para la totalidad de jóvenes en las edades que estamos trabajando, están en sus casa ( en más de un caso con sus amigos o, simplemente viendo la TV) muchos más de los que andan por la calle. Claro que estos últimos hacen mucho más ruido. Tambien más ruido mediático, sin olvidar «el parte» de fallecidos y accidentados de los lunes por la mañana.
Otra cuestión distinta es la de saber la hora a la que dicen acostarse los jóvenes españoles. Volviendo al trabajo de Aguinaga y Comas, podemos leer en la página 115 que «si tomamos las tres de la mañana (como referencia) se observa que en los días laborables un 4% no se ha acostado aún en esta hora, pero el viernes es un 11,7%, el sábado un 26,7% y el domingo un 11,8%, en todo caso suficiente gente como -a la que habría que añadir los que tienen más de 25 años- para llenar de gente las calles de la ciudad y los locales en los que se produce el fenómeno de la nocturnidad. Además, añaden Aguinaga y Comas, estos son los datos correspondientes a una semana concreta lo que implica que quizás los comportamientos de nocturnidad afectan a más jóvenes pero no todos los fines de semana»[4].
En las tablas 2 y 3 presento, sin mayores comentarios, detalles referidos a los jóvenes vascos de 1996 (misma fecha de campo del estudio de Aguinaga y Comas) a efectos comparativos, aunque, lo repito, con técnicas de obtención de información diferente y colectivos también diferentes, aunque comparables con los que estamos recogiendo nosotros para el año 1998, en el País Vasco.
 
Tabla 2: Frecuencia de salidas nocturnas en función de la edad (Jóvenes vascos, 1996)

De 12 y 13 años De 14 a 15  De 16 a 18  19 y más años
¾ No salgo nunca 39,6 19,3 4,1 0,6
¾ Muy de vez en cuando 41,1 41,1 23,8 14,1
¾ Salgo con más frecuencia 9,6 14,5 16,8 10
¾ Salgo casi todas las semanas 8,7 24,5 54,9 75,3
TOTAL 1170 1590 2120 647

 
Tabla 3: Relación entre consumo de alcohol y hora de llegar a casa los fines de semana (Jóvenes vascos, 1996)

TODOS Abstemios Casi abstemios Poco bebedores Bebedores excesivos Sospechosos alcohólicos
¾ No salgo nunca 15,6 33,3 10,1 5,7 2,6 2,2
¾ Antes de 12 noche 27,4 28,9 36,6 31,5 24 19,2
¾ Entre las 12 y las 2 19,9 11 21,6 26,9 29,7 23,5
¾ Entre las 2 y las 4 15.4 4,9 13,1 18,8 26,6 15,3
¾ Más de las 4
y hasta el día siguiente
9.3 2,2 4,7 8,2 11,4 24,1

 
Dos comentarios. Por una lado el aumento de la frecuencia de salidas nocturnas de los jóvenes a medida que aumenta la edad, lo que comprobaremos también en nuestro próximo estudio, siendo la edad de los 18 a 22 años la que arroja la cifra modal, confirmando así lo que constatan Aguinaga y Comas en su estudio (cf. p. 121), pero, dato a tener en cuenta, descendiendo despues a medida que se avanza en edad. Dato importante, en efecto, como es facil vislumbrar, pues indica que se trata de un fenómeno de edad, luego limitado en el tiempo.
En segundo lugar, véase nuestra tabla 3. Algo que parece obvio: hay correlación entre los niveles de consumo de alcohol y la hora de retirarse a casa, ciertamente, pero no es nada desdeñable cifra del 7% de adolescentes y jóvenes vascos que se acuestan despues de las 4 de la mañana, habiendo salido a la calle, y que o no beben nada o beben poco, menos de 300 cl. de alcohol de vino o su equivalente en otras bebidas. Esto es, hay tambien jóvenes que salen de casa, vuelven muy tarde, incluso pasan la noche entera fuera y no vuelven hasta el día siguiente, y no beben o beben muy razonablemente. No todo noctámbulo es necesariamente gran bebedor.
 

2  Reflexiones para una interpretación sociológica

 
2.1. Una prolongada estancia en la familia de origen
 
La desmesurada prolongación de la estancia en la familia de origen por parte de la juventud española es una de sus características más llamativas cuando se la compara con la de los jóvenes de otros paises europeos. Las explicaciones de este fenómeno son múltiples y complejas pero hay una extremadamente importante, a nuestro juicio, y es el peso de la tradición familiar en España y la particular relación entre padres e hijos. Así se constata que los padres son extremadamente renuentes a ver salir a los hijos de sus casas, compartiendo y experimentado una convivencia, relativamente, autónoma y prolongada con su pareja, en edades que, los padres adultos, consideran como muy tempranas, lo que no empece para que, en estos últimos tiempos especialmente, cuando ya sus hijos se han habituado a la «fonda y refugio-económico-afectivo familiar» no vean la forma de desprenderse de ellos, cuando estos llegan a los 24, 25 ó más años.
Ciertamente a este factor hay que añadir otros, como el paro de los jóvenes, encubierto además, en gran medida, al dar España una de las más elevadas tasas de escolaridad universitaria de Europa pero, lo digo formalmente, este dato me parece secundario ante el precedentemente señalado. Incluso me parece secundario ante este otro: los jóvenes, en su gran mayoría, no están dispuestos a dejar la casa familiar hasta que tengan una situación económica y social con cierta estabilidad y nivel económico. No sé si alguna vez ha sido cierto eso de que contigo «a pan y cebolla» pero, en todo caso, hoy lo único que admitirían los jóvenes sería que contigo «pollo y champan», por seguir con la metáfora de nuestra juventud.
 
La consecuencia de este estado de cosas es evidente: los jóvenes buscan espacios y tiempos propios y prolongados de distensión en los que se sientan solos, con su grupo de pares, sin el control, real o supuesto, (más supuesto que real pienso yo, no tanto por liberalismo o tolerancia cuanto por incomprención, cuando no indiferencia), de los adultos en general (que sólo desean en el fondo que los jóvenes no les molesten en su ritmo de vida) y de sus padres en particular, manifiestamente desbrujulados frente a sus hijos y con serios problemas de ajuste en sus relaciones de pareja ante los nuevos roles del padre y de la madre, consecuencia, principal pero no únicamente, de la inserción social de la mujer.
En otras palabras, los chicos y las chicas buscan espacios propios de diversión, desinhibición, desfogue y encuentro ( no pocas veces íntimo), con un modo, maneras, músicas, luces, horario etc. distintos a los de sus progenitores que les sirve, al mismo tiempo, de búsqueda de identidad y afirmación, curiosamente (luego precisamente), en un periodo histórico en el que, sostengo, las diferencias en los sistemas de valores entre padres e hijos son menores que en otros tiempos próximos.
 
2.2. La fractura social y vivencial del tiempo
 
La cada vez mayor disociación entre el tiempo de trabajo/estudio y el tiempo de fiesta es una de las notas dominantes de las sociedades occidentales[5]. Ciertamente desde siempre el género humano ha distinguido ambos tiempos pero en la actualidad la separación entre ambos periodos es no solamente más acusada sino que, además, el sentido que se da a ambos periodos, el tiempo de estudio/trabajo y el tiempo de fiesta, y en la relación que se establece entre ellos se pueden observar alteraciones cualitativas en las sociedades opulentas del final de siglo, en comparación con las de otros periodos históricos, incluso recientes. Dos son las notas que queremos, brevemente, resaltar aquí.
Para los que trabajan, el trabajo es percibido como mero valor utilitarista que tiene como único objetivo la adquisición de medios (ganar dinero dicho lisa y llanamente) con el objetivo de poder disfrutar la fiesta. El trabajo no es elemento de realización personal sino simple exigencia de integración social, condición «sine qua non» de seguridad vital. Empieza a no ser plausible, esto es, del orden de lo socialmente pensable, proyectarse en el trabajo como modo de realización personal habiendo desplazado al tiempo libre, al ocio, esa facultad de realización personal, con lo que hemos evacuado al ocio de lo que tenía de más espontaneo, más libre, más poético, haciéndolo prosaico y banal. El ocio es ya mero consumo, un producto más de consumo, incluso, en las sociedades más avanzadas «el» consumo por excelencia.
Para los estudiantes, también, el trabajo es percibido como un bien, escaso por añadidura, dificil de conseguir, del que no se piensa extraer ningún tipo de recompensa más allá de la meramente económica. Entretanto el estudio es percibido, en el mejor de los casos, como una inversión probabilística (los «expertos» dicen, con razón, que hay probalidad directa y positiva entre obtener un mejor trabajo si se tiene una mejor formación), en el peor, un momento y un espacio (el del centro docente) en el que el adolescente y el joven se perciben estando aparcados a falta de mejores alternativas en la actualidad en un centro docente donde poco les interesa lo que pasa y les dicen. En cualquiera de las dos hipótesis el estudio no presente ningún interes intrínseco, ningún valor en sí mismo. Más precisamente, todo su valor, como el del trabajo es meramente instrumental.
Las consecuencias son claras: un tiempo, el del trabajo/estudio, normativizado, en el que es preciso mantenerse en forma, estar ágil, presto, «performativo», con la vista puesta en el fin de semana que, por contra, es percibido como el tiempo libre o para ser más exacto, un tiempo que se pretende libre, ausente de normas, pero que, como ilustra muy bien el modo de diversión de muchos jóvenes, el exceso puede convertirse en la norma y hacer aparecer como «outsiders» que diría Becker, como extraños, a los que se salen de la norma del exceso. Pero no se piense que esto es privativo de los adolescentes y jóvenes aunque por la fuerza de la edad en ellos tenga unas manifestaciones más llamativas (y más trágicas en muchos casos) sino también en muchas personas adultas que vagan los fines de semana, puentes, acueductos y vacaciones, a veces buscando un descanso imposible, a veces maldiciendo internamente un tiempo de ocio del que no saben qué hacer y para el que, por contra, están trabajando denonadamente durante el resto de la semana y a lo largo de todo el año.
Este estado de cosas tiene otro corolario: la continua aceleración de la vida. No hay tiempo para nada. Todo se hace deprisa y corriendo. La gestión del tiempo se ha convertido en uno de los problemas mayores de los ciudadanos de las sociedades avanzadas. Especialmente durante el tiempo llamado productivo, pero también durante el periodo de estudio, con una cada vez mayor dificultad para los estudiante a la hora de organizar su tiempo, especialmente el tiempo optativo (elegir estos o aquellos estudios, estas o aquellas asignaturas, este o aquel ritmo escolar), con un sentimiento final de agobio que se traduce en impotencia durante el tiempo escolar y en no control (buscado y querido) durante el tiempo de fiesta, de ocio. Déjenme añadir aquí, de pasada, que, en mi opinión, una de las causas del fracaso del Plan de Estudios universitario instaurado ya entrada la actual década, luego con un perido de vigencia plena de apenas cinco años, radica en la incapacidad de gestionar el tiempo optativo y de libre elección, tanto en la gestión administrativa, lo que muchos señalan, cuanto en la dificultad del alumnado para gestionarlo, lo que pocos han remarcado.
Pero la aceleración de la vida también acompaña al tiempo libre desde el momento en que cada día el ocio y el tiempo libre son más un tiempo de consumo que un tiempo de convivialidad, de gratuidad con lo que cerramos un círculo infernal, del que algunos de los modos de diversión de los jóvenes no sino meras manifestaciones, no por esperpénticas cuando no dramáticas menos lógicas. Sostengo firmemente que uno de los mayores embustes en los que han caido los adolescentes y jóvenes es percibir como un tiempo libre su ocio durante las noches de los fines de semana, fiestas locales, viajes de «convivencias», de fín de curso, etc. cuando este tiempo está tan normativizado como el tiempo de estudio o trabajo. La diferencia, y para ellos es fundamental, es que están solos, entre sí, en su grupo de amigos o compañeros.
 
 
2.3. Unos valores finalistas sin soporte en los valores intrumentales
 
En otro lugar he señalado que «en muchos adolescentes de la España actual hay un hiatus, una disonancia entre los valores finalistas y los valores instrumentales que con graduaciones muy diversas lo haría extensivo, al modo idealtipico weberiano, al conjunto de adolescentes y jóvenes españoles. Los adolescentes españoles de finales de los 90 invierten afectiva y racionalmente en los valores finalistas, (pacifismo, tolerancia, ecología, etc) al par que presentan, sin embargo, grandes fallas en los valores instrumenteles sin los cuales todo lo anterior corre el gran riesgo de quedarse en un discurso bonito. Me refiero a los deficits que presentan en valores tales como el esfuerzo, la autoresponsabilidad, la abnegación (que ni saben lo que es), el trabajo bien hecho etc.» [6].
Hay que añadir que esa inversión afectiva y emocional, con ribetes de racional, en los valores finalistas suele ser, en la gran mayoría de los casos, puntual e inconstante. No es tampoco extraño encontrarse con planteamientos contradictorios, incluso con pocas horas de diferencia. Esta hipótesis, que me parece innegable, presenta el grave riesgo de convertirse en culpabilizante si no se la maneja con cuidado. De ahí que no pocos intenten buscar en factores más materiales (siendo el argumento más utilizado el del enorme paro estructural en los jóvenes junto a la prolongación de la escolaridad obligatoria, todo ello vivido diferentemente según los estratos sociales de pertenencia) la «causa» de este hiatus. En efecto, siempre es peligroso, e injusto, transferir responsabilidades derivadas de los factores provenientes del entorno social, los llamados estructurales (otros dirán que factores estructurantes) hacia los niveles más nómicos, los de los sistemas de valores, cuando no de las motivaciones de las personas físicas.
Pero también es cierto, por el contrario, que diferir toda responsabilidad en los contextos socioambientales, en los factores estructurales, más aún si se dicen estructurantes, amén de una pereza intelectual no se ajusta a la realidad. No sea más que por hecho de que no todos los adolescentes, incluso los que han crecido en condiciones comparables, y aquí introduzco la gran masa de adolescentes que conforman el colchón de la clase media española, reaccionan de forma similar y conforman su vida de forma similar. La vieja distinción entre condicionar y determinar, no solo sigue siendo válida, sino que lo es de forma sobreabundante, en un momemto en que, al menos sobre el papel, la capacidad de autonomía es mayor que nunca. Los jóvenes se socializan hoy menos que antes bajo la forma de la reproducción, aún crítica, de lo transmitido, cuanto bajo la forma de la experimentación de lo visto y vivido cotidianamente.
Mi hipótesis, señalada en el mismo trabajo de la revista «Proyecto», apunta al hecho de que «habiendo crecido en una sociedad en la que hay una cierta unanimidad en la formulación temática de algunos valores universales de rango finalista, sin embargo, el traslado de los valores instrumentales se hace de forma más dispersa produciendo así dislocaciones importantes en la formación integral de los adolescentes dando origen en más casos de los deseables a adolecentes que se desenganchan de la carrera de la vida, vagando aquí y allá en búsqueda de un horizonte vital que ni siquiera lo pueden vislumbrar». Pero creo que, en el marco de estas reflexiones podemos dar un paso más.
 
En efecto, pienso que la diferencia entre valores finalistas y valores instrumentales y su escasa articulación está poniendo al descubierto la continua contradicción, al par que la dificultad, de muchos adolescentes y jóvenes para mantener un discurso y una práctica con una determinada coherencia y alguna prolongada continuidad temporal, allí donde sea necesario un esfuerzo cuya utilidad no sea inmediatamente percibida como, por poner un par de ejemplos cotidianos, aprobar un examen o la obligación de realizar un trabajo a una hora y día determinados.
Desde esa perspectiva, la diversión sin límite, en un clima desinhibido, entre pares, es la respuesta lógica, máxime cuando se vive, se siente y se percibe, aún sin llegar a tematizarlo, la evidente contradicción de la apuesta por unos valores propugnados, no utópicamente como objetivos a alcanzar mediante las mediaciones a prever, voluntades a concitar, esfuerzo a sostener… sino quiméricamente, como sueños inalcanzables. De ahí la reificación del humanismo, aún propugnándolo, y que puede traducirse, a los pocos años, en un burdo pragmatísmo, es un serio riesgo para no pocos de los nuevos jóvenes máxime si la actual sociedad competitiva sigue impasible su marcha, cual si de un «fatum terrestre» se tratara. Desde esta perspectiva la fiesta adquiere los dramáticos tintes de una huida en el vacio. De ahí, también, que los jóvenes se aburran tanto.
 
2.4. Una juventud que teme aburrirse
 
En efecto el concepto de aburrimiento, dentro de su aparente banalidad, me parece que puede ser un concepto clave para entender a los nuevos jóvenes de finales de los 90 y en la puerta de entrada del nuevo siglo. No es este el lugar para discutir la contradicción que resulta de leer en las encuestas sociológicas, también en las mías, la respuesta de muchos jóvenes a la escala en la que preguntándoles si se aburren mucho, bastante etc., en su tiempo libre, responden que no se aburren y mi afirmación anterior. Déjemne liquidar aquí la cuestión diciendo simplemente que es un problema técnico de producción de datos mediante los cuestionarios cerrados. El hecho es que los adolescentes y los jóvenes de hoy se aburren siempre que no reciban una incitación constante y, muchas veces, ruidosa.
Hay datos de encuestas cualitativas que lo muestran. La última el trabajo ya citado de Aguinaga y Comas, (cf. p. 199). Aún sin estar totalmente de acuerdo con el librillo de G. Sartori «Homo videns» (algunas de sus afirmaciones rezuman un rancio elitismo que creíamos superado, sobre la validez del voto de unos y de otros según su nivel cultural, por ejemplo) no es menos cierto que resume muy bien una de las características específicas al modo de aprehender la realidad de las nuevas generaciones y, lo que aquí nos interesa, la dificultad de entre-tenerse de otra forma que no sea mediante el estímulo visual constante, la visión y escucha de los videos, films, juegos y demás productos del «entretenimiento» (entertainment en americano), cada vez más excitantes, más llamativos, más esperpénticos, más ruidosos justamente para llamar y retener la atención del joven en una cultura del zapping y que la masiva introducción de Internet (cuando hayan resueltos los problemas de los desesperantes tiempos de espera) va a generalizar de forma y manera que todavía no somos capaces ni de imaginar. En definitiva estamos en la cultura del medio, del soporte. El medio no es el mensaje. El medio se acaba en sí mismo, se justifica en sí mismo con el único objetivo de lograr llamar la atención, retener el interés del joven (y del adulto, pero aquí escribo sobre jóvenes), con lo que tiene que ser cada vez más ingenioso, más llamativo, más hortera incluso, si es preciso.
 
De ahí el embuste informático en el que estamos inmersos sin darnos cuenta. ¿Dónde está, en definitiva, la bondad, la ventaja de una inflación informática y mediática que concede más importancia al continente (al nuevo programa, al nuevo soporte, al nuevo lector de música y de imágenes) en detrimento del contenido que vehicula?. ¿Dónde está el progreso de la cada vez mayor presencia en los kioscos de revistas que enseñan, por ejemplo, a «hacer programas», a manejarse mas cómodamente en Internet (aspectos, que en sí mismos considerados, son muy positivos) en detrimento de las revistas que ayudan a pensar, ofrecer informes y análisis de la realidad social, económica, literaria etc. que penan de biblioteca en biblioteca con algunas, raras, excepciones?
Si aplicamos esta carrera a la nada al campo educativo no puedo no a traer aquí a colación unas reflexiones del profesor José Luis Pinillos, comentando a Lyotard cuando afirma que (Lyotard) «ha percibido que la educación ha ido a parar a manos de lo que en América se conoce como information management, algo que a lo que más se parece es a la aplicación de las técnicas de dirección de empresas a la educación. En esta sociedad performativa es donde el ordenador ha desplazado las cuestiones de legitimidad del conocimiento, por motivos de eficacia y rapidez. Ha sido en las sociedades tecnológicamente avanzadas donde el conocimiento se ha convertido en una mercancía y se ha desentendido de la jerarquía cultural de los saberes. Es en ellas donde la performatividad y el know how funcionan como valores supremos del saber, y donde se supone que reforzar la tecnología equivale a reforzar la realidad misma»[7], y el conocimiento de esa realidad, me permito añadir.
 

3  Tres breves apuntes para la actuación concreta

 
Ê Es evidente la absoluta necesidad de romper con la actual situación de división en dos tiempos. Se dirá que se trata de un hecho mayor, una nota de sociedad ante la que los voluntarismos poco pueden hacer. Sin embargo es posible hacer cosas. Empecemos por no aceptarlo como si un fatum más se tratara creando una nueva conciencia con resultados esperables a medio plazo (piénsese en la nueva lectura que se hace hoy del tabaco y de los «valores militares» en comparación a la que hacia la generación precedente para el tabaco y hace dos generaciones para «los valores militares», por poner dos ejemplos). Entretanto es evidente que los jóvenes necesitan un apoyo para la organización de las mañanas de los sábados y, aunque en menor medida, también la del domingo de tal forma que cumplan, en otro ámbito y ambiente sus deseos y ansias de estar juntos y solos, divirtiéndose. ¿Puedo añadir que este objetivo me parece más importante que transmitir gran parte de las materias que los escolares olvidan al día siguiente del exámen?
 
Ê Es alarmante el hiatus entre los valores finalistas y los instrumentales en los adolescentes y jóvenes. Las causas son complejas. Las soluciones no menos pero todas pasan por el ejercicio de la autoresponsabilidad. Todo los demás no llega ni al parche.
 
Ê Saber integrar lo que de evidentemente positivo tienen las nuevas tecnologías con el reposado ejercicio de la lectura individual, me parece uno de los objetivos prioritarios (si no el prioritario) de la educación en el momento actual. Lograr que los adolescentes adquieran el gusto de la lectura es el único medio que conozco para ser capaz de introducir la pregunta y la duda en el propio raciocinio y así integrar alguna profundidad en su vida, en sus proyectos, en sus querencias…. Solo el que lee es capaz de tener una distancia crítica con las cosas, las personas, los sentimientos y las emociones y ser capaz de superar el aburrimiento, máxime en una sociedad de la imagen, del flash, de lo impactante. De las frases más reveladoras que he oído sobre el tema de los jóvenes fue, en un programa de TV acerca de la diversión de los jóvenes, cuando una chica, ante la eventualidad de que le cerraran los bares, pubs y discotecas a tal hora de la mañana, exclamó: «¡ Que horror!. ¿A donde iría? ¡Me aburriría!» ¾
 

Javier Elzo

 
 
[1] J. AGUINAGA-D. COMAS, Cambios de hábito en el uso del tiempo, Instituto de la Juventud, Madrid 1997,  119. Nos llega este excelente trabajo cuando estamos redactando estas páginas. Más aún, algunos datos, a primera vista no coincidentes con otros míos y  que más abajo presento, han sido objeto de confrontación y comentario con los autores que me confirman no haber encontrado más documentación, a nivel español. Además, tras mi requerimiento y cara a esta publicación, Teresa Laespada, colaboradora y coatura conmigo de otros trabajos sobre la juventud y el alcoholismo, ha realizado una búsqueda informática sobre la cuestión no habiendo encontrado sobre el tema que nos ocupa otra información publicada que el trabajo de Aguinaga y Comas, en el ámbito español, y los nuestros en el ámbito vasco.
 
[2] Hemos pedido a Comas y Aguinaga que realicen un análisis secundario de su información para precisar este punto y contrastar sus datos con los nuestros pero en el momento de cerrar estas páginas aún no hemos tenido ocasión de cotejar los resultados de nuestros estudios.
 
[3] Se trata de una investigación en dos partes, cuantitativa y cualitativa que el Instituto Deusto de Drogodependencias en colaboración con la Secretaría de Drogodependencias del Gobierno Vasco y la Fundación de Ayuda a la Drogadicción (FAD) está llevando  a lo largo del año 1998 en base a 1.200 entrevistas domiciliarias de jóvenes en edades comprendidas entre los 15 y los 24 años. El trabajo de campo se realizó en las dos ultimas semanas de Mayo y la primera de Junio del año 98. Hay que advertir que la Tabla 1 se refiere a colectivos no rigurosamente idénticos. El estudio de 1991 se realizó entre escolares de BUP, COU y FP de la ciudad de San Sebastián.  El estudio de 1996 se extiende a una muestra de escolares de la Comunidad Autónoma Vasca de Enseñanzas medias asi como de los cursos 7º y 8º de EGB o su equivalente en la incipiente ESO. Estos dos estudios se realizaron mediante el procedimiento de autorellenado en el aula escolar, en ausencia del profesor y bajo la supervisión de monitores especialmente preparados por los jefes de campo de las investigaciones. El estudio de 1998 se ha llevado a cabo, en su dimensión cuantitativa, como hemos señalado más arriba, mediante entrevista oral domiciliaria, sin presencia de familiares en el momento de la administración del cuestionario, y a una muestra representativa de adolescentes y jóvenes vascos, luego no solamente de escolares como los dos estudios precedentes. Aunque las diferencias muestrales son notorias las tendencias que se observan en la Tabla 1 son tan claras que no dudamos en darlas como válidas y correspondientes a la propia evolución de la realidad. Otra cuestión es la de saber hasta qué punto estos datos son extrapolables al conjunto de Estado. Dentro de pocos meses cuando se lleve a cabo el trabajo de campo de la investigación «Jóvenes Españoles 1999» donde he introducido una pregunta similar a la de mis estudios en el ámbito vasco de la serie «Drogas y Escuela» saldremos de dudas, pero la información que tengo en el momento de redactar estas páginas y referidas al Test Piloto me indican que los datos para el conjunto de España arrojan niveles inferiores en las salidas nocturnas de los jóvenes españoles comparándolos a los de los vascos.
 
[4] El subrayado es de los autores. En efecto la información obtenida se refiere a una semana concreta. Nosotros en nuestros trabajos preguntamos una semana tipo ( y la distinguimos de las semanas especiales por razón de unas fiestas determinadas, o en vacaciones etc, donde las cifran se disparan). Hay que añadir que una cosa es acostarse a una hora determinada y otra cosa es que hayan estado necesariamente en la calle. Del análisis detallado del trabajo de Aguinaga y Comas se desprende claramente que hay distinguir ambas realidades (comparar Cuadro 3.14 de la página 120 con el Cuadro 3.7 de la p. 115, y los datos de la p. 119 al que nos hemos referido más arriba, análisis en el que no podemos extendernos en estas páginas). En efecto, me señalan los autores, que hay más jóvenes de los que, a primera vista, detectamos, que se acuestan tarde pero quedándose en casa, a veces con amigos, particularmente si sus padres no están en casa… Tema a seguir.
[5] Cf., AGUINAGA–COMAS, o.c. p. 230, hablan de tres tiempos: el tiempo de trabajo/estudio, el tiempo socialmente obligado en el que incluyen el deporte, leer libros, las acciones de voluntariado etc y el tiempode ocio libre. En este último introducen salir con los amigos, ir de copas, los hobbys etc. No puedo aquí entrar a discutir este punto pero, en algun punto introduciría en el del ocio libre lo que los autores citan como de socialmente obligado (leer libros por ejemplo) y viceversa (ir de copas) que, sostengo, en muchos casos es, de facto, «un tiempo libre socialmente obligado».
[6] Revista «Proyecto», 25 (Marzo 1998), en el Dossier Central  que lleva por título «Los adolescentes y sus valores en la sociedad española actual», p. 16.
[7] J.L. PINILLOS, El Corazón del Laberinto, Espasa Calpe, Madrid 1997, 240.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]