Jóvenes, oración y celebración

1 diciembre 2008

“La Iglesia desea ardientemente que se lleve a todo los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas”.

VATICANO II, Constitución sobre la sagrada liturgia, 14

 
Después de la resurrección del Señor, los discípulos se reúnen para celebrar su memoria, y se lanzan a anunciar por todo el mundo, con coraje y audacia, la buena nueva del evangelio del Reino. Misión y celebración constituyen desde entonces la verdadera comunidad cristiana. Es algo que la acción pastoral con jóvenes no puede olvidar nunca. Los jóvenes necesitan celebrar su fe; y los agentes de pastoral tenemos que ayudarles y enseñarles.
 
Dedicamos este número de Misión Joven a la oración y celebración con jóvenes. Ofrecemos un amplio conjunto de experiencias que se están realizando en diferentes lugares, intentamos una reflexión sobre lo que se hace y cómo se hace, y señalamos también orientaciones y propuestas en vistas a ese aprendizaje esencial para la vivencia de la fe cristiana.
 
José María Alvear analiza en profundidad la situación fijándose en las debilidades, amenazas,  fortalezas y oportunidades actualmente presentes. Me parece que es necesario destacar especialmente dos aspectos: la falta de sentido religioso de los jóvenes y su sed de espiritualidad. El primero es expresión del deterioro y progresiva desaparición de la cultura religiosa, de la falta de socialización religiosa desde la infancia, de la ausencia de la religión en la vida familiar. El contexto cultural en que nos movemos ha sufrido la pérdida del sentido religioso y no puede extrañar, por tanto, que este fenómeno llegue también a los jóvenes. Pero si la cultura dominante sufre esta quiebra, no es menos cierto que se siente por todas partes la insatisfacción que produce y la consiguiente búsqueda de nuevos caminos de espiritualidad. Por ello, en medio de la secularización ambiental proliferan las ofertas de espiritualidad en los medios de comunicación, en la publicidad, en el cine. ¿Cómo aprovechar pastoralmente esta verdadera sed espiritual?
 
Me parece que estas dos coordenadas señalan unos retos pastorales a los que hemos de enfrentarnos para responder adecuadamente al momento presente de manera que la acción pastoral promueva comunidades cristianas vivas que celebran la fe en el Señor Resucitado y comunidades misioneras que la testimonian y anuncian. ¿No es necesario que los agentes de pastoral revisemos la pedagogía de nuestras celebraciones?
 
Álvaro Ginel, después de dirigir una mirada retrospectiva a las celebraciones con jóvenes a partir del final de los años setenta, lamenta la lejanía actual de los años del inmediato posconcilio, y proyecta un amplio conjunto de propuestas en vistas a impulsar la creatividad de la pastoral celebrativa.
 
Ante todo, no se puede olvidar que la meta de las celebraciones con jóvenes es la celebración de la comunidad adulta; a ello, por tanto, han de ir encaminadas. Se celebra en comunidad; y la celebración, a su vez, genera y construye también la comunidad cristiana. Y, al mismo tiempo, se celebra la fe; y la celebración robustece la fe de los creyentes.
 
Me parece importante subrayar que las celebraciones con niños, adolescentes o jóvenes se orientan a la celebración de la comunidad adulta. Quizás esto mismo nos puede ayudar a comprender el carácter tan diversificado y multiforme de nuestras comunidades. ¿Cómo es posible que en las comunidades cristianas en las que se celebran, por ejemplo, varias misas, todas sean iguales? ¿No podrían ofrecerse distintas formas celebrativas, teniendo también en cuenta las diferentes edades? Podría ser incluso el camino apropiado para revitalizar la celebración en la comunidad adulta, haciéndola menos rutinaria y formalista, y más consciente, activa, participada.
 
El recientemente terminado Sínodo de los Obispos, en su Mensaje al Pueblo de Dios, anima a ver y a encontrar en la Iglesia, “la casa de la Palabra”. Sin duda que nuestro trabajo pastoral crecerá en calidad evangelizadora si somos capaces de guiar y acompañar a los jóvenes en la escucha de la palabra de Jesús, en la fracción del pan, en el encuentro íntimo y personal con el Señor y en la comunión con los hermanos, columnas que sostienen esa “casa”, que es la Iglesia de Cristo.
 
Amigas y amigos de Misión Joven preparemos nuestra “casa” para acoger la Palabra encarnada que se nos da y entrega. Dios nos visita y nos regala todo su amor en el regalo de su Hijo Jesús. La Palabra divina entra en el espacio y en el tiempo, asume un rostro humano. Es posible acercarse a ella; y es posible acercarla a los jóvenes que gritan o balbucean: “¡queremos ver a Jesús!”. ¡Feliz Navidad!
 

EUGENIO ALBURQUERQUE

directormj@misionjoven.org