JÓVENES, SOBRADAMENTE PARADOS

1 marzo 2012

LA IGLESIA ANTE EL DESEMPLEO JUVENIL

Monseñor Antonio Algora, Obispo de Ciudad Real
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Monseñor Algora analiza la cruda realidad del desempleo juvenil utilizando la fecunda metodología de “ver, juzgar y actuar”. Propone unos criterios de iluminación desde la Doctrina Social de la Iglesia y desde el reciente magisterio del Papa Benedicto XVI. Está convencido que la presencia samaritana, en esta difícil situación, es una prioridad de la evangelización.
 

  1. VER

Empiezo a escribir estas reflexiones que me piden, justo cinco minutos después de que se publique la Encuesta de Población Activa (EPA) del cuarto trimestre del año 2011. Las cifras son espeluznantes. Hay más de cinco millones, concretamente 5.273.600  personas desempleadas. Un 22,85 % de la población activa en paro; cerca de la cuarta parte de la población activa, de las personas que quieren y pueden trabajar. Casi un millón seiscientos mil hogares en los que todos sus miembros están desempleados.
Y de esos más de cinco millones, casi un millón son menores de 25 años. Algunos de ellos no han trabajado nunca desde que terminaron los estudios, o los han prolongado de manera artificiosa porque no hay otra perspectiva. Al final estarán mejor preparados que cualquiera de sus padres, pero podrán sentirse mucho menos útiles, porque han ido creciendo con la sensación de que, de entrada, sobran. Este mundo parece no tener sitio, ni trabajo, para todos ellos.
No es fácil acercarse a la realidad del desempleo, especialmente de los jóvenes, desde la fe cristiana y el seguimiento de Jesucristo, porque uno se topa de bruces con la desilusión, la desesperanza, el desánimo, la resignación, y con el miedo – no ya ante el futuro, sino ante el mismo presente- que se asienta en la vida de los jóvenes. Y sin embargo, en esa realidad hemos de seguir haciéndonos presentes los cristianos. No tenemos ni podemos inventarnos otra. No debemos hacerlo.
Cuando uno se acerca con la mirada y la escucha de Jesús de Nazaret, más allá de los números oye vidas como la de María del Mar, que vive en un pequeño pueblo de las vegas altas del Guadiana en la provincia de Cáceres. Terminó sus estudios (licenciatura de Biología) en Badajoz, hace dos años y desde entonces ha tenido pocas experiencias de trabajo, de las cuales y hasta el momento, la mayoría no le han servido de mucho para adquirir experiencia y formación en lo que realmente le gusta y para lo que ha estado preparándose durante mucho tiempo.
Ella lo cuenta así:
“Mientras estudiaba he trabajado algún verano recogiendo fruta en el campo, en una cafetería, y seleccionando frutas en una cooperativa, para así poder tener unos ahorros que me ayudasen a los gastos del curso, pues algo que no me ha gustado mucho nunca es que mis padres tuviesen que asumir todos mis gastos y no hacer yo ningún esfuerzo. Pero “cosas de la situación laboral” en que vivimos…en estos dos últimos años volví a casa de mis padres, y solo he podido trabajar durante este tiempo como auxiliar de laboratorio en una fábrica de tomates, y de responsable de calidad en una cooperativa de frutas; después de repartir currículum por todas partes, visitar ni recuerdo cuántas cooperativas, empresas…no solo de mi zona, también del resto de la Comunidad.  Para poder realizar estos trabajos tuve que trasladarme a vivir a la zona norte, y de ambos el que más tiempo me duró fueron  cinco meses y medio; mis contratos eran temporales y la despedida en el último ni siquiera fue esperada, puesto que un rato antes de llegar el momento de entrar a trabajar me llamaron para decirme que no hacía falta que fuese y que ya se podrían en contacto conmigo para pagarme; así pues tuve que recoger mis cosas y volverme a mi pueblo sin ninguna explicación.
 
De esto hace más de dos meses y desde entonces continúo desempleada, y con una sensación de inutilidad, puesto que me gustaría poder pedir justificaciones y me dicen que es mejor que esté callada, por si se acuerdan de mí en otro momento, o les hace falta alguien…así pues con la boca cerrada y viviendo de mis padres (mi madre no trabaja, y mi padre es agricultor) – a quienes aún les falta por cobrar parte de los tomates de la última temporada-. Tanto esfuerzo y tiempo invertido en mi formación, ahora no me sirven de nada para lograr mis sueños de trabajar, independizarme, tener mi economía e incluso poder formar mi propia familia…siento desánimo ante esta situación, pues necesito hacer cosas, estar activa y poder colaborar en casa.
Una situación difícil, que sé que comparto con muchos otros jóvenes de muchos sitios y con diferentes situaciones personales y laborales…ante esto ahora estoy preparándome oposiciones y estudiando inglés, por si llega el momento de tomar la decisión de tener que salir fuera.”
 
Esto es lo que nos encontramos en una inmensa mayoría de vidas de jóvenes trabajadores; desesperanza, desánimo, desilusión, miedo y, al final, una resignación que hace aceptar cualquier trabajo, cualquier condición de trabajo, cualquier situación de precariedad y temporalidad, cualquier desarraigo que, al menos, sustente la ficción de que puede gestionar su propia vida, independizarse, construir un proyecto personal y familiar.
Juan, Salvador, Rubén… son otros tantos que han tenido que salir de sus ciudades, alejarse de sus familias, incluso irse fuera de España. Los titulares de la prensa de hoy son llamativos. Me fijo en una noticia que se titula ‘Jóvenes y sobradamente parados’ de la que tomo el título de estas líneas y que señala que “muchos licenciados e ingenieros que acabaron la carrera en 2008 no encontraron trabajos relacionados con lo suyo. Si tenían entre 23 y 24 años, significa que llegarán a los 30 apenas salidos de la segunda recesión”. Su formación no corresponderá con unos currícula rellenados con suerte con ‘empleos basura’.
Sigue diciendo el periódico que “En España hay 1,6 millones de jóvenes entre 16 y 29 años que buscan trabajo. De ellos, 338.502 tienen educación superior al título de Secundaria. No obstante, hay que tener en cuenta que el INE sólo cuenta a aquellos que buscan activamente empleo: aquí no entran los que trabajan en ‘negro’, ni los que se han ido fuera de España, ni los que, directamente, se han cansado de «mendigar» un empleo y se han quedado en casa o hacen cursos por hacer algo.
La tasa de paro entre 16 y 19 años es del 69,3%, del 44,4% entre 20 y 24 años. Es decir, el doble que antes de la crisis en el perfil de jóvenes que no ha hecho estudios superiores. Por su parte, la tasa de desempleo es del 28,01% entre 25 y 29 años; y del 23,10% entre 30 y 34 años.
Antes de la crisis, la construcción y los servicios -principalmente el turismo- eran los motores del empleo. Dejar los estudios para ganar buenos sueldos trabajando en ello era bastante popular. Cuatro años después, esto fue un error.
La tasa de paro entre aquellos de cualquier edad con formación primaria era del 10,3% tras el verano de 2007; ahora es del 34,3%. Sin embargo, en el caso de la inserción laboral con título de secundaria, el desempleo ha pasado del 9,99% al 7,06% mientras que para el conjunto con educación superior -excepto doctorado- se ha elevado del 5,2% al 13,65%.”
Los datos, cada vez peores, no son razones para alentar ninguna esperanza. Representan, como dice la noticia a que aludo, el fracaso de un país. ¿Por dónde caminar, entonces?
 

  1. JUZGAR

Al margen de las soluciones técnicas que deben ser llevadas a cabo por los gobernantes, los empresarios, y los agentes sociales como los sindicatos, los cristianos no podemos desentendernos de esta realidad. No es simplemente un campo asistencial, como muchas veces creemos, sino uno de los ámbitos prioritarios de la evangelización. Nuestra presencia ha ser samaritana; hemos de detenernos junto a las víctimas, curarlas, levantarlas, acompañarlas a los ámbitos en que pueden recuperar su existencia, y seguir con ellos en ese proceso de recuperación de la dignidad humana. Habremos de acompañar su desesperanza –como el Resucitado acompaña a los de Emaús- para que devueltos al horizonte de la Vida, puedan reconocerle al partir y compartir el Pan.
La Pastoral Obrera resulta –por su especializada respuesta a estas necesidades- una necesidad evangelizadora hoy, y no reconocerlo así nos hace malos administradores de la Buena Noticia que hemos de ofrecer a tiempo y a destiempo. Ya decía Gaudium et Spes en el número 63, como recuerda Cáritas in Veritate (25) que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: «Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social»
En Cáritas in Veritate 21, se nos dice que la crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Es necesaria una nueva, renovada, Pastoral Obrera hoy en nuestra Iglesia de España.
Y este es el aporte fundamental de la Pastoral Obrera en España hoy: recuperar la dignidad humana pasa, hoy por hoy, por recuperar la dignidad del trabajo y de los trabajadores; pasa por humanizar la economía, la cultura, la sociedad, y la existencia, al servicio de las personas.
Esto es algo central en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). La sacralidad de la dignidad humana nos viene de ser creados por Dios a su imagen y semejanza: creadores, para la vida. El trabajo es nuestro mayor medio de inserción social y de integración en la convivencia de que hoy disponemos, y por eso carecer de trabajo es un ataque directo a esa dignidad, porque priva de la posibilidad de constituirnos y reconocernos miembros de la sociedad humana. Nos impide desarrollar nuestro potencial de desarrollo humano, nos impide construir proyectos vitales y relaciones sociales. Nos impide realizarnos como personas.
Desde esta clave la DSI ha levantado siempre su voz para alertar de esta situación. No podemos olvidar la aportación inestimable que supuso Laborem Exercens, de cuya publicación se han cumplido ya treinta años, y que con capacidad profética no sólo reveló la situación existente entonces sino que anticipaba el futuro cercano si no éramos capaces de cambiar el rumbo de nuestra sociedad. Treinta años después, hemos de comprobar que la denuncia adquiere hoy más relevancia porque la situación, lejos de mejorar, ha avanzado en un camino de deshumanización.
Pero baste referirnos al más reciente magisterio de Benedicto XVI, y sumergirnos en sus discursos recientes para reconocer la insistencia con que el Papa se centra, una y otra vez, en la situación que padecen los jóvenes y reconocer la llamada que esa situación supone para toda la Iglesia. No son los jóvenes ‘algo’ que hemos de ‘pescar’ para la Iglesia. Son aquellos a los que la Iglesia debe acercarse en su vida cotitiana, en sus ambientes, y en sufrimiento, para hacerles llegar la Buena Noticia liberadora de Jesucristo. El matiz puede parecer intrascendente, pero cualifica la presencia evangelizadora de la Iglesia, o la impide.
Ya, con ocasión de la celebración de la JMJ del pasado verano, en la entrevista concedida por el Papa a bordo del avión que lo traía a Madrid, declaró a los periodistas que le acompañaban:
 
“Puede constatarse lo que ya había dicho en su primera encíclica social Juan Pablo II: el hombre debe ponerse en el centro de la economía y que la economía no debe medirse según el máximo beneficio, sino según el bien de todos e incluye la responsabilidad por el otro, y funciona verdaderamente bien sólo si funciona de una manera humana en el respeto del otro, en sus diferentes dimensiones: responsabilidad con la propia nación, y no sólo consigno mismo, responsabilidad con el mundo. La nación no está aislada, ni siquiera Europa está aislada, sino que es responsable de toda la humanidad y debe pensar siempre en afrontar los problemas económicos con esta clave de responsabilidad, en particular con las demás partes del mundo, con las que sufren, tienen sed y hambre, y no tienen futuro. Y, por tanto, tercera dimensión de esta responsabilidad es la responsabilidad con el futuro: sabemos que tenemos que proteger nuestro planeta, pero tenemos que proteger el funcionamiento del servicio del trabajo económico para todos y pensar que el mañana es también el hoy. Si los jóvenes de hoy no encuentran perspectivas en su vida también nuestro hoy está equivocado, está mal. Por tanto, la Iglesia con su doctrina social, con su doctrina sobre la responsabilidad ante Dios, abre la capacidad a renunciar al máximo beneficio y a ver en las realidades la dimensión humanística y religiosa, es decir, estamos hechos el uno para el otro y de este modo es posible también abrir caminos, como sucede con el gran número de voluntarios que trabajan en diferentes partes del mundo no para sí, sino para los demás, y encuentran así el sentido de la propia vida. Esto se puede lograr con una educación en los grandes objetivos, como trata de hacer la Iglesia. Esto es fundamental para nuestro futuro”.
 
Y en su discurso en Barajas, nada más aterrizar, hacía referencia a cómo muchos jóvenes, además, miran con preocupación el futuro ante la dificultad de encontrar un empleo digno, o bien por haberlo perdido o tenerlo muy precario e inseguro.
El 9 de enero de este año en su Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, decía el Papa:
 
“En este sentido, no puedo dejar de mencionar ante todo las graves y preocupantes consecuencias de la crisis económica y financiera mundial. Ésta no solo ha golpeado a las familias y empresas de los países económicamente más avanzados, en los que ha tenido su origen, creando una situación en la que muchos, sobre todo jóvenes, se han sentido desorientados y frustrados en sus aspiraciones de un futuro sereno, sino que ha marcado también profundamente la vida de los países en vías de desarrollo. No nos debemos desanimar sino reemprender con decisión nuestro camino, con nuevas formas de compromiso. La crisis puede y debe ser un acicate para reflexionar sobre la existencia humana y la importancia de su dimensión ética, antes que sobre los mecanismos que gobiernan la vida económica: no solo para intentar encauzar las partes individuales o las economías nacionales, sino para dar nuevas reglas que aseguren a todos la posibilidad de vivir dignamente y desarrollar sus capacidades en bien de toda la comunidad.
A continuación deseo recordar que los efectos de la situación actual de incertidumbre afectan de modo particular a los jóvenes. Su malestar ha sido la causa de los fermentos que en los últimos meses han golpeado, a veces duramente, diversas regiones. Me refiero sobre todo a África del Norte y a Medio Oriente, donde los jóvenes que, al igual que otros, sufren la pobreza y el desempleo y temen la falta de expectativas seguras, han puesto en marcha lo que se ha convertido en un vasto movimiento de reivindicación de reformas y de participación más activa en la vida política y social. En este momento es difícil trazar un balance definitivo de los sucesos recientes y cuáles serán sus consecuencias para el equilibrio de la región. A pesar del optimismo inicial, se abre paso el reconocimiento de las dificultades de este momento de transición y cambio, y me parece evidente que el modo adecuado de continuar el camino emprendido pasa por el reconocimiento de la dignidad inalienable de toda persona humana y de sus derechos fundamentales. El respeto de la persona debe estar en el centro de las instituciones y las leyes, debe contribuir a acabar con la violencia y prevenir el riesgo de que la debida atención a las demandas de los ciudadanos y la necesaria solidaridad social se transformen en meros instrumentos para conservar o conquistar el poder”.
 
La más reciente intervención de Benedicto XVI, en el Mensaje para la celebración de la XLV Jornada Mundial de la Paz, del 1 de enero de 2012, titulado “Educar a los Jóvenes en la Justicia y la Paz”, vuelve a señalar algunos de estos aspectos. En el número 1 del mensaje, al principio del mismo, ya se refiere a “las preocupaciones manifestadas en estos últimos tiempos por muchos jóvenes en diversas regiones del mundo expresan el deseo de mirar con fundada esperanza el futuro. En la actualidad, muchos son los aspectos que les preocupan: el deseo de recibir una formación que los prepare con más profundidad a afrontar la realidad, la dificultad de formar una familia y encontrar un puesto estable de trabajo, la capacidad efectiva de contribuir al mundo de la política, de la cultura y de la economía, para edificar una sociedad con un rostro más humano y solidario”.
Al referirse a la educación de los jóvenes pone de manifiesto que “unas condiciones de trabajo a menudo poco conciliables con las responsabilidades familiares, la preocupación por el futuro, los ritmos de vida frenéticos, la emigración en busca de un sustento adecuado, cuando no de la simple supervivencia, acaban por hacer difícil la posibilidad de asegurar a los hijos uno de los bienes más preciosos”.
 
En el número 4 dice: “En nuestro mundo, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, más allá de las declaraciones de intenciones, está seriamente amenazo por la extendida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de utilidad, del beneficio y del tener, es importante no separar el concepto de justicia de sus raíces transcendentes. La justicia, en efecto, no es una simple convención humana, ya que lo que es justo no está determinado originariamente por la ley positiva, sino por la identidad profunda del ser humano. La visión integral del hombre es lo que permite no caer en una concepción contractualista de la justicia y abrir también para ella el horizonte de la solidaridad y del amor”.
 
El pasado 12 de enero, se dirige en el habitual discurso a los administradores de la región del Lacio, del Ayuntamiento, y de la Provincia de Roma, recordándoles que “es importante que madure un renovado humanismo en el que la identidad del ser humano esté comprendida en la categoría de persona. La crisis actual, de hecho, hunde sus raíces también en el individualismo, que oscurece la dimensión relacional del hombre y lo conduce a encerrarse en su pequeño mundo, a estar atento a satisfacer ante todo sus propios deseos y necesidades preocupándose poco de los demás. La especulación de terrenos, la inserción cada vez más difícil de los jóvenes en el mundo del trabajo, la soledad de muchos ancianos, el anonimato que caracteriza a menudo la vida en los barrios de ciudades y la mirada a veces superficial sobre las situaciones de marginación y de pobreza, ¿no son quizás consecuencia de esta mentalidad?”.
 
Y finalmente, pues no se trata de ser exhaustivos, sino de recordar las insistencias, en el Mensaje con ocasión del “II Congreso Nacional de la Familia” en Ecuador (9-12 Noviembre 2011) recordará que: “el trabajo y la fiesta atañen particularmente y están hondamente vinculados a la vida de las familias: condicionan sus elecciones, influyen en las relaciones entre los cónyuges y entre los padres e hijos, e inciden en los vínculos de la familia con la sociedad y con la Iglesia.
A través del trabajo, el hombre se experimenta a sí mismo como sujeto, partícipe del proyecto creador de Dios. De ahí que la falta de trabajo y la precariedad del mismo atenten contra la dignidad del hombre, creando no sólo situaciones de injusticia y de pobreza, que frecuentemente degeneran en desesperación, criminalidad y violencia, sino también crisis de identidad en las personas. Es urgente, pues, que surjan por doquier medidas eficaces, planteamientos serios y atinados, así como una voluntad inquebrantable y franca que lleve a encontrar caminos para que todos tengan acceso a un trabajo digno, estable y bien remunerado, mediante el cual se santifiquen y participen activamente en el desarrollo de la sociedad, conjugando una labor intensa y responsable con tiempos adecuados para una rica, fructífera y armoniosa vida familiar”.
 

  1. ACTUAR

Desde estas claves es desde donde la Pastoral Obrera viene trabajando en España desde hace muchos años. También en medio de la realidad juvenil. La larga historia de la JOC, por ejemplo, se sigue nutriendo hoy en la presencia evangelizadora y el compromiso eclesial que desarrollan sus militantes en las realidades del mundo juvenil. Entre sus campañas recientes, el desempleo juvenil y la precariedad laboral que sufren los jóvenes han sido centro de reflexión y de acción eclesial de una manera especial. Su testimonio evangelizador, en muchas ocasiones, es una llamada de atención a los que ya no somos tan jóvenes, para tener presente esa inmensa realidad de los jóvenes del mundo obrero y del trabajo que necesita ser alentada por la Buena Noticia de Jesucristo y cómo estar presentes en ella.
Los militantes de los Movimientos Apostólicos Obreros, especialmente la Juventud Obrera Cristiana (JOC) son un puntal necesario de esa acción evangelizadora de la Iglesia. Por eso animar y sostener a estos Movimientos y a sus militantes, enviados por la Iglesia a evangelizar ese mundo, es una tarea prioritaria de nuestra Iglesia.
El Comunicado final de la campaña de la JOC 2007-2009 contra la precariedad laboral que sufrían los jóvenes trabajadores, terminaba diciendo: “Desde el trabajo incansable que se está realizando queremos hacer un llamamiento, dirigido especialmente a las personas jóvenes, para que no asumamos ni afrontemos con normalidad estas situaciones y aunemos esfuerzos colectivos para rebelarnos ante esta precariedad laboral”:
–          La puesta en marcha de respuestas colectivas mediante la participación social y política, fortaleciendo los sindicatos y las organizaciones ciudadanas, para la defensa de quienes más sufren la precariedad.
–          Hacemos un llamamiento a la austeridad para superar las necesidades superfluas creadas por el capitalismo, potenciando un consumo responsable y sostenible.
–          Invitamos a conocer y seguir rebelándonos juntos ante las situaciones de precariedad asumidas hoy como normales, sumando nuestra voz a la de los más débiles.
 
Desde la JOC, y en coherencia con la Doctrina Social de la Iglesia, queremos seguir contribuyendo a la liberación de los empobrecidos desde una vida y un compromiso evangelizador, y exigimos que el trabajo y la vida económica se organicen al servicio de la persona, respetando y promoviendo su dignidad.
Actualmente siguen desarrollando una campaña común en el ámbito europeo sobre la dignidad del trabajo (Dignity) En su presentación a través de su página web[1], ellos mismos lo explican así:
 
Somos testigos de multitud de situaciones que denuncian por sí mismas la falta de dignidad que los jóvenes sufrimos en nuestras vidas cotidianas. El origen familiar, el paro, la menor cualificación profesional y menor protección social, el fracaso escolar, la dificultad de emancipación y de acceso a una vivienda digna o las expectativas de vida son rasgos que definen a los jóvenes más desfavorecidos, a los más precarios. A los jóvenes de clase obrera.
Algunas de las conquistas de bienestar (educación, cultura, sanidad, vivienda, empleo, libertad de expresión, de organización, etc…) se están rompiendo en la Europa de hoy. Y también el mundo del trabajo está sufriendo profundos cambios con graves consecuencias sobre la vida de las personas: se modifican las bases del modelo de vida social que hemos conocido hasta ahora.
Con su impresionante sencillez, profundidad y sentido evangélico, Cardijn ya resumió estas reflexiones de una forma certera y lúcida, mostrando su indignación ante la explotación de los jóvenes trabajadores de unas minas de oro en Sudáfrica. Tras la visita a las mismas, Cardijn dijo: «Un joven trabajador vale más que todo el oro del mundo, porque no es un esclavo, ni una máquina, ni un animal de carga, sino un hijo de Dios».
 

  1. CONCLUSION

Nuestra conclusión ha de ser necesariamente esperanzada. Hay mucho más; hay más presencia creyente, eclesial, militante en la evangelización del mundo obrero; hay más presencia joven, hay más esperanza, hay más caminos de conversión, de construcción comunitaria. Hay más caminos recorridos que muestran que alentados por el Espíritu de Jesús y su Evangelio hay otra manera de vivir; que es posible, y que en ella se empeñan muchos jóvenes en la Iglesia y fuera de ella. Hay un dinamismo evangelizador hoy, en marcha, que nos empuja a recorrer el mismo camino de los más empobrecidos, abriendo horizontes de vida con ellos, junto a ellos, con la misma dinámica de la Encarnación del Señor porque nos mueve su Espíritu. Sabemos –especialmente los jóvenes militantes cristianos en el mundo obrero y del trabajo- , de quién nos hemos fiado (2Tim 1,12)

+ Antonio Ángel Algora Hernando

 
 
 
[1] www.joc.es