Jóvenes y arte

1 enero 1999

NUEVA SECCIÓN
 
Como viene sucediendo durante los años últimos años, abrimos en estas páginas finales de la revista una nueva sección con el título de «Jóvenes y Arte».
El hombre y la mujer expresan la Belleza cuando se realizan como tales, cuando viven desde lo que son, cuando desde su fragilidad y su riqueza logran la realización de sus derechos, cuando en sus creaciones anida el respeto, la sinceridad y la justicia. No hay mejor artista que aquel que potencia la salida de sí en su relación con el otro. En realidad, el arte nos reconcilia, reduce nuestros miedos, nos completa, nos comunica. De esta manera, el arte se convierte en una de las herramientas más válidas de intervención pacífica en la construcción del Reino.
 
 
 
 
Esta nueva sección, en esa perspectiva apuntada precedentemente, quiere dar respuesta a una pregunta que con frecuencia queda sin contestar en nuestros espacios de acción pastoral: ¿Por qué, si existe un arte de hoy, se tiene que recurrir a hablar de Dios y de nuestra experiencia con él, con un arte de ayer?
 
Necesitamos renovar los espacios de encuentro, facilitar espacios para el silencio y la contemplación, impulsar una presencia y un compartir desde lo vivido, especialmente en el mundo juvenil. Para ello, en nuestra comunicación con el joven, hemos de servirnos de lenguajes que nos posibiliten un entendimiento y un compartir desde una realidad que nos interpela.
 
En esta nueva sección, cada mes, presentaremos a distintos jóvenes que desde su experiencia en el campo artístico (música, danza, fotografía, arquitectura, escultura, pintura, etc.), nos expondrán sus ilusiones, sus dudas, sus luchas, sus esperanzas… y, sobre todo, la andadura en su donación -dolorosa, en más de una ocasión-, a través de un Dios experimentado como  «belleza transcendente».
 
 
 
 

VIVIR EL EVANGELIO DESDE Y A TRAVÉS DE LA «CREACIÓN ARTÍSTICA»

Juan Peris

 
Decidme: ¿quién será capaz de cantar canciones nuevas llenas de vida y compromiso a una humanidad expectante?, ¿quién dará forma al barro hasta convertirlo en una figura?, quién susurrará  al oído del hombre que aún es posible la poesía?, ¿quién se atreverá a danzar denunciando al injusto y su injusticia?, ¿quién, quién subirá a un escenario y convertirá su palabra en esperanza?, ¿quién pondrá los colores necesarios para que el cuadro grite solidaridad?
El arte nos permite ser co-creadores de este mundo inacabado que busca rabiosamente la plenitud prometida, el Reino de Dios. Y en eso andamos, o intentamos caminar un grupo de gente que hemos comprendido que la expresión artística, en cualquiera de sus formas, no es un hobby, ni una moda pasajera. Es una opción. Un estilo de vida. Un estilo concreto de vivir el Evangelio. Alabados, lisonjeados, incomprendidos, expulsados, angelizados, demonizados, silenciados, potenciados…, la lista sería larga, pero no por ello menos cierta. El arte, si huele a Evangelio, te complica la existencia.
 
Una de las mayores dificultades es la de saber si ese «quién», por el que preguntaba al inicio de estas líneas, somos nosotros; si nuestra buena noticia llega a todos. Digo a todos y no a los de siempre, a los que ya están «convencidos», y si utilizamos el lenguaje adecuado para expresarla.
Tengo la impresión de que seguimos pensando que mientras más utilicemos la palabra de Dios en nuestros cantos o figuras sacras en nuestras esculturas o músicas ñoñas en nuestros bailes…, más y mejor decimos. Pero, en el fondo, eso es como emitir en «onda media», mientras que el resto del mundo sigue sintonizando la «frecuencia modulada». La novedad del Evangelio queda así secuestrada por la forma que tenemos de comunicar. ¡Cuántos esfuerzos derrochados para… no tener oyentes!
 
Además, está el tema de la calidad. Parece que cuando se trata de «nuestros asuntos» cualquier cosa vale. Da igual cómo suene el disco, o cómo se haya utilizado los colores, o cómo se sucedan los pasos en este baile, vale…, ¡basta con tener buena voluntad!
La formación de artistas «cristianos» —no sé si llamarlos así— se queda pobre y limitada, anclada muchas veces en «éxitos» conseguidos… Empleamos siempre las mismas fórmulas y no nos renovamos. Unas veces, por el miedo a darnos cuenta de lo poco que sabemos; en otras porque nos creemos que ya hemos llegado; y, a veces, por falta de visión. Sólo conseguimos ser unos pseudoprofesionales —no me refiero al tiempo que dedicamos— en lo referente a la calidad.
¿Por qué nuestras expresiones artísticas no pueden ser vistas y oídas por el gran público? ¿Quiénes vienen a nuestros conciertos? ¿Dónde representamos nuestras obras? ¿Tenemos la calidad suficiente como para presentarnos, sin miedo, en círculos extra-eclesiales?
Yo creo que los «artistas cristianos» —permítaseme la expresión— tenemos capacidades para hacer las diferentes actividades artísticas como cualquier otro profesional. Falta creérselo de verdad, falta también apoyo institucional y no perder la identidad. Una identidad que nos posibilita ser diferentes, alternativos a lo que existe en los círculos comerciales. Dicha identidad, desde mi punto de vista, debería tener estos rasgos:
 
n      Formarse como artista de manera seria y consecuente.
n Cercanía con la gente (no existe el «star sytem» en cristiano, aunque algunos de nuestros hermanos pueda creerse el único y el mejor).
n Nada se hace «por negocio», aunque se necesite dinero (no puede haber lucro en esta historia).
n Apostar por nuevos canales de distribución y de acceso al producto. Hay artistas que junto con la casa discográfica editan discos de calidad que no tienen precio; no es que sean gratis, sino que cada uno —cada comprador— le pone el precio que quiere y puede. Eso permite que «todos» tengan la posibilidad de obtener la grabación sin que el dinero sea obstáculo. Por otro lado, en esta fórmula, los beneficios obtenidos van destinados íntegramente a diversas asociaciones solidarias.
n Cuidar la «cantera». Que los más jóvenes vean en nosotros a personas ilusionadas, con ganas de trabajar y de luchar por un mundo justo, que no nos vean perdidos, separados. Y… que vean que les ayudamos en su formación, estimulando a los que empiezan y ofertándoles posibilidades…
n Finalmente y siendo coherentes con lo que expresamos, nuestra vida cotidiana, nuestras actitudes, no han de desmentir cuanto queremos comunicar. De ahí también la importancia de asumir y admitir nuestras limitaciones y, sobre todo, la importancia de apasionarnos con la causa de Jesús de Nazaret.
 
Tengo la suerte de conocer a mucha gente que está haciendo vida todo cuanto hasta aquí he escrito: su arte, su expresión, el «don de Dios» que cultivan y utilizan para construir el Reino, para hacer un mundo más justo y fraterno; sin ñoñerías y apostando fuerte en la empresa.
Así nos gustaría caminar a un grupo de gente, feliz y comprometida. Esto es, luchando por una libertad de expresión que anda como perdida dentro de la Iglesia y haciéndonos un sitio —que nos pertenece dentro de la comunidad. Es tiempo propicio. Así lo veo y lo vivo, desde un amor revolucionario que, en ocasiones, pone «patas arriba» lo establecido y te descubre nuevos horizontes, complicados pero posibles, inesperados pero bienvenidos… un amor que empuja con fuerza y ternura. n