KIKE Y LAS CÉLULAS DE DIOS

1 noviembre 2008

Leía hace poco un periódico cuando un titular me llamó la atención: “A punto de encontrar la  célula de Dios”. La noticia cuenta cómo se ha puesto en marcha con éxito un acelerador de hadrones. A través de prodigios técnicos, se pretende recrear las condiciones que se dieron justo después del Big Bang, acontecimiento que se piensa dio origen al Universo.
No me pidan qué les explique qué tipo de artilugio es ese acelerador con un nombre tan raro, pero me parece un tema serio y respetable el que diez mil científicos escudriñen las tripas de la evolución y se acerquen al misterio del origen de la materia. A esto los científicos le llaman cariñosamente “la célula de Dios”.
La noticia, que me parece muy seria, terminaba con un comentario jocoso del periodista, que ironizaba diciendo qué iban a decir los creyentes en Dios cuando se descubrieran los intríngulis del origen del Universo. Un cachondo, vamos, un ignorante pata negra que desconoce que el sacerdote y científico Theilard de Chardin dedicó su vida a esta investigación desde la fe.
Pero en la misma página aparecía otra noticia relacionada esta vez con un señor llamado Kike Figaredo, al que se le nominaba para el premio Príncipe de Asturias de la Concordia.
La vida de Kike Figaredo siempre me ha interesado. Kike era un joven gijonés estudiante de económicas (de casta le venía al galgo, porque es primo hermano de Rodrigo Rato Figaredo). Un día, según dice él mismo, pensó: “A estos números hay que ponerles rostro”, así que, ni corto ni perezoso, ingresó en la Compañía de Jesús, a pesar de que sus padres, de la alta burguesía empresarial gijonesa, manifestaron su disgusto.
Pronto Kike expresó el deseo de ir al Tercer Mundo y sus superiores le enviaron al Servicio de Refugiados de los jesuitas. Le tocó ir a Tailandia, en los campos de refugiados de la guerra de Camboya. Allí conoció la miseria más brutal y se las ingenió para paliarla. Buscaba quien le posibilitara la compra de cerdos y regalaba un cerdo a cada familia. Un cerdo era una bendición y una ayuda económica extraordinaria.
En ese ambiente conoció el mundo de los mutilados. En Camboya hay miles y miles de hombre mujeres y niños que han perdido una pierna (o las dos), un brazo (o los dos) por las minas antipersonales y las bombas de racimo. Al acabar la guerra, no acabaron las minas, los contendientes de uno y otro bando dejaron sembradas más de ocho millones, algunas de fabricación española. En ese ambiente se dedicó a conseguir sillas de ruedas para miles de niños mutilados. Según dice él mismo, para una criatura sin piernas una silla de ruedas es una posibilidad de libertad.
Le llaman el obispo de las sillas de ruedas. Y es que Kike se ordenó sacerdote en 1992 y en el 2000 Juan Pablo II le nombró obispo. A sus 49 años es un obispo que luce pantalón corto, camiseta y sonrisa. Se acerca a los pobres, les abraza, les consuela y les hace sonreír. Promueve la solidaridad y ha creado centros donde se construyen las muletas y sillas de ruedas con maderas autóctonas.
Camboya es uno de los países más pobres del mundo. Kike se esfuerza cada día en  construir un mundo más justo. Ahora hay mucho trabajo, hay que desminar, hacer carreteras, levantar escuelas y hospitales, rescatar a niñas del miserable turismo sexual, establecer nuevos colonos en tierras entregadas por el Estado, crear bancos de arroz y de ganado…
Pero por otra parte, sin perder la paz propia de la tradición budista de la que se ha empapado, Kike denuncia en voz alta a las instituciones y los gobiernos que siguen fabricando y exportando las bombas de racimo que siembran tanto dolor entre los niños. Vino también a España y, con una sonrisa pacífica y acompañado de varios niños mutilados, pidió por favor a nuestros gobernantes que impidieran esta práctica en nuestro país.
Este es Kike Figaredo, el obispo de las sillas de ruedas. Su diócesis está formada por miles de niños desheredados, víctimas del poder del Primer Mundo, con los que ha conseguido hacer una comunidad de amor y solidaridad.
Estaban en la misma página el acelerador de hadrones y Kike Figaredo. Pienso en el periodista cachondo que se reía irónicamente de los creyentes. Y pienso en Kike, creyente, obispo y pobre. Y yo, qué quieren les diga, sin menospreciar los trabajos de la ciencia, estoy convencido de que por Camboya, en una comunidad de mutilados, se encuentran muchas células de Dios.

JOSAN MONTULL

 

También te puede interesar…