LA COMUNIÓN ES LA ENTRAÑA DE LA MISIÓN

1 septiembre 2008

Comunión y coordinación en pastoral con jóvenes

 

La finalidad de estos materiales es preparar las jornadas del Fórum que se celebrará en Madrid los días 7 al 9 de noviembre. Han sido elaborados por: Toni Román, Raúl Tinajero, Jorge Fernández y Álvaro Chordi, delegados diocesanos de pastoral con jóvenes de Barcelona, Toledo, Valladolid y Vitoria.

 

  1. Sumar, integrar, multiplicar

 
Ø Recordando las matemáticas
Una operación aritmética es la suma. Recordáis que al sumar unimos cantidades. La otra operación es la integración. Para sumar cantidades, en este momento, es requisito fijar un “eje de integración”. Y en referencia a este “eje de integración” vamos sumando.
Esto hace de la integración una herramienta matemática potentísima. Recordad vuestros estudios de matemáticas. ¡Cuántos quebraderos de cabeza nos daban las integrales! No era fácil ser un experto en integrales. ¡Pero qué fundamentos tan sugerentes y sencillos había detrás de estas potentes herramientas! Quien integraba, en el fondo, estaba sumando, aunque no lo supiera.
Hasta aquí las matemáticas. El álgebra no nos viene mal para entender la coordinación y articulación de la pastoral con jóvenes.
 
Ø Tres criterios que buscan la integración y la convergencia
Si queremos multiplicar, necesitamos no solo sumar, sino integrar. Sumar no siempre es la operación más adecuada. En ocasiones lo que tenemos que hacer es integrar. ¿Pero cuál es el eje de integración? ¿Qué criterios usar para sumar y así poder multiplicar? Os planteamos tres criterios:

  1. Para integrar bien nuestros esfuerzos en pastoral con jóvenes debemos tener en cuenta la propia identidad de los sujetos y los grupos (carisma). No hacemos ningún favor a la pastoral con jóvenes si relativizamos lo que somos. La clave va en la dirección contraria. Radicalizando lo que somos (en el sentido de ir a la raíz) aportamos más. El carisma particular hay que entregarlo a la iglesia, en particular, de la que formamos parte. Nos enriquecemos siendo lo que somos.
  2. Para construir juntos lo hemos de hacer en el marco de la iglesia local. Los cristianos y cristianas pertenecemos a una única Iglesia, extendida por todo el mundo, concretada en una Iglesia local, en una diócesis. La Iglesia existe en y a través de las Iglesias particulares. No se puede formar parte de la Iglesia universal si no es incardinado en una Iglesia concreta. Es esta Iglesia concreta el ámbito donde nos identificamos como comunidad creyente, a su obispo, cree, celebra la eucaristía, vive en fraternidad, testimonia la fe y es signo convincente y transformador para la sociedad. Aunque de una manera ‘peculiar’ también la vida consagrada vive esta dimensión eclesial.
  3. Para integrar hemos de desarrollar el arte de la implicación (y la convergencia). La llamada a la comunión, el testimonio público de la comunión, no es la superposición o uniformidad de gestos, usos o maneras. ¿Pero podemos hacer visible qué es eso común que nos puede orientar e iluminar? El hecho de querer tender hacia un mismo fin o meta (convergencia) y de intentar llevar adelante algo juntos desde la pluralidad es nuestro mejor testimonio de comunión. De ahí la necesidad de implicarnos en algo que todos consideremos importante.

 
Hablamos de pluralidad, de construir juntos y de compartir intensamente un mapa de intentos. Reconocemos que somos distintos y valorarlo es darse cuenta de ese contexto de pluralismo. Construir algo juntos es un camino, una concreción metodológica. Poder llegar a un consenso, a unos lugares donde nos sintamos cómodos es ahora nuestra apuesta.
Hablamos de implicación. Es un gran valor hoy el ser capaces de implicar, de aunar fuerzas y converger. Quizá sea uno de los carismas más necesarios en estos momentos. Necesitamos, en todos los ámbitos, personas hábiles en el arte de implicar. Necesitamos líderes con una “autoridad conquistada sobre el terreno, reconocida por sus colaboradores y con respeto a la libertad ajena”. Se nos abren algunos campos fecundos: contacto con la realidad, inteligencia y honradez en las propuestas, confianza en las personas y los grupos. Esto lleva parejo un modelo de trabajo con pasos concretos, que valora la comunicación y genera espacios de confianza. ¡Intentemos vivir esto en la pastoral con jóvenes!
 

  1. Unidos

 
Ø Tomando conciencia de lo que somos
Ser una iglesia unida no significa ser una iglesia «uniformada». La uniformidad es algo externo (la misma forma=uniforme); la unidad es interior. La unidad que promueves se parece a la unidad del cuerpo: son muchos y diferentes los miembros que forman un solo cuerpo. Todos ellos necesarios y complementarios. Pero no todos tienen la misma función, aunque todos tienen alguna. No tener función alguna es no responsabilizarse de nada en la marcha de la comunidad. Ese es el mayor pecado de omisión en contra de la unidad. Si todos tomáramos esa actitud, ¿qué miembros habría para formar un solo cuerpo? Siéntete necesario y complementario en el conjunto del trabajo de tu parroquia, movimiento, comunidad o asociación apostólica. No pongas excusas, intentando convencerte de que es poco lo que puedes aportar. Tu aportación no se mide por la cantidad. Lo que cuenta es tu espíritu de entrega y la ilusión, el esfuerzo y la calidad que intentas poner en tu trabajo.
Y piensa que antes que la unión en una misma tarea está la unión en una misma vida. Por las venas de cada uno de los creyentes es como si circulara la misma sangre: el Espíritu del Señor, derramado en cada uno de nosotros para formar un solo cuerpo. Los lazos de unión, comprensión, amistad, perdón y ayuda mutua que de ahí se derivan son muy fuertes; a veces, más fuertes que los mismos lazos familiares. Realiza esa experiencia de fraternidad en el Señor y gustarás la alegría de vivir los hermanos unidos. La vida de los creyentes se ha podido comparar a la vida de una familia. Con tu tarea evangelizadora colaboras a la «unión de la familia de los hijos de Dios». No regatees esfuerzos. Pide constantemente al Señor un corazón disponible para la fraternidad y apasionado por la unidad.
No podrás colaborar bien a la unidad del cuerpo, si tienes en tu cabeza la idea de un «cuerpo mutilado». Dicho sin imágenes: difícilmente colaborarás a la unidad de tu propia comunidad, si no tienes una idea clara de todo lo que ella es y de cuál es la totalidad de su misión y de todo lo que se necesita para llevarla a cabo… Ten una visión amplia de la misión de la Iglesia y tendrás el ámbito justo para trabajar por la unidad, sin estrechez de miras y sin descalificaciones precipitadas de personas y grupos. Todos somos necesarios.
La comunión de unos con otros es por sí misma evangelizadora. Jesús pidió al Padre que los apóstoles y nosotros fuéramos «uno», para que el mundo crea. No llevamos entre manos una comunión cerrada; no pretendemos construir con ella un «Iugar cálido» donde refugiarnos de la inclemencia de la intemperie. La comunión en la misma confesión del Señor, en la misma vida del Espíritu, en los mismos sacramentos, en la misma tarea evangelizadora… es para ofrecer al mundo un mismo mensaje esperanzador: en Jesús el hombre puede salvarse. Con Jesús, mejora la vida de cada joven. Cuando los evangelizadores nos dividimos o dividimos a nuestras comunidades, cuando vivimos una comunión fría, más jurídica que personal, cuando no rezumamos el gozo de la fraternidad, es muy difícil que nuestro anuncio contagie. La comunión es un don de la misión y para la misión. Sólo cuando produce admiración («mirad cómo se aman») tiene fuerza misionera.
 
Ø Desde todos/as,entre todos/as, en un mismo lugar
Todo esto no quiere decir que tú lo tengas que hacer todo. Pero sí debes tener una clara visión del conjunto, de la totalidad de la misión de la Iglesia, incluso para saber descubrir lo que aún falta por hacer, o lo que se hace mal. Esto requiere capacidad para ensanchar nuestra mirada.
En la tarea diaria, cada uno concretamos nuestro cometido, teniendo en cuenta nuestras posibilidades, nuestras habilidades y aquello para lo que el Señor nos ha dado una inclinación preferente. Eso sí, ¡atento a pensar en tus posibilidades y en tu disponibilidad en función de las necesidades, y no al revés!; ¡atento a no descalificar otras opciones distintas a la tuya, a no perder nunca la visión global de la acción de tu parroquia, movimiento, congregación, comunidad o asociación apostólica! Un buen evangelizador siente como propia la tarea del resto de los evangelizadores; está disponible al encuentro, al diálogo, a ver la realidad del mundo y la respuesta de la parroquia o de la comunidad cristiana desde otros puntos de vista y desde otras preocupaciones eclesiales complementarlas con las propias.; da vida, con tu participación activa y estimulante, a los canales de comunión y participación de la propia Iglesia local, haciendo todo lo posible para que no queden reducidos a instituciones simplemente de nombre.
Concretando más aún: Promueve y participa en encuentros y reuniones para programar juntos la acción pastoral del conjunto. Desarrolla tu carisma en tu diócesis sirviéndote de las estructuras diocesanas, como la pastoral juvenil, que te lo posibilitan. De este modo te sientes aportando lo tuyo al proyecto, con el interés de que tu “ministerio” encomendado se desarrolle entre los jóvenes de la diócesis a la que perteneces. De este modo todos nos enriqueceremos con lo que vives del Espíritu y algunos jóvenes puede que encuentren en tu carisma respuestas a sus inquietudes. En este sentido no ‘sometemos’ los carismas propios a una estructura (diócesis) sino que los articulamos de manera que sean más efectivos y eficaces.
 
Ø Lo que nos empobrece
Estimulado por el espíritu de comunión tienes que salir del ámbito, siempre reducido, de tu propia institución, asociación o movimiento, y del ámbito de tu propia parroquia. Las parroquias no son instituciones sociales para competir unas con otras; son todas ellas comunidades cristianas en las que, por necesidades geográficas (la diseminación en el mundo rural) o de densidad de población (en los núcleos urbanos mayores), se hace presente la comunidad eclesial matriz, que es la diócesis o Iglesia particular. Presidida por el Obispo, sucesor de los Apóstoles, ella es la Iglesia de Jesucristo en nuestro territorio. La unidad que estamos llamados a promover dentro de nuestra Iglesia diocesana no es puramente administrativa. Forma parte de lo que somos como Iglesia. Antes que feligreses de tal o cual parroquia, antes que miembros de tal o cual movimiento o asociación, somos parte viva de nuestra Iglesia diocesana y tenemos en el Obispo a nuestro Pastor. El conjunto de sacerdotes que forman nuestro presbiterio diocesano son como su prolongación para el cuidado y servicio pastoral de toda nuestra Iglesia. No son «sacerdotes de nuestra parroquia» o “sacerdotes de esta institución o colegio”; son «sacerdotes de nuestra Iglesia diocesana» al servicio de nuestra parroquia, de nuestra asociación o movimiento. Cuando el evangelizador no vive con esta amplitud de miras, tiende a apropiárselo todo en beneficio de su propia parcela, despreocupándose de las necesidades de otras comunidades. Y esto, empobrece.
 
Ø Estratégicamente organizados…
En la responsabilidad pastoral que tiene el Obispo sobre toda la Iglesia diocesana está el origen y fundamento de su preocupación porque todos avancemos conjuntamente en la respuesta evangelizadora que tenemos que dar al momento presente. Las líneas pastorales diocesanas, los proyectos diocesanos comunes deben ser «tus líneas pastorales» y «tus propios proyectos» que deben haber surgido de la convergencia de todos los carismas presentes. Como buen evangelizador, no puedes «pasar» de ellos, haciendo tu propia batalla. La necesidad de concretarlos, de darles realismo, de adaptarlos a las condiciones específicas de la situación o del sector en los que trabajas no significa que trabajes pastoralmente por tu cuenta, como un francotirador valeroso, pero solitario. En la pastoral no hay «trabajadores autónomos», todos somos «trabajadores por cuenta ajena». Armonizar tu propio trabajo no sólo en la parroquia-colegio-asociación, etc., sino en el arciprestazgo, significa buscar en él un ámbito más amplio que el estrictamente parroquial, o de tu propio movimiento o asociación eclesial, y es ya un paso importante de comunión y apertura a la realidad de la Iglesia diocesana. Trabajar arciprestalmente unidos es respetar las características de la zona pastoral y responder a ellas con coherencia y con comunión de criterios. Y sabemos que hará al principio las cosas más lentas, pero como opciones de y con futuro.
A través de tus superiores y de éstos con tu obispo, que es también obispo de la Iglesia universal junto a todos los obispos del mundo, presididos por el Papa, obispo de Roma, formas parte de la comunión universal de la Iglesia, una, santa católica y apostólica. En un evangelizador, esa comunión no es sólo afectiva, sino efectiva. Se traduce en una atención perseverante a no romperla nunca, desde «estrecheces provincianas» doctrinales o prácticas. Sentirte solidario con todas las Iglesias, el servicio misionero, compartir con las Iglesias más necesitadas, conocer y apoyar a las Iglesias que tienen que hacer frente a problemas sociales y humanos de especial envergadura…, todo ello va haciendo universal tu corazón de evangelizador e imprime en toda tu actividad pastoral un talante de apertura, capaz de contagiar un amor sin fronteras.
Ø La Eucaristía como fuente
La fuente viva de la comunión en la Iglesia es la Eucaristía. Por ella nace y crece la Iglesia. Participando del mismo pan, todos nosotros formamos un solo cuerpo. Los distintos trabajos, servicios y ministerios que realizamos en nuestra tarea pastoral reciben de la eucaristía la fuerza de cohesión necesaria para ser realmente «trabajos por el evangelio». La eucaristía es, además, una fuerte exigencia de salida hacia el mundo. La muerte y la resurrección de Jesús, realmente presentes en el pan y el vino compartidos, son un regalo de vida entregada para la salvación de todos. La celebración de la eucaristía dominical debe ser una expresión gozosa de acogida y de compromiso. Como evangelizador, debes encontrar en ella la fuerza de tu comunión y entrega «para la vida del mundo». En la eucaristía no son comunes sólo los dones del pan y el vino, son también comunes todos los ministerios, carismas y servicios que en ellos se alimentan y se traban en comunión fraterna. Con nuestro trabajo pastoral queremos que estas afirmaciones sean realidad y vida en nuestros jóvenes.
 

  1. Coordinación y articulación

 
Queremos vivir desde un deseo de comunión y coordinación entre todos, ya que dándose cada uno desde su vocación, desde su experiencia personal de Cristo, en sus parroquias, colegios, comunidades, movimientos… construimos y alentamos, desde la humildad, el respecto y desinterés personal, el apasionante proyecto de la Iglesia local y universal.
«La coordinación, como manifestación efectiva de la comunión, tiene su raíz en el mismo ser de la Iglesia y de nuestra fe en Jesús. Sus palabras «que todos sean uno como Tú, Padre, estás en mí y yo en Ti» (Jn 17, 21) son la raíz de la coordinación. A la vez, la coordinación fortalece y acrecienta la comunión».
La Iglesia tiene unidad de misión, misión recibida de Cristo, que a su vez la recibió del Padre. Esta unidad no impide que haya diversidad de acciones, de carismas, de vocaciones, de iniciativas. Pero cada grupo necesita de los demás para reconocerse e identificarse como Iglesia. La coordinación exige el esfuerzo de abrirse a los demás, de reconocer que nadie es autosuficiente, de escucha paciente, etc., pero también es fuente de gozo fraternal y de eficacia apostólica. La mutua estima y la recíproca colaboración entre los grupos es manifestación de la comunión eclesial». Uno crece cristianamente cuando hace crecer a los demás. Y así lo han vivido todos los fundadores con una exquisita sensibilidad.
En las diócesis es necesario promover encuentros entre los diversos grupos de jóvenes para que se conozcan y proyecten, realicen y celebren ciertas actividades. Pero es todavía mucho más necesaria una pastoral articulada, que permita una continuidad en el proceso educativo de los creyentes desde la infancia hasta la edad adulta.
 
Ø Unas cuantas pistas
La reflexión que venimos realizando nos exige:
– una pastoral más organizada y más orgánica;
– una pastoral que, teniendo en cuenta la realidad del joven, tenga unos objetivos claros y una programación básica para conseguirlos;
– una pastoral que se marque un proceso por etapas y un recorrido gradual, y que se exija a sí misma una cierta disciplina;
– una pastoral fundada en un proyecto diocesano de pastoral juvenil, que a su vez esté integrado en la pastoral general de la diócesis, porque la Pastoral de Juventud sólo puede ser verdaderamente eclesial si está enraizada en la vida de cada diócesis;
– una pastoral que piense en la globalidad de la diócesis/arciprestazgo y actúe localmente.
 
Más concretamente, nos puede ayudar a lograr este objetivo:
– Que las delegaciones, secretariados o comisiones diocesanas de servicio a los jóvenes fomenten la coordinación de las diversas iniciativas de las parroquias, asociaciones, colegios, órdenes religiosas y movimientos, sin suplantar ni suprimir la acción pastoral de los mismos.
– Que los diferentes movimientos, asociaciones y comunidades eclesiales que trabajen con los jóvenes fortalezcan la pastoral juvenil en su conjunto, haciéndose partícipes de la pastoral de conjunto de la diócesis.
– Que los diferentes movimientos, asociaciones y comunidades eclesiales, para hacer una aportación eficaz a la pastoral juvenil, evalúen de forma constante su metodología y el contenido de su mensaje, así como profundicen en la teología, la historia y circunstancias de la Iglesia particular en la que están integrados.
– Que los diferentes movimientos, asociaciones y comunidades eclesiales asuman una cierta tensión, con frecuencia inevitable, entre el ministerio del discernimiento eclesial y la coordinación pastoral, ejercido por el obispo en cada Iglesia local, y la pluralidad de carismas, servicios y funciones.
– Que los diferentes movimientos, asociaciones y comunidades eclesiales tengan conciencia de que no puede darse una verdadera eclesialidad en un grupo cristiano si no vive en comunión con la Iglesia particular y con el obispo que la rige y la preside. «Cultiven constantemente -leemos en el Decreto del Vaticano II sobre el apostolado de los laicos- el sentido de la diócesis, de la cual la parroquia es como una célula, siempre dispuestos, cuando sean invitados por su Pastor, a unir sus propias fuerzas a las iniciativas diocesanas».
 
Ø Y unas cuantas precisiones
A fin de lograr la necesaria coordinación de la Pastoral Juvenil diocesana en torno al Proyecto o Plan Pastoral Diocesano, pueden ser eficaces estas medidas:
– Constituir coordinadoras diocesanas de jóvenes que faciliten un mayor protagonismo y una más fuerte inserción de la pastoral juvenil en la acción pastoral general.
– Formar equipos de pastoral juvenil en las parroquias, arciprestazgos y vicarías, que fomenten la necesaria coordinación.
– Facilitar el encuentro y diálogo entre los movimientos y asociaciones de jóvenes con los movimientos y asociaciones de adultos.
– Participar en los Consejos Pastorales Diocesanos, como el espacio principal de colaboración y de diálogo, así como también de discernimiento a nivel diocesano.
– Fomentar los intercambios de la Pastoral juvenil con otros departamentos pastorales (como enseñanza, familia, catequesis, pastoral universitaria, pastoral vocacional…) que tienen una importante relación con el trabajo pastoral de los jóvenes cristianos.
– Naturalmente, todo esto supone dotar a la Pastoral Juvenil de los medios materiales y humanos que hagan posible y faciliten esta labor.
– Tener la capacidad de aprender todos de todos.
 
Pistas de reflexión y trabajo personal y de grupo
 

  1. Tras la lectura de este documento y tu experiencia pastoral personal, elabora un concepto propio de comunión y comparte con el grupo. ¿Qué entendemos por comunión? (Se puede intentar una síntesis)
  2. Enumera las parroquias, grupos, movimientos, etc. que tienen contacto con los jóvenes que existen en tu zona ¿Qué disponibilidad tenemos para vivir la comunión? ¿Con qué oportunidades y dificultades nos encontramos?
  3. ¿Qué cauces podemos darnos para impulsar la coordinación y articulación de la pastoral con jóvenes en nuestra diócesis/vicaría/arciprestazgo? Elaborad un decálogo de propuestas concretas y posibles.

 
Sería muy interesante que pudierais enviar asecretaria@forumpj.org unas conclusiones del trabajo realizado o de las mismas preguntas finales.
 
Texto de referencia: LG 13
 
“Todos los hombres son llamados a formar parte del Pueblo de Dios. Por lo cual este Pueblo, siendo uno y único, ha de abarcar el mundo entero y todos los tiempos para cumplir los designios de la voluntad de Dios, que creó en el principio una sola naturaleza humana y determinó congregar en un conjunto a todos sus hijos, que estaban dispersos (cf. Jn 11,52). Para ello envió Dios a su Hijo a quien constituyó heredero universal (cf. Hebr 1,2), para que fuera Maestro, Rey y Sacerdote nuestro, Cabeza del nuevo y universal pueblo de los hijos de Dios. Para ello, por fin, envió al Espíritu de su Hijo, Señor y Vivificador, que es para toda la Iglesia, y para todos y cada uno de los creyentes, principio de asociación y de unidad en la doctrina de los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración (cf. Act 2,42).
Así, pues, de todas las gentes de la tierra se compone el Pueblo de Dios, porque de todas recibe sus ciudadanos, que lo son de un reino, por cierto no terreno, sino celestial. Pues todos los fieles esparcidos por la haz de la tierra comunican en el Espíritu Santo con los demás, y así «el que habita en Roma sabe que los indios son también sus miembros». Pero como el Reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn 18,36), la Iglesia, o Pueblo de Dios, introduciendo este Reino no arrebata a ningún pueblo ningún bien temporal, sino al contrario, todas las facultades, riquezas y costumbres que revelan la idiosincrasia de cada pueblo, en lo que tienen de bueno, las favorece y asume; pero al recibirlas las purifica, las fortalece y las eleva. Pues sabe muy bien que debe asociarse a aquel Rey, a quien fueron dadas en heredad todas las naciones (cf. Sal 2,8) y a cuya ciudad llevan dones y obsequios (cf. Sal 71 , 10; Is 60,4-7; Ap 21,24). Este carácter de universalidad, que distingue al Pueblo de Dios, es un don del mismo Señor por el que la Iglesia católica tiende eficaz y constantemente a recapitular la Humanidad entera con todos sus bienes, bajo Cristo como Cabeza en la unidad de su Espíritu.
En virtud de esta catolicidad cada una de las partes presenta sus dones a las otras partes y a toda la Iglesia, de suerte que el todo y cada uno de sus elementos se aumentan con todos lo que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad. De donde resulta que el Pueblo de Dios no sólo congrega gentes de diversos pueblos, sino que en sí mismo está integrado de diversos elementos, Porque hay diversidad entre sus miembros, ya según los oficios, pues algunos desempeñan el ministerio sagrado en bien de sus hermanos; ya según la condición y ordenación de vida, pues muchos en el estado religioso tendiendo a la santidad por el camino más arduo estimulan con su ejemplo a los hermanos. Además, en la comunión eclesiástica existen Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo íntegro el primado de la Cátedra de Pedro, que preside todo el conjunto de la caridad, defiende las legítimas variedades y al mismo tiempo procura que estas particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino incluso cooperen en ella. De aquí dimanan finalmente entre las diversas partes de la Iglesia los vínculos de íntima comunicación de riquezas espirituales, operarios apostólicos y ayudas materiales. Los miembros del Pueblo de Dios están llamados a la comunicación de bienes, y a cada una de las Iglesias pueden aplicarse estas palabras del Apóstol: «El don que cada uno haya recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1Pe 4,10).
Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que prefigura y promueve la paz y a ella pertenecen de varios modos y se ordenan, tanto los fieles católicos como los otros cristianos, e incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios”.
 
 
GUTIÉRREZ, L. F., Todos a una con la pastoral con jóvenes, comunicación ofrecida en el Encuentro Interdiocesano de Pastoral con Jóvenes para curas y diáconos organizado por las diócesis de Bilbao, San Sebastián y Vitoria en el santuario de Arantzazu en febrero 2008.
Ricardo Tonelli habla de cómo fundamentar los esfuerzos que podemos hacer en común: “Proceder a golpes de ciego o a impulsos del entusiasmo resulta realmente peligroso en un ámbito en el que está en medio la persona, su vida y su sentido. Y es condición indispensable para asegurar la colaboración en una situación de pluralismo. Para instar a personas y a organismos diversos a hacer algo juntos, es indispensable construir juntos y compartir intensamente un mapa de intentos”
JARAMILLO, P.- PRAT, J., Sois mis testigos. 100 pistas para el camino evangelizador, Descleé de Brouwer, Bilbao 1999 (adaptado).
Se pueden repasar las referencias paulinas: 1Co. 10,17s; 12, 1ss; Ef. 5, 2ss; Rm. 12, 4s etc.
DEPARTAMENTO DE PASTORAL DE JUVENTUD (CEAS), Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo en el tercer milenio. Proyecto Marco de Pastoral de Juventud, Edice, Madrid, 2007, págs. 62-66.
OPJ 26
OPJ 27; Cf. CHL 30
«El proyecto no pretende ser una nueva metodología sino un instrumen­to que ayude a realizar una pastoral más organizada, que construya una articulación de grupos y comuni­dades vivas que tomen conciencia de la realidad en la que viven, proyecten su camino y se organicen, según los planes diocesanos de pastoral, para una acción evangelizadora más eficaz. Es conveniente que diferenciemos la pastoral de jóve­nes de la pastoral de adolescen­tes aunque estén íntimamente relacionadas». OPJ 8; cf.50.
Cf. OPJ 51
AA 10; cf. CLIM 106-107.
Cf. OPJ 53
Cf. ChL 25