La confirmación a partir del Vaticano II:

1 enero 2010

Lectura teológico-pastoral desde España

Roberto Calvo Pérez
Profesor de Teología Pastoral, Facultad teológica del Norte (Burgos y Vitoria)
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Dentro del proceso de Iniciación Cristiana, la Confirmación es el sacramento al que se ha prestado más atención e ilusión pastoral. En el debate que suscita hoy este sacramento hay tres elementos en discusión: edad para recibir el sacramento, criterios para negar o conceder la recepción del sacramento, permanencia en la comunidad cristiana después del sacramento. Con estas premisas, el autor, hace una lectura pastoral de la realidad española desde el Concilio Vaticano II, en una Iglesia pentecostal-misionera.
Roberto Calvo señala algunas etapas en este recorrido histórico: Florecimiento de grupos de confirmación; problemas y escepticismo; cuestión de la edad; búsqueda y encuadre dentro de la Iniciación Cristiana. El autor hace un balance de los diversos directorios diocesanos y reflexiona sobre la identidad teológica de este sacramento. Acaba el artículo con un encuadre profundo y lleno de dinamismo: una Iglesia pentecostal-misionera.
 
La confirmación es el momento sacramental que en la praxis pastoral actual consuma la iniciación y casi concluye el proceso catequizador. Se trata del sacramento al que se ha prestado más atención o, al menos, al que se ha dedicado mayor esfuerzo pastoral y más ilusión evangelizadora. Hoy, los puntos a debate son fundamentalmente tres. Respecto a la edad es dominante la tendencia a ampliarla de cara a facilitar la catequización y la personalización de la fe. En segundo lugar se discuten también los elementos a evaluar en orden a la posibilidad de negar el acceso al sacramento. Es el tercer punto el más importante y el que determina la actitud ante los dos anteriores, pues es en definitiva el que justifica o legitima el proceso en su globalidad y la confirma como momento de consumación: la permanencia de los adolescentes/jóvenes en el seno de la vida eclesial. En general se considera decepcionante el porcentaje de los que permanecen como miembros activos. Se achaca el escaso número de permanencia a la pobreza de la oferta que se abre a los confirmados; igualmente se reconoce la importancia de la pastoral juvenil como ámbito o plataforma de acogida, integración y reconocimiento eclesial de las nuevas generaciones.
Así pues, acercarse al sacramento de la confirmación en nuestros días no es fácil. El hecho de mirar simplemente a la historia no nos aporta demasiadas claves; por ello, es lógico que se hable de él como «un sacramento errante en busca de identidad»:
“Decimos que es «sacramento», pero su sacramentalidad es negada (protestantes), discutida (anglicanos), o diversamente explicada (ortodoxos, católicos). Afirmamos que su función es «significar el don del Espíritu», pero mientras unos dicen que este don ya se da en el bautismo (protestantes), otros defienden su necesaria explicitación signal como memoria viva de Pentecostés en la confirmación (católicos). Aseguramos que es sacramento de la iniciación cristiana, pero si unos creen que esto exige un orden litúrgico invariable de celebración (ortodoxos, algunos católicos), otros están convencidos de que sólo exige una unidad y referencia dinámica que admite diversas ordenaciones litúrgicas (algunos católicos, protestantes)”.
Ciertamente, el proceso teológico-pastoral postconcilar ha ofrecido diversas clarificaciones y avances. Sin embargo, pensamos que, a partir de una lectura creyente serena y honrada desde la realidad pastoral española, es preciso avanzar aún más en la identidad teológica del mismo y abrir un debate largo y sereno que apunte hacia el futuro de cara a su inserción en la primigenia dinámica de la iniciación cristiana en vistas a los años venideros. Todo ello, desde comunidades que se van edificando como Iglesia pentecostal-misionera.
 

  1. La confirmación en torno al Vaticano II

 
Ya en el s. XIX se suscitó una gran polémica sobre la relación entre el bautismo y la confirmación: o el primero confiere la remisión de los pecados mientras que el don del Espíritu está reservado a la confirmación, o el don del Espíritu está ya recibido en el bautismo mientras que la confirmación no tendría más sentido que confirmarlo. A partir de aquí, en el s. XX se ofrecieron varias propuestas, aunque limitadas.
Recurriendo a la analogía de la edad, la confirmación capacitaba para actuar como un verdadero adulto cristiano en orden a cumplir las responsabilidades pertinentes. Otra línea se concentra sobre la idea de «especial don de fortaleza» de cara a la profesión pública y valerosa de la fe; así sería una ayuda para momentos particularmente difíciles. Otros intentaban resaltar más la dimensión social: la profesión pública de la fe ejerce una función positiva por cuanto defiende y extiende la Iglesia y edifica el Cuerpo de Cristo. Otra explicación ha recurrido a la liturgia: el confirmado es habilitado para el testimonio en el culto litúrgico. H. Küng y sus seguidores tienden a disminuir la autonomía e independencia de la confirmación, entendiéndola desde el bautismo de niños que habría quedado «incompleto»; la confirmación vendría a aportar aquel elemento de compromiso, consciencia y responsabilidad que entonces no quedaron suficientemente expresados.
Como vía de solución ya se apuntaba en 1959 que había que superar la exclusividad de considerar la confirmación como instrumento de gracia (P. Fransen). Para entender la relación bautismo-confirmación hay que partir de una teología profundizada del Espíritu Santo en la tradición bíblica y patrística. Hay que considerar la confirmación en su fundamento real trinitario y en una efectiva teología del Espíritu y de su misión en la historia de la salvación.
El concilio Vaticano II, sin detenerse en cuestiones discutidas ni dedicándola un apartado específico, presentó la confirmación de tal modo y con tales acentos que supuso un gran impulso para una nueva configuración. La doctrina conciliar puede resumirse en estas palabras de Lumen gentium 11: “Por el sacramento de la confirmación se vinculan los fieles más estrictamente a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo y de esta forma se obligan con mayor ahínco, como verdaderos testigos de Cristo, a extender y defender la fe por la palabra y la acción”. Ad gentes 11 y 36 la ponen en relación con la acción misionera de la Iglesia. En atención a la Iglesia Oriental, y matizando la opinión de Trento, presenta al obispo como “ministro originario” de la confirmación. Sacrosanctum concilium 71 pide la revisión del rito a fin de que aparezca más claramente la relación de la confirmación con la iniciación cristiana.
Esta renovación se concreta en la constitución apostólica de Pablo VI Divinae consortium naturae (15-8-1971), en el posterior Ordo confirmationis y en sus Prenotandos (aquélla procede de la suprema autoridad de la Iglesia y éstos de la Sagrada Congregación para el culto divino). El documento papal pretende zanjar la cuestión debatida por los liturgistas, fijando como signo la unción del crisma en la frente, acompañada de las palabras “Recibe la señal del don del Espíritu Santo”. De estos documentos emanan unas líneas de la teología de la confirmación (y de las cuales se encuentra una síntesis en el nº 7 de la Constitución):
 

  • Se resalta su intima conexión con el complejo de la iniciación cristiana (nnº 3 y 7); por tanto ha de ser presentada como momento del camino hacia la incorporación plena del cristiano al misterio de Cristo y de la Iglesia, lo que se ha de visibilizar: los adultos la han de recibir inmediatamente después del bautismo, los padrinos serán los mismos, ha de ser conferida en la eucaristía…
  • Destacada es su dimensión eclesial: introduce más perfectamente en la Iglesia y la responsabilidad asumida se ha de realizar de modo comunitario; es un compromiso con la comunidad entera (referencia al pueblo de Dios, a los padres y padrinos… ), y así lleva adelante la “edificación del Cuerpo en fe y caridad” (cf. nº 2).
  • La dimensión pneumatológica va ligada a la cristológica: es decir, la configuración con Cristo sólo es posible por la acción del Espíritu; los nnº 4-7 de la Constitución muestran la acción del Espíritu en la vida y ministerio de Cristo, la promesa de Jesús y su efusión en Pentecostés.
  • El fin es concreto y múltiple, aunque ligado por la noción de testimonio (Pren. 2): “los obliga más estrechamente a difundir, defender de palabra y de obra su fe como testigos de Dios” (Constitución 7).

 
Sin embargo, el debate inmediato se centró no tanto en la identidad de este sacramento (recobrada teóricamente por el Concilio) sino casi exclusivamente en el tema de la edad de su recepción. El propio Ritual, bajo el influjo directo de Pablo VI, abrió la puerta para su retraso; con ello se pretendía insertar el elemento catequético en el dinamismo catecumenal de la iniciación cristiana. De hecho, la mayoría de Conferencias Episcopales determinaron una edad más avanzada y, en concreto, la española propuso el año 1984 que se realizara “en torno a los 14 años”.
 

  1. El camino pastoral postconciliar español


El camino pastoral postconciliar español respecto a la confirmación no es fácil de recorrer. Señalamos a modo indicativo cuatro etapas sucesivas.
 
1ª. Del olvido a la valoración e incluso exaltación. En ella se buscaba la respuesta a las cuestiones bautismales pendientes: una libertad y una fe comprometida y confesada sin los condicionamientos sociales del bautismo, una oferta catequética en itinerario de fe para los jóvenes que deseaban confirmarse.
Durante estos años se intentaba recobrar la opción personal de aceptación creyente y libre de los confirmandos de su realidad bautismal. Para ello fue preciso un amplio y agradecido esfuerzo catequético comunitario apenas igualado en la historia de la Iglesia. Este aspecto se comprendía como uno de los grandes frutos de la renovación conciliar. La asistencia numerosa de adolescentes y jóvenes a las catequesis preparatorias, la preparación de animadores catequéticos dando lo mejor de sí mismos, la renovación de materiales diocesanos… son sólo un pequeño recuerdo agradecido de ese periodo de renovación pastoral que esperaba recoger pronto los frutos maduros.
 
2ª. Sin embargo, pronto se pasó de la exaltación al escepticismo y hasta el distanciamiento crítico, debido a que los frutos personales y la continuidad comunitaria no habían sido los esperados.
En este periodo se registra una ambigüedad que nos parece que va más allá de lo anecdótico. Asumido este camino de búsqueda de renovación pastoral, pronto los diversos “ideólogos” y el propio magisterio descubren la importancia del catecumenado en todo el proceso del «hacerse cristiano». Pero, en vez de afrontar la cuestión en su raíz prefieren proponer experiencias de confirmación “de carácter catecumenal”, tanto para los que se preparan para la confirmación, como para los grupos juveniles y para la catequesis de adultos. Así, se produce una preocupante “inflación catecumenal”. A nuestro juicio, la intención era muy loable; pero ahora se desvela como insuficiente, pues invertía los términos: en vez de situar este sacramento en el proceso y dinamismo catecumenal, se quería dar (tan sólo) una orientación catecumenal al mismo.
 
3ª. Posteriormente se constata una cierta suspicacia respecto a la confirmación, debido a una crítica a la teología que sustenta la opción por el retraso de la edad en defensa de la unidad de los tres sacramentos de iniciación cristiana, a la dificultad de encontrar las mediaciones adecuadas ante una nueva sensibilidad, y al desánimo y cansancio de los animadores pastorales…
En este periodo, aunque el problema ya venía de atrás, se polariza el debate en torno a la edad de su recepción. Y desde los argumentos que cada postura esgrime, hay motivos para quedarse en la más desconcertante perplejidad. Se apela a que los pastoralistas propugnan su retraso, mientras que los dogmáticos-liturgistas prefieren su adelanto. Pero esta forma de plantear el problema parece demasiado extrínseca, pues conlleva, a nuestro juicio, una reflexión bastante parcial y poco adecuada. Se necesita un planteamiento teológico-pastoral integral. Más aún, pensamos que en el fondo no se trata de una mera contraposición (pastoralistas/dogmáticos-liturgistas), sino de la idea que cada cual tenga del ser y hacerse cristiano hoy y, en definitiva, de la imagen de Iglesia que se maneja.
 
Un reflejo adecuado de toda esta problemática se halla condensado desde nuestro contexto en el documento publicado por la Conferencia Episcopal Española, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones (1998). Se trata de un documento muy elaborado y con un gran trasfondo teológico y pastoral que tardó en publicarse, pues buscaba el acuerdo mayoritario. Sin embargo, la cuestión de optar por una orientación u otra es lo que suscita una clara perplejidad de fondo que al lector le acompaña constantemente y que difícilmente se podrá superar desde el propio texto episcopal.
 
Además, son momentos en que la imagen eclesial de «cristiandad española» va dando paso a una nueva realidad socio-religiosa que afectará de lleno a las excesivas expectativas que se han venido proyectando sobre la pastoral de adolescencia y juventud. Dicha pastoral ha sido concentrada –de manera poco adecuada a nuestro entender– en bastantes ambientes casi exclusivamente en la oferta pastoral de la recepción de la confirmación o en su ratificación posterior (grupos juveniles y de adultos).
 
4ª. La actual reflexión sobre la iniciación cristiana, ¿camino de búsqueda o recurso extrínseco ante el descenso progresivo de candidatos? El cuarto y último periodo viene marcado por el recurso casi omnipresente a la categoría «iniciación cristiana». Si hace unas décadas casi todo se centraba en la confirmación, ahora se pasará a la iniciación, tanto en la reflexión teológica como en los proyectos pastorales.
 
Sin duda, el avance teórico es considerable, pero las dudas e incertidumbres no desaparecen. La recomposición o recuperación de esa unidad es esperada como la vía de solución de los problemas y dificultades que han generado la perplejidad de la que arrancan las reflexiones de estos días. Pero precisamente por eso hay que advertir de la amenaza de una doble expectativa que podría desenfocar ya desde su punto de partida el planteamiento global. De un lado, es posible que se pretenda la recuperación de la situación pasada más que el reencuentro libre con la experiencia cristiana genuina. De otro, pretender un reajuste de los elementos diversos desde criterios circunstanciales, como pueden ser la recuperación de tradiciones arqueológicas o las necesidades pastorales concretas. Ante uno y otro peligro, que producen un inevitable estrechamiento de horizontes, hay que recordar un presupuesto clave: ante la recuperación del sentido pleno del hacerse cristiano hay que descubrir sobre todo la realidad que se expresa en la iniciación cristiana.
 
Durante todo este proceso las iglesias locales han publicado diversas Orientaciones, Directorios o Proyectos pastorales. Desde su análisis puede afirmarse, de modo muy esquemático, que la actual situación pastoral de la confirmación en España es la siguiente:
 

  • Casi todas las iglesias diocesanas españolas han publicado algunas orientaciones al respecto, unas veces considerando este sacramento de forma aislada y otras en su contexto propio de la iniciación cristiana.
  • Por regla general, se opta por un retraso de la confirmación hacia la edad de la preadolescencia o de la adolescencia (entre 14-18 años), si bien en la mayoría no se fija una edad concreta, dejando un margen de libertad.
  • El motivo fundamental del retraso es una preparación más intensa y prolongada, para ayudar a los confirmandos a madurar en la fe y a asumir su responsabilidad cristiana en la Iglesia y en el mundo.
  • La duración del tiempo preparatorio no suele señalarse, aunque en la mayoría de los casos se concreta entre 1 y 3 años, sobre todo en aquellas parroquias en las que se existen un grupo o varios.
  • Son bastantes las diócesis que emplean una terminología catecumenal para describir este tiempo preparatorio: “proceso catecumenal”, “catecumenado”, preparación “al estilo catecumenal”. Sin embargo, más allá de la terminología, apenas si se da una explicitación de la identidad, la dinámica y la estructura de tal catecumenado.
  • Aunque en las orientaciones diocesanas no se concretan los contenidos catequéticos, por regla general las delegaciones ofrecen o señalan algún material más adaptado al respecto, e incluso proponen algún material propio.
  • En la mayoría de los casos, los responsables de la preparación a la confirmación son catequistas laicos ayudados por algún presbítero.

 
Este ideal del catecumenado propuesto hace resaltar algunas limitaciones.
 
Respecto al contenido, se insiste más en lo pedagógico que en la presentación de la identidad del catecumenado. Se da un desequilibrio entre el punto de partida antropológico (mayor) y las otras dimensiones catequéticas (menos presentes): palabra de Dios, celebración, dimensión ético-moral. Un defecto importante y generalizado es la ausencia de relaciones de los candidatos con la comunidad eclesial más amplia. Apenas se tiene en cuenta el proceso gradual y dinámico, convirtiéndose en algo monótono y reiterativo. La celebración específica de la confirmación suele prepararse con esmero y participativamente. Finalmente, sigue preocupando el problema de la continuidad posterior: muchas comunidades se esfuerzan, pero quizá el problema es anterior a ese momento y conlleva la apertura a una concepción más eclesial del propio sacramento.

  1. La identidad teológica de este sacramento


A raíz de lo expuesto, conviene señalar de forma muy sucinta los principales criterios que sustentan la identidad de la confirmación, pues sólo así se podrá comprender la hondura de este imprescindible acontecimiento histórico-salvífico-sacramental y podrán irse encontrando entre todos acciones pastorales más adecuadas.
 

  1. La confirmación es un momento de la iniciación cristiana. Este sacramento ha sido una cruz para la teología y para la pastoral por haber sido considerado en sí mismo, pues sacado de su marco natural pierde su entidad propia. Si la salvación para el hombre se hace historia, ésta debe actualizarse según ese modo histórico de acontecer. Son posibles pues varios momentos, aunque cada uno de ellos sólo existe en una unidad más amplia. Por eso hay que mantener la dialéctica de mutua implicación simultáneamente a la distinción entre bautismo y confirmación. Esto es lo que la tradición ha mantenido de modo particular respecto a la confirmación. Incluso en el nº 2 del ritual del bautismo de niños: “los tres sacramentos de la iniciación cristiana están íntimamente unidos entre sí, de tal modo que conducen a los fieles a aquella plena madurez cristiana por la que pueden cumplir, en la Iglesia y en el mundo, la misión propia del Pueblo de Dios”. Por eso se manda repetir las mismas promesas bautismales, se recomiendan los mismos padrinos…

 
Este proceso de iniciación está marcado por la eucaristía en cuanto que “hace” a la comunidad. La unidad se conserva aún en algunas anáforas orientales: se pide en la presentación de la historia de la salvación que el misterio eucarístico sea sellado por el mismo Espíritu que ha sellado al bautizado y al confirmado. Gráficamente podemos decir que en realidad somos bautizados y confirmados para poder celebrar la eucaristía.
 
Así pues, la pastoral no puede traicionar estos datos de la tradición de la Iglesia. La dimensión más propia de la confirmación se marca en relación a la eucaristía desde el proceso iniciado en el bautismo. Cualquier esfuerzo que se realice debe ir en la línea de tender a la unión cronológica de las dos etapas sacramentales. Sólo entonces la teología de la iniciación conseguirá claridad completa.
 

  1. La confirmación aparece como el sacramento del don del Espíritu. El momento sacramental que llamamos confirmación ha sido designado permanentemente como sacramento del don del Espíritu. Pero para entenderlo adecuadamente no debe ser comprendida esta expresión a la luz de una comunicación desnuda del Espíritu. Hay que recuperar y superar esa lamentada ausencia del Espíritu en la espiritualidad occidental. Pero este Espíritu que hay que recuperar es el que se encuentra en conexión íntima con el acontecimiento de Cristo. Si la vida sacramental intenta actualizar lo que fueron los misterios de la vida de Cristo, hay que tener en cuenta que Cristo recibió el Espíritu en el momento de la encarnación y asimismo en el momento del inicio de su ministerio público después del bautismo, cuando fue ungido por el Espíritu. Por eso el bautismo de Jesús y la unción que él recibió prefigura nuestra confirmación. Como la misión del Espíritu fue temporalmente realizada, puede ser también litúrgicamente actualizada por un rito que la conmemora. Así en la economía el don del Espíritu encuentra lugar en la dinámica de alianza amorosa entre Dios y hombre.

 
Lo mismo podríamos decir del acontecimiento de Pentecostés. Tampoco la Iglesia estaba fuera del ámbito del Espíritu cuando estaba en el cenáculo, pero recibe la efusión del Espíritu en el momento en que se constituye como Iglesia de cara a su ministerio público. Y esa misma donación en Pentecostés (al fin y al cabo una dimensión esencial del misterio de Pascua) se hace presente para el bautizado, por cuanto también él tiene «derecho» a que siga historizándose la donación de Pentecostés. Por eso la confirmación ha sido considerada «el pentecostés actual del cristiano». Así, se concede al Espíritu la posibilidad de expresar celebrativamente su efectivo modo de actuar en la historia. Y así queda constituido el bautizado en un estatuto nuevo en la historia de la salvación. Sólo en este sentido se puede hablar de “perfecionar”, no en el sentido de una fuerza especial que no tuviera en el bautismo. Sólo se puede hablar de madurez/maduración en el sentido de la historia de la salvación.
 

  1. La confirmación edifica la comunidad de salvación. Por ser momento de la iniciación cristiana la confirmación encierra un momento esencialmente eclesial. Podríamos decir que la Iglesia no puede existir sin la historización concreta del don del Espíritu. La dimensión eclesial ha sido claramente puesta de manifiesto en la tradición cristiana especialmente por la importancia dada a la acción del obispo. Más nos interesa acentuar el hecho de que la confirmación es celebración eclesial en cuanto auto-realización y edificación de la Iglesia. El sacramento no es tal simplemente por la aceptación del hombre, sino porque se dirige a una salvación que se encuentra ante él. Así se expresa que la salvación de Dios antecede comunitariamente a la voluntad del hombre.

 
El bautismo funda la Iglesia como comunidad de los hijos de Dios, dentro de una homogeneidad de lo que es común para todos en virtud de la generación sobrenatural. La confirmación la describe y la funda orgánicamente estructurada: pone de relieve que la unidad de la Iglesia procede de la convergencia armónica de una multiplicidad de vocaciones y carismas en orden a la misión pentecostal. Este componente eclesial se configura mediante lo que se denomina el carácter, como modo decisivo y escatológico con que el Espíritu manifiesta su presencia activa en un miembro de la Iglesia.
 

  1. La confirmación es el sacramento de la misión pentecostal de la Iglesia. Se trata de la iniciación en una comunidad que tiene que desarrollar una misión a la luz del misterio de Cristo y del Espíritu culminado en Pentecostés. La comunicación del Espíritu al pueblo escatológico es interpretado como la fuente de un testimonio que dará a la Iglesia sus dimensiones universales. La Iglesia queda configurada como una Iglesia esencialmente profética, una Iglesia con un mensaje a revelar y un evangelio a comunicar.

 
La representación universal sólo es posible por el Espíritu Santo, estando la universalidad ligada esencialmente a su persona. Es un universalismo que rompe los moldes del antiguo testamento (cf. Hch 1,8), universalismo del que nada queda excluido en el espacio, en el tiempo, en las cosas, en las personas. Ese universalismo será llevado adelante por medio del testimonio. A ello aludía el “buen olor” del que hablaban los Padres. Por eso la confirmación hace comprobar que la Iglesia no es un fin para sí misma sino para el mundo. Hay que hacer por ello que todos los cristianos ofrezcan la pluralidad de sus carismas de cara a esa misión pneumática de la Iglesia.
 

  1. Continuar edificando una Iglesia pentecostal-misionera

 
La confirmación –en el seno del hacerse cristiano– implica el ser y la misión de la Iglesia en su íntima conexión. No se trata de algo que la Iglesia hace, sino de la autorrealización misma de la Iglesia. En las prácticas eclesiales en torno a los sacramentos, especialmente en los de la iniciación cristiana, se elabora la figura o la imagen de Iglesia, la experiencia de Iglesia que poseen la mayor parte de los cristianos. Entre esa imagen ofrecida y aceptada se juega a veces de modo inconsciente el destino de la Iglesia. Por eso podríamos afirmar que las opciones que se asuman actualmente pueden y deben determinar el futuro de nuestra Iglesia y de la imagen que proyecta en la sociedad que la rodea y contempla. Y ésta ha de ser necesariamente pentecostal.
La confirmación incluye un claro componente eclesial. Ya el carácter originario de la acción del obispo lo pone de relieve. Pero además celebra la diversificación de los carismas otorgados por el Espíritu de cara a la edificación de la Iglesia en orden a su misión pentecostal. Al «ungido» no basta la pertenencia indiferenciada del sacerdocio bautismal, sino que se le atribuye una especificación carismática o vocacional; la acogida y la recepción del don que el Espíritu le otorga se realizan como y en la Iglesia, comunidad determinada por una misión clara y concreta: la que se abrió a Jesús tras su unción por el Espíritu y la que se abrió a la Iglesia tras su animación por el mismo Espíritu en Pentecostés.
Por ello, se trata de ir edificando una Iglesia como la permanentemente confirmada. La Iglesia es pentecostal, porque vive del Espíritu que la anima y del Espíritu que recibe cada uno de sus miembros. Así la Iglesia vive siempre sumergida en los sufrimientos y angustias del mundo para resucitar en sus alegrías y esperanzas e invitar a todos los hombres a la comunión amorosa del Dios trinitario.
Por ser la confirmación un acontecimiento eclesial, toda la comunidad cristiana ha de irse abriendo con un gesto radical de invitación, ofrecimiento y acogida, haciéndose así signo de la iniciativa del Dios trinitario. La apertura acogedora de la Iglesia trata de mostrar cuán importante es cada nuevo miembro a los ojos del Señor. Para que el otro se revele a sí mismo, la Iglesia se revela a sí misma, se dice en diálogo y comparte lo mejor de sí misma.
Con estas actitudes y desde su acogida la Iglesia se autocomprende como intrínsecamente misionera:proclama un anuncio con vistas a que los destinatarios lo acojan, se conviertan y deseen insertarse en la Iglesia. Como misionera e iniciadora, la acción pastoral de la Iglesia adquiere un profundo carácter de eclesiogénesis, pues todo se orienta y apunta a la vigilia pascual, momento de la inserción plena.
La confirmación, dado que en ella se han depositado los mejores esfuerzos, requiere una especial verificación. Desde el punto de vista dogmático-catequético hay que evitar que la meta de personalizar la fe absorba el significado histórico-salvifico de la acción del Espíritu y el objetivo eclesiológico de generar una Iglesia pentecostal: la madurez de los candidatos para confirmarse ha de ser vista mejor como proceso de maduración a la luz de la historia de la salvación. Parafraseando a Tertuliano, podríamos decir que “el confirmado no se hace, sino que se va haciendo” como miembro de la Iglesia y en medio de nuestro mundo.
Desde el punto de vista pastoral hay que evitar que el dato cronológico de la edad se absolutice, pues entonces se sobrecargaría a este sacramento con un peso que corresponde al conjunto de la iniciación cristiana. En lo concreto, nos parece más oportuno ir discerniendo el lógico retorno de este sacramento a su ámbito natural, aspecto que no se soluciona con simples decretos diocesanos. Cuando la familia es garante de la educación en la fe, no plantea ningún problema ese proceso de maduración. Por otro lado, la propia realidad nos irá imponiendo cada día más la solicitud de adolescentes, jóvenes y adultos para incorporarse a la fe de la Iglesia. Ahí es donde, con realismo y coraje, deben encaminarse los mayores esfuerzos de búsqueda teológico- pastoral para ir creando catecumenados que lo posibiliten.
Por todo ello, la comunidad eclesial necesita irse educando como sujeto que participa, comparte y actualiza los acontecimientos salvíficos. Ella misma y toda ella debe verse como la protagonista, la confirmada, la pentecostal. Por eso, su responsabilidad ha de ser mayor en sus ofertas catecumenales (amplias, serias y diversificadas), en su conciencia de necesitar nuevos miembros, en sus actitudes de acogida hacia ellos, en su educación a la pertenencia y responsabilidad sinodal también de los nuevos incorporados, en la vertebración de una pastoral continua que asegure la multiplicidad de ofertas posteriores al culmen de la iniciación (adolescentes, jóvenes…) que asuman el dinamismo pentecostal-misionero en sus ambientes.
Los catequistas representan una fuerza impresionante en nuestras comunidades, uno de los vehículos más notables de inserción y de compromiso eclesial. Resulta lógico considerarlos ministerios, porque de un lado responden a una necesidad eclesial y de otro lado no se trata (o al menos a eso hay que tender) de actividades ocasionales. De ese modo se acentuaría el reconocimiento eclesial, su propia responsabilización y la significatividad en y ante la comunidad. Por esta vía se conseguirá que el tema de la iniciación cristiana pase al centro de la conciencia eclesial y no quede reducido a cosa de algunos catequistas sino abierto a un proceso continuo, permanente y con perspectivas de futuro.
 

ROBERTO CALVO PÉREZ

 
 
D. Borobio, Pastoral de los sacramentos, Secretariado Trinitario, Salamanca 1996,153.
Cf. E. Bueno de la Fuente, La confirmación: boletín bibliográfico (1970-1985), «Teología y Catequesis» 21 (1987) 145-179; J. López,Boletín bibliográfico sobre la iniciación cristiana, «Phase» 29 (1989) 225-240. Desde diversos enfoques, ha ido apareciendo el tema en distintas revistas españolas de orientación catequética –«Actualidad Catequetica» y «Teología y Catequesis»–, litúrgica –«Pastoral Litúrgica» y «Phase»– y dogmática –«Estudios Trinitarios» 27 (1992)–.
“Por lo que se refiere a los niños, en la Iglesia latina la confirmación suele diferirse hasta alrededor de los siete años. No obstante, si existen razones pastorales, especialmente si se quiere inculcar con más fuerza en los fieles la plana adhesión a Cristo el Señor y la necesidad de dar testimonio de él, las Conferencias Episcopales pueden determinar una edad más madura, después de una instrucción conveniente” (Prenotandos 11). El mismo Juan Pablo II en 1992, aunque insiste en la unidad , constata la diversidad de tradiciones y la variedad de pastorales en relación a la edad: cf. «Notitiae» 5 (1992) 308-312.
Respecto a ello, cf. J. J. Calles Garzón, Catecumenado y comunidad cristiana en el Episcopado español (1964-2006), Universidad Pontificia, Salamanca 2006; aunque el autor es muy proclive a concretarlo todo y de modo muy favorable en la experiencia (respetable) del Camino Neocatecumenal.
Cf. J. Llopis, La edad de la confirmación. Estado actual del problema, «Phase» 69 (1972) 237-249; y más explícitamente: G. Biemer, La controversia sobre la edad de la confirmación, caso típico de controversia entre teología y pastoral, «Concilium» 132 (1978) 283-292. Posteriormente, C. Robles García, La edad de la confirmación: entre la teología y la pastoral «Studium Legionense» 36 (1996) 177-192.
D. Borobio, Catecumenado e iniciación cristiana, CPL, Barcelona 2007, 140-143, quien a su vez cita una tesina inédita realizado por M.García Gómez.
Con acentos y matices diversos, pueden citarse entre otras las obras teológicas desde nuestro contexto que pretenden una presentación integral e integradora de la confirmación: cf. Aa. Vv., Fundamentos teológicos de la iniciación cristiana, Grafite, Baracaldo 1999; la amplia producción bibliográfica de D. Borobio; C. Floristán, Para comprender el catecumenado, Verbo Divino, Estella 1989; J. C. R. García Paredes,Iniciación cristiana y Eucaristía, San Pablo, Madrid 1992; I. Oñatibia, Bautismo y Confirmación, BAC, Madrid 2000; etc.
P. Tena, El gran sacramento de la iniciación cristiana, en Aa. Vv., El sacramento del Espíritu, PPC, Madrid 1976, 39. Todo este libro resulta interesante para conocer múltiples posturas y enfoques del momento.
Cf. R. Calvo Pérez, La misión entre los jóvenes. Evangelizar en los umbrales, CCS, Madrid 2008.