La confirmación en el proceso de Iniciación Cristiana

1 enero 2010

Álvaro Ginel
Director de la revista CATEQUISTAS

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Álvaro Ginel constata las dificultades que el sacramento de la confirmación está teniendo en muchas comunidades. Sitúa este sacramento dentro de la Iniciación Cristiana (IC). Una preocupación constatada desde hace un tiempo por nuestros obispos y teólogos. ¿Pero qué es la IC? El autor va acercándose desde diversos lugares a este contexto: desde el magisterio, desde la teología, desde la tradición de la Iglesia. La Iglesia engendra hijos a la fe, por eso la IC exige una identidad nueva, que abre a la persona al corazón del misterio de Jesucristo, y necesita la compañía de la comunidad. Para llegar a este momento Dios se sirve de muchas cosas. Hay un paso previo la tradición llama “primer anuncio”. Acaba el artículo con unas orientaciones para el sacramento de la confirmación: reconocer el momento presente; dejar el protagonismo a la acción de Dios; hacerse cristiano requiere tomarse su tiempo.
 
Partimos de una situación concreta: la catequesis de preparación a la Confirmación tal como funciona en la mayoría de las comunidades cristianas de nuestras Iglesias. Se trata, por lo general, de una catequesis realizada después de la Primera Comunión. En unos casos se sitúa la celebración del sacramento de la Confirmación hacia los dos años después de la Comunión. En otros, la preparación se hace hacia el final de la adolescencia o principio de la juventud, entre los 16-19 años, con una variedad amplia de matices según comunidades.
En todos los casos tenemos esta lógica: el sacramento de la Confirmación es el último de los sacramentos de la iniciación cristiana (IC) que se recibe. Los datos de observación nos llevan a decir que la preparación o catequesis de Confirmación está centrada en “repasar” los fundamentos de la vida cristiana previamente vistos[1]en el momento catequético sacramental de la Primera Comunión o en la formación religiosa escolar. Hay unas catequesis dedicadas específicamente al sentido y al significado de la celebración litúrgica. Nos cuesta estructurar la dimensión de “ejercicios de la vida cristiana”.
Hablar de IC y Confirmación es algo en lo que hay que profundizar. Se advierten en la actualidad algunos signos nuevos con respecto a, por ejemplo, cinco años antes: 1) ha disminuido el número de los que piden la preparación para el sacramento de la Confirmación; 2) cada vez más se entra en este tiempo de catequesis sacramental por decisión propia, no porque “tengo la edad de confirmarme”. Esto es más notorio en las comunidades en las que la Confirmación se hace a partir de los 16 años. No son raros los casos de jóvenes que, al final del tiempo de catequesis, deciden no confirmarse.
Nos encontrarnos con agentes de pastoral y catequesis que se sienten interrogados y hasta desorientados ante lo que está pasando con la catequesis de Confirmación. La pastoral juvenil, basada en la Confirmación en muchas comunidades cristianas, experimenta una fuerte sacudida en la actualidad. Hay parroquias que no tienen “pastoral de jóvenes” porque no saben cómo convocarlos y no tienen un elemento de convocatoria “atractiva” como antes era el sacramento de la Confirmación.
Por otra parte, hay que reconocer y aplaudir los esfuerzos e intentos por “hacer algo” de muchos catequistas y responsables de comunidad, pero sin saber muy bien qué ni cómo.
Algo está cambiando y nos obligará a revisar nuestra acción de transmisión de la fe. La mirada de muchos, en estos momentos, se dirige hacia repensar la IC.
La novedad de esta necesidad de repensar es que antes mirábamos hacia la IC teniendo delante una realidad numérica que ya no se da más. Esto cambia mucho las cosas y nos hace acercarnos a la IC con más hondura y ganas de aprender para el futuro.
 

  1. CONSTATACIONES

Sin pretensiones de ser exhaustivos, tenemos que comenzar señalando algunos indicadores de nuestra actual forma de realizar la catequesis o, con otras palabras, de nuestra manera de “engendrar nuevos cristianos” en estos momentos.

1.1. La iniciación: una preocupación que viene de lejos
La preocupación por la IC en la reflexión de la teología y de la catequesis en España no es nueva. Lo nuevo puede estar en la urgencia del momento presente de mayor secularización y en el malestar de la misma catequesis[2]. Enumeramos sólo dos centros que ponen de manifiesto esta preocupación por la IC.
 
1.1.1. El Magisterio de la Iglesia española.
En el excelente documento de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis La catequesis de la comunidad cristiana[3] ya se define lo propio de la catequesis como “iniciación global y sistemática en las diversas expresiones de la fe de la Iglesia” (n. 61) y propone como objetivo de la catequesis “asegurar la identidad del cristiano” (n. 152). Pasado el tiempo, la Conferencia Episcopal Española abordaría de manera más monográfica la IC en el documento La Iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones[4]. El propósito de los Obispos en este segundo documento es ofrecer un “servicio de ayuda y de orientación a las Iglesias particulares en su cometido propio de establecer un proyecto de iniciación cristiana bajo la autoridad del Obispo” (n. 6). Por IC se entiende en el documento “don de Dios que recibe la persona humana por la mediación de la Madre Iglesia. Sólo Dios puede hacer que el hombre renazca en Cristo por el agua y el Espíritu; sólo Él puede comunicar la vida eterna e injertar al hombre, como un sarmiento, a la Vid verdadera, para que el hombre, unido a Él, realice su vocación de hijo de Dios en el Hijo Jesucristo, en medio del mundo, como miembro vivo y activo de la Iglesia” (n. 9). El elementooriginal de la IC queda bien señalado con estas palabras: “La IC consiste en que Dios tiene la iniciativa y la primacía en la transformación interior de la persona y en su integración en la Iglesia, haciéndole partícipe de la muerte y resurrección de Cristo” (n. 6).
Inspirándose en este texto, tanto durante el tiempo de su elaboración como después de su publicación, losPlanes acción de la Subcomisión Episcopal de Catequesis acogen y reflejan de manera operativa esta preocupación por la IC. Así, en el Plan de acción de 1997-2000 encontramos este objetivo: Impulsar una catequesis al servicio de la iniciación cristiana[5]. En el Plan de acción de los años 2001-2004, se insiste: Proseguir los esfuerzos para la implantación de la catequesis de iniciación cristiana, como actividad básica de la pastoral catequética. Llevar a cabo esta implantación de modo adecuado a las diversas edades, y clarificar y coordinar los cometidos de las distintas instituciones y ámbitos que deben intervenir[6]. En el Plan de acción de los años 2007-2010 se especifica: Elaborar un Proyecto Marco de iniciación cristiana para la catequesis de iniciación cristiana de infancia y adolescencia[7].
Además, hay que señalar, en esta sensibilidad de la Iglesia española por la IC, el documento: Orientaciones pastorales para la iniciación cristiana de niños no bautizados en su infancia[8], aprobado en la LXXXIII Asamblea Plenaria del 26 de marzo de 2004[9].
 
1.1.2. El campo de la reflexión teológico pastoral
En lo que se refiere a la reflexión teológico pastoral tenemos que citar los trabajos de renombrados especialistas de nuestro universo cultural cercano. Elijo tres porque me parecen los más significativos por la repercusión de su magisterio universitario y por sus publicaciones.
 
* Es de justicia comenzar reconociendo la reflexión ofrecida por Casiano Floristán[10]. Desde un intento serio de entrar en el significado del Ritual de la iniciación cristiana de adultos (RICA)[11], el autor aporta una reflexión sobre el catecumenado primitivo. Además de la aportación personal, el libro es una “biblioteca” de cuanto hasta ese momento se había publicado especialmente en lengua francesa, italiana y alemana. Al hablar del catecumenado[12] estudia la IC y la describe como “el acceso a la experiencia del misterio de Cristo, mediante el paso de un estado (catecúmeno) a otro (fiel) a través de los sacramentos del bautismo, confirmación y eucaristía”[13]. Recogiendo la problemática del momento, se detiene en la “reiniciación cristiana” como una urgencia pastoral. “A causa de la generalización del bautismo de niños y de la desaparición de la pastoral catecumenal, una gran mayoría de los bautizados no han sido evangelizados o catequizados suficientemente por la familia, la parroquia o la escuela. Lo he dicho repetidas veces: en la Iglesia primitiva era bautizado el convertido; ahora tiene que convertirse el bautizado[14]”.
 
* Dionisio Borobio, a partir de su campo específico de la Teología sacramental, realizó un tratado sobre las cuestiones relativas a la IC en el libro La iniciación cristiana[15], también con una amplísima bibliografía.. A la pregunta, ¿Qué es la iniciación cristiana? responde: “Es aquel proceso por el que una persona es introducida al misterio de Cristo y a la vida de la Iglesia, a través de unas mediaciones sacramentales y extrasacramentales, que van acompañando el cambio de su actitud fundamental, de su ser y existir con los demás y en el mundo, de su nueva identidad como persona cristiana creyente[16]”.
 
* Finalmente, desde el campo específico de la catequesis, Emilio Alberich, en su tratado de catequética fundamental, que ha ido renovando sucesivamente[17], no se detiene en estudiar la IC, sino que, sirviéndose de las aportaciones de otros, centra la IC en lo que tiene de dimensión pedagógica. Así lo plantea en su obra: “La iniciación cristiana, en su sentido más profundo, consiste ante todo en la acción transformante de Dios mediante los sacramentos del bautismo, confirmación y eucaristía. ¿Es posible guiar desde fuera el dinamismo interior y secreto de la gracia en el corazón humano? ¿Es posible «iniciar», transmitir, «educar» la fe? Pero además, hablar de iniciación y educación, en catequesis, no parece reflejar la realidad concreta de una práctica que, a menudo, se reduce a enseñanza doctrinal, o a simple socialización cultural y religiosa[18]”.
 
1.2. Nuestra sociedad ya no es una sociedad de cristiandad
Como parte de Europa, las Iglesias particulares de España participamos del análisis de situación cultural y religiosa que el papa Juan Pablo II ofrecía en la exhortación apostólica La Iglesia en Europa[19] y que se resume en la expresión “una pérdida de la memoria y de la herencia cristinas”[20].
Por su parte, los Obispos españoles no han cesado de revisar la realidad de nuestro país. “Naciones tradicionalmente católicas como España sufren una particular erosión en las convicciones religiosas y éticas de una buena parte de su población, para la que el relativismo imperante y el mito del progreso materialista se sitúan como valores de primer orden y de máxima actualidad, relegando los valores religiosos como so fueran piezas de museo o realidades del pasado[21]” (n. 45). Más recientemente, la Conferencia Episcopal Española hacía un diagnóstico de la situación religiosa[22]. La nueva situación de la sociedad española se describe como una “oleada de laicismo”: “El otro factor que queremos resaltar, porque es decisivo para interpretar y valorar desde la fe las nuevas circunstancias, es el desarrollo alarmante del laicismo en nuestra sociedad. No se trata del reconocimiento de la justa autonomía del orden temporal, en sus instituciones y procesos, algo que es enteramente compatible con la fe cristiana y hasta directamente favorecido y exigido por ella. Se trata, más bien, de la voluntad de prescindir de Dios en la visión y la valoración del mundo, en la imagen que el hombre tiene de sí mismo, del origen y término de su existencia, de las normas y los objetivos de sus actividades personales y sociales”[23]. La consecuencia de todo esto es “la quiebra de todo un patrimonio espiritual y cultural, enraizado en la memoria y la adoración de Jesucristo y, por tanto, el abandono de valiosas instituciones y tradiciones nacidas y nutridas de esa cultura. Se diría que se pretende construir artificialmente una sociedad sin referencias religiosas, exclusivamente terrena, sin culto a Dios ni aspiración ninguna a la vida eterna, fundada únicamente en nuestros propios recursos y orientada casi exclusivamente hacia el mero goce de los bienes de la tierra”[24].
 
Por nuestra parte, manteniéndonos en el terreno de la constatación, observamos que vivimos en una sociedad que ya no podemos denominar como “sociedad de cristiandad”. Para precisar más el alcance de la afirmación queremos decir que “lo cristiano” es un elemento junto a otros elementos que conviven en la sociedad sin que uno sea hegemónico y guía del entenderse la sociedad a sí misma (diversas corrientes de pensamiento, de modos de entender a la persona, de criterios referenciales que sostienen la vida humana y la percepción de lo creado…)[25]. Reconocemos no pocos matices significativos en nuestra realidad religiosa, así conviven con lo no cristiano huellas de tradición cristiana[26] que envuelven a muchos hombres y mujeres que no se sienten cristianos o cuyo cristianismo podríamos definirlo como de “bautizados no iniciados o desconvertidos”[27]. También percibimos que hay tradiciones y manifestaciones cristianas que perduran en el alma de nuestro pueblo. Surgieron como manifestaciones de la fe, aunque en muchos casos hayan perdido su sentido originario y pueden correr el riesgo de convertirse en expresiones vacías del contenido cristiano que les dio origen. De todas formas están ahí y son un potencial no despreciable para una aproximación, al menos cultural, al hecho cristiano. En algunas de nuestras regiones es muy fuerte un sustrato de religiosidad popular que es un rescoldo que puede avivar la presencia del Evangelio a pesar de los envites de otras corrientes.
Este cambio de sociedad no lo valoramos como algo negativo. Preferimos aceptarlo como dato objetivo que se nos impone y situarnos ante él como creyentes que, partiendo de la resurrección del Señor, miran esperanzados hacia el futuro y buscan las formas mejores de vivir hoy el anuncio gozoso del Evangelio sabiendo que Él nos precede (Mc 16,7) y que hemos sido enviados a proclamar la buena noticia (Mc 16,15) sin más imperativos modales que el imperativo del anuncio.
 
1.3. Los datos que nacen en el mismo hacer catequético
Queremos reconocer los múltiples y variados esfuerzos que las Iglesias particulares y las comunidades cristianas locales están realizando para “reconvertir” el proceso de devenir cristiano y de incorporarse a la comunidad de los discípulos del Señor.
No siempre los esfuerzos realizados llegan al objetivo pretendido. Enumeramos algunos rasgos que nos inducen a plantear en profundidad el mismo hacer catequético:
 
1.3.1. El fracaso de muchos procesos de iniciación actuales
Estamos ante la constatación de que niños y jóvenes que siguen un proceso de iniciación para un sacramento, una vez recibido, se alejan de la Iglesia. El proceso de iniciación realizado no ha servido para integrarlos en la comunidad, sino “llegar a una meta”: recibir (conseguir) el sacramento, y abandonar la comunidad cristiana. De este modo, constatamos que con mucha frecuencia no se da un cambio de vida y mentalidad, es decir, no hay conversión, en los sujetos que han recorrido el proceso propuesto. Y la conversión es el primer paso para hablar de iniciación cristiana.
 
1.3.2. Ausencia de apoyos
En otra época, la acción catequética era apoyada por elementos externos a ella, pero fuertemente complementarios como la familia, la escuela y otros. Hoy, para algunos niños y jóvenes es posible que se mantengan estos pilares, pero la inmensa mayoría no cuentan ya con ellos. Es imprescindible proyectar un modelo de IC que tenga en cuenta la nueva situación de ausencia de apoyos.
 
1.3.3. Reduccionismo en la comprensión de la expresión “iniciación cristiana”
Tenemos que reconocer que el término IC es entendido de muchas maneras en las comunidades cristianas y en el ámbito de los catequistas.
Nos parece que existe un reduccionismo generalizado que consiste en centrar el contenido de la IC en el aprendizaje de los temas de catequesis y en la misma recepción del sacramento. Siendo elementos importantes de la IC no son toda la IC.
 
1.3.4. Una cosa es la reflexión, otra la práctica
Como observa Henri Derroitte: “Hemos tenido numerosas y buenas ideas sobre el futuro de la catequesis, pero decidme donde se han puesto por obra estas ideas sobre el futuro”[28]. Nos puede la respuesta inmediata a la respuesta programática. Nos puede la respuesta a lo que nos pide la gente “por tradición” que a lo que creemos que debe ser el futuro. Nos puede la inercia del pasado a la apertura hacia lo nuevo porque el cambio es muy fuerte, no menos fuerte el cambio que la misma sociedad está sufriendo. En resumen, las palabras de cambio que utilizamos en la reflexión no tienen aún confirmación en la praxis catequética. Lo que sí que parece que se nos avecina es un cambio que se impondrá por la fuerza de los hechos. Y siempre existirá la dialéctica entre la reflexión teórica y la realización práctica.
 

  1. QUÉ ENTENDEMOS POR INICIACIÓN

La primera aproximación que hacemos es entender el sentido amplio de iniciación.

2.1. El término “iniciación”: realidad antropológica
Antes que cristiano, el término “iniciación” es una realidad humana. La persona humana, desde su gestación, se inicia en la manera de ser persona, de estar en el mundo y de capacitarse para realizarse en toda originalidad. El ser humano se engendra en un seno o ambiente donde se le cuida y prepara para la vida. Adquirir existencia e identidad no se hace al margen de la madre y del padre, de la sociedad familiar y del entorno que nos rodea.
 
2.1.1. La iniciación es a la vez una acción y un efecto
Es acción en cuanto que en la persona se realiza o se ejerce un determinado influjo, o ella misma realiza unos hechos orientados a desarrollar la original entidad de la persona.
Es efecto porque estas acciones que recaen sobre la persona no son intranscendentes, sino que están llamadas a producir un cambio, una transformación o modificación en ella.
Quien se ejercita o entrena en una dimensión o aspecto personal acaba modificando su propia capacidad para, por ejemplo, jugar, para llevar adelante un trabajo, soportar el dolor, abrirse a la respuesta con el Dios que le solicita, etc. La familia y la sociedad “inician” a las jóvenes generaciones en el estilo de vida que ellas han creado y viven: unos valores, unas normas, unas expresiones, etc. Cuando un niño recibe un regalo, muchos padres suelen decirle: ¿Qué es lo que se dice? Es la forma de iniciarles en un estilo de comportamiento, en unos valores cívicos.
Este proceso de iniciación no se hace de golpe. Hay etapas. Al principio cuesta más el “entrenamiento” o las acciones que nos llevarán, después, a ser expertos alfareros o correctores de estilo en una editorial u honrados y cívicos ciudadanos. Las acciones no son pura mecánica repetitiva, sino que implican siempre un aprendizaje, y una modificación personal: haciendo aprendo y me transformo internamente. Se trata de acciones polivalentes: transforman el ser y enriquecen los conocimientos. No se llega a ser experto en la docencia sin un ejercicio. Por otra parte, se adquieren nuevos conocimientos en aquello en lo que nos ejercitamos. Lo sabe bien la empresa cuando, para aceptar una persona para un puesto de trabajo pone la condición de “con experiencia”.
 
2.1.2. La iniciación tiene comienzo y final con etapas diferencias
Hoy el término iniciación no se emplea mucho en el lenguaje corriente de la vida ordinaria, aunque todo grupo y sociedad se den un tiempo “iniciático” en el que la persona tiene que iniciarse, “hacerse a algo”, decimos, para entender la historia y principios del grupo y para saber “estar y moverse” en un ámbito concreto. Se utilizan otros términos: así hablamos de estar preparados, de máster, de cualificación profesional, de periodo de prácticas,de competencias, etc. Palabras muy en uso hoy como reciclaje o formación permanente tienen otras características que no corresponden a lo que nosotros aquí entendemos por iniciación.
Todos los itinerarios formativos iniciales de las sociedades y grupos pretenden preparar o modificar a la persona de manera “inicial” o “básica” para que, a partir de unos cimientos mínimos, se desarrollen todas las potencialidades. Lo inicial o formación inicial no es el final, pero sí es la plataforma referencial para la construcción de un futuro personal original.
Se puede decir que ha terminado el tiempo de la iniciación cuando el aspirante ha realizado los tiempos necesarios para adiestrarse en conocimientos y en ejercicios prácticos para ser autónomo en un determinado menester. Esto se suele verificar por pruebas o exámenes marcados por la sociedad y los grupos. En el momento final de la iniciación no quiere decir que la persona ya lo sepa ya todo, sino que posee en sus manos de aquellos elementos que le permitirán superar y soportar las dificultades normales con las que se encuentre.
La primera etapa posterior al tiempo de iniciación es delicada, y, de ordinario, exigirá una vinculación más estrecha con personas del grupo donde se ha incorporado que le ayuden a manejarse como autónomo. Podemos pensar en el currículo de un estudiante de medicina que sale de la Universidad y los años de prácticas que realiza en los hospitales. Adquirir la propia identidad e independencia necesita tiempo, acompañamiento y pequeños pasos.
 
2.1.3. Diferenciar la iniciación de la profundización
No se debe confundir los elementos de la iniciación que ponen los pilares básicos de algo con el tiempo de profundización o formación permanente, que suponen no sólo los cimientos básicos iniciales, sino que exigen una profundización en la experiencia diaria, un rodaje en una profesión, una progresiva síntesis de asimilación personal. La profundización o formación permanente lanza a ir más allá de donde estamos o a corregir facetas que impiden dar nuevos pasos. Es bueno diferenciar la etapa de iniciación de otras etapas posteriores. Siempre podemos aprender en la vida, pero no todo el aprendizaje tiene que ser encuadrado en la etapa inicial. Lo iniciático posibilita, orienta, y, en alguna manera, determina el resto del camino. En el mundo artesanal y universitario se palpa con claridad el influjo de los buenos artesanos y maestros que son capaces de despertar en el estudiante curiosidad, ganas, amor y entrega a la profesión. Una buena iniciación es de ordinario garantía de un futuro comprometido en aquello que uno fue iniciado. Los cursos de reciclaje y de formación permanente se basan, fundamentalmente en la experiencia adquirida, en la riqueza de saber acumulado para poder continuar avanzando.
 

  1. LA INICIACIÓN CRISTIANA

La IC participa del proceso de iniciación humana que acabamos de describir, pero no se reduce a él. Estamos llamados a repensar la IC en aquellos elementos esenciales que la Iglesia vivió y realizó en una sociedad sin referencias cristianas, para incorporar a la comunidad a los que se sentían llamados. No repensamos la IC para restaurar un ayer, sino para, desde la responsabilidad eclesial actual, ofrecer caminos a quienes son llamados a “renacer el agua y del Espíritu” (Jn 3,5) porque han sentido dentro de su corazón que el Padre les arrastra hacia la persona de su Hijo (Jn 6,44).
No abordamos la IC con la idea de sacar algunas conclusiones para alimentar un modelo de catequesis concreto[29] que consiste en un encuentro semanal de una hora durante unos años prefijados de antemano que termina con la recepción del sacramento de la Confirmación. Preferimos situarnos ante la IC de manera abierta, admitiendo que estamos en un mundo que ya no es cristiano y que la comunidad cristiana tiene la obligación de proponer procesos adecuados a la actual situación socio-religiosa para llegar a ser cristiano hoy.

3.1. Dios revelado en la historia y, sobre todo, en Jesucristo
El acontecimiento del cristianismo es un hecho de revelación: “Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (Ef 1,9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina (Ef 2,18)”[30]. Siendo un hecho revelado, la confesión en Dios no es conquista personal, sino don que la persona recibe. Toda reflexión como IC tiene que partir de este protagonismo de Dios.
Dios se revela saliendo al encuentro de la persona, metiéndose en su historia, interrogándole por su nombre: “¿Dónde estás? ¿Quién eres?” (Gén 3,9). Dios se acerca y hace de la historia humana una historia de presencia también divina: “Este plan de revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación de Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación”[31].
Adherirse a la fe y confesar al Dios y Padre de Jesús no es algo espontaneo ni es un trabajo puramente humano. La adhesión a Jesucristo es una respuesta personal a una iniciativa de Dios que se realiza en el seno de los discípulos que viven, confiesan y celebran al Señor resucitado. Esta confesión de fe de los que adoran al Dios vivo se traduce visiblemente en gestos, símbolos, comportamientos, invocaciones, fórmulas de fe que hay que entender y en las que hay que ser iniciado.
El proceso de asimilación del universo religioso en que se expresa la relación con el Dios revelado en Jesús es lo que la tradición eclesial ha denominado como IC.
Podemos denominar al proceso de la IC como “un don de Dios que recibe la persona humana por la mediación de la Madre Iglesia”[32]. Su originalidad consiste en que “Dios tiene la iniciativa y la primacía en la transformación interior de la persona y en su integración en la Iglesia, haciéndole partícipe de la muerte y resurrección de Cristo”[33]. Se llega a ser cristiano por la gracia de Dios. La IC nos lleva a ser familiares e interlocutores de un Dios que nos precede (Mc 16,7) y que toma la iniciativa (Jn 3,27).
 
3.2. La IC exige identidad nueva
El cambio de un modo de darse sentido la persona a otro revelado y cimentado en Cristo conlleva unanueva identidad del sujeto iniciado. El iniciado adquiere una nueva identidad en Cristo Jesús. Abandonar la historia personal articulada sobre unos principios y valores para insertarse en la historia de salvación iniciada por Dios y cuyo culmen es Jesús, el Cristo, es todo un proceso que la persona tiene que recorrer a su ritmo y con sus decisiones, con la ayuda de Dios y de la comunidad cristiana, hasta adquirir una nueva identidad.
En el evangelio de san Juan, esta transformación recibe el nombre de “nacer de nuevo” (Jn 3,3), “nacer del agua y del Espíritu” (Jn 3,5), “pasar de la muerte a la vida” (Jn 5,24). San Pablo lo describe como muerte:“Vosotros estabais muertos por vuestros pecados” (Col 2,13), “Vosotros consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6,13). Y los Hechos de los Apóstoles hablan de conversión: “Convertíos y que cada uno se bautice invocando el nombre de Jesucristo” (2,38).
Se apunta claramente en estos textos a una novedad radical, identidad nueva, que atañe a totalidad de la persona hasta poder hablar de vida nueva, vida eterna: “El que cree en mí tiene vida eterna” (Jn 6,40).
Un horizonte tan novedoso supera las fuerzas humanas. Andrea Fontana lo describe así: “Todo esto no depende sólo de la buena voluntad ni de la benevolencia de una comunidad que acoge; todo esto depende de la acción misteriosa del Dios de la vida anunciado por Jesús, que, de ordinario, de manera sorprendente lleva a término su proyecto de salvación a través de signos, experiencias y encuentros gratuitos”[34]. En el fondo no es nada más que una manera de reconocer las palabras del Señor: “Os tengo dicho que nadie puede acudir a mí si al Padre no se lo concede” (Jn 6,65).
 
3.3. Conformación de la IC en la Iglesia
En su historia, la Iglesia tuvo conciencia de que se nace a la fe por el protagonismo de Dios que tiene la iniciativa de llamar. Al mismo tiempo, la Iglesia, sabedora de que “existe para evangelizar” (EN 14), para “llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar la misma humanidad” (EN 18), fue ofreciendo cauces para que los llamados se iniciaran en la nueva vida a que estaban convocados. De esta manera se fue configurando un proceso de evangelización en el que la IC tenía, y tiene, un momento muy destacado y que culminaba con la recepción de los sacramentos del bautismo, confirmación y eucaristía[35].

3.3.1. La “provocación de Dios” o primer anuncio
Dios se sirve de muchas cosas para llamar y convocar, para suscitar las ganas y la curiosidad o inquietud por Él mismo[36]. A este momento de “provocación” de Dios en el interior de la persona, la tradición eclesial lo ha dado el nombre de primer anuncio. Consiste en esa “sospecha atendida” de que en nuestro íntimo adentro hay una voz interior que nos lanza a una búsqueda de Aquel que desde dentro nos busca y quiere entablar diálogo personal con nosotros. Es un “volver a uno mismo”, como dice san Agustín, para descubrir dentro la huella o soplo de Dios (Gén 1,7) que nos precede y que nos habita.
La “provocación” de Dios acaece por una acción de la Iglesia ya sea por el primer anuncio ya sea por el testimonio de los miembros de la comunidad o por iniciativa de Dios mismo como vemos en el pasaje de la samaritana (Jn 4) o en el relato de los discípulos de Emáus (Lc 24). La Iglesia, en todo tiempo, aprende de su Maestro y Señor, el estilo de provocación y de iniciación que el mismo Jesús llevó a cabo.
Nadie puede poner límites de tiempo a este momento. La Iglesia sí que ha desarrollado acciones de primer anuncio diversas y variadas para favorecer pedagógicamente el despertar religioso o el abrir los ojos a lo que a simple vista no vemos, pero está en nosotros mismos.
 
3.3.2. La iniciación en la nueva vida
Quien se decide a responder a Dios, a “convertir” su vida y volverse hacia Jesucristo, a buscar su rostro más detenidamente y a seguirle, emprende un segundo momento que consiste en “ser introducido en la vida de fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios” (AG 14). La Iglesia, en su sabiduría evangelizadora, fue dando forma orgánica a este proceso de introducción o iniciación en la vida evangélica por medio de la institución llamada catecumenado, señalando etapas y momentos rituales[37].
Los ritos en la iniciación siempre fueron de gran importancia porque señalaban de alguna manera que estaba “ocurriendo algo en la persona” que no le afectaba sólo a ella, sino implicaba también a la vida de la comunidad cristiana a la que se estaba iniciando.
El proceso de la iniciación nunca fue un proceso que se redujera a saberes sobre (aunque los incluya), sino que estaba centrado en el cambio de identidad de la persona, o en el nacimiento o engendramiento de una persona nueva según Jesucristo. La acentuación de esta dimensión esencial de la IC tiene muchas consecuencias prácticas: el ritmo original de cada persona, la libertad para responder a Dios, la ayuda de la comunidad, el ejemplo de los creyentes y la participación en la vida comunitaria, etc. De ahí que sea extremadamente difícil señalar tiempos estándar para todos los que se inician. Podemos hablar de “indicadores” de tiempo de duración de las distintas fases de acuerdo con los datos generales de una estadística práctica, pero nada más. Por encima de todo está el respeto de la historia de cada persona y de sus condicionantes para “morir al hombre” (Ef 4,22).
 
3.3.3. La compañía y presencia de la comunidad
Si bien es verdad que el protagonismo de Dios en la IC es esencial, también lo es que, de ordinario, la acción de Dios se realiza por la mediación de la comunidad cristiana, “rozándose” con otros creyentes. Se nos “contagia” la forma de creer viendo y viviendo con creyentes, y personalizando lo que vemos. A este hecho se le suele denominar con expresiones maternales. “Con solicitud maternal les hace partícipes de su propia experiencia de fe y les incorpora a su seno”[38], apunta del Directorio de 1997. Los Obispos Españoles nos dicen: “El signo de la función maternal de la Iglesia es precisamente la pila bautismal, la cual es obligatoria en toda parroquia”[39]. Los Obispos franceses, después de enumerar diversas facetas de la vida de la comunidad (alimentarse de la palabra, conducir itinerarios de fe, dinamismo de vida sacramental, proporcionar ocasiones de compartir preguntas, etc.) concluye diciendo que estas facetas diferentes de la vida eclesial “forman como un ambiente nutritivo en el que arraiga la experiencia de fe”[40]. Con otra expresión bella, estos mismos Obispos afirman que “la existencia de un ‘baño eclesial’ es particularmente determinante en un contexto en el que todo lleva a vivir una relación individualista con Cristo”[41].
 
3.3.4. La IC abre a la persona al corazón del misterio de Jesucristo
Algunas de las grandes compañías hoy que nos venden los programas informáticos, nos inician en el manejo del programa concreto pero reservan con gran secreto la fórmula de fondo, lo que llaman el código-fuente, para que el cliente disponga de la receta, pero sin que pueda acceder “al misterio” de su fórmula. La IC es todo lo contrario: aproxima, entreabre, y desvela los secretos de la vida cristiana a los que se inician para que éstos puedan caminar y adentrarse personalmente y comunitariamente el misterio revelado en Cristo Jesús. En nuestra sociedad, hay que iniciar de modo que el iniciado tenga los recursos y vivencias que le posibiliten buscar por sí mismo las fuentes de la vida cristiana. Es decir, ayudarle a que adquiera en la etapa de iniciación una fe personalizada: que sepa rezar, celebrar y dialogar de tú a tú con el Dios de Jesús guiado por la fuerza del Espíritu, que sepa profundizar los contenidos esenciales de la fe, que sepa comprometerse en la caridad y acción social, que sepa percibir las señales de Reino en el entramado de la historia humana y personal… No queremos decir que sea un cristiano individualista, pero sí con una fe personalizada e interiorizada.

  1. ORIENTACIONES PARA LA CATEQUESIS DE CONFIRMACIÓN

Poner en el corazón de la reflexión sobre la catequesis la identidad de la IC no es un trabajo sólo pedagógico, sino que implica una mentalidad de sentirse y entenderse como Iglesia que tiene la responsabilidad de actualizar constantemente su dimensión de envío o dimensión misionera: “Id a hacer discípulos ente todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles a cumplir cuanto os he mandado” (Mt 28,19-20).
 
4.1. Reconoced el momento en que vivís (Rom 13,11)
El Apóstol instaba a los cristianos de su tiempo, en otro contexto, a tener en cuenta el tiempo presente. Nos parece que podemos apropiarnos el imperativo del Apóstol para revitalizar nuestro sentido misionero de Iglesia portadora del Evangelio en unas coordenadas histórico culturales propias. Nuestro tiempo es el que es. En este tiempo y en esta geografía, con estos hombres y mujeres de hoy y con la realidad de la sociedad en que vivimos, que ya no es de cristiandad, los cristianos debemos afrontar el reto de la transmisión el Evangelio recibido. El modo de afrontar los retos de engendrar nuevos miembros para la comunidad es volver a la IC.
 
4.2. Protagonismo de la acción de Dios
De manera ordinaria, esta intervención y protagonismo de Dios se realiza a través de mediaciones que la comunidad cristiana pone en práctica. Todo lo que acontece durante el tiempo de la IC es obra de Dios: la decisión de la persona de “volver su vida hacia Dios”, la comunidad que acoge y acompaña eta decisión, la participación en la vida de la comunidad, la profundización y apropiación del Evangelio, el ejemplo dado por los creyentes que “han visto y oído” las maravillas de Dios y han configurado su vida según Dios, los ejercicios personales que le llevan a vivir de manera nueva, el descubrimiento de la vida y misterio de la Iglesia, etc.
 
4.3. Hacerse cristiano requiere tomarse su tiempo
Cuando hablamos de proceso nos referimos a la categoría tiempo: es decir, el tiempo que la persona emplea para adquirir una nueva identidad por medio de la IC. Todo nacimiento de una vida nueva “se toma su tiempo”, tiene etapas de crecimiento, de maduración. El “engendramiento” de creyente también se efectúa en unproceso en el que en el que son diferenciables etapas.
“La originalidad esencial de la IC consiste en que Dios tiene la iniciativa y la primacía en la transformación interior de la persona y en su integración en la Iglesia, haciéndole partícipe de la muerte y resurrección de Cristo”[42]. Es en esta etapa en la que se “estructura la conversión a Jesucristo” (DGC 63) donde se sitúa la catequesis aportando “una fundamentación a esa primera adhesión” (DGC 63), vinculada estrechamente a los sacramentos de la iniciación, especialmente al bautismo (DGC 65).
La aportación específica de la catequesis a la etapa de la IC es la “formación orgánica y sistemática de la fe” (DGC 67), que es mucho más que una escueta enseñanza. La formación orgánica “es más que una enseñanza: es un aprendizaje de toda la vida cristiana, una «iniciación cristiana integral», que propicia un auténtico seguimiento de Jesucristo, centrado en su persona. Se trata, en efecto, de educar en el conocimiento y en la vida de fe, de forma que el hombre entero, en sus experiencias más profundas, se vea fundado en la Palabra de Dios. Se ayudará así al discípulo de Jesucristo a transformar el hombre viejo, a asumir su compromisos bautismales y a profesar la fe desde el corazón” (DGC 67).
Lo que se desprende de una catequesis entendida como un elemento de la IC es:

  • La iniciación en la fe no se reduce al “saber sobre la fe” ni a un código de comportamientos derivados de la fe; pero no los excluye, sino que los integra en un conjunto más amplio.
  • La catequesis se reflexiona y modela, principalmente, desde la comprensión de la IC. Otras ciencias pueden aportar elementos, pero siempre en un segundo momento.
  • La transformación interior de la persona por la adhesión a Jesucristo, y la incorporación en la Iglesia exigen que la catequesis se engrane con diversos aspectos de la evolución de la persona como: el dinamismo de maduración y la toma de decisiones, la ejercitación en la vida que se desprende de la novedad del Reino, la participación en la estructuración y actividades de la comunidad, la escucha y celebración de la Palabra de Dios ya sea en la celebración sacramental o en la oración o en otro tipo de acercamiento a la Palabra, la escucha de la persona de sus propios interrogantes, la apertura al diálogo con Dios, la organización de una mentalidad conforme al Evangelio, la comprensión básica de las formulaciones de la fe, de la celebración cristiana, de la forma de vivir el Evangelio, etc.
  • La catequesis como orgánica y sistemática puede tener diversos puntos de arranque. Estamos más acostumbrados a una organización y sistematización de la catequesis muy dependiente de la psicología evolutiva o de los procesos de aprendizaje propios de la escuela. Pero no se agotan aquí las posibilidades de organización y sistematización. Desde la centralidad de la IC, el mejor punto de arranque de la catequesis sistemática es la realidad de la persona (sus preguntas, su cultura religiosa, su progresivo caminar en el seguimiento de Jesucristo, los motivos de su decisión por el Señor…).

 
Reconocemos la dificultad que este punto de partida entraña, pues se necesitaría contar con unos catequistas capaces de construir un plan realista de catequesis[43]. El año litúrgico, en sus diversos ciclos, es otra referencia para organizar y sistematizar. El catecismo, el credo, los mandamientos, los sacramentos… pueden ser otros caminos para comenzar a organizar y sistematizar los contenidos de la fe, que tendrán siempre al Catecismo de la Iglesia Católica como fuente en la que apoyarse y beber.
 
 
[1] Esto lleva a algunos jóvenes a decir que “no vale la pena”, “siempre es lo mismo”, “no aprendemos nada nuevo”. Palabras textuales de adolescentes de 17 años que están en grupos de Confirmación, pero que han decidido, a pesar de todo, no confirmarse porque no ven sentido al sacramento.
[2] Álvaro GINEL, Repensar la catequesis, Editorial CCS, Madrid 2009, pp. 21-44.
[3] La catequesis de la comunidad cristiana. Orientaciones pastorales para la catequesis en España, hoy, Edice, Madrid 1083.
[4] Edice, Madrid 1999. Un comentario monográfico al documento apareció en la revista “Teología y Catequesis” 72(1999).
[5] http://www.conferenciaepiscopal.es/ensenanza/catequesis/publicaciones/PlanAccion/1997-2000.pdf
[6] http://www.conferenciaepiscopal.es/ensenanza/catequesis/publicaciones/PlanAccion/2001-2004.pdf
[7] http://www.conferenciaepiscopal.es/ensenanza/catequesis/publicaciones/PlanAccion/2007-2010.pdf
[8] http://www.conferenciaepiscopal.es/documentos/Conferencia/IniciacionNoBautizados.htm
[9] Otras Iglesias particulares, como la francesa, desde otros planteamientos o contextos socio-religiosos acentúan la importancia de la IC. Cfr. CONFERENCIA DE LOS OBISPOS DE FRANCIA, Texto nacional para la orientación de la catequesis en Francia y Principio de Organización,Editorial CCS, Madrid 2008. En este documento, el capítulo segundo se titula El misterio de la Pascua en el corazón de la iniciación. El capítulo tercero, quizás el más programático, lleva como título: Los puntos de apoyo de una pedagogía de iniciación en catequesis.
[10] Casiano FLORISTÁN, Para comprender el catecumenado, Verbo Divino, Estella (Navarra) 1989.
[11] Ordo Initiationis Christianae Adultorum, Editio Typica, Ciudad del Vaticano 1972. Traducción castellana: Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos, Coeditores litúrgicos, Madrid 1976.
[12] Ya en la introducción el autor denuncia que en España se llamaba, por aquel entonces (¿y ahora también?), catecumenado a experiencias pastorales muy diversas. Se aplicaba una terminología de la historia eclesial sin entrar de verdad en el contenido originario que había detrás.
[13] Casiano FLORISTÁN, o. c., p. 20.
[14] Idem, o. c., p. 27.
[15] Dionisio BOROBIO, La iniciación cristiana. Bautismo. Educación familiar. Primera Eucaristía. Catecumenado. Confirmación. Comunidad cristiana, Ediciones Sígueme, Salamanca 1996. En este libro recoge todo su pensamiento y publicaciones anteriores.
[16] Idem, o. c., p. 33.
[17] Citamos la última versión únicamente, Emilio ALBERICH, Catequesis evangelizadora. Manual de catequética fundamental, Editorial CCS, Madrid 2009.
[18] Idem, o. c., p. XX (ver libro cuando salga, cap. 5).
[19] Ecclesia in Europa, 28 de junio de 2003.
[20] Ecclesia in Europa, n. 7-8.
[21] CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Proclamar el año de gracia del Señor. Plan de acción pastoral de la Conferencia Episcopal Española para el cuatrienio 1997-2000, Edice, Madrid 1997.
[22] Orientaciones morales ante la situación actual en España. Instrucción pastoral. LXXXVIII Asamblea Plenaria. 23 de noviembre de 2006.
http://www.conferenciaepiscopal.es/documentos/Conferencia/OrientacionesSituacionActual.htm
[23] Ibidem, n. 9.
[24] Ibidem, n. 13.
[25] Remitimos al análisis que recoge AECA (Asociación Española de Catequetas), Hacia un nuevo paradigma de la iniciación cristiana hoy, PPC, Madrid 2008, especialmente las pp. 11-25. Existen otros análisis en contextos geográficos cercanos que son coincidentes. Cfr. “Sinite”, volumen L, 150(2009).
[26] Enzo BIEMMI, La catechesi in Europa, en “Catechesi”, septiembre-octubre 2009-2010/1, pp. 3-15.
[27] Casiano FLORISTÁN, o. c., p. 27.
[28] Henri DERROITTE, Reinventar la catequesis en un mundo en movimiento, en “Sinite”, vol. L, 150(2009)67-91, cita presente, p. 68.
[29] Cfr. Andrea FONTANA, “Iniziare”: che significa, in realtà?, en “Catechesi” 78(2008-2009)5, pp. 27-41.
[30] DV 2.
[31] DV 2.
[32] La Iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, n. 9.
[33] Ibidem, n. 9.
[34] Andrea FONTANA, art. c., p. 33.
[35] El DGC describe muy bien este proceso de evangelización, nn. 36-49.
[36] San Agustín lo describe de manera maravillosa cuando en sus Confesiones nos dice: “Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mis ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta”. Liturgia de las Horas, vol. 4, día 28 de agosto.
[37] No queremos entrar en la descripción del catecumenado eclesial. Remitimos al RICA que recoge la tradición mejor de la Iglesia y la actualiza para nuestro hoy.
[38] DGC 254.
[39] La Iniciación critiana, n. 33.
[40] Texto nacional, o.c. p. 31.
[41] Ibidem, p. 32.
[42] La iniciación cristiana, n. 9.
[43] Recordemos que el DGC propone en la formación pedagógica de los catequistas esta perspectiva cuando dice: “La formación tratará de que madure en el catequista la capacidad educativa, que implica: la facultad de atención a las personas, la habilidad para interpretar y responder a la demanda educativa, la iniciativa de activar procesos de aprendizaje y el arte de conducir a un grupo humano hacia la madurez. Como en todo arte, lo más importante es que el catequista adquiera su estilo propio de dar catequesis, acomodando su propia personalidad a los principios generales de la pedagogía catequética” (n. 244). “Más en concreto: el catequista, particularmente el dedicado de modo más pleno a la catequesis, habrá de capacitarse para saber programar –en el grupo de catequistas- la acción educativa, ponderando las circunstancias, elaborando un plan realista y, después, de realizarlo, evaluándolo críticamente…” (n. 245).