“¡Qué rabia los que no cesan de hablar de los sacrificios que cuesta ser cristiano!
¿Es que puede ser un “sacrificio” amar a Alguien?
Ya, ya sé que con frecuencia hay que tomar la cruz,
pero si la cruz no llega a resultarnos fuente de felicidad,
¿cómo podemos decir que la creemos redentora?” (J. L. Martín Descalzo)
Desconocemos el nombre del protagonista de esta historia.
Tampoco sabemos qué tipo de cruz lleva sobre sus hombros.
De la misma forma ignoramos los días, meses o años que lleva soportando esa pesada carga…
No obstante, si tienes el tiempo suficiente para llegar hasta la última línea de este relato, desvelarás el misterio… ¡Tú decides!
Nuestro protagonista era un hombre que llevaba una vida normal, con sus alegrías y tristezas, con sus sueños y fracasos… Un día, y aquí comienza la historia de verdad, una pesada cruz se coló por sorpresa en su vida. Al principio se reveló, a continuación se autocompadeció y finalmente…
Finalmente, cuando cesó en recrearse en “su propio martirio”, Dios le visitó (pues es en la cruz donde el rostro de Dios se hace más visible; su misericordia, más cercana).
Primero, a través de un amigo aquejado de una grave enfermedad; más tarde, a través de un compañero de trabajo al que todos, debido a sus supuestos enchufes e influencias, despreciaban…
También se sirvió de una anciana que vivía sola dos pisos más arriba que él y que la comunidad de vecinos, como auténticos “virtuosos del balón,” regateaban para no tener que soportar sus batallitas y peroratas.
Finalmente, el Señor se hizo presente en una familia de emigrantes que pululaban de un sitio para otro en busca de una mano amiga…
Nuestro protagonista, que, a la vista de todos, ya tenía bastante con su cruz, se echó a los hombros y al corazón la cruz de la enfermedad de su amigo, visitándole en sus ratos de ocio; también la cruz del desprecio de su compañero de trabajo, compartiendo con él la hora del almuerzo; igualmente cargó con la cruz de la soledad de su vecina anciana abriéndola, sin mirar la hora, las puertas de su hogar; e hizo lo mismo con la cruz de la indiferencia de la familia de emigrantes, ofreciéndoles en todo momento compañía y amistad…
Fue así como en un periodo breve de tiempo la cruz de nuestro amigo se hizo más pequeña, su peso mucho más llevadero, incluso, si hoy alguien le pregunta por su cruz, seguramente pase de pregunta, pues en sus hombros y en su corazón porta la cruz de los amigos de Jesús: la cruz de sus hermanos, de tus hermanos, más necesitados…
Ahora sí, ha llegado ya el momento de desvelar tanto misterio…
- ¿Su nombre? No mires a tu alrededor; el protagonista de esta historia vas a ser, a partir de este momento, tú mismo.
- ¿El tipo de cruz? Las cargas, los problemas o los fracasos que, actualmente, afligen tu vida.
- ¿El tiempo que vas a tener que soportarla? Si eres capaz de cargar, durante esta Cuaresma, con la cruz de tus hermanos más débiles, comprobarás cómo llegas a la Pascua con los hombros doloridos, mas con el corazón radiante, feliz, resucitado…
J. M. de Palazuelo