LA CRUZ HABITADA

1 noviembre 2010

Alberto López Escuer
Salesiano Cooperador
Voluntario de la Pastoral Penitenciaria
Pamplona
 
La Cruz de la JMJ en la cárcel de Pamplona
El pasado día 5 de septiembre visitó el centro Penitenciario de Pamplona la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud, junto con el  icono de la Virgen María. Una Cruz regalada por el Papa Juan Pablo II  a los jóvenes en el año 1984. Ha recorrido el mundo entero estando presente en cada una de las Jornadas Mundiales de la Juventud, y el próximo año  la cita es en Madrid. Por eso la cruz está recorriendo todas las diócesis de España.
La visita que hizo a la  cárcel de Pamplona estuvo cargada de momentos de intensa emoción y profunda oración. Una visita que será difícil que los reclusos del centro penitenciario de Pamplona puedan olvidar.
En los días precedentes había estado en diversos puntos de la diócesis. Ese domingo hacia una parada muy especial. Si en los sitios que visitó era esperada, en la cárcel de Pamplona lo era más. Era un acontecimiento especial y se había preparado con mucho mimo por parte de los voluntarios de la Pastoral penitenciaria y de los propios reclusos. Ellos prepararon la eucaristía; eso se notó mucho pues estuvieron muy activos durante la misma. Leyeron las lecturas, la oración universal…Una preparación previa que les introdujo en el misterio de la eucaristía en una jornada que iba a estar cargada de signos y de vida en un lugar donde el sufrimiento está muy patente en la vida cotidiana.
 
 Una cita importante
Fue una jornada especial. Una de las galerías del centro acogió la eucaristía, momentos antes se palpaba en el ambiente que era cita importante para los presidiarios.
Los chabolos (es así como los reclusos  llaman a las celdas) presentaban una actividad inusual. Todo el mundo quería presentarse de la mejor manera ante la Cruz. Se veía una actividad frenética. Los reclusos se acercaban a preguntar detalles sobre la Cruz. Era para ellos un acontecimiento extraordinario, se sentían importantes ante tal visita, todos querían pasar un rato junto a la Cruz y si era posible transportarla y también el Icono de la Virgen.
Alguno se acercó y me dijo “yo le rezo todas las noches a la Virgen pues sé que me escucha y eso me tranquiliza”. El que me lo decía fue uno de los que más participó en la preparación de la eucaristía. Cada uno aportó su grano de arena para que ese día fuera especial, y la verdad que lo consiguieron.
 
Momentos significativos
Hubo momentos muy significativos. Cuando la Cruz entró en la cárcel las puertas se iban abriendo y el silencio se hacía alrededor. La Cruz era llevada por los reclusos. No solo transportaban la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud, sino también portaban las suyas personales y la que, con sus hechos, habían producido a los demás. Era impresionante ver como la portaban, con que unción y silencio. Jesús tenía muchos cirineos que le ayudaban a transportar su cruz; aunque él cargaba con la de todos, y ellos eran conscientes de ello.
 
Eucaristía presidida por el Obispo
La eucaristía fue presidida por Don Francisco Pérez, arzobispo de la diócesis de Pamplona. Tuvimos la suerte también de contar con la hermana Glenda, que aportó su preciosa voz  y sus cantos a la celebración.
La comunidad allí reunida vivió profundamente la celebración. Se notaban muchas ganas de estar junto al Señor. Una eucaristía que acogió a personas de diferentes nacionalidades. Era una torre de Babel: pero aunque se hablaran lenguas diferentes todos nos entendíamos, pues el lenguaje era claro, era el del amor a Dios y el amor a las personas.
El Evangelio decía que el que quisiera seguir a Jesús cargara con su cruz y lo siguiera. Una lectura muy oportuna para lo que se estaba celebrando, cada uno tenia su cruz y la llevaba en su interior.
La Cruz presidió en todo momento la celebración. Uno al mirar veía el monte Calvario, pues era sostenida a su derecha y a su izquierda por dos reclusos. Era una visión de aquel día en el que Jesús fue crucificado. No quisieron ser relevados en ningún instante. Aferraban la Cruz y en momentos se les veía llorar. Pero se mantuvieron firmes en no querer ser relevados. Es seguro que necesitaban hacer ese gesto. Era momento de dejarles hacerlo, pues soportaban unas cruces en sus vidas muy pesadas.
 
Unir nuestras cruces a la Cruz del Señor
En el momento de las ofrendas lo reclusos hicieron un gesto lleno de significación. Cada uno se acercó a la Cruz y pegó un papel escrito con lo que ellos consideraban que eran sus cruces, adhiriéndolas a la Cruz. En aquellos papeles había mucho sufrimiento, tanto suyo como el que habían infringido a los demás. Uno a un fueron pasando y antes de acercarse a la Cruz el Arzobispo les abrazaba como un padre acogedor y escuchaba lo que ellos le decían, era como en la parábola del Hijo prodigo. A Don Francisco se le veía emocionado en ese momento y tenia la palabra adecuada para cada recluso. Era un padre acogedor. Los que allí estábamos nos pareció un momento lleno de profundidad, que  a buen seguro quedará guardado en el corazón de los que lo vivimos, y que ni el viento ni la lluvia lo podrá borrar.
El lenguaje del corazón se abrió paso en cada una de las intervenciones. Un corazón, en muchos casos, herido y lleno de sufrimiento, que encontraban consuelo en Jesús de Nazaret, y que como alguno de ellos dijo la oración era su sustento entre tanta amargura. Una oración impregnada de vida de una vida curtida a golpes y que les había llevado por caminos dificultosos y poco recomendables. Estaban ahí asumiendo su realidad y orando a Dios algunos a su manera pero, al fin y al cabo, orando. Dios todo lo escucha.
La Cruz se habitó de Cristo y también de las amarguras y silencios de cada uno de los reclusos. Dios había llamado a sus puertas y ellos le habían respondido. Habían abierto el corazón a Dios y en sus rostros se notaba.
El silencio se convirtió en oración. Un silencio que era comunicación con el Señor. La vida era puesta en manos de Dios con toda sinceridad. Jesús salía al encuentro de cada uno ayudándole a cargar su cruz y compartir su calvario que en algunos era muy duro. Fue una celebración vivida en clave de amor.
La Cruz, como vino, se fue transportada por los reclusos. Y las puertas se volvieron a abrir para que saliera, pero en el corazón de los reclusos quedó la certeza de que Jesús les ama y que el Padre les acoge. No faltaron manos que querían tocar la Cruz.
Los voluntarios que acompañaban a la Cruz de la JMJ por toda la diócesis salieron impresionados de lo que vivieron en la cárcel.
 
Pastoral penitenciaria
Formar parte de la pastoral penitenciaria de mi diócesis es un regalo que Dios me ha hecho y lo acojo como tal.
No diré que es fácil, ni mucho menos. En el tiempo que llevo colaborando como Voluntario he visto en muchas ocasiones el rostro sufriente de Cristo. Son situaciones muy difíciles. Algunos de los reclusos son olvidados hasta por sus familias, y la amargura y la desesperanza se instala en ellos. Vivencias lacerantes las que escuchas, pues una de nuestras labores es escuchar y acoger nunca juzgar. Vienen a nosotros con el corazón roto y conscientes de que en su vida ha habido errores que los han llevado a esa situación. El tiempo, entre esos muros, corre de distinta manera que en la calle…  es más lento y eso se nota mucho.
Cada fin de semana en los tres módulos (mujeres, hombres y jóvenes) resuena la Palabra de Dios. Son momentos de verdadera hondura, donde los reclusos y reclusas hablan de lo que les dice las lecturas. Son celebraciones de corazones rasgados. De vidas rotas que buscan una segunda oportunidad y en algunos casos una tercera
La Pastoral penitenciaria es una experiencia que me ha cambiado la vida, muchos esquemas preconcebidos se han caído.
Celebraciones como las vividas ese domingo en la cárcel de Pamplona hace que la fe se robustezca. Personas que están en una situación difícil son capaces de sacar lo mejor de sí mismos para que la eucaristía sea un momento más especial si cabe.
 

Alberto López Escuer