LA CUESTIÓN VOCACIONAL EN LAS DISTINTAS ETAPAS DE LA EDUCACIÓN EN LA FE

1 octubre 1998

[vc_row][vc_column][vc_column_text]NO se nos escapa a nadie la com­plejidad y amplitud del tema sobre el que debemos trabajar: ¿Cómo suscitar la cuestión vocacional? La cuestión vocacional en las distintas etapas de crecimiento y ma­duración en la fe.
Antes de nada, confieso que cuanto si­gue forma parte de los balbuceos con los que todos nos expresamos en esto de la «cuestión vocacional».
Aquí, por los demás, no se trata de presentar una ponencia, sino de señalar algunas pinceladas de por dónde creo que podemos empezar nuestra reflexión y, al mismo tiempo, proponeros un ma­terial inicial, susceptible de ser totalmen­te cambiado, ampliado o triturado en los trabajos en grupos.
 

El itinerario: aceptación gradual de la fe y la vocación

 
MÁS que tratar de responder a la pregunta ¿cómo suscitar la cuestión voca­cional?, intentaré ver y demostrar cómo es posible que la cuestión vocacional es­té presente en todas las etapas de la edu­cación en la fe, la catequesis, el tiempo li­bre y, en general, en toda actividad pas­toral de infancia y juventud.
Una respuesta que tenga validez para cuanto queremos reflexionar (todo el abanico de la educación en la fe desde la infancia hasta la juventud), que respete y tenga en cuenta las situaciones de la pro­pia vida, el ritmo de crecimiento, las ne­cesidades del desarrollo, la fuerza de la propuesta vocacional y de la responsabi­lidad personal, la maduración en y de los valores esenciales para la vida cristiana, el encuentro vital y solidario…, tiene un nombre: itinerario educativo.
Con todo, y hay que decirlo desde el principio, tampoco el itinerario es la pa­nacea pastoral, pero no puede faltar; del mismo modo que es impensable un mo­delo de itinerario igualmente aplicable a toda situación social y humana. Cual­quier itinerario, por lo tanto, debe ser siempre asumido -y adaptado- por los evangelizadores y en función de los des­tinatarios.
En las «Orientaciones Pastorales» de la Conferencia Episcopal Italiana para 1990, se lee: «La propuesta de los conte­nidos de la fe como un camino que llega a una meta en etapas progresivas, con el uso de los instrumentos adecuados, con atención a las diversas situaciones, de forma que se suscite la total adhesión de toda la persona, es exigencia intrínseca de la misma fe».
Los itinerarios, entre sus primeras exi­gencias esenciales, han de ser diferencia­dos según la edad y las situaciones exis­tenciales o servir como referencia para cada una de las edades, respetando la gradualidad y el proceso personal.
Los itinerarios de educación en la fe, por otro lado, no han de ser sólo un pro­grama exclusivo de formación del cris­tiano; sino, antes de nada, deben ser un programa de formación humana. Por lo demás, deben ser intrínsecamente, a la par que sutilmente, caminos para el des­cubrimiento de lo que Dios quiere de ca­da uno, es decir, para encontrarse con la propia vocación como persona cristiana. Por eso el itinerario de educación en la fe, o ayuda a los destinatarios a «ser más persona» y a descubrirse como tal en el encuentro con el Dios-Amor y Padre… o no es itinerario de fe.
Cómo diseñar los itinerarios
ME limito tan sólo a dar algunas pistas que no deben faltar en este com­plejo ejercicio.

  • Experiencia cotidiana

A la base está siempre la experiencia co­tidiana: el descubrimiento en cada acto, en cada gesto, en cada elemento de la crea­ción, en los demás… del amor de Dios y del valor de su encarnación en Jesucristo, su Hijo. Todas las dimensiones que vive el joven deben integrase en esta realidad: familia, trabajo, estudio, pandilla, senti­mientos propios, parroquia, pareja, op­ción vocacional, etc. Todas ellas ilumina­das por la presencia paternal del Dios que Jesús nos revela, dentro de los ámbi­tos social y personal, en las buenas expe­riencias de la vida y en las no tan bue­nas; es más, no sólo desde lo presente si­no teniendo en cuenta el pasado para construir el futuro. Lo cotidiano que hay que evangelizar es todo lo que compone la vida humana.
 

  • Persona ycomunidad

El reconocimiento de la propia origi­nalidad y personalidad ante Dios, ante los demás y en mi interior. Eso da segu­ridad de poder ser irrepetiblemente amado e irrepetible y originalmente lla­mado. Pero, la individualidad a cons­truir no eclipsa el aspecto comunitario. En el itinerario que pretende construir un yo integral no puede faltar el tú y el nosotros. La responsabilidad personal debe volcarse hacia la responsabilidad social y universal. El bien común preva­lece sobre el bien personal. La graduali­dad y el proyecto que debe respetar todo itinerario han de tener en cuenta esta progresión del yo al nosotros. De mi fe a una fe vivida en común, en comunidad, en Iglesia, que también está creciendo gradualmente, llamada a la santidad, y en la que yo me comprometo.

  • Responsabilidad y compromiso

Las decisiones, la toma de posturas, el compromiso como pasos de la individua­lidad a la globalidad han de estar muy bien marcados. Muchas veces las comu­nidades locales y movimientos tardan en dar el paso a un compromiso de glo­balidad mayor que supera nuestras de­marcaciones, llámense diócesis, congre­gaciones o institutos seculares. Hacemos y ayudamos a crecer con la poda de lo que no dará buen fruto y, no pocas ve­ces, terminamos podando la rama prin­cipal porque miraba al corral del vecino. Quizá debamos integrar al joven en el corral del vecino, que puede ser tan bue­no como el nuestro.
 

  • Apertura al Espíritu

Finalmente, es necesario dejar actuar al Espíritu, lección en la que estamos de­masiado cateados casi todos los agentes de pastoral. La Iglesia debe ser denuncia y respuesta a los signos inhumanos de la sociedad. Los jóvenes, creyentes y debi­damente imbuidos del Espíritu evangé­lico han de ser fermento social desde las diversas llamadas que el Espíritu les ha­ga. Situarnos en esta clave es vivir la es­piritualidad evangélica en medio del mundo para llevarlo por los caminos del Espíritu.
En concreto y para construir un itine­rario, al menos, hay que tener en cuenta algunos puntos relevantes. Sin preten­der agotarlos, y mirando sobre todo a lo que es necesario para mantener presente la cuestión vocacional, subrayo los si­guientes:

  • La atención a la edad y al grupo, en etapas progresivas, tanto en la com­prensión y aceptación de la fe como en el compromiso que nos exige.
  • La dinámica de la vida en Cristo, con un proceso de conocimiento y asun­ción no sólo de su mensaje, sino de su ser: encarnación, encuentro con el Se­ñor de la vida, pertenencia a la Iglesia como lugar de seguimiento del Señor y el compromiso por los demás como consecuencia de este encuentro.

 
Método que integra los conocimientos, la afectividad y actividad pastoral y la experiencia de Dios, de sí y del mundo, logrando una relación entre todo ello que desencadena lo que hoy se mira como descubrimiento (pero que siem­pre ha estado presente en la dinámica pastoral de la Iglesia) y que se llama el acompañamiento, o la propuesta de va­lores y proyectos de vida donde se en­cuentran las dos libertades, personali­dades y propuestas de acompañante y acompañado.
Para que este itinerario sea funcional y efectivo, resumiendo, es necesario cui­dar que la pastoral sea:
Activa, esto es, que salga al encuentro de los jóvenes sin encerrarse en casa. Los jóvenes por sí solos no vendrán a nosotros.
Formativa en todas las dimensiones, hu­mana y evangélicamente, entendiéndo­lo como proceso largo, de futuro, sin agotarlo en mi grupo, actividad y con­migo como responsable. Es tarea de muchos.
En equipo, sin francotiradores, capta­dores especializados de vocaciones u otras componendas. Ha de ser pasto­ral organizada y asimilada por todos los agentes de una diócesis o congre­gación.
De clara identidad: donde se manifieste visiblemente cuál es el carisma propio, significativo ante el mundo, puesto es­pecialmente manifiesto en el entusias­mo (demostrado) de cómo vivimos nuestras vidas consagradas (hoy fal­tan testigos alegres).
Apoyada por las comunidades: toda la co­munidad, parroquial, religiosa, dioce­sana, ha de dar testimonio de unidad y vida coherente con el Evangelio y el propio carisma. Toda ella es comuni­dad pastoral y evangelizadora.
Desgranado todo lo expuesto en eda­des, y sabiendo que cada aportación o reflexión vale para todas ellas, intento daros unas pinceladas sobre lo más específico de cada etapa, pinceladas que después deberán ser ampliadas con vues­tro trabajo.
Datos para una pastoral vocacional en la infancia
 
EN una pincelada psicológica, po­dríamos resumir la infancia y la primera preadolescencia como el momento en el que la persona está más receptiva a cuan­to se le da y se le enseña. Es, por otra par­te, el momento en que uno potencia más su inteligencia, acoge más y mejor todo, se crean modelos de comportamiento en referencia a los educadores que se tiene junto a sí.
 
El niño valora a Jesús y a la Iglesia con bondad, así como, generalmente, a los sacerdotes, religiosos o religiosas y agen­tes de pastoral. Quizá no sabe bien valo­rar su entrega, pero la detecta; quizá no comprenda las motivaciones, pero consi­dera amigos a todos ellos si los encuen­tra cercanos y preocupados, aceptando de buen grado cuanto se le recomienda, siempre que provenga de quien se ha ga­nado su corazón.
Estamos quizá en un momento pasto­ral en que se descuida esta edad y hasta se relativiza creo yo que con grave error la incidencia vocacional (siempre en su más amplio sentido) de la pastoral de in­fancia. Una invitación: pensemos en no­sotros mismos, sobre todo, religiosos/as y sacerdotes, pero también los que sois animadores y monitores laicos. Segura­mente hemos sentido esta vocación, o di­cho de otra forma, las ganas de hacer lo que hacemos, desde la infancia, porque conocimos a tal o cual persona que incidió en nosotros, porque vimos a aquel misionero en TV con los más pobres de África, porque nos sentimos queridos en el colegio o en la catequesis, ayudados y comprendidos en nuestra pequeñez, por aquel sacerdote o profesor, etc.
 
Unos datos más: en el documento de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades «Pastoral Vocacional de la Iglesia en España» (1988), tenemos datos sobre la vocación de seminaristas y reli­giosos/as. El 37,4% de los seminaristas mayores y el 37% de los religiosos/as (los más altos cuantos aparecen en la en­cuesta), cree que el inicio de su vocación está antes de los 14 años y por amistad o identificación con una persona religiosa (sacerdote, religioso/a).
 
No puede esto sino movernos a la re­flexión: hay que cuidar más la pastoral de infancia, si es que queremos hacer un buen itinerario de fe que esté imbuido de clave vocacional. Y ese momento del itinerario, hay que tenerlo muy en cuen­ta, debe estar marcado por el testimonio personal de los agentes de pastoral, con una coherencia de vida que responda a las expectativas de los niños y preado­lescentes. La verdad es que esto se pue­de decir de cualquier etapa, como vere­mos, pero no hay que despreciar el he­cho de que los niños se dan cuenta y cre­cen con ese sentimiento.
El mismo documento citado, justa­mente subraya la importancia vocacio­nal desde la infancia, dentro de la más amplia importancia pastoral y cristiana, en el entorno de la escuela, la catequesis y la familia. Permitidme que añada yo la educación en el tiempo libre. Desde esta reflexión, se deduce nuestra obligación de formar bien en clave de discernimien­to vocacional a los maestros cristianos, agentes de pastoral, animadores y moni­tores de grupos, catequistas y el trabajo por la evangelización de las familias. Puede que nos guste más el trabajo es­pecífico de Pastoral juvenil, con edades de los 14-20 años, pero me temo que en la Pastoral de Infancia nos jugamos el re­sultado posterior de un buen itinerario de fe que comprenda la componente vo­cacional.
Cuando nos referimos, pues, a acciones concretas de orientación-promoción vo­cacional, y no podemos olvidar la infan­cia, debemos pensar en la formación del profesorado cristiano como primer y más influyente agente en la vida de los niños y niñas, que marca la vida de sus discí­pulos. Es en los primeros años de la edu­cación, la infancia, donde el niño/ a que­da fascinado por la personalidad de sus maestros o profesores. Evidentemente, en este encuentro del niño con un adulto que le enseña, quiere y valora en lo que es, y que además le transmite como esen­cial en su vida la fe en Jesús y la entrega a los demás, nos estamos jugando un co­mienzo de semilla vocacional, en su más amplio sentido, una especie de vocacional cristiano al que prestamos poca atención y al que, la mayoría de las veces, no lle­gamos los agentes de pastoral, aun cuan­do hablamos de un colegio religioso.
Datos para una pastoral vocacional en la adolescencia
 
ANCONA, en L’età incompiuta, su­braya la idea de que la adolescencia ha­ce caer el peso de sus decisiones en lo emotivo. Los mass media refuerzan esta sensación, lo mismo que la filosofía vital de este momento de la vida: vale lo que se puede sentir, lo afectivo, lo emotivo. Los adolescentes de hoy se fatigan ha­ciendo funcionar la inteligencia lógica. Priva el lenguaje narrativo-metafórico sobre el lenguaje lógico-formal. En defi­nitiva, es antes el aparecer delante de los demás que el ser.
 
Tampoco a esta realidad, que tiene su base en la adolescencia, escapan los religiosos/as más jóvenes y las vocaciones del momento actual, según nos muestra el amplio y magnífico estudio realizado por CONFER, y publicado en la revista del mismo nombre del último trimestre de 1997, en base a unas encuestas realiza­das a formadores y formadoras religio­sos/as (y que, imagino, concordará bas­tante con las características de bastantes de los seminaristas diocesanos y de los institutos seculares).
 
Lowen dice que «cuando la notoriedad es más admirada que la dignidad y cuando lo que hago es más valorado que lo que soy, quiere decir que la cultura sobrevalora la imagen y el pensamiento se hace superficial». Así se pierden los va­lores mínimos de la existencia y la mis­ma interioridad, labrando un camino di­fícil para la educación en la fe y al naci­miento y orientación vocacionales.
En medio de todos estos datos cultura­les, parece que toda la pastoral debe po­sibilitar a los adolescentes y jóvenes un elemento importante en sus vidas que no da la sociedad de hoy: el encuentro con ellos como personas, con la valora­ción objetiva de los signos de los tiem­pos, pero un encuentro que abarque ca­da cosa en su integridad. El educador,
catequista, hombre y mujer evangeliza­dores, necesitan, hoy más que nunca, paz y tranquilidad ante los jóvenes, pro­fundidad e interioridad, amistad y ale­gría, pero dentro del encuentro respe­tuoso con ellos.
Estamos en un momento de retraso ado­lescental. Desde todas las dimensiones, los y las adolescentes, con aquellas defi­niciones características que nos dan los tratados de psicología para esta edad, nos dan la impresión de ser cada vez más mayores en su edad física y más infanti­les en su mundo emotivo, afectivo e inte­rior. Estamos en un momento en que los adolescentes saben más de muchas cosas, pero son mucho menos maduros, prolon­gando la dependencia paterna hasta al­tas edades. Parece, siempre hablando de la mayoría, como si hoy no tuviesen ni ganas ni motivaciones para ser contesta­tarios, ni ilusiones ni esperanzas, todo les viene dado y si no, lo compran.
La inseguridad que conlleva esta si­tuación hace que no se tomen opciones y que, cuando se toman, de ninguna for­ma, sean de por vida. Es el éxito del vo­luntariado temporal o de la separación de los ámbitos de sus vidas: se afirma que no tienen nada que ver entre sí la fe, lo social, la educación, la familia, lo per­sonal, lo afectivo, la pareja, etc. Cada ám­bito parece caminar por separado dentro del mismo adolescente o joven, creando una desmembreción de actitudes y com­portamientos según el ambiente y com­pañía donde me encuentro.
Esto plantea a la pastoral, y también a su dimensión vocacional, un consiguien­te retraso en sus planteamientos o, dicho de otro modo, tener que ceder a plantear los valores esenciales, cristianos y especí­ficamente vocacionales, en escalas y eda­des diferentes a lo que se venía haciendo.
 
 
 
 
Datos para una pastoral vocacional en la juventud
 
ANTE una juventud que también se expande y llega hasta una edad muy avanzada, tenemos que centrar la franja juvenil entre los 18-25 años. Parece que los jóvenes de hoy no encajan en la gradualidad de los procesos. Ello reclama la aten­ción a experiencias de significatividad vo­cacional, de calidad evangélica y de fe (dentro del marco de un carisma o de la misma vida sacerdotal diocesana). Expe­riencias que superen en madurez y bie­nestar psicológico las que ofrece el mundo.
 
La caridad y la solidaridad se nos mues­tran hoy como un camino de fácil elec­ción por la juventud, aunque en tiempos y dedicación generalmente muy puntua­les. Con todo, una experiencia parece clara hoy en la Pastoral Juvenil: la nece­sidad educativa y pastoral de encontrar­les y reconocerles en medio de su reali­dad, de las situaciones que viven.
 
Situaciones juveniles que no podemos olvidar hoy: todas las posibilidades de vivir en clave joven andan moralmente en el mismo saco sin mayor problema y creo que por parte de la misma juventud. A la vez, se buscan experiencias religio­sas de lo más diverso: sectas, fenómenos esotéricos, confianza en los horóscopos, buzones de tratamiento psicológico-afec­tivo, y un largo etcétera al que nos vamos a tener que ir acostumbrando.
 
Y algunos de estos jóvenes, no lo olvi­demos, reparten su tiempo entre aficio­nes poco recomendables y el servicio so­cial y solidario en ONGs de lo más diver­so, incluso hasta pueden venir asidua­mente a las celebraciones parroquiales o locales y hasta parecer que están muy bien preparados en la fe por nuestra par­te.
 
Esta diversidad que convive en los mis­mos grupos, y en ocasiones en la misma persona, exige medidas pedagógico-ca­tequéticas y pastorales que tienen que interpelarnos. Unas veces lo achacamos a la cultura, otras llegamos a compren­derlo y hasta justificarlo y no pocas lo condenamos tajantemente, hasta llegar a apartarlos de los grupos con un objetivo pastoral o, incluso, de la Iglesia.
En este mundo complicado en que vi­ve el joven, normalmente se acaba en la insatisfacción más profunda, en la que faltan razones y valores para todo, inclu­so para vivir. La actividad y esencia pas­toral no puede descuidar dar estas razo­nes desde la más tierna infancia, aquello que san Pablo llama «dar razón de vues­tra esperanza». Es como decirles, no tan­to con palabras como con nuestras vidas, la semántica de la existencia humana, el fundamento, del cual Dios constituye la base.
Con todo, en el encuentro personal con los jóvenes, siempre descubrimos valores personales que forman otra característica común, si es que se puede definir mayo­ritariamente, de los jóvenes de hoy: va­loración de la autenticidad y la sinceri­dad, sensibilidad a lo social, solidaridad, deseo del encuentro consigo mismos, valoración de relaciones profundas y de la amistad, la propia libertad, el respeto por todas las formas de pensar, etc. Va­lores todos que, si no son la esencia del Evangelio, pueden darnos cauces para educar en lo esencial. Es, como decía Don Bosco, descubrir lo bueno que todo muchacho tiene en su interior para, des­de ahí, potenciar y educarle en cuanto nosotros queremos y creemos como va­lor fundamental.
¿Qué cabe preparar, saber, hacer, tener en cuenta en la dimensión vocacional de la pastoral juvenil? Subrayo algunas lí­neas:
Dos ámbitos a valorar y potenciar por su gran influencia vocacional: el grupo como lugar de intercambio de expe­riencias y de búsqueda de valores co­munes y el diálogo personal o acompaña­miento en el que se personaliza y crece con matices propios lo vivido en el grupo y en la Iglesia (último lugar vo­cacional).

  • La vivencia de momentos fuertes en el grupo y a nivel personal: Pascuas, en­cuentros, sacramentos.
  • La introducción del joven en compro­misos sociales, misioneros, eclesiales, de grupo, por mínimos que sean, don­de tenga responsabilidades en las que se encuentre bien y se sienta capaz de dar la vida en un mayor grado.
  • Por nuestra parte, hay que potenciar e ir creando comunidades que contagien estilos de vida acordes con el Evange­lio, la vida eclesial y misionera, y los signos de los tiempos.
  • Ser conscientes de que se nos pide cla­ridad de la misión de la comunidad de referencia, sobre todo si es de vida con­sagrada, con su carisma propio: todas las parroquias, colegios, actividades apostólicas y, sobre todo, personas, han de respirar ese talante vocacional.

 
Una última clave
 
LA dimensión vocacional no creo personalmente que sea el final de un ca­mino de fe, como se afirma desde algunas esferas, como si acabados los proce­sos catequéticos, retuviésemos a aque­llos jóvenes que dan esperanza de con­sagracion especial. Abogo más bien por entender la cuestión vocacional como un eje que está presente en todo proceso e itinerario de formación humana y de fe, desde la infancia hasta la madurez. En esta comprensión, me parece que nos ju­gamos el éxito vocacional, si es que cabe decirlo así.
Hoy vivimos con ansia y malestar la situación vocacional. No sabemos cómo hacer, qué pasos seguir, cómo hablar de la fe y de la vocación hoy a los jóvenes. Y cuando parece que la cosa va mejor en una diócesis o provincia religiosa, todo se desvanece de repente, sea por la falta de vocaciones o por la de perseverancia. ¿Qué hacer?
Parece evidente que en la pastoral vo­cacional hay que pasar de las euforias y de las psicosis producidas por las crisis. Son procesos y son itinerarios, y nada de ello va a dar resultados inmediatos. El éxito vocacional rápido es, a todas luces, poco convincente y efectivo.
La clave pedagógico-catequética con la que quiero terminar, bien podría ser aquélla que fue la máxima en la actua­ción de San Juan Bosco y que no vale só­lo para la Familia Salesiana, sino que ha sido propuesta como modelo a la Iglesia: «Recordad que la educación es cosa del corazón, y no basta amar a los niños y jo­venes, es necesario que se den cuenta de que son amados».
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