[vc_row][vc_column][vc_column_text]NO se nos escapa a nadie la complejidad y amplitud del tema sobre el que debemos trabajar: ¿Cómo suscitar la cuestión vocacional? La cuestión vocacional en las distintas etapas de crecimiento y maduración en la fe.
Antes de nada, confieso que cuanto sigue forma parte de los balbuceos con los que todos nos expresamos en esto de la «cuestión vocacional».
Aquí, por los demás, no se trata de presentar una ponencia, sino de señalar algunas pinceladas de por dónde creo que podemos empezar nuestra reflexión y, al mismo tiempo, proponeros un material inicial, susceptible de ser totalmente cambiado, ampliado o triturado en los trabajos en grupos.
El itinerario: aceptación gradual de la fe y la vocación
MÁS que tratar de responder a la pregunta ¿cómo suscitar la cuestión vocacional?, intentaré ver y demostrar cómo es posible que la cuestión vocacional esté presente en todas las etapas de la educación en la fe, la catequesis, el tiempo libre y, en general, en toda actividad pastoral de infancia y juventud.
Una respuesta que tenga validez para cuanto queremos reflexionar (todo el abanico de la educación en la fe desde la infancia hasta la juventud), que respete y tenga en cuenta las situaciones de la propia vida, el ritmo de crecimiento, las necesidades del desarrollo, la fuerza de la propuesta vocacional y de la responsabilidad personal, la maduración en y de los valores esenciales para la vida cristiana, el encuentro vital y solidario…, tiene un nombre: itinerario educativo.
Con todo, y hay que decirlo desde el principio, tampoco el itinerario es la panacea pastoral, pero no puede faltar; del mismo modo que es impensable un modelo de itinerario igualmente aplicable a toda situación social y humana. Cualquier itinerario, por lo tanto, debe ser siempre asumido -y adaptado- por los evangelizadores y en función de los destinatarios.
En las «Orientaciones Pastorales» de la Conferencia Episcopal Italiana para 1990, se lee: «La propuesta de los contenidos de la fe como un camino que llega a una meta en etapas progresivas, con el uso de los instrumentos adecuados, con atención a las diversas situaciones, de forma que se suscite la total adhesión de toda la persona, es exigencia intrínseca de la misma fe».
Los itinerarios, entre sus primeras exigencias esenciales, han de ser diferenciados según la edad y las situaciones existenciales o servir como referencia para cada una de las edades, respetando la gradualidad y el proceso personal.
Los itinerarios de educación en la fe, por otro lado, no han de ser sólo un programa exclusivo de formación del cristiano; sino, antes de nada, deben ser un programa de formación humana. Por lo demás, deben ser intrínsecamente, a la par que sutilmente, caminos para el descubrimiento de lo que Dios quiere de cada uno, es decir, para encontrarse con la propia vocación como persona cristiana. Por eso el itinerario de educación en la fe, o ayuda a los destinatarios a «ser más persona» y a descubrirse como tal en el encuentro con el Dios-Amor y Padre… o no es itinerario de fe.
Cómo diseñar los itinerarios
ME limito tan sólo a dar algunas pistas que no deben faltar en este complejo ejercicio.
- Experiencia cotidiana
A la base está siempre la experiencia cotidiana: el descubrimiento en cada acto, en cada gesto, en cada elemento de la creación, en los demás… del amor de Dios y del valor de su encarnación en Jesucristo, su Hijo. Todas las dimensiones que vive el joven deben integrase en esta realidad: familia, trabajo, estudio, pandilla, sentimientos propios, parroquia, pareja, opción vocacional, etc. Todas ellas iluminadas por la presencia paternal del Dios que Jesús nos revela, dentro de los ámbitos social y personal, en las buenas experiencias de la vida y en las no tan buenas; es más, no sólo desde lo presente sino teniendo en cuenta el pasado para construir el futuro. Lo cotidiano que hay que evangelizar es todo lo que compone la vida humana.
- Persona ycomunidad
El reconocimiento de la propia originalidad y personalidad ante Dios, ante los demás y en mi interior. Eso da seguridad de poder ser irrepetiblemente amado e irrepetible y originalmente llamado. Pero, la individualidad a construir no eclipsa el aspecto comunitario. En el itinerario que pretende construir un yo integral no puede faltar el tú y el nosotros. La responsabilidad personal debe volcarse hacia la responsabilidad social y universal. El bien común prevalece sobre el bien personal. La gradualidad y el proyecto que debe respetar todo itinerario han de tener en cuenta esta progresión del yo al nosotros. De mi fe a una fe vivida en común, en comunidad, en Iglesia, que también está creciendo gradualmente, llamada a la santidad, y en la que yo me comprometo.
- Responsabilidad y compromiso
Las decisiones, la toma de posturas, el compromiso como pasos de la individualidad a la globalidad han de estar muy bien marcados. Muchas veces las comunidades locales y movimientos tardan en dar el paso a un compromiso de globalidad mayor que supera nuestras demarcaciones, llámense diócesis, congregaciones o institutos seculares. Hacemos y ayudamos a crecer con la poda de lo que no dará buen fruto y, no pocas veces, terminamos podando la rama principal porque miraba al corral del vecino. Quizá debamos integrar al joven en el corral del vecino, que puede ser tan bueno como el nuestro.
- Apertura al Espíritu
Finalmente, es necesario dejar actuar al Espíritu, lección en la que estamos demasiado cateados casi todos los agentes de pastoral. La Iglesia debe ser denuncia y respuesta a los signos inhumanos de la sociedad. Los jóvenes, creyentes y debidamente imbuidos del Espíritu evangélico han de ser fermento social desde las diversas llamadas que el Espíritu les haga. Situarnos en esta clave es vivir la espiritualidad evangélica en medio del mundo para llevarlo por los caminos del Espíritu.
En concreto y para construir un itinerario, al menos, hay que tener en cuenta algunos puntos relevantes. Sin pretender agotarlos, y mirando sobre todo a lo que es necesario para mantener presente la cuestión vocacional, subrayo los siguientes:
- La atención a la edad y al grupo, en etapas progresivas, tanto en la comprensión y aceptación de la fe como en el compromiso que nos exige.
- La dinámica de la vida en Cristo, con un proceso de conocimiento y asunción no sólo de su mensaje, sino de su ser: encarnación, encuentro con el Señor de la vida, pertenencia a la Iglesia como lugar de seguimiento del Señor y el compromiso por los demás como consecuencia de este encuentro.
Método que integra los conocimientos, la afectividad y actividad pastoral y la experiencia de Dios, de sí y del mundo, logrando una relación entre todo ello que desencadena lo que hoy se mira como descubrimiento (pero que siempre ha estado presente en la dinámica pastoral de la Iglesia) y que se llama el acompañamiento, o la propuesta de valores y proyectos de vida donde se encuentran las dos libertades, personalidades y propuestas de acompañante y acompañado.
Para que este itinerario sea funcional y efectivo, resumiendo, es necesario cuidar que la pastoral sea:
Activa, esto es, que salga al encuentro de los jóvenes sin encerrarse en casa. Los jóvenes por sí solos no vendrán a nosotros.
Formativa en todas las dimensiones, humana y evangélicamente, entendiéndolo como proceso largo, de futuro, sin agotarlo en mi grupo, actividad y conmigo como responsable. Es tarea de muchos.
En equipo, sin francotiradores, captadores especializados de vocaciones u otras componendas. Ha de ser pastoral organizada y asimilada por todos los agentes de una diócesis o congregación.
De clara identidad: donde se manifieste visiblemente cuál es el carisma propio, significativo ante el mundo, puesto especialmente manifiesto en el entusiasmo (demostrado) de cómo vivimos nuestras vidas consagradas (hoy faltan testigos alegres).
Apoyada por las comunidades: toda la comunidad, parroquial, religiosa, diocesana, ha de dar testimonio de unidad y vida coherente con el Evangelio y el propio carisma. Toda ella es comunidad pastoral y evangelizadora.
Desgranado todo lo expuesto en edades, y sabiendo que cada aportación o reflexión vale para todas ellas, intento daros unas pinceladas sobre lo más específico de cada etapa, pinceladas que después deberán ser ampliadas con vuestro trabajo.
Datos para una pastoral vocacional en la infancia
EN una pincelada psicológica, podríamos resumir la infancia y la primera preadolescencia como el momento en el que la persona está más receptiva a cuanto se le da y se le enseña. Es, por otra parte, el momento en que uno potencia más su inteligencia, acoge más y mejor todo, se crean modelos de comportamiento en referencia a los educadores que se tiene junto a sí.
El niño valora a Jesús y a la Iglesia con bondad, así como, generalmente, a los sacerdotes, religiosos o religiosas y agentes de pastoral. Quizá no sabe bien valorar su entrega, pero la detecta; quizá no comprenda las motivaciones, pero considera amigos a todos ellos si los encuentra cercanos y preocupados, aceptando de buen grado cuanto se le recomienda, siempre que provenga de quien se ha ganado su corazón.
Estamos quizá en un momento pastoral en que se descuida esta edad y hasta se relativiza creo yo que con grave error la incidencia vocacional (siempre en su más amplio sentido) de la pastoral de infancia. Una invitación: pensemos en nosotros mismos, sobre todo, religiosos/as y sacerdotes, pero también los que sois animadores y monitores laicos. Seguramente hemos sentido esta vocación, o dicho de otra forma, las ganas de hacer lo que hacemos, desde la infancia, porque conocimos a tal o cual persona que incidió en nosotros, porque vimos a aquel misionero en TV con los más pobres de África, porque nos sentimos queridos en el colegio o en la catequesis, ayudados y comprendidos en nuestra pequeñez, por aquel sacerdote o profesor, etc.
Unos datos más: en el documento de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades «Pastoral Vocacional de la Iglesia en España» (1988), tenemos datos sobre la vocación de seminaristas y religiosos/as. El 37,4% de los seminaristas mayores y el 37% de los religiosos/as (los más altos cuantos aparecen en la encuesta), cree que el inicio de su vocación está antes de los 14 años y por amistad o identificación con una persona religiosa (sacerdote, religioso/a).
No puede esto sino movernos a la reflexión: hay que cuidar más la pastoral de infancia, si es que queremos hacer un buen itinerario de fe que esté imbuido de clave vocacional. Y ese momento del itinerario, hay que tenerlo muy en cuenta, debe estar marcado por el testimonio personal de los agentes de pastoral, con una coherencia de vida que responda a las expectativas de los niños y preadolescentes. La verdad es que esto se puede decir de cualquier etapa, como veremos, pero no hay que despreciar el hecho de que los niños se dan cuenta y crecen con ese sentimiento.
El mismo documento citado, justamente subraya la importancia vocacional desde la infancia, dentro de la más amplia importancia pastoral y cristiana, en el entorno de la escuela, la catequesis y la familia. Permitidme que añada yo la educación en el tiempo libre. Desde esta reflexión, se deduce nuestra obligación de formar bien en clave de discernimiento vocacional a los maestros cristianos, agentes de pastoral, animadores y monitores de grupos, catequistas y el trabajo por la evangelización de las familias. Puede que nos guste más el trabajo específico de Pastoral juvenil, con edades de los 14-20 años, pero me temo que en la Pastoral de Infancia nos jugamos el resultado posterior de un buen itinerario de fe que comprenda la componente vocacional.
Cuando nos referimos, pues, a acciones concretas de orientación-promoción vocacional, y no podemos olvidar la infancia, debemos pensar en la formación del profesorado cristiano como primer y más influyente agente en la vida de los niños y niñas, que marca la vida de sus discípulos. Es en los primeros años de la educación, la infancia, donde el niño/ a queda fascinado por la personalidad de sus maestros o profesores. Evidentemente, en este encuentro del niño con un adulto que le enseña, quiere y valora en lo que es, y que además le transmite como esencial en su vida la fe en Jesús y la entrega a los demás, nos estamos jugando un comienzo de semilla vocacional, en su más amplio sentido, una especie de vocacional cristiano al que prestamos poca atención y al que, la mayoría de las veces, no llegamos los agentes de pastoral, aun cuando hablamos de un colegio religioso.
Datos para una pastoral vocacional en la adolescencia
ANCONA, en L’età incompiuta, subraya la idea de que la adolescencia hace caer el peso de sus decisiones en lo emotivo. Los mass media refuerzan esta sensación, lo mismo que la filosofía vital de este momento de la vida: vale lo que se puede sentir, lo afectivo, lo emotivo. Los adolescentes de hoy se fatigan haciendo funcionar la inteligencia lógica. Priva el lenguaje narrativo-metafórico sobre el lenguaje lógico-formal. En definitiva, es antes el aparecer delante de los demás que el ser.
Tampoco a esta realidad, que tiene su base en la adolescencia, escapan los religiosos/as más jóvenes y las vocaciones del momento actual, según nos muestra el amplio y magnífico estudio realizado por CONFER, y publicado en la revista del mismo nombre del último trimestre de 1997, en base a unas encuestas realizadas a formadores y formadoras religiosos/as (y que, imagino, concordará bastante con las características de bastantes de los seminaristas diocesanos y de los institutos seculares).
Lowen dice que «cuando la notoriedad es más admirada que la dignidad y cuando lo que hago es más valorado que lo que soy, quiere decir que la cultura sobrevalora la imagen y el pensamiento se hace superficial». Así se pierden los valores mínimos de la existencia y la misma interioridad, labrando un camino difícil para la educación en la fe y al nacimiento y orientación vocacionales.
En medio de todos estos datos culturales, parece que toda la pastoral debe posibilitar a los adolescentes y jóvenes un elemento importante en sus vidas que no da la sociedad de hoy: el encuentro con ellos como personas, con la valoración objetiva de los signos de los tiempos, pero un encuentro que abarque cada cosa en su integridad. El educador,
catequista, hombre y mujer evangelizadores, necesitan, hoy más que nunca, paz y tranquilidad ante los jóvenes, profundidad e interioridad, amistad y alegría, pero dentro del encuentro respetuoso con ellos.
Estamos en un momento de retraso adolescental. Desde todas las dimensiones, los y las adolescentes, con aquellas definiciones características que nos dan los tratados de psicología para esta edad, nos dan la impresión de ser cada vez más mayores en su edad física y más infantiles en su mundo emotivo, afectivo e interior. Estamos en un momento en que los adolescentes saben más de muchas cosas, pero son mucho menos maduros, prolongando la dependencia paterna hasta altas edades. Parece, siempre hablando de la mayoría, como si hoy no tuviesen ni ganas ni motivaciones para ser contestatarios, ni ilusiones ni esperanzas, todo les viene dado y si no, lo compran.
La inseguridad que conlleva esta situación hace que no se tomen opciones y que, cuando se toman, de ninguna forma, sean de por vida. Es el éxito del voluntariado temporal o de la separación de los ámbitos de sus vidas: se afirma que no tienen nada que ver entre sí la fe, lo social, la educación, la familia, lo personal, lo afectivo, la pareja, etc. Cada ámbito parece caminar por separado dentro del mismo adolescente o joven, creando una desmembreción de actitudes y comportamientos según el ambiente y compañía donde me encuentro.
Esto plantea a la pastoral, y también a su dimensión vocacional, un consiguiente retraso en sus planteamientos o, dicho de otro modo, tener que ceder a plantear los valores esenciales, cristianos y específicamente vocacionales, en escalas y edades diferentes a lo que se venía haciendo.
Datos para una pastoral vocacional en la juventud
ANTE una juventud que también se expande y llega hasta una edad muy avanzada, tenemos que centrar la franja juvenil entre los 18-25 años. Parece que los jóvenes de hoy no encajan en la gradualidad de los procesos. Ello reclama la atención a experiencias de significatividad vocacional, de calidad evangélica y de fe (dentro del marco de un carisma o de la misma vida sacerdotal diocesana). Experiencias que superen en madurez y bienestar psicológico las que ofrece el mundo.
La caridad y la solidaridad se nos muestran hoy como un camino de fácil elección por la juventud, aunque en tiempos y dedicación generalmente muy puntuales. Con todo, una experiencia parece clara hoy en la Pastoral Juvenil: la necesidad educativa y pastoral de encontrarles y reconocerles en medio de su realidad, de las situaciones que viven.
Situaciones juveniles que no podemos olvidar hoy: todas las posibilidades de vivir en clave joven andan moralmente en el mismo saco sin mayor problema y creo que por parte de la misma juventud. A la vez, se buscan experiencias religiosas de lo más diverso: sectas, fenómenos esotéricos, confianza en los horóscopos, buzones de tratamiento psicológico-afectivo, y un largo etcétera al que nos vamos a tener que ir acostumbrando.
Y algunos de estos jóvenes, no lo olvidemos, reparten su tiempo entre aficiones poco recomendables y el servicio social y solidario en ONGs de lo más diverso, incluso hasta pueden venir asiduamente a las celebraciones parroquiales o locales y hasta parecer que están muy bien preparados en la fe por nuestra parte.
Esta diversidad que convive en los mismos grupos, y en ocasiones en la misma persona, exige medidas pedagógico-catequéticas y pastorales que tienen que interpelarnos. Unas veces lo achacamos a la cultura, otras llegamos a comprenderlo y hasta justificarlo y no pocas lo condenamos tajantemente, hasta llegar a apartarlos de los grupos con un objetivo pastoral o, incluso, de la Iglesia.
En este mundo complicado en que vive el joven, normalmente se acaba en la insatisfacción más profunda, en la que faltan razones y valores para todo, incluso para vivir. La actividad y esencia pastoral no puede descuidar dar estas razones desde la más tierna infancia, aquello que san Pablo llama «dar razón de vuestra esperanza». Es como decirles, no tanto con palabras como con nuestras vidas, la semántica de la existencia humana, el fundamento, del cual Dios constituye la base.
Con todo, en el encuentro personal con los jóvenes, siempre descubrimos valores personales que forman otra característica común, si es que se puede definir mayoritariamente, de los jóvenes de hoy: valoración de la autenticidad y la sinceridad, sensibilidad a lo social, solidaridad, deseo del encuentro consigo mismos, valoración de relaciones profundas y de la amistad, la propia libertad, el respeto por todas las formas de pensar, etc. Valores todos que, si no son la esencia del Evangelio, pueden darnos cauces para educar en lo esencial. Es, como decía Don Bosco, descubrir lo bueno que todo muchacho tiene en su interior para, desde ahí, potenciar y educarle en cuanto nosotros queremos y creemos como valor fundamental.
¿Qué cabe preparar, saber, hacer, tener en cuenta en la dimensión vocacional de la pastoral juvenil? Subrayo algunas líneas:
Dos ámbitos a valorar y potenciar por su gran influencia vocacional: el grupo como lugar de intercambio de experiencias y de búsqueda de valores comunes y el diálogo personal o acompañamiento en el que se personaliza y crece con matices propios lo vivido en el grupo y en la Iglesia (último lugar vocacional).
- La vivencia de momentos fuertes en el grupo y a nivel personal: Pascuas, encuentros, sacramentos.
- La introducción del joven en compromisos sociales, misioneros, eclesiales, de grupo, por mínimos que sean, donde tenga responsabilidades en las que se encuentre bien y se sienta capaz de dar la vida en un mayor grado.
- Por nuestra parte, hay que potenciar e ir creando comunidades que contagien estilos de vida acordes con el Evangelio, la vida eclesial y misionera, y los signos de los tiempos.
- Ser conscientes de que se nos pide claridad de la misión de la comunidad de referencia, sobre todo si es de vida consagrada, con su carisma propio: todas las parroquias, colegios, actividades apostólicas y, sobre todo, personas, han de respirar ese talante vocacional.
Una última clave
LA dimensión vocacional no creo personalmente que sea el final de un camino de fe, como se afirma desde algunas esferas, como si acabados los procesos catequéticos, retuviésemos a aquellos jóvenes que dan esperanza de consagracion especial. Abogo más bien por entender la cuestión vocacional como un eje que está presente en todo proceso e itinerario de formación humana y de fe, desde la infancia hasta la madurez. En esta comprensión, me parece que nos jugamos el éxito vocacional, si es que cabe decirlo así.
Hoy vivimos con ansia y malestar la situación vocacional. No sabemos cómo hacer, qué pasos seguir, cómo hablar de la fe y de la vocación hoy a los jóvenes. Y cuando parece que la cosa va mejor en una diócesis o provincia religiosa, todo se desvanece de repente, sea por la falta de vocaciones o por la de perseverancia. ¿Qué hacer?
Parece evidente que en la pastoral vocacional hay que pasar de las euforias y de las psicosis producidas por las crisis. Son procesos y son itinerarios, y nada de ello va a dar resultados inmediatos. El éxito vocacional rápido es, a todas luces, poco convincente y efectivo.
La clave pedagógico-catequética con la que quiero terminar, bien podría ser aquélla que fue la máxima en la actuación de San Juan Bosco y que no vale sólo para la Familia Salesiana, sino que ha sido propuesta como modelo a la Iglesia: «Recordad que la educación es cosa del corazón, y no basta amar a los niños y jovenes, es necesario que se den cuenta de que son amados».
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