LA FAMILIA, LUGAR PARA DESPERTAR LA VOCACIÓN

1 abril 2006

Mari Patxi Ayerra
 

Mari Patxi Ayerra  es catequista, animadora social, escritora.

 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
En la familia comienza el descubrimiento de la propia vocación, de los dones y carismas personales. Ella ha de ser también la que sostenga, acompañe y potencie todo el proceso de su cumplimiento y realización. Esta es su misión: hacer que cada uno sea él mismo y cada uno cumpla el sueño de Dios sobre él. Conseguirlo es una verdadera obra de arte.
 
Cada ser humano ha nacido para cumplirse, para llegar a ser un ser único e irrepetible. Y es en la familia donde se acompaña este ser de la persona desde el momento de su concepción, incluso antes, ya en los sueños que tenga una pareja sobre sus hijos se están poniendo los cimientos de esa persona, de ilusión o rechazo, de creer en él o de lo contrario. Luego, durante los primeros años, se irá descubriendo cómo es ese niño que ha llegado al mundo, qué capacidades tiene, qué aptitudes, qué preferencias, y si la familia sabe hacerlo bien, le irá apoyando en su realización personal, en el desarrollo de sus destrezas y habilidades y en el cumplimiento de sus sueños.
La misión de la familia es hacer que todas las personas que la componen se cumplan. Es decir, que una pareja ya se forma, o debería hacerlo, con la idea de ayudarse el uno al otro a ser el mejor él mismo posible. Y luego debería ir haciendo igual con los hijos que vayan naciendo y con los familiares anteriores que también se entrelazan entre sí, al comenzar el nuevo matrimonio, ya que se van creando nuevos vínculos que pueden servir como generadores de afecto y de crecimiento, o todo lo contrario.
Hay familias en las que se pone mucho énfasis en recordar lo negativo y así, en vez de sentirse empujadas las personas a ser, se sienten frenadas, o sostenidas, para que no crezcan.  Goytisolo, describe muy bien esta actitud bastante frecuente en muchas familias y que corta en la persona sus sueños y proyectos.
 

Cuando yo era pequeño

estaba siempre tan triste

y mi padre decía

mirándome y moviendo

la cabeza: hijo mío

no sirves para nada…

Después fui al colegio

con pan y con adioses

pero me acompañaba

la tristeza. El maestro

graznó: pequeño niño

no sirves para nada…

De tristeza en tristeza

caí por los peldaños

de la vida. Y un día

la muchacha que amo

me dijo alegre:

no sirves para nada.

Ahora vivo con ella

voy limpio y bien peinado.

Tenemos una niña

a la que a veces digo

también con alegría:

no sirves para nada.

 
Esta misma o parecida música de fondo resuena en muchas mentes, grabada por la familia o por el ambiente educativo, y es como un freno que minimiza a la persona, que le aparta de aquello para lo que está llamado a ser. En la vida familiar se utiliza mucho el reproche y la corrección, en vez del aplauso y el estímulo potenciadores, y eso, a la larga, corta alas a la persona y pasa factura psicológica, por tener un bajo autoconcepto que genera inseguridades  y minimizan al gran ser humano que todos llevamos dentro.
Todos venimos al mundo como algo nuevo, como una sorpresa por descubrir, una promesa, un regalo. Cada unos traemos la huella de Dios dentro de nosotros. Luego ya es responsabilidad personal, familiar y de la comunidad humana el hacer posible que cada cual llegue a ser lo que está llamado a ser.
Dicen que nacemos con un gran potencial interior y que sólo los grandes como Einstein, entre otros, han llegado a desarrollar el 16% de sus capacidades, pero que la mayoría de los mortales termina su vida sin haber desarrollado más que el 10% de sí mismo, lo que es una auténtica lástima. Decía Martín Descalzo que hay familias que empujan a ser, otras que frenan y otras que sostienen. Y yo quiero hoy poner el énfasis en la capacidad que tiene la familia de apoyar a todos sus miembros a que cumplan su vocación, a que desarrollen todos sus dones, a que impulsen a todos a ser y a desarrollarse íntegramente.
 
1. Un hijo, un proyecto, una ilusión
 
Cuando una pareja descubre que está embarazada suele llenarse de ilusión y proyectos hacia ese nuevo hijo, siempre que no tenga graves dificultades económicas, de salud o profesionales. Y aunque ya no se dice aquello de que “cada hijo trae un pan debajo del brazo”, sino que hoy se vive como una fuente de necesidades y deseos, como un ser que produce gastos infinitos, la llegada de un niño es motivo de alegría y felicidad para la mayoría de las familias.
En esta sociedad de consumo en que vivimos se envuelve al niño en miles de cosas materiales, aun antes de su nacimiento, pero el deseo de los padres y familiares es darle al niño lo mejor, aunque en muchas ocasiones no se les aporte lo que más les conviene para su desarrollo. Pero lo normal es proporcionarles una buena alimentación, educación, entretenimientos e intentar cubrir todas sus necesidades básicas. Y sobre este niño supercuidado, muchas veces en demasía, se suelen proyectar grandes sueños.
Cuentan que le preguntaron a un padre cuántos años tenían sus hijos y contestó: “¿Cuál de ellos, el médico o el abogado?… porque la médico tiene 4 y el abogado tiene 6 años”… Esos eran los proyectos que tenía ese padre sobre sus hijos, que podrían incluso ser sus sueños no cumplidos. Hay que poner mucho cuidado en no hacer de los hijos lo que nosotros queremos, sino en dejarles ser ellos mismos, cumplirse, con sus personalidades y potencialidades únicas e irrepetibles.
Cada ser humano posee en su personalidad unos dones, que son como los talentos de la parábola que contaba Jesús. Lo que tiene que hacer a lo largo de su vida es multiplicarlos. Y cada persona posee unos distintos, que la familia ha de ayudar a ir descubriendo poco a poco, desde la más tierna infancia hasta que en el proceso de la vida se les vaya acompañando en su crecimiento y desarrollo. No es nada fácil esta tarea, pues uno a veces siente ganas como de empujarles, y puede correr el peligro de hacer con ellos como si fueran una planta de la que se tira para que crezca y podemos partirla. Hay que acompañar su desarrollo pacientemente, pero sabiendo podar aquello que crece inadecuado, sulfatar plagas y malos momentos, vitaminizar el crecimiento con estímulos, apoyo incondicional y fe en ellos y regarlos con mucha ternura y cariño, todo ello para crecer en la buena tierra de la comunicación, abonada por la risa y la confidencia y sobre todo por la presencia de Dios que es el que más potencia a las personas.
Porque Dios, que es el que más sabe de nosotros, aún antes de que nuestros padres nos fantaseen, que conoce cada célula de nuestros organismos, cada centímetro de piel, cada palabra que decimos y las que nos callamos, tiene para cada uno un sueño de felicidad y plenitud. El quiere para todos la gran vida, la vida en abundancia y no cesa de empujarnos hacia ella. Por eso en la familia en la que tienen a Dios de amigo, se sentirán todos más dinamizados hacia la plenitud, hacia la grandiosidad del ser humano, hacia la divinidad de cada persona.
Estos dones que Dios ha puesto en cada uno y que son la cualidad que nos adorna, el mejor regalo que podemos aportar al mundo, hay que saber desarrollarlos y, al mismo tiempo, saber dejarlos descansar, para que no pasen de ser nuestra virtud a ser nuestra trampa, de ser nuestra cualidad a ser nuestro defecto, cuando son llevados al extremo. Así, el que hace todas las cosas de forma correcta, tiene el peligro de convertirse en perfeccionista, lo que ya supone una neurosis pues su bien hacer se convierte en una esclavitud que le tortura y le hace controlar en exceso a los demás. El generoso facilita la vida a los demás, pero tiene el peligro de entregarse tanto que no se encuentre consigo mismo nunca o se descuide hasta la extenuación. El simpático llena de alegría los ambientes, pero en exceso puede andar siempre de broma y no saber tomarse las cosas en serio o perderse entre carcajadas y no saber vivir o acompañar el dolor o las dificultades de la vida. Y así podría ocurrir con todas las cualidades y dones, que son nuestro adorno, pero también pueden ser nuestra esclavitud.
 
2. Llamados a la vida en abundancia
 
Cuando Jesucristo decía a la gente que había venido para que todos tuvieran vida, y vida en abundancia, pretendía sacar al ser humano de la mediocridad, de la vida simple, de la repetición rutinaria de los actos y de las relaciones. Vivir una vida abundante es saberse invitado por Dios a la total realización personal, a la más completa plenitud y a desarrollarse tanto el ser humano, que llegue a ser casi divino.
La pareja que a su valor personal le añade el de la relación con Dios, siente que el otro impulsa sus sueños, que le potencia, que le despierta lo mejor de sí mismo y que es a través suyo como le llega el amor de Dios. Así una pareja con experiencia de Dios se siente aún más dinamizada e impulsada al crecimiento integral de cada uno y de los dos en común, ya que en la oración van descubriendo de forma clara su vocación, recibiendo el impulso de Dios, el dinamismo y el sosiego para poder con las dificultades de la vida, así como la osadía para inventar nuevas formas y maneras de ser persona y de estar en el mundo. Luego esta pareja se lo irá transmitiendo a los suyos y así juntos irán descubriendo su vocación personal, su llamada a ser y vivir de manera única, tanto individual como familiarmente.
En una sociedad en la que la vida “light” y la mediocridad son el uniforme habitual de las personas, alguien que quiere vivir en familia de forma intensa, feliz y comprometida, será un testimonio para los de alrededor, que puede llegar a producir interés por compartir esos mismos sueños e ideales y la razón de los mismos, que no es otra cosa que saberse invitados por Dios a la felicidad y a dejar este mundo algo mejor de cómo lo encontraron.
Estamos llamados a ser mensajeros del bien vivir, del optimismo, del perseguir los sueños, de la realización personal y de la mejora de la sociedad. Porque no podemos quedarnos tranquilos viendo cómo está el mundo, que nos urge a trabajar para que mejore, para que se reparta justamente y para que haya de todo para todos. Esa inquietud social que nos inquieta y moviliza, agiliza en nosotros el crecimiento personal, la creatividad, la osadía para abrir caminos nuevos y encontrar nuevas respuestas a los problemas de alrededor.
Es en la familia donde se cubren las necesidades básicas físicas del ser humano, de alimento, cobijo, vestido y descanso y las psicológicas de amar y ser amados, ser válidos, vivir en pertenencia y ser autónomos. Pero hay familias que en vez de cubrir las necesidades de los hijos, lo que hacen es superprotegerles, darles mucho más de lo que necesitan y hacerles las cosas que podrían hacer por sí mismos. Así les frenan el crecimiento y la autonomía personal y lo que les potencian es un narcisismo que les hace creerse el centro del mundo, con derecho a todo y con una incapacidad total para la generosidad y el altruismo. En muchas ocasiones estos hijos tan “regalados” de todo y de todos se convierten en pequeños tiranos de los de alrededor.
 
3. Necesidades o deseos
 
La familia tiene que poner cuidado en no satisfacer todos los deseos de los hijos, pues así como las necesidades hay que tenerlas cubiertas para vivir felices, los caprichos y los deseos son como un pozo sin fondo que nunca se termina de llenar. Un grave problema que ocurre en estos momentos que vivimos, de la sociedad del “mejorestar”, es que si un niño desea un coche, todos sus familiares se afanan en regalárselo, con lo cual el niños aprende que no tiene nada más que pedir algo para conseguirlo y, a veces, en demasía. De esta forma aprende que consigue prácticamente todo lo que desea y que todos los de alrededor están deseosos de agradarle y servirle, lo que le hace convertirse en un pequeño tirano, incapaz de pensar en los demás, pues sólo está en contacto con sus deseos y a la mínima vez que le lleven la contraria, incapaz de sentirse contrariado, se llevará un disgusto terrible, pues no ha sido educado para oír un no a sus demandas. En cuanto la vida le de un revés se sentirá absolutamente desgraciado y capaz de hacer cualquier locura.
El cariño de sus familiares y amigos les impide ver que están consiguiendo que este hijo aprenda a tener cuanto desea y no saben que en el momento en que un deseo se cumple, aparece otro, y otro, y otro y así sucesivamente, siempre. Todo lo contrario ocurre con las necesidades, que si uno tiene hambre, en cuanto coma desaparecerá esa necesidad y lo mismo si necesita ser amado o ser válido, en cuanto le reconozcan su valor se sentirá bien consigo mismo y con la vida. Muchas familias que no saben decir el cariño, lo que hacen es suplirlo con cosas materiales y eso no llena el corazón de la persona. Todos necesitamos salir amados de casa, eso nos lanzará al mundo seguros y confiando en nosotros mismos. Si además en la familia se reconoce el trabajo, el esfuerzo y el valor de lo que cada uno hace y se le potencia la autonomía y se le fortalece la pertenencia con actividades familiares comunes, se están poniendo los cimientos de un buen autoconcepto y autoestima que facilitará la socialización de cada uno y la capacidad de amar a los demás, de ser solidarios y de trabajar por el bien común.
La familia sana potenciará la individualidad y las diferencias, lo que hará más rica su convivencia, ya que, aunque es más sencillo pensar todos igual y comportarse de la misma forma, hay que recordar que cuando dos personas piensan igual siempre, es que una de ellas no piensa. Por eso, cuanto más diferentes seamos, discrepemos y pactemos acuerdos, más seremos símbolo del reino de Dios, porque las unanimidades sólo expresan que en la familia falta libertad.
Cuando a uno le enseñan en su casa que es una persona valiosa y que tiene capacidades que pueden contribuir a alegrar a los demás, a proporcionar buenos ratos, a dar afecto, a hacer un trabajo bien hecho, esa persona se siente segura y con deseos de vivir en crecimiento integral permanente. Porque cuando uno se siente amado tiene más facilidad para querer y si está contento consigo mismo, la generosidad le brotará con más facilidad que si está angustiado, culpabilizado o inseguro. Y es en la familia donde uno descubre si es una persona importante o un ser mediocre, donde capta si produce alegría y amor alrededor o crea caos y malestar en los otros.
Si los padres cayeran más en la cuenta de lo importantes que son sus mensajes para los hijos, no gastarían tanta vida trabajando sino que intentarían tener más tiempo para “hacer familia”, para estar juntos, para comunicarse a fondo y pasarse mucho tiempo contándose la vida y riéndose juntos, compartiendo gozos y sombras, dificultades e ilusiones. Y si, además, una familia reza en común y se cuentan lo que Dios va haciendo en su vida, esas personas tienen más posibilidades de plenitud, ya que la vida interior es una de las fuentes más profundas de felicidad y armonía, y cuando se comparte todavía se multiplica aún más. La fe es un impulso dinamizador de la persona y de todos los miembros de la familia, que siente el estímulo de Dios que les invita a ser en plenitud y ser para los demás.
Cuando a uno le han querido bien en su vida familiar, ha disfrutado de un entorno en el que se puede hablar de todo, en el que el amor se comunica con naturalidad, lo mismo que los conflictos, el perdón y las dificultades, vive reconciliado consigo mismo, se siente potenciado para desarrollar todas sus capacidades y para vivir plenamente cada minuto de su existencia.
Decía Teresa de Lisieux que un corazón lleno de amor no puede estar inactivo. Por eso, si uno se siente amado en la vida familiar y, además disfruta del Amor infinito de Dios, que le hace hermano de todos los seres, sentirá deseos de entregarse a los demás, de amar hasta el extremo y de trabajar por construir un mundo más humano para todos los hermanos, y todo ello con una alegría desbordante, ya que Dios entusiasma con la tarea, está siempre dentro de nosotros y no deja nunca de actuar en nuestro corazón.
 
4. Sentir la vocación
 
Cuando en una familia se saben cada uno habitados por Dios, se sienten animados a trabajar por la paz, a amar la libertad, a cuidar de la tierra y a dignificar a todos los seres humanos, independientemente de sus creencias.  Así cada uno irá descubriendo para qué ha nacido, cuál es su vocación, qué carismas posee, qué características personales forman parte de su ser natural y las irá desarrollando para entregarlas, para ponerlas al servicio del bien común, lo que le hará vivir gozoso y realizado y al mismo tiempo atento a dejarse interpelar por lo que les ocurre y necesitan los demás seres humanos.
Convencida cada persona de que lo que Dios quiere por encima de cualquier otra cosa es que todos seamos felices, vivirá creciendo y desarrollándose, para disfrutar de su propio ser y hacer que los demás también disfruten. Porque cuando uno hace aquello para lo que se siente llamado, cuando uno trabaja en lo que sabe pone en marcha lo mejor de sí mismo, está alegre y se entusiasma con su tarea, la hace sin apenas cansancio y le brota la creatividad y la eficacia de forma espontánea y natural.
Todo este descubrimiento de para qué vale cada uno se va haciendo en los primeros años de la vida y dentro del entorno familiar. Por eso es tan importante el diálogo familiar, la comprensión de unos para con los otros, el impulso a la diferencia y a la personalidad única de cada uno, ya que no existen dos personas iguales, aunque poseamos los mismos genes y rasgos y caracteres parecidos. Cada uno somos un ser único con una vocación de plenitud. Es misión de la familia hacer que cada uno sea él mismo, potenciar lo mejor de cada ser humano, lo más único y precioso que cada uno posee y el gran personaje que está llamado a ser.
Dios ha hecho con cada uno de nosotros una obra maestra y luego rompió el molde. Y su sueño es que lleguemos a ser todo aquello que Él ha proyectado en nosotros. La familia que sabe ir descubriendo los valores, los dones, las semillas especiales de cada uno, catapultará a sus miembros a la felicidad más absoluta y a la realización más plena. Aunque con ello tenga que pasar momentos difíciles de acople, de respetar la individualidad y las diferencias, de potenciar a cada uno.
Cuando una persona descubre sus dones, siente deseos de entregarlos a la humanidad y de cumplir la vocación a la que está llamado. Si uno se nota atraído a curar o a cuidar a los demás, la familia le debería potenciar la ternura que ponga en los cuidados de los otros, o de la abuela…, pero luego le ayudará a que lo encauce en unos estudios o en una profesión que le dinamicen esas capacidades, para que sea trabajador social, médico, educador o lo que vea más conveniente. También es en la vida familiar donde se suele iniciar uno en el voluntariado. Si los padres están comprometidos en alguna actividad que beneficie a la sociedad o que aporte cuidados o salud a alguien, los hijos lo aprenderán por contagio, e irán configurando su proyecto de vida conforme a esos dones y ese estilo generoso que se viva en casa.
Y ya el summum es cuando en una familia se sienten llamados por Dios a generar vida y se van comprometiendo en actividades sociales o pastorales. Todo eso irá impulsando la vocación de aquel que se siente llamado a curar, a cuidar o a sanar vidas, o a regalar lo mejor de sí mismo para que otros vivan mejor.
Cuando una persona vive en encuentro con Dios, se alimenta de la oración y contrasta su vida con el evangelio, va descubriendo de forma clara sus dones y se le despiertan con más fuerza los sueños, siente el impulso de poner en marcha todas sus posibilidades y va elaborando su propio proyecto personal, que no es otra cosa que tener claro lo que uno es y quiere hacer con su vida. A veces, cuando uno está poco maduro, influido por el entorno o por los modelos de la sociedad, puede tomar un proyecto de vida prestado. Hay que hacer todo un trabajo serio de introspección y de encuentro con lo mejor de uno mismo para descubrir qué es lo que cada uno quiere hacer con su historia y luego trabajar por llevarlo a cabo, siendo actor y no espectador del teatro de la vida.
 
5. Mi obra de arte es mi vida
 
Para todos, saber vivir es todo un arte, pero cada uno llevamos a cabo nuestra propia obra de arte, que es construir nuestra vida en plenitud. Influirán en nosotros la familia que hemos tenido, los educadores, la parroquia, los amigos y todo el ambiente que nos ha rodeado.  Pero unos y otros nos enseñan con lo que hacen y lo que dejan de hacer, porque vamos aprendiendo, optando, eligiendo, copiando y rechazando comportamientos. Vamos definiendo nuestra vida y es muy importante dedicarle su tiempo al proyecto personal, revisarlo, corregirlo, siempre atentos a que la vida que vivimos sea la nuestra y no la de otros, y que el camino elegido sea el propio y no que lo sigamos por que nos arrastren los demás, sin haber optado uno mismo. Y es que cuando uno no elige, los demás eligen por él, y así tenemos esta sociedad uniformada, que genera personas con comportamientos parecidos y que en muchos, muchos, demasiados casos, no está contenta con la vida que lleva.
No hay que vivir acostumbrados a la costumbre, porque todo el mundo lo hace así o porque nos arrastra la rutina. No. Hay que hacerse dueños del momento presente, hay que marcarse metas, ya que sólo llega el que sabe a dónde va y, desgraciadamente, demasiada gente en vez de vivir, “va tirando”… sin ilusión, sin destino, sin rumbo, siguiendo las pisadas del que va delante. Dios tiene en nosotros un efecto despertador de nuestras capacidades; Él nos rescata de la mediocridad para invitarnos a llevar a cabo nuestros proyectos, a vivir como personas adultas desarrollando al máximo nuestras parcelas físicas, mentales, sociales y espirituales, al servicio del propio bien y del bien común, que es que todos los seres humanos tengamos vida en abundancia. También Dios nos convierte en tolerantes, en celebradores de la diferencia y la diversidad de los hijos de Dios y eso hace que caminemos juntos por rutas diferentes, con variados objetivos, con otras formas de pensar o de actuar. Él nos impulsa a vivir más sencillamente para que otros puedan, sencillamente, vivir;  Él nos entusiasma en la construcción de un mundo plural, fraterno, multicultural, lleno del respeto de todos y entrelazados para avanzar juntos hacia un futuro más solidario, pacífico y justo que no es, en definitiva, otra cosa que hacer realidad el reino de Dios, aquí en la tierra.
 
6. La familia potencia toda la persona
 
Todas las familias del mundo -rara es la que no, o está muy enferma-, potencian el crecimiento físico de los niños, proporcionándole el alimento, cuidado, higiene, salud, descanso, que va necesitando, hasta que se hace independiente. Vamos aumentando las tallas y físicamente hemos mejorado la raza y ha habido que alargar el tamaño de los colchones. Las familias y las instituciones se ocupan de que todos los niños y casi todos los adultos tengamos cubiertas nuestras necesidades físicas.
Ya en los parques tenemos todo tipo de chismes y artilugios para hacer ejercicio, niños y ancianos, y se nos anima a practicar distintos deportes con el fin de cuidar nuestro cuerpo. Se nos instruye en la alimentación adecuada y en el peligro del tabaco, el alcohol, las drogas y hasta el sedentarismo. Nuestras casas y edificios comunes poseen buena temperatura y se cuida la salubridad e higiene de la vida familiar y social. Así que prácticamente, todas nuestras necesidades están cubiertas y hasta en demasía.
Hoy en día todos los niños tienen derecho a una educación, y aunque uno tenga la economía débil, puede acceder a la vida académica. Además, nuestra mente se nutre de formación e información constantemente, de forma que la alimentan las enseñanzas que recibimos, los libros que leemos, las opiniones que oímos, los medios de comunicación que utilizamos y todos los mensajes que percibe nuestra mente constantemente.
La información es poder y el que más sabe, tiene más fuerza sobre los demás. Por eso se intenta que todos los españoles tengan sus estudios primarios, exigiéndolos para trabajar y así se eleva el nivel mental de la población. En otros países, la escolarización es mucho más escasa, y las oportunidades de crecimiento mental son por ello menores.
Nuestra mente se va formando desde que llegamos al mundo. En la vida familiar aprendemos, por imitación, la base de nuestra existencia. En los tres primeros años de vida dicen que se nos graban los principales conceptos de qué es vivir, la enfermedad, la risa, la pena, la alegría, el dolor, la mujer, el hombre, Dios, los hermanos, la comida, la casa, los libros, la fiesta, los problemas…
La mente es como el ordenador, que al comprarlo está vacío y hay que meterle los programas básicos de Windows, Excell,.. o aquellos que van a condicionar el funcionamiento de la máquina que hemos adquirido. Así la mente del niño está vacía, en blanco, y en ella se van grabando los datos principales, los conceptos con los que posteriormente se va a interpretar la vida, las reacciones, los sentimientos y las emociones principales. Si un niño ve que en su casa el dinero es una preocupación constante, vivirá el resto de su vida agitado por la economía, aunque le sobre, porque se le habrá grabado en la mente la necesidad y preocupación monetaria. Si de pequeño se vive como tragedia la enfermedad, después, cuando esta persona sienta un mínimo dolor de cabeza, sentirá un malestar muy fuerte y lo vivirá como una tragedia y lo mismo si está un poco enfermo alguien de su entorno.
Se aprende también en la familia a relacionarse con los demás, desde las primeras sonrisas o caricias, que estimulan su gesto y su expresión, hasta cómo comportarse con la gente, cómo manejar los enfados, cómo relacionarse con el mundo exterior, cómo compartir, cómo fiarse o desconfiar de los demás, etc. Todo ello se aprende dentro del núcleo familiar.
Según los padres vivan la amistad, tengan su casa abierta o cerrada, inviten con sencillez o con ostentación, les gusten las visitas o prefieran estar solos, así los hijos aprenden a ser más o menos sociables y abiertos al mundo. La familia es la escuela de socialización del individuo y no hay dos familias iguales, pero desde los valores evangélicos estamos llamados a educar en la capacidad de sonreír, de hacer la vida más agradable a los demás, de provocar encuentros y a tener un corazón universal, al que le duela lo que le duele a los hermanos.
Cuentan que en una subasta sacaron un violín desportillado, polvoriento y con las cuerdas sueltas. El subastador pidió por él 30 € de salida a la una… 30€ a las dos… y 30 € a las… De pronto, del fondo de la sala se oyó la voz de un anciano que con su melena blanca pidió ver el violín de cerca. Le quitó el polvo, le pasó su pañuelo con sumo cuidado, le colocó las cuerdas, lo tensó, lo afinó y comenzó a tocar una maravillosa melodía.
Los asistentes a la subasta quedaron sorprendidos ante tanta belleza musical, pues sonaba la melodía más bonita que jamás habían escuchado. Entonces el subastador volvió a coger el violín y dijo: De nuevo pedimos 30€ de salida a la una… 60€, dijo una voz. 200€… ofreció otra persona, 300… 400, 500, 1000€, … así hasta 3.000€, que fue el precio por el que se lo llevó la última ofertante.
¿Qué es lo que hizo cambiar el precio del instrumento? La mano del experto. El supo del valor del violín, a pesar de su aspecto de viejo. Creyó en él y supo sacarle su mejor música.
Pues esto mismo ocurre en la familia. Deberían ser las personas que mejor conocen el valor de cada uno de sus miembros y los que saben “apretarle las cuerdas” o quitarle el polvo cuando lo necesita, para luego animarle a sacar la mejor música de sí mismo. Tendríamos que tener todos en la familia esa mirada de expertos para ver lo mejor de los nuestros, para sacar lo bello, lo único, lo precioso y lo mágico que cada uno poseemos en nuestro interior.
Hay familias que son potenciadoras, descubridoras de tesoros, que hablan bien unos de otros y que cuidan especialmente sus confidencias, porque saben que “a más secretos, más enfermos” y que, en cambio, cuando las cosas se cuentan se minimizan los problemas y se maximizan las alegrías. En esas familias se ríen juntos, se potencia el sentido del humor y se saben pedir perdón con facilidad. Esas familias abiertas al mundo, en las que no se da ese egoísmo bendecido del “yo quiero lo mejor para los míos”, sino que se vive al estilo del evangelio, apoyándose en la pregunta de Jesús de “¿quiénes son tu padre y tus hermanos?” y están atentos a lo que ocurre alrededor y nada que les pasa a los demás les deja indiferentes sino que les lanza en misión, les pone al servicio de los otros, les hace vivir la vocación del amor y la entrega, dentro de las capacidades personales, de la edad y de las circunstancias.
Las familias cerradas en sí mismas, culpabilizan a las que se abren a los demás, acusándoles de abandono de los propios, de que primero hay que cuidar a los de dentro y no tanto a los de fuera… y así justifican su cerrazón, su desamor alrededor y su vivir cada día más instalados en su mejorestar.
Cuando en una familia los niños descubren que pueden regalar, que sus caricias son importantes, que el abuelo les necesita, que proporcionan alegría con sus detalles y que otros necesitan sus atenciones, estos niños se vuelven solidarios y abiertos y van por la vida con los ojos atentos a las necesidades de alrededor y, desde muy pequeños se vuelven tolerantes, solidarios y exquisitos en el amor, con sus pequeños gestos de ternura con los que cuidan a otros niños, a los ancianos, a los enfermos o a cualquiera que les necesite. Porque los niños, que son bastante más sanos que los adultos, dejan brotar lo mejor de sí mismos sin coartarlo, sin frenarlo, sin filtrarlo por el respeto humano o por el temor a la opinión de los demás, si es que han sido creados en un clima de entrega y cariño a los demás.
El niño vive su socialización en la familia, que es donde uno aprende a relacionarse con los demás, a descubrir la capacidad de la propia sonrisa, a manejar los conflictos, a minimizar los enfados, a expresar el cariño y a comunicarse con naturalidad, viendo en los demás posibles amigos en vez de peligrosos enemigos. Todo ello si es que en la familia se da una buena educación de su parcela social. Si en la familia se comentan las noticias del mundo, si se habla de lo que les ocurre a los vecinos o de las necesidades de otras personas ajenas a la familia, los niños aprenderán a ser generosos y solidarios, a cuidar a los de fuera también, a sentirse parte de la gran familia humana. Si oyen que se habla de todos los temas con respeto y tolerancia, si se comparten las dudas, si se puede preguntar lo que uno no sabe y  compartir alegrías y temores, será la familia nutricia para su mente y le contagiará empatía hacia el ser humano, comprensión, sensibilidad y respeto.
Pero es en la parcela espiritual en la que quiero poner especial atención en todo el artículo. En la familia es donde uno descubre la propia parcela espiritual, que todo ser humano posee, creyente o no, que es la música interior, el silencio, ese lugar donde uno escucha su propio proyecto personal o se pone en contacto consigo mismo y que en los creyentes es el espacio que compartimos con Dios, con el que acariciamos nuestra propia historia y dejamos que El nos ponga en contacto con lo mejor de nosotros mismos. Una familia cristiana es la que alimenta esa parcela en todos sus miembros, es la que se adapta a las diferentes etapas de cada uno, pero que celebra con ellos todas las cualidades físicas, sociales y mentales que cada uno posee, en esa dimensión espiritual de la persona que nos magnifica, que nos hace especiales, que nos lanza a la vida y al mundo a ser y a construir el reino de Dios, ese cielo en la tierra en el que todos vivamos la vida en abundancia.
Cuando uno tiene su espiritualidad viva, su interioridad fecunda, de ella brotará su ilusión por vivir y por desarrollarse íntegramente. Esa parcela espiritual de la familia irá impulsando a cada uno a descubrir su vocación, a dejar brotar todos sus talentos y regalarlos a la humanidad, siendo plenamente feliz y totalmente realizado. Viviendo una historia de armonía y equilibrio interior y exterior que le lleva a vivir bien consigo mismo y con los demás
 

  1. A mí se me ocurre que…

 
Me encanta cuando mis nietos se tiran a mis brazos, sabiendo que su abrazo es especialmente valioso y que produce alegría su ternura. Es bonito verles presumir de sus trabajos, porque se les ve seguros de sí mismos y es más bonito aún oírles hablar con Dios, pues se va atisbando seguridad en su experiencia de fe y naturalidad al comunicarla, tanto cuando rezan, al bendecir la mesa o al acostarse, como cuando comentan a lo largo del día cosas de Dios y de los hermanos. Ya va asomando su vocación a la felicidad, a la relación, a acompañar la vida de otros… Bueno, yo veo en ellos brotes de confianza en Dios y en el ser humano, sensibilidad hacia las necesidades ajenas, simpatía, alegría vital y ternura, que hace que se nos derrita el corazón a los de alrededor. Veo que en ellos se va cumpliendo el sueño de Dios para cada uno, de que seamos felices y hagamos felices a los demás. Luego ya, los detalles concretos de la forma de realizar la vocación personal, espero que la descubran y los de alrededor les ayuden a formular su proyecto personal, para que vivan coherentemente con lo que han soñado vivir y sienten que Dios espera para ellos. Así lo he ido viendo en mis hijos, así voy haciendo realidad mi vocación de ser buena noticia, con mis palabras y con mis letras y así me gustaría que viviéramos todos los seres humanos, con un proyecto personal claro, que tire de nosotros hacia la utopía, hacia la buena vida para todos, hacia la construcción del reino de Dios.
Personalmente tengo que agradecer a los míos su acompañamiento y su despertar mi conciencia, para cumplir mi vocación. Hace pocos años estuve a punto de volver a mi puesto de funcionaria en la administración, por seguridad económica, por presión social y por conseguir una jubilación remunerada. Cuando me ofrecieron el trabajo, mientras todo el mundo me felicitaba y animaba a cogerlo, fueron mis hijos los que me hicieron darme cuenta de que aquello que me aportaba un mayor reconocimiento social, me apartaba de mi vocación… y, por tanto, de mi felicidad. Tras una crisis entre unos valores y otros, fue con su apoyo y con la lectura de “sal de tu tierra, abandona a tu padre y sigue el camino que yo te marcaré…” lo que me hizo abandonar “un chollo” de oferta laboral, a mis 55 años, y seguir en el camino que Dios cada día me sigue marcando, abandonando la aprobación de los demás y saliendo de mi casa, que en ese momento era mi crisis personal. Y todo lo he podido vivir gracias a que mi marido se ha ocupado de cubrir las necesidades básicas de la familia y yo, mientras, me he permitido el lujo de vivir mi vocación de animar, de escribir y acompañar vidas. Así que agradezco a mis hombres esta vida feliz y plena que me he montado y que ellos han “soportado”, impulsado y animado. Es más cómoda una madre más cocinera, más ama de casa, más disponible, atenta y servicial que la que tienen, colgada del ordenador, del teléfono y de los hermanos; aunque haga equilibrios mil por hacer familia, tener una casa acogedora y abierta  y compartir con ellos todo lo que vivo, amo y oro.
En el fondo de todo el artículo está la música interior de la llamada personal de Dios a cada uno, que nos susurra al corazón, si estamos atentos, y que a muchos puede ser una llamada a la entrega total en la vida religiosa. No dejemos de estar a su escucha, pues Dios habla siempre y lo importante es saber oírle pronunciar nuestro nombre y sus proyectos para nosotros, que suelen coincidir con la felicidad. Conviene estar conectado, no vaya a ser que nos pille sin cobertura demasiadas veces y no terminemos de saber qué hacer con nuestra historia personal, distraídos en las mil ofertas locas de nuestra estresante sociedad caprichosa y aventurera, que nos maneja con sus experiencias fuertes, que nada tienen que ver con el amor, con la realización personal ni con la gran familia humana, esa que estamos llamados a inventar.
“Señor, que todos los que nos hemos parado a leer estas letras andemos a la escucha de lo que sueñas para nosotros y alcancemos la felicidad plena que nos tienes preparada”. No dejes que nos despistemos. Estate muy atento para despertarnos, no nos dejes seguir sesteando la vida. Nos ponemos del todo en tus manos.

 Mari Patxi Ayerra

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