La formación de catequistas

1 septiembre 2004

Nuevo contexto, nueva catequesis

Alfonso Francia
 
Alfonso Francia es Catequeta. Ha publicado recientemente: Formación de jóvenes para la vida (CCS, Madrid).
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El artículo tiene como telón de fondo ciertos documentos oficiales y la amplia experiencia del autor en la formación de catequistas en España y otros países de América y África. Analiza la formación de catequistas, señala elementos que obligadamente deben tenerse en cuenta en el actual contexto ssocial y religioso, y propone una serie de formas o esquemas prácticos de formación. Fundamenta su praxis en una teoría bien asimilada y confrontada, sin concesiones a elucubraciones abstractas.
 
—————————
Son muchos los aspectos desde los que se puede abordar el tema de la catequesis y por lo tanto de los catequistas. Optaremos por lo más práctico, nacido de la experiencia reflexionada y confrontada o, si se prefiere, de la teoría estudiada, confrontada y confirmada con la praxis de la formación de catequistas en muchos lugares, ambientes y niveles.
 
Unas citas, de incuestionable valor por el contenido y por su procedencia, reflejan muy claramente la realidad y nos adentran en el tema.
«La catequesis tiene necesidad de renovarse, continuamente, en un cierto alargamiento de su concepto mismo, en sus métodos, en la búsqueda de un lenguaje adaptado, en el empleo de nuevos medios de transmisión del mensaje… Es necesario que la Iglesia dé pruebas hoy –como supo hacerlo en otras épocas de la historia- de sabiduría, de valentía y de fidelidad evangélicas, buscando y abriendo caminos y perspectivas nuevas para la enseñanza catequética” (CT 17).
 
“Uno de los problemas más graves que enfrenta hoy la catequesis es el de la comunicación. En la Iglesia hay una gran incomodidad, porque su forma de comuncar el evangelio suele ser pobre y sin calidad. A menudo se tiene la impresión de que utiliza lenguajes que nadie entiende, se dirige a auditorios que ya no existen y responde a preguntas que nadie tiene o a problemas que nadie vive” (CAL.131).
 

  1. Lo más propio de la iglesia es anunciar a Cristo

 
Lo propio de la Iglesia es evangelizar (CT 1). La Iglesia nace para evangelizar, crece evangelizando, se reproduce evangelizando y muere si no evangeliza. Evangelizar es anunciar a Cristo, pero el éxito de la evangelización es lograr la adhesión personal y libre a su persona.
Adhesión en el máximo grado. Identificación con Cristo como él lo está con el Padre. El amor cristiano siempre se encarna, siempre se hace presente. Espíritu y cuerpo van siempre unidos: ni cuerpo sin espíritu, ni espíritu sin cuerpo.
Cristo con su autenticidad, su libertad, su opción, era obligatoriamente inconformista, contestatario, revolucionario en la religión y en la sociedad. Sabía que en esto es casi imposible construir sin destruir. Este es el Cristo que la Iglesia, con obras y palabras, anuncia, encarna y proyecta. Él es la única verdad que salva, el único camino que lleva a la meta de la felicidad definitiva, la única vida que lleva a la plenitud de la vida.
Cristo, patrimonio de la humanidad. Su Iglesia, corazón de la sociedad. Si Cristo es patrimonio de la humanidad –no solo de la Iglesia- debe ser devuelto a la sociedad. Sin él, todo es distinto, se crea o no, se quiera o no. Cristo está en la Iglesia, santa y pecadora, y está también en la sociedad, pecadora pero con tantos destellos de bondad, de belleza, de verdad.
El tipo de catequesis depende fundamentalmente de la comunidad cristiana, situada y condicionada –interna y externamente- por múltiples aspectos.
Catequiza el papa, los obispos, los sacerdotes, los religiosos, los catequistas, los padres, los movimientos, ciertos programas de radio, tele, prensa de corte cristiano…
Es muy corriente y típico en ambientes eclesiales culpar a la sociedad, a la política y a los “enemigos de Dios” del desinterés por la fe y por la Iglesia. Serán parte de la causa, pero no la causa, pues la buena o mala catequesis depende solo de la comunidad cristiana. Ya dijo el Vaticano II que los creyentes somos causa de muchos abandonos de la iglesia y de la fe. Y la vida confirma cada día que muchos se acercan a la fe y a la iglesia por el testimonio de personas, de grupos o comunidades.
En la práctica, la insistencia en la catequesis sobre lo doctrinal, la oración y la vida sacramental, la Iglesia, la jerarquía, los aspectos morales… provoca sospechas de que el nucleo de la catequesis no es Cristo, no es el amor sino otras cosas también importantes, pero no lo esencial.
Aparecen más presentes las virtudes pasivas que las activas. No aparece en la sociedad –ni siquiera en el interior de la Iglesia- la lucha por el amor, la justicia, la libertad, la solidaridad, la preferencia por los más necesitados. “He visto peces nadar/en pilas de agua bendita/creyendo que eran la mar.”
 

  1. Rasgos más característicos de la nueva sociedad

 
2.1. Atreverse a cambiar
 
Lo primero que destaca en esta sociedad es el cambio, el vértigo del cambio. Dios ha puesto en ella ese dinamismo. Lo propio de Dios no es parar el mundo sino conducirlo, a la mayor velocidad posible, hacia la humanización plena, que llega cuando todos formamos la gran familia de Dios y la gran familia de hermanos.
Muchos en la Iglesia lo han entendido, a otros les da vértigo, se bajan o se empeñan en pararla. Dios es inmutable pero es el gran agente del cambio. Se hace presente en todas las culturas, razas, condiciones de vida, estatus social… hasta ahí llega su capacidad de cambio y su capacidad transformadora.
En el fondo Cristo se encarna en la psicología de las personas y en la sociología de los pueblos. El creyente debe asimilarse a Dios lo más posible: encarnarse, encarnar los valores más humanos y hasta donde sea posible, los valores más divinos. Ser levadura.
 
2.2. Correr al sepulcro… y volver corriendo
 
El “id al mundo entero” de Jesús significa también ir aprisa para llevar a Cristo y para ayudar al necesitado, como María a su prima Isabel. Correr, sí, como los apóstoles hacia el sepulcro de Cristo que agoniza y muere en tantísimos. Y correr también para anunciar la resurrección. Si hay que ir rápido para llegar a tiempo o ganar la carrera, debemos entrenarnos y asumir los riesgos, no suceda como a aquella madre de un campeón de motos que cuando el hijo iba a competir, siempre le decía: “hijo, ten cuidado, no corras mucho”. Menos mal que desobedecía a la madre.
 
2.3. Cambio de cultura
 
Cultura es para Freire la capacidad de la persona de transformar el mundo (naturaleza y sociedad) haciéndolo más humano. Todo (economía, leyes, educación, organización…) debe estar en razón de la persona.
El creyente debe ser el principal creador, mantenedor y potenciador de la nueva cultura con la nueva evangelización. El catequista es, o debe ser, formador de revolucionarios, de creyentes capaces de tranformar la sociedad, no de defenderse de ella. El salmón forma parte del río aunque navega contracorriente. Nuestra actual sociedad no es un problema, es una oportunidad.
Precisamente Cristo nunca vivió a la defensiva. En su subida al calvario vivió acorralado, impotente -todos contra él-, pero nunca se refugió. Con la cruz a cuestas, pero siempre cuesta arriba. El catequista es un enamorado de esta sociedad, con defectos como su propio marido o mujer, pero enamorado. Abrazado a ella para transformarla con amor.
No es cuestión de defenderse de la sociedad, como dijo Juan Pablo II en Toledo (1983) a los seglares cristianos, sino defender a la sociedad, a los más desvalidos, los que no cuentan: “Tenéis que ser apasionados defensores de todo lo que concierne a la dignidad y derechos de la persona”.
El catequista opta por luchar decididamente por lo global y apasionadmente por lo sectorial sin dejarse encerrar en lo privado, aunque debe ser celoso de la intimidad de cada uno.
 
2.4. Punto de partida, punto de llegada
 
La sociedad cambia gracias a la actitud de renovación, revolución o conversión permanente. Es imprescindible para una formación seria, analizar amplia y profundamente -cuanto más científicamente mejor- el entorno social (economía, política, movimientos culturales, minorías activas, fuentes de poder, recursos humanos y materiales…), la realidad eclesial (número, vivencia, imagen social, coherencia, opciones, tipo de relaciones… de los creyentes entre sí y con el entorno) y la propia realidad de los catequistas.
Lo primero que debe mirar una comunidad cristiana que evangeliza es su propia vida personal y comunitaria, pues se evangeliza más por lo que se es que por lo que se dice.
Suele suceder que las personas más sanas de nuestra sociedad ven en la estructura y vivencia eclesial muchos elementos positivos. Y con mucha seriedad, sin prejuicios, señalan aspectos en contradicción con el mensaje y vida de Jesús y con lo que la Iglesia predica.
Los mejores mensajes van, a veces, en pésimos envases de comunicación, presentados por incoherentes mensajeros. No faltan los que por su ignorancia, desinformación, experiencias parciales, creen hacer un servicio a Dios y a la humanidad atacando a la Iglesia o a formas concretas de Iglesia.¡Qué torpes o perversos deben ser o qué torpes y malos debemos ser los creyentes!
 

  1. Catequesis en contexto de pastoral

 
La comunidad y sus catequistas están situados en un contexto concreto igual que lo están los destinatarios. Tenemos tendencia a pensar que un contexto favorable facilita la evangelización. Solo es cierto en algunos aspectos. Los ambientes adversos son a veces el terreno más abonado para que crezca la santidad, la creatividad, el profetismo, el sentido comunitario… Incluso la tolerancia, la comprensión hacia los débiles, marginados, excluidos. La tranquilidad adormece siempre.
Nuestra sociedad, cada vez más ajena, de espaldas a Cristo y a su mensaje, -no forzosamente hostil- requiere para su evangelización un acercamiento mutuo. Como eso no se dará, pues no parece interesarle a la sociedad, resulta impescindible que la Iglesia se acerque y que, como Cristo, se encarne en todas las realidades sociales.
Pero esa es labor más bien de la pastoral porque a través de la pastoral –no de la catequesis propiamente dicha- se pueden encontrar lugares de diálogo, de intereses mutuos: cultura, arte, tareas de solidaridad, luchas por la justicia o por los derechos humanos, la paz, la libertad, la ecología, la igualdad de género,… en acciones concretas como el teatro,
la música, el deporte, las fiestas populares, los acontecimientos sociales…
 

  1. Los procesos de formación no responden a las necesidades

 
No se puede entrenar a la selección de fútbol en un futbolín ni se puede ir a la guerra con pistolas de plástico ni se puede hacer medicina con una rica teoría pero sin recursos humanos y materiales. Es imprescindible entrenar, poner en marcha otros aspectos de la persona que complementen la inteligencia, la memoria, la creatividad y la destreza innata. ¿Alguien creerá que es posible educar y formar solo con definiciones y descripciones?
 
Se entenderá fácilmente que las escuelas tradicionales de formación de catequistas no suelen responder al tipo de catequista que exige esta sociedad. Por muy válidas que sean las materias impartidas en el programa y muy santas las motivaciones de los que dirigen las escuelas, no pueden reducirse a aprender.
Se requiere formar (no solo informar) en la oración, la vida de los grupos, los valores humanos, la vida espiritual, sacramental, celebrativa, relacional, de estrategias… Es necesario alcanzar un saber experiencial. Saber aprender. Y desaprender cuando el caso lo requiere.
La dimensión doctrinal –kerigma- cubre las necesidades de asimilar los saberes –dogmas, verdades, tradiciones de la fe de la Iglesia-. El cuerpo doctrinal no lo inventa cada uno. La iglesia es depositaria y garante. Es muy lícito lamentar y alarmarse por la incultura y falta de conocimientos de las verdades reveladas y heredadas. ¡Pero cuidado con los dogmáticos y doctrinales!
La dimensión comunitaria –koinonía– recuerda, entrena y logra que el creyente viva su fe en un grupo humano que comparte la misma fe, las mismas opciones fundamentales, la misma adhesión a Cristo y a los valores del evangelio. La fe se vive, se celebra y se difunde. ¡Cuidado con los demasiado afectuosos que se mueven en redes de miel!
La dimensión celebrativa –liturgia – potencia en la vida de fe, la fe hecha vida, compartida y celebrada en la comunidad. Aunque la celebración no es lo más importante de la vivencia cristiana sí es la expresión de lo más importante, la vida, y lo más visible en la sociedad. ¡Cuidado con los aleluyeros!
La dimensión testimonial, de servicio, de compromiso tranformador, humanizador –diakonía- encarna la fe y el amor, lo hace caridad, servicio, justicia, libertad, solidaridad… Construye la personalidad de cada uno, hace la comunidad más viva, auténtica, encarnada y pascual, humaniza la sociedad y socializa la fe y el evangelio.
¡Cuidado con los mesías de descampado o de gabinete!
 

  1. Elementos que favorecen la formación

 
Para toda tarea educativa o pastoral se requiere optimismo, valoración de la realidad, de las las realizaciones habidas y de las posibilidades en el futuro. Los análisis de la realidad acumulan datos objetivos que someten a estudio sopesando las dificultades, las posibilidades y los recursos.
Nuestra sociedad ofrece aspectos de convergencia con el evangelio que pueden ser punto de partida para dialogar, proponer, testimoniar. Por enumerar algunos, señalamos la implantación de los derechos humanos, la apertura a lo universal, la valoración de todo lo creado, de la naturaleza. Destacamos también la creatividad, la apuesta por la paz, las ansias de generar vida, libertad, la justicia, la solidaridad, el culto al diálogo y al consenso, el pluralismo de razas, lenguas, culturas y religiones, la tolerancia, la comunicación, la sensibilidad hacia los más desheredados y hacia los colectivos más marginados…
 

  1. El catequista: testigo y pedagogo

 
El catequista es persona de fe profunda, de clara identidad cristiana y eclesial, de fina preocupación misionera y de honda sensibilidad social (DGC 237).
 
6.1. Es fiel
– Fiel a sí mismo (con una personalidad humana madura), sin doblarse como un junco,
– Fiel a Dios (identificado, centrado, vaciado de sí mismo y lleno de Dios y de todos),
– Fiel a la Iglesia que le envía (expone sus vivencias de fe, pero predica su verdad). La fidelidad supone conocimiento, amor, opción, identificación, autocrítica dentro de la Iglesia…). Fidelidad, no solo a la jerarquía sino también -y más- a los hermanos más necesitados,
– Fiel a la catequesis misma, sin reduccionismos, rebajas o componendas,
– Fiel a los destinatarios (ellos son sus dueños, los catequistas son sus servidores), según ambiente, modalidad de la catequesis y el nivel en que están),
– Fiel a su época (no anclado en el pasado, ni ciego ante el presente, ni hipnotizado por el futuro),
– Fiel al proceso y pedagogía que más conviene (ni a la más fácil ni a la que más domina ni a la que quieren imponer desde arriba o desde abajo),
– Fiel a su propia formación permanente,
– Fiel a una pedagogía y método liberadores.
 
6.2. Es testigo:
– de lo que cree,
– de lo que necesitan los destinatarios. En cada época, lugar y momento pueden urgir determinados testimonios.
 
6.3. Es pedagogo
– Capaz de transmitir los grandes valores cristianos,
– capaz de lograr hacer discípulos, seguidores-imitadores,
– capaz de adaptarse a las situaciones y personas,
– capaz de descubrir el lenguaje preciso,
– capaz de lograr y presentar una personalidad, un talante y un estilo a lo Cristo.
 
El catequista es más fuerte que los miedos, sabe renunciar a los propios criterios y susbjetivismos… Se sitúa como formador de la vida integral. Realiza su tarea desde la hondura religiosa, la preocupación misionera, con un mensaje profético que tiene mucho de interpelador, desestabilizador y de propuesta audaz, en relación siempre con la vida, desde una sensibilidad por los más pobres, y desde el respaldo de una vida testimonial.
 

  1. Catequista para la religiosidad popular

 
Siempre, aunque quizás más ahora, la iglesia debe formar catequistas para el pueblo, para la religión de los sencillos y para la religiosidad popular (devociones y costumbres populares). Fijándonos más en este sector de creyentes con esta religiosidad, apuntamos unas conclusiones, fruto en buena parte de una reunión de expertos sobre la cuestión. Hay que adoptar una actitud de «silencio y con los pies descalzos».
Para conocer, estudiar, experimentar, sentir la expresión íntima de la fe y de la expresión popular se necesita:
– Sensibilidad (tenerla, comprenderla y expresarla)
– Ver más allá de las formas
– Celo pastoral para valorar y ayudar a enderezar
– Cuidarse del peligro de la pastoral de élite
– Necesidad de ser más críticos y más objetivos (más allá de fobias y filias)
– Atención a la tendencia a absolutizar nuestros planteamientos
– Asumir, completar y transcender en vez de asfixiar
– Aprender de ciertas expresiones celebrativas de la religiosidad popular
– Ser críticos ante los grandes valores: paternidad de Dios, providencia, papel de la cruz, paciencia…
– Mucha caridad y mucho realismo
– Arriesgar y no transigir con todo
– Ni cegarse al asegurar que hay fe cristiana ni lo contrario
– Metodología justa: lógica del corazón, buscar el bien de la persona, humanizar
– Relación de ayuda (entrar en contacto directo: ni fuera ni lejos)
– Respetar la realidad sin pretender cambiarla desde el primer momento
– Observar objetivamente la realidad concreta (no desde prejuicios u otras
experiencias
– Ser auténticos (mostrar dudas e interrogantes sin demagogias ni mentiras, como creyente verdadero, no como poder)
– Confrontar los elementos criticables mostrando valores e interés por mejorar
– Interpelar a las personas sobre su vivencia (más con preguntas que con acusaciones
o condenas). Liberar al pueblo de la angustia ante los ataques intra o extraeclesiales.
– Mostrar las propias vivencias profundas -autoevaluación-: cuáles son nuestras
necesidades profundas y las respuestas que damos
– Pensar que la religiosidad supone: creencias, comportamientos y expresiones. No
reducir a expresiones
– Centralidad de Cristo (no tanto de María), que lleve a la eclesialidad
– Anuncio en clave existencial
– Recuperar la narración y el relato (no es doctrina, es historia de la salvación)
– Encuentro con Cristo vivo y viviente en la Iglesia, como persona (no con la verdad del maestro sino con el maestro de la verdad)
– Evangelizar desde la religiosidad popular y evangelizar la religiosidad popular
 

  1. Elegir el método es capital

 
El método más vivamente recomendado es el inductivo, que parte de la experiencia, de la vida, de lo más cercano a la realidad de la persona y del grupo. Hechos o situaciones sucedidos son fácilmente analizables, despiertan el interés, ayudan a descubrir las necesidades, confrontan con las realizaciones y aspiran a lograr las posibilidades.
Es la metodología de Dios en el Antiguo Testamento: el pueblo vivía una experiencia concreta, de ella Javeh sacaba doctrina, conclusiones, lecciones a través de los maestros y profetas. Javeh iluminaba su existencia y les daba claves de conducta e interpretación. En Cristo se ve aún más claro. Parte del enfermo, de las flores, de la higuera, de un dicho, un gesto, de algo del entorno, de la pesca, de la comida… Es la realidad concreta que le sirve para transcenderla y llevarla a lo universal.
Y si parte de la parábola o de la fábula es para encarnar el mensaje, hacerlo inteligible a los sencillos. La parábola ha sido, es -y siempre será- el recurso de los sabios para hablar a los sencillos y el recurso de los sencillos para hablar como sabios y para hablar a los sabios. Habla desde la realidad de su lugar, su tiempo y su cultura, para llevarnos a cada lugar, a cada época y a cada situación.
A nadie extraña que muchos de hoy digan que la Iglesia está desencarnada y anticuada y no digan eso mismo del evangelio. Del Evangelio dirán que resulta difícil vivirlo hasta las últimas consecuencias pero no se ataca frontalmente.
El método inductivo forma personas más comunitarias, participativas, más creativas, con mayor capacidad de decisión, educa en la pluralidad, entrena, encarna cantidad de valores, se acerca al sistema de Jesús y su discípulos, da una visión mucho más democrática y asamblearia… Pero es necesario vivir, experimentar, analizar, corregir, reintentar y familiarizarse con el método.
 

  1. Formación de catequistas en concreto

 
9.1. Escuelas de formación de catequistas
 
Al ser escuela hay que pensar en quién la organiza (Centro catequético, Universidad, Seminario, Congregación Religiosa, Parroquia…) en el proyecto, la programación, la seriedad académica, el sistema de evaluación, la sanción. Existen varias categorías:
– escuela de formación inicial de catequistas
– escuela de formación de nivel medio
– escuela de formación de nivel superior
– escuela de formación específica (emigrantes, discapacitados, alejados…)
 
Depende de la categoría de los profesores, de los alumnos, de las materias del programa, del número de horas dedicados, del tipo de sanción, diploma o reconocimiento. Los contenidos de esos programas suelen ser: teológicos, caquéticos y algunos aspectos antropológicos. Domina el método magisterial con incrustaciones de momentos de diálogo y alguna actividad, más con intención dinamizadora que como apuesta por un estilo de educación que en buena parte asegura el método inductivo, experiencial, antrológico. Está más que probado que un método magisterial no capacita por él mismo para una catequesis capaz de formar cristianos para esta sociedad, a la que debe transformar.
 
9.2. Seminarios y escuelas de teología
 
Un buen lugar para formar catequistas son los seminarios y escuelas de teología que aseguran sistematización doctrinal, clima que favorece el estudio y la reflexión y, profesores con calidad humana, competencia profesional y experiencia pastoral-catequética.
Tiene sus peligros: la preocupación por formar más al cura de gobierno que al testigo, al profeta, al pastor o catequista. En una iglesia tan clerical y jerarquizada, preparar a los sacerdotes es clave.
Unidos, cada cual en su papel y su espiritualidad, harían un gran servicio a la iglesia y a la catequesis. Inyelectualizados y cortados de la realidad más cruda, sin una práctica pastoral en los ambientes más difíciles, se puede hacer catequesis de gabinete, intelectualizada y elitista. “Y subes, subes y subes, y ya te crees en el cielo y te has quedado en las nubes”
 
9.3. Cada comunidad cristiana
 
La comunidad parroquial vela por la catequización de todos y de cada uno de sus catequistas según su situación y nivel de maduración. Cuenta con los momentos más asamblearios: celebraciones de todo tipo, ciclos de charlas, encuentros, retiros… Y cuenta con los procesos de maduración en la fe: grupos de catequesis, catecumenados de jóvenes y adultos.
Una comunidad viva se preocupa y ocupa en formar la personalidad humana de cada uno, formar la persona libre, crítica, creativa, comunitaria, solidaria, abierta al transcendente, lúdico-celebrativa… con procesos programados y con seguimiento personal donde se puede.
El grupo de catequesis, bien llevado, ofrece muchas posibilidades de formación humana, formación cristiana y formación técnica, con una buena dinámica. Quien ha hecho un buen recorrido de fe en grupo se encuentra más capacitado para catequizar en grupo y entrenar para la comunidad cristiana de talla humana donde todos se conocen, comparten, revisan, se comprometen y celebran.
 
9.4. Cursos y cursillos
 
Los cursos y cursillos son un recurso de la comunidad cristiana para formar a sus catequistas. La experiencia nos dice que se pueden alternar muy bien los contenidos teológicos con una metodología experiencial y dinámica, donde se compagina la formación del ser, del saber y del hacer.
Los cursillos son parroquiales o interparroquiales, generales o específicos, según edades, coveniencias de horario, niveles de preparación etc. Son muchas las parroquias que optan por esta modalidad, en un proyecto de varios años. Permite contar con expertos en las distintas áreas y materias y dosificar pedagógicamente los encuentros. Optan por fines de semana o varias tardes al año.
Es claramente insuficiente un solo cursillo de 10 o 15 horas al año para preparar catequistas. La fórmula, si es variada en contenidos, puede ser válida para los catequistas ya experimentados, como formación permanente, motivación o puesta a punto.
Es pobrísima la fórmula de comenzar el año catequético con unas hora con el consabido contenido: importancia de la catequesis, elementos fundamentales, psicología de los destinatarios, elementos de pedagogía, materiales para utilizar e informaciones de organización. Además, algunos catequistas veteranos, han escuchado y vivido esa escena 15 o 20 años ya.
 
9.5. La familia, escuela de catequesis
 
Cuántos, como muletilla, y cuántos como convicción nacida de la experiencia, dicen y aseguran que a menudo, al menos a veces, la familia ha sido y puede seguir siendo la primera y mejor escuela de catequesis.
El clima afectivo, el testimonio, la oportunidad de utilizar todos los resortes, que no son pocos, para sembrar ideas, valores evangélicos, para dar testimonio, plantear interrogantes, salir al paso de cuestiones y casos de la calle, complementar la enseñanza religiosa del aula, aprovechar la tele, las cosas para ilustrar, aclarar, completar, valorar… Los momentos de oración en casa, oración personal, celebraciones familiares y de parroquia… son otras muchas oportunidades para hacer una catequesis vital, muy “familiar”, muy bien dosificada, con respuestas a los intereses, necesidades y posibilidades de los hijos. Los padres son los catequistas de sus propios hijos. Y si pueden serlo de otros niños, mejor.
 
9.6. La formación de animadores
 
La evangelización y la pastoral hoy encuentran la mejor plataforma en la animación sociocultural, voluntariados, tiempo libre y actividades…No solo son lugares de convocatoria y de acercamiento sino espacios compartidos por creyentes y no creyentes, de catequistas y personas abiertas a la fe, donde aparece el testimonio, muchas preguntas y puntos de diálogo.
Hay ya ciertos elementos catequéticos y un clima favorable para ampliar y profundizar. (cfr. Plan de formación de animadores, ed. CCS (55 títulos), donde se ofrecen teoría y práctica y una metodología incorporada capaz de ser utilizada por el mismo grupo en proceso de autoformación.
 
Conclusión: formación permanente
 
El proceso de formación permanente no será propiamente una escuela, o puede no serla, pero es una tarea obligada de toda la comunidad cristiana, con el párroco a la cabeza.. Y eso, para mantener las motivaciones, renovar fuerzas, confrontar con otros, ampliar conocimientos y recursos, plantearse nuevas necesidades y urgencias, ponerse al día en útiles catequéticos más actuales o más en consonancia con la psicología de los destinatarios…
Uno de los problemas más agudos de los catequistas actuales es la falta de motivación, preparación, seguimiento y coordinación. Un porcentaje elevado se quema, abandona la catequesis y aún peor abandona también la iglesia.
Mientras la catequesis no sea la tarea prioritaria de la Iglesia, de cada parroquia y comunidad, no se formará a los catequistas con esfuerzo, presupuestos, dedicación, buena pedagogía y cariño. Lo mejor de la parroquia debe ser para los más débiles y para los catequistas.
 
Bibliografía
 
Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, Edice, Madrid 1997.
VV AA, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid 1999.
Emilio Alberich, Catequesis evangelizadora. CCS, Madrid 2003
Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, El catequista y su formación, Edice, Madrid,1985.
Joseph Gevaert, Primera evangelización. CCS, Madrid 1992.
Eugenio González , Curso básico de pedagogía catequética, CCS, Madrid 2004.