La leyenda de los árboles

1 junio 2001

Había en lo alto de una montaña tres árboles jóvenes que soñaban con frecuencia qué serían cuando fuesen mayores.
El primero mirando a las estrellas dijo: «Yo quiero ser el cofre más valioso del mun­do, lleno de tesoros».
El segundo mirando al río suspiró: «Yo quiero ser un barco grande y llevar reyes y reinas».
El tercero mirando hacia el valle añadió: «Quiero quedarme en lo alto de la monta­ña y crecer tanto que las personas cuando miren hacia aquí, levanten sus ojos y pien­sen en Dios». Pasaron muchos años y un buen día los leñadores cortaron los árboles, que estaban ansiosos por hacer realidad sus sueños.
Pero los leñadores no acostumbran a escuchar ni a perder el tiempo en sueños. ¡Qué pena! El primer árbol acabó transformado en un carro de animales para trans­portar estiercol.
Del segundo árbol se hizo un sencillo barco de pesca que cargaba personas y pe­ces todos los días.
El tercer árbol fue cortado en gruesos tablones que fueron guardados en un alma­cen.
Decepcionados y tristes al verse allí preguntaban: «¿Por qué esto? ¿Para qué esta­mos aquí?». Pero en una bella noche, llena de luz y de estrellas, una joven mujer coloca a su bebé recién nacido sobre aquel carro de animales. y de repente, el primer árbol se dio cuenta de que llevaba sobre sí el mayor tesoro del mundo.
 
El segundo árbol acabó un día transportando a un hombre que terminó durmiendo en su seno, pero cuando la tempestad quiso hundir la barca aquel hombre se levantó y dijo: «Paz». En aquel instante el segundo árbol comprendió que estaba llevando al Rey y Señor del cielo y de la tierra.
Años más tarde, a la hora sexta, el tercer árbol se estremeció cuando sus tablones fueron unidos en forma de cruz y un hombre fue clavado en ellos. Por un instante se vio horrible y cruel. Pero cuando amaneció el Domingo el mundo se llenó de inmensa alegría. Y el tercer árbol comprendió que en él habían colgado a un hombre para sal­var al mundo y que, al mirar el árbol de la cruz, las personas se sentirían infinitamen­te amadas por Dios y por su hijo.
Aquellos árboles habían abrigado sueños y deseos…, pero la realidad había sido mil veces más grande de lo que jamás habían podido imaginar.
 
PARA HACER

  1. Leer el relato. ¿Qué nos llama la atención? ¿Qué descubro yo en esta parábola?
  2. La narración hace referencia a tres escenas: la cuna del nacimiento (Lc 2,6-8), la barca de la tempestad cal­mada (Mt 8,23-27), la cruz en la que Jesús entrega la vida (Mt 27,32-54). Leer esos textos y meditarlos. Des­pués recrearlos dando voz a los objetos: cuna, barca, cruz… Hablan como si fueran personajes, expresan sus sentimientos, etc.
  3. ¿Cuáles son nuestros sueños? Podemos escribir uno y después ponerlo en común.
  4. Pero los sueños se han de convertir en realidad: ¿Qué podemos hacer para ello?

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