La llamada del otro

1 abril 2003

«No oprimirás ni vejarás al emigrante,

porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto » (Éx 22, 20).

«Porque fui emigrante

y me acogisteis » (Mt 25, 35).

La presencia de nuevos vecinos
 
Los movimientos migratorios han existido desde que el ser humano empezó a serlo. Los paleontólogos coinciden en afirmar que nuestro común antepasado, el homo sapiens, fue un viajero infatigable, y debido a ello nosotros somos los que somos y vivimos donde vivimos. En este comienzo del siglo XX, el mundo occidental experimenta un flujo inmigratorio muy significativo, que en nuestro país, en concreto, se ha retrasado unas décadas, pero ha irrumpido con mucha fuerza y rapidez, lo que hace más llamativo en su percepción el hecho. Así, la población autóctona tiene esa sensación que describía hace ya unos años Joan Manuel Serrat: “Disculpe el señor, pero, mientras estamos hablando, miles y miles vienen y siguen llegando”. Así pues, la presencia mayor de nuevos vecinos entre nosotros es un hecho que todos tenemos muy presente.
 
No podemos olvidar que para nadie es agradable exiliarse de su tierra y de su cultura. El fracaso de los planes de desarrollo de los años 60 y 70, la acentuación de la pobreza del Tercer Mundo y el incremento del abismo Norte-Sur con los procesos de globalización económica en los 90 y en este comienzo del siglo XXI –por causas complejas que ahora no entramos a analizar- explican los actuales flujos migratorios.
El caso es que esta nueva presencia es una prueba de fuego para el discurso de tolerancia, de aprecio de la diferencia y del mestizaje cultural que elaboró el pensamiento europeo posmoderno desde los 70 para acá. Una reflexión más profunda, como la construida por Levinas, insiste en que la presencia del otro, del diferente y distinto, siempre enriquece al ser humano, que se constituye como persona si se relaciona con otras personas. La riqueza es mayor si la diferencia es grande. El rostro del otro, del extraño, es espejo que me ayuda a conocerme y hacerme como persona.
 
Empiezan los problemas
 
Pero no podemos ser ingenuos. Del aprecio al “otro” al temor o al odio hay un camino corto que se recorre con frecuencia. Peter Berger nos ha mostrado que la presencia en una misma sociedad de culturas diversas crea una serie de inseguridades y miedos en la sociedad. Se da una “contaminación o disonancia cultural” que puede llegar a ser muy conflictiva y despertar en nosotros los monstruos dormidos del pasado (recordemos el fenómenos del lepenismo en la vecina y tradicionalmente progresista Francia). Recientemente el italiano Giovanni Sartori, en su obra La sociedad multiétnica, ha planteado los problemas de convivencia que están surgiendo con bastante crudeza.
Otras manifestaciones culturales más cercanas a la opinión pública, como el cine, están poniendo de relieve estas dificultades. Recordemos la película de Ridley Scott Alien, que explotaba brillantemente la metáfora del terror a lo desconocido, a lo extraño y diferente (Alien significa extraño, ajeno…; o sea, el otro como peligro, ya no como posibilidad de enriquecimiento). El título y la atmósfera asfixiante se la película Los Otros, del español Amenábar, es otra versión del mismo problema. Ese miedo acentúa y engrandece las dificultades, y más cuando cierto smedios de comunicación incrementan y manipulan por intereses inconfesables la percepción de problemas que no podemos negar que existen. Los mecanismos de justificación son infinitos: “No es que yo sea racista, pero…; no es que yo sea xenófobo, pero lo que no se puede negar es que…” Además delos problemas de convivencia, se dan las situaciones verdaderamente dramáticas que ponen en duda la condición misma de personas de demasiados hombres y mujeres: las muertes en el mar, las condiciones de trabajo de explotación vergonzosa, las mafias que comercian con vidas humanas, la prostitución y la trata de blancas, el abandono y desamparo de un número alarmante de menores…
 
Respuestas pastorales
 
El reto para las comunidades cristianas es enorme. En el caso que nos ocupa, el programa nos viene marcado por Jesús mismo en la parábola del Buen Samaritano. No podemos mirar para otro lado ante el grito “¿Qué has hecho de tu hermano?” (Gen 4, 9). La actualidad de estas palabras del Concilio Vaticano II nos sorprenden y nos señalan caminos: “Con respecto a los trabajadores que provienen de otros países o de otras regiones y que prestan su cooperación al crecimiento económico de una nación o una provincia, se ha de evitar toda discriminación en materia de remuneración o de condiciones de trabajo. Además, la sociedad entera, en particular los poderes públicos, debe acogerlos como a personas, no como simple mano de obra útil a la producción; deben facilitar la presencia de sus familias junto a ellos, ayudarles a procurarse un alojamiento decente y facilitar su incorporación a la vida social del país o de la región que los acoge” (GS 66).
En concreto, en el campo de la pastoral juvenil, urge la atención a menores y jóvenes inmigrantes –y se están realizando acciones proféticas muy satisfactorias- y la concienciación y educación para la convivencia para los jóvenes del país que recibe a inmigrantes. Por ello, hay que invertir en convivencia sanamente intercultural, evitando el mero pluriculturalismo en el sentido de “yuxtaposición de culturas”, como se indica en los estudios que presentamos. También aquí, la educación es el camino largo y costoso, pero el único con garantías de ofrecer soluciones humanizantes.
 

                                                        Jesús Rojano Martínez

                                                        misionjoven@pjs.es