Apenas leo páginas de blogs. Simplemente por falta de tiempo. De vez en cuando me he interesado por alguno por un motivo concreto. Pero hace ya tiempo, buscando información sobre los jóvenes en Europa, entré en una sección del periódico italiano “La Repubblica”. Y me tropecé con su web de bitácoras, KataWeb Blog. Encontré una lista larguísima de títulos. Me llamó la atención uno: “Las meninas”. ¿Sería sobre Velázquez, escrito por un italiano? Entré.
Escribía una mujer. Debía ser pintora. Había comentarios sobre obras de diversos pintores. Pero la mayoría de las entradas eran reflexiones sobre la vida cotidiana. Quedé sorprendido. En un italiano terso, preciso, de pocas palabras narraba una escena, describía elegantemente un paisaje, exploraba sentimientos y recuerdos, con una finura extraordinaria, con una profundidad serena, como si volara sobre las cosas y penetrara en ellas sin esfuerzo. Me conmovía la belleza de esos instantes, la nostalgia que provocaban sus paisajes lejanos, la delicadeza con la que la autora contemplaba personas y objetos. Cuando me encontraba muy cansado, entraba en “Las meninas” y leía y releía esas pocas líneas, que eran capaces de romper la monotonía y de abrir caminos hacia el misterio de la existencia.
Hace unas semanas, en un día de lluvia, al atardecer, me he acordado de “Las meninas”. He entrado, y he visto que no había ningún post nuevo. El último ya lo conocía: “Nove passeggiate alle nove di sera”. ¿Cómo es posible que haya pasado tanto tiempo sin añadir nada? Intrigado he indagado en los comentarios de los lectores, cosa que nunca había hecho.
Se llamaba Laurette. Era una mujer joven, casada, con dos niños. Murió poco tiempo después de escribir ese último post. Posiblemente de cáncer. Una lectora escribe: “Las meninas” è il blog più bello che mi sia capitato di leggere”. Puedo decir lo mismo. Me embargó una tristeza honda. Sentí la nostalgia de la belleza perdida. Es como si alguien cercano a mí hubiera muerto. Y nunca he visto su rostro ni he oído su voz.
Ya no podré contemplar lo cotidiano a través de sus ojos, ni gozar de su sensibilidad y ternura observando el mundo. Ella sabía que se moría y seguía describiendo esos instantes de eternidad que me sobrecogen por su misterio. Sus últimas palabras en el post: “Un giorno di questi riprenderemo. Forse anche prima che arrivi l’inverno.” No pudo reemprender sus paseos de otoño. Se fue en ese invierno.
Hoy recuerdo a esa mujer y siento viva la nostalgia que despertaban en mí sus reflexiones. ¿Creía en Dios? No lo sé. Para bastantes hombres y mujeres en Europa, derrumbadas las creencias ideológicas y religiosas, no hay cobijo bajo el cielo vacío. ¿Qué les queda? Los “pequeños relatos” de su vida cotidiana, una ética estructurada por la conciencia personal sin referencias sólidas sociales o religiosas, el placer, el arte, la belleza, la solidaridad, la ciencia, el amor como solicitud y ternura, como perdón y silencio, en la fragilidad, en la complejidad confusa del presente…
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