[vc_row][vc_column][vc_column_text]Miguel A. Marín, «Migueli», es cantautor y «educador social» en ámbitos de inserción de marginados.
Síntesis del artículo:
El autor nos propone una mirada compasiva (de patire cum, de conocer entendido como una «cuestión de entrañas») capaz de descubrir luz en las experiencias de la noche y en las vidas de sus moradores, para entender los motivos de los jóvenes, para contemplar la noche como espacio de libertad y tiempo de autonomía (con su música, su estética y la inseguridad entre sombras que esconde). Una mirada que nos permita ver las rejas de la vida rotas en el espacio de la noche y, sobre todo, que nos ayude a ser un poco más y mejor educadores para las noches que pueblan la vida de los jóvenes.
De la noche, como de todo, cada cual escribe según le da o según le va en ella. La noche suena a oscura perversión y, sin embargo, es también tregua para los amores. La noche es la oscuridad del que no tiene techo ni familia, del que no tiene salud y espera, con la paciencia que puede, que pase este tramo negro de dolores y soledad y llegue, como un alivio, el amanecer. Por otra parte, para muchos es el momento más creativo para las artes, el encuentro, la fiesta, el fuego, los sueños, la risa, el cariño… Todos hemos vivido cantando alguna vez hasta la madrugada, en fuegos de campamento, conversaciones de esas con clima, jornadas ricas de estudio, flirteos, vigilias, juegos y juergas… que protegidos, por el manto de penumbra, han multiplicado su intensidad, su intimidad, su sinceridad, su profundidad… La noche es mágica, por mucho que los maduros -y a veces los más que maduros- traten de eliminarla del tiempo de nuestra vida para ligarla sólo el mérito del descanso.
1 El espectáculo de la noche
La noche tiene sus luces y sus sombras. Realizarse en la noche es descubrir sus luces. Pero las sombras están ahí, como en todo lo que nos rodea.
La noche crea un ambiente acogedor e íntimo bajo su especial bóveda. Me recuerda al que bajo su especial cubierta, crea un templo. Un «espacio sagrado» que facilita que la gente se encuentre y se quiera. Un espacio con su lenguaje, con sus vestimentas, con sus ritos unidos y ambientados por la música, con sus brindis regando el espíritu de comunicación, fraternidad y comunidad. Un espacio lleno de motivación por el Espíritu.
Vamos al grano. La primera invitación que no puedo reprimir hacer a todo el que se sienta mínimamente interesado por el momento que vive la juventud (ese ente tan supervalorado de palabra y tan denostado y olvidado en acciones, hechos, presencia…) es la de asistir a un espectáculo: el espectáculo de la madrugada. Para muchos educadores y ese analista barato que todos llevamos dentro, esta situación que se vive en cualquier barrio de la movida a las dos o tres de la madrugada de un fin de semana, puede parecer el principio de la ruina del país o expresión de la famosa crisis de valores, a la que se recurre cada vez que se quiere expresar el descontento con el momento presente sin saber definir bien sus porqués.
El espectáculo de la madrugada: la calle conquistada por una masa de jóvenes contentos, autónomos, con la cara llena de alegría y de ganas de comerse con intensidad las horas. Este síntoma e imagen que son tan propios de la juventud, desgraciadamente, cada vez se ve menos reflejado en sus caras durante las horas del día.
El espectáculo de la madrugada: una ciudad o una parte de ella completamente cambiada para el disfrute, con todo lo que implica de creatividad y de identidad. Locales de la noche, palabras de la noche, actitudes solidarias de la noche, gestos de amistad de la noche, vestidos de la noche, espacios, informalidad, espontaneidad, apariencias, en fin, ¡espíritu de la noche!
El espectáculo de la madrugada: un espacio y un tiempo sin ruidos y sin tiempo. Unos ritos vivos y propios de una religión no reglada, de una espiritualidad asfixiada por el ritmo, el asfalto y la sequedad de los días. Ahí aparece todo lo que la vida rutinaria no deja aparecer. Si queremos formar personas felices será necesario que encuentren y desarrollen todo lo que el mundo adulto no le deja sacar a flote.
Oponer divertimento a valores y la alegría a la espiritualidad es algo bárbaro que tal vez ninguno de nosotros vemos admisible. Ya no hay nadie que haga eso, pensamos como para consolarnos. Pero se siguen oyendo en charlas, homilías, testimonios, catequesis, preguntas del tipo: ¿dónde estás mejor, con Jesús o en la discoteca?, o… esa alegría vana que te da el salir el fin de semana… El muchacho o la muchacha, por el contrario y en un alto porcentaje de los casos, tiene una sensación alucinante de cómo se lo pasó, del recuerdo de sus amistades, de su pareja, del ambiente. Alegría vana… Un universitario no gasta ni una neurona de su cerebro en reflexionar estas sentencias. Un adolescente no tiene palabras para argumentar, pero sabe que, al oír tales apreciaciones, dentro experimenta una sensación cercana a la gilipollez. Cuando encuentre en otras direcciones sensaciones de apertura coherencia y legalidad, se irá tras ellas sin dudarlo.
Otra invitación: enseñar a mirar y aprender a ver. Este es el intento humilde de estas líneas, que ojalá sirvan para animar y ayudar a ver sin exagerados pesimismos el momento que vivimos; como todas las épocas, ésta tiene sus jóvenes inconformistas, sus modos de diversión, sus protestas, sus travesuras. Buscar luz en lo que no comprendemos, (tal vez por desconexión natural de un fenómeno, de un sector muy determinado), en lo que parece muy oscuro, y engrandecer esas claridades dentro de los ambientes, con un poco de información y otro poco de presencia humilde, es una actitud realmente evangélica. Lo chungo, es la indiferencia.
2 Motivos de la noche
La motivación, la noche como estímulo, es una de las actitudes que afloran. La posibilidad de un lugar de encuentro sin ruido y sin tiempo. El ambiente nocturno tiene fama de ruidoso y ha tenido -y tiene- continuamente problemas por esto. Tal vez sea un lugar donde unos ruidos sustituyen a otros, más continuos y desesperados, a los ruidos de los días, ruidos de pesimismo, ruidos de contraste devastador entre la situación que se vive, el futuro que se vislumbra y la especie de piropo continuo que se recibe sin pedirlo. Porque los jóvenes, la juventud, siempre ha sido querida, cada vez más idealizada, y a partir de los 80, comienza a ser absolutamente mitificada.
Esta especie de obsesión por lo juvenil genera en nuestra sociedad un par de situaciones cargadas de ambigüedad e intereses. Por un lado, entre el mundo adulto se propaga la necesidad de exteriorizar una estética juvenil como garantía de cierto reconocimiento social, como elemento imprescindible para el triunfo. Por otro, muchas organizaciones e instituciones colocan a los jóvenes como eje central de su preocupación. Pasan a ser un punto de referencia inagotable del discurso público, institucional, de los medios de comunicación y, naturalmente, de la publicidad.
Frente a esta situación, el sector joven vive una etapa oscura. Se ha utilizado su estética y su imagen. A pesar de su mitificación, los jóvenes quedan al margen de determinados espacios sociales y culturales, imprescindibles para el crecimiento personal y el necesario desarrollo de su personalidad. Ruido y más ruido, pero sin nueces.
La ciudad duerme durante la noche y comienza a despertar aquello que la luz del día esconde. El joven se libera de los elementos restrictivos del día. La noche es su espacio. Sus padres están ausentes. No hay horarios, ni censura. La noche es a la vez divertida, porque en ella se descubren cosas desde la autonomía, y di-vertida porque aparecen dos personalidades: por un lado, lo fantástico de lo autónomo y, por otro, la inmadurez y la inseguridad.
La noche se convierte para los jóvenes en un espacio, en un templo en el que resuenan palabras de denuncia y rebeldía. La noche se erige en un espacio de identidad donde los muchachos pueden protestar frente a un mundo adulto que les impide y dificulta el paso con la colocación de incómodos obstáculos. Algunos querrán que se denuncie y que se sea rebelde en las situaciones diarias, pero cuando lo que tenemos delante es prácticamente inamovible para todos, cada cual busca su rincón para el berrinche. Al menos ahí se expresa y se puede oír.
El paro, la eventualidad de los contratos, las pésimas condiciones laborales -horarios y retribuciones-, la escasa cualificación de tantos jóvenes que no culminaron alguna enseñanza de formación profesional, son otros tantos motivos suficientes para dificultar la inserción de la juventud en el mundo laboral y, por ende, en el mundo adulto. Jóvenes están abocados, desde la finalización de los estudios primarios, a trabajar en negocios a cambio de un sueldo mísero, donde el empresario se aprovecha de la enorme demanda de mano de obra. Basta citar, como ejemplo, a las empresas de trabajo temporal. Son muchos los jóvenes que hoy peregrinan de trabajo en trabajo, con contratos que duran días, cobrando míseros sueldos que deben ser repartidos con las empresas intermediarias -legalización de la esclavitud-. Tendrán sus ratos de oxígeno, al menos…
3 Lo noche: espacio de libertad y tiempo de autonomía
La noche para los jóvenes representa el espacio de libertad y de autonomía frente al tiempo y espacio del mundo adulto. La dependencia de la familia de origen y el retraso en constituir la suya propia privan a los jóvenes de su propio espacio vital. La pelea por mantener horarios de vuelta a casa ha sido un combate perenne entre padres e hijos. Los adultos han tenido que ceder por la imposibilidad de facilitarles espacios de intimidad durante el día. Ante esta situación, los jóvenes se ven compelidos a vivir la intimidad durante la noche, ajenos al mundo adulto, en espacios públicos distintos del familiar. La noche ha quedado bajo el pleno dominio de los jóvenes, especialmente los fines de semana. De ahí que ir de «finde» sea equivalente a desaparecer la noche del viernes para volver a aparecer la noche del domingo. Sin tiempo. En este ritmo acelerado e imparable, al que estamos sometidos en cualquiera de nuestras ciudades, debe ser más que una tentación tener por delante un tiempo sin tiempo.
3.1. Música para la libertad y la autonomía
La música es el elemento de unión en la liturgia de la noche. Todo está enganchado y sumergido en la presencia protagonista, aunque secundaria, de la música. La música siempre es vida y generadora de vida. Es una experiencia creativa que arrastra al disfrute, la participación y la creación, a todos los que se sienten tocados por su vibración. La música, la más estridente que te imagines, ha sacado a muchos chavales amigos míos de la droga y de las llamadas conductas asociales. Para ello sólo ha sido necesario la compañía, la presencia y la implicación entusiasta en el principio del proceso creativo del chaval.
La música de la noche lo llena todo. La música de siempre, la música de moda, la música que cantan con entusiasmo cuando arranca en un garito a rebosar. Momentos emocionantes. Las letras de los grupos preferidos recorren la noche y en ellas se analiza -con lenguaje unas veces divertido y, otras, agresivo- todo lo que ocurre en nuestra sociedad. El lenguaje es tan propio del ambiente, que se hace himno y toma de postura ante situaciones. Se reflexiona más en un concierto de la corriente radikal que en todo un curso de Ciencias Sociales.
La música es el vehículo más directo al corazón y a los sentidos y llena de ideas, es un potente estimulador del compromiso humano. Los conciertos que he vivido en las parroquias han supuesto, para muchos jóvenes, un despertar y una nueva capacidad para sintetizar y asimilar todo lo aprendido en ese entorno y, gracias a la música, relacionarlo mucho más directamente con su vida. Hace poco fui verdaderamente feliz en una parroquia de Entrevías (Madrid) viendo saltar a una masa entusiasmada de jóvenes que la abarrotaban al ritmo de crónica y denuncia del rap de «Hechos contra el decoro».
Sin disidencia no puede existir participación ética en la transformación social. El rap y el rock urbano, en todas sus tendencias, desde las moderadas hasta las radicales, llenan de ideología básica y fundamentada a un montón de jóvenes, que no han podido tener formación o que no quieren aprovecharla bajo las formas sociales establecidas. Los conciertos solidarios, los conciertos radikales, son experiencias de disidencia, de inconformismo y de movilización. Es difícil, a veces, animar a chavales para movilizaciones «del día», tal vez porque, por grande que sea el problema, no entienden el lenguaje de la convocatoria o no se implican en el estilo de la manifestación, o no les toca la causa o el problema. No es gratuita la cantidad de conciertos solidarios que unen a varios grupos y a miles de jóvenes en torno a una causa, pero con unas maneras que entran dentro de su código. La noche es generadora de movilización y «compromiso social». El boom de los cantautores, que ya se está pasando, ha tenido también relación con este fenómeno. Consultad acerca de los grupos que escuchan los muchachos que os rodean en vuestras tareas educativas. Por encima de lo que nos parezcan, es lo que hay y parte de lo que les llena y les orienta. Asumir todo eso como material nuestro es un puntazo educativo.
También es característica de la noche, la música de baile. Esta corriente de música de secuencias rítmicas obsesivas no es para nada de ahora. Desde siempre ha habido una música que invitaba específicamente al baile. Sería la continuación de toda una tradición desde el folk, el twist, el swin,el rock´n roll, que preceden lejanamente, en esto de moverse, al break, el acid, el hip hop y, en estos últimos años, a la máquina, el bacalao, el trance que, a su vez, irán dejando paso a nuevos ritmos frenéticos de cambios vertiginosos. No viene a cuenta ahora hacer todo un tratado de musicología. La cosa es que hay que bailar. Nadie duda que es un momento liberador, creativo y divertido como pocos. Los sentidos se desarrollan y, según el tipo de vida, se adaptan y se hacen más exigentes. El oído pide ahora más vatios y más presión que hace tiempo.
La realidad de una música de loops, bucles y secuencias rítmicas constantes y fuertes aparece como una necesidad de algo impactante, algo que mueve los pies y todo el cuerpo, algo en lo que imbuirse, sumergirse, no como una invitación a la perversión, sino como algo más juvenilmente antropológico, en una línea de distensión radical que no tiene que ser perversa.
Otra invitación: no estaría mal que te empapases de la música que se baila ahora. De momento, empieza por ver bailar en la noche a los chavales: es un derroche de estética, de arte y de libertad. Cuando uno lleva tiempo observando y sintiendo, nota que hay muchas diferencias entre la música que consideramos pum-pum-pum. Escuchando con actitud comprensiva, al menos, se ve fácilmente que el sumergirse en esas vibraciones puede llegar a ser una sensación supersatisfactoria. No es lo mismo dar posibilidades a ese algo de la música que, a la hora de hablar de ello y tener reacciones o decisiones educativas ante determinadas situaciones, considerarlo absolutamente ilógico. Escuchar a Propeller Heads, algo concreto de lo que hay y de lo que viene, o cualquier otro grupo de esta corriente o, incluso, una grabación cuidada de un rato de sesión nocturna de baile preparada por un Dj`s, abrirá nuestra visión. No digo que te guste sin más, sino que ayuda a comprender que realmente puede ser algo excitante y con sentido. Conviene planteárselo como un ejercicio hecho con sinceridad, no por ir de guay.
3.2. Inseguridad entre sombras y estética alternativa
La noche es el espacio que empapa la inseguridad vivida por los jóvenes, la inseguridad que en el fondo de sí tiene cada uno. La noche empapa el miedo que se genera ante la fuerza devastadora del tiempo. La casi totalidad de la cultura se preocupa obsesivamente de un mensaje: «el tiempo es cruel y pasa rápido; ¡atención!, esta es la mejor etapa de tu vida, y no sólo la mejor, la única etapa buena de la vida que se escapa rápidamente como la arena que se filtra entre los dedos». Esta presión crea ansiedad en la mente adolescente, ante preguntas que les surgen a diario: ¿qué pasa si no lo estoy pasando tan bien?, ¿y qué tipo de persona soy si estoy preocupado por determinados problemas de mi casa, mi familia, mi ambiente?, ¿y si un problema de amores -con 15 años los hay a diario- me tiene ausente y decaído?, ¿es qué estoy como dejándome morir?, ¿es qué no existe felicidad, eso de…?, ¿es que…? Después, seguramente resultará poco explicable que en determinadas edades y en determinados momentos, los adolescentes y jóvenes hagan «lo que sea» a costa de tener la sensación de haber aprovechado el tiempo, de haber disfrutado, de haber exprimido la noche, de haber exprimido la vida… En una personalidad todavía tierna, el fin justificará los medios. Si el fin aparece así en la publicidad, en la mentalidad de la calle, en todo a lo que ellos son sensibles, como lo único que merece la pena, cualquier medio servirá como lo único que llena esta vida con tanta sequedad. De la insatisfacción de muchos adultos vienen las reacciones compulsivas de muchos jóvenes en sus maneras de diversión.
La noche es un ámbito sumamente adecuado para la expresión de la estética de los jóvenes. Alrededor de la mitología juvenil se han construido infinidad de productos, servicios y formas de vida. Es indescriptible el sentimiento de ansiedad, vergüenza o frustración con que han vivido quienes no encajan o se alejan de lo que en cada momento se vive como lo más típicamente juvenil. La agresión flagrante que este hoy comete contra cualquier criatura poco agraciada, gordita, bajita, se convierte en una de las peleas callejeras nocturnas de la que los más jóvenes salen crónicamente amoratados. La imagen es la respuesta que se desea como salida ante las apatías y las sensaciones vacías e infelices. La novedad se hace moda y ésta se convierte en instante. El culto a la imagen externa, la belleza exterior como carta de presentación social y laboral, son estilos de vida impuestos por nuestra «sociedad juvenil» cuya expresión más dramática son los cuerpos y mentes enfermas por la anorexia y la bulimia. Dentro de todo eso, la noche supone un encontrarse cada uno y cada una con lo que quiere y con lo que es, con ese estilo, ese detalle que confiere gracia y peculiaridad personales. Todo atuendo vale, nada está fuera de sitio y, ya sin las esclavitudes sociales de las formas, la noche acoge a cualquiera con su pinta, con su cresta, con su piercing en el sitio más inverosímil; se es así más auténtico, mostrando en la misma estética personal mucho de lo que son las propias ideas, deseos, problemas y provocaciones.
El espíritu estético de la noche es absolutamente abierto y libre, sin apenas murallas ni condicionantes. ¡Cuántas veces comentamos y queremos que los jóvenes manifiesten su propio sentido de la belleza!, pero después no apreciamos sus reflejos estéticos en las innumerables invitaciones que les hacemos a vivir una vida de valores y auténtica.
Fede, un amigo con el que algunos compartimos, en una «casa de acogida», sus dos últimos y más felices años, sólo había encontrado en la noche el cariño que en ningún otro sitio le supieron dar. Ante un continuo desprecio hacia su persona, por su condición de homosexual, en el ambiente amplio de la noche encontró manos amigas de gentes que compartían su situación. Recuperó así su irrefrenable gracia y vitalidad. Y la noche le regaló espacios para su especial estética, para sus vestidos, sus colores, sus maneras… Lástima que la falta de unos padres y la vida entera en instituciones, le provocasen una realidad afectiva que se vio salpicada por los excesos y los crudos intereses que también tiene la noche. Pero poco antes de irse para siempre, feliz aunque con la salud realmente mermada, nos pidió que saliésemos con él por su ambiente para despedirse (vestido de mujer, por supuesto). Fue una loca y feliz noche de risas, respeto, amaneramientos simpáticos y asertivos, palabras y gestos desde el corazón. Yo me sentía en una acción de gracias que unía armónicamente pasado, presente y futuro. Y en el medio de situaciones comprometidas, en las que parece que va a cantar el gallo, me sentía protegido por la mágica sombra de la penumbra de la noche. Hay cosas que posteriormente sólo pasan en el templo y sus celebraciones: el día que llevamos sus cenizas donde él quería, ofrecimos, en el fuego, el vestido y los tacones de aquella noche de Fede.
4 Rejas de la vida y espacios de la noche
Los espacios de la noche son diferentes a los del día. Cuando alguien se está sintiendo él o ella misma, el espacio que rodea se hace muy importante. El día tiene en todo un carácter más de obligación. El centro de enseñanza, la biblioteca, el campo de deportes del barrio… tienen un carácter mucho más funcional. Son como son y así se usan, sin más exigencias ni más miramientos. Pueden gustar o no, pero funcionan y la cosa marcha. Cuando estamos hablando de los momentos que escogemos para convertirlos en los más íntimos, ricos, autónomos, felices e identificativos del día, todo adquiere mayor importancia: las paredes, las gentes, la luz, los colores.
Nadie entra expectante en un sitio que huela a día. Hacen falta signos que digan que estamos en un lugar especial para nosotros. Espacios de estética sofisticada que nos transportan a una calle de distintos sitios, de distintas épocas, con todos sus mobiliarios; a otros ámbitos que pueden reproducir una cabaña, que nos hacen sentir como en el interior de un barco o en una sicodélica nave espacial, a muchos más que nos meten en un montaje cibernético futurista lleno de imaginación y diseño. O garitos de esos auténticos, alternativos, que no necesitan presupuestos elevados, pero que nos llenan rápidamente de lo que queremos y no queremos, como ocurre con las paredes de nuestro cuarto, con unas cuantas pinturas, con los grafitis, carteles y oscuridades, con sus reivindicaciones, con sus anuncios solidarios y divertidos a la vez y con sus dibujos libertarios. Los olores son también una rica y variada sensación… Y la música, siempre presente la música para quitarle desnudez al ambiente, para darle intimidad a la charla (aunque haya quien no se lo crea).
La noche es espacio para la huida de un mundo alienante, en el que la falta de proyectos personales y sociales ilusionantes, así como la aparente ausencia de causas justas por las que trabajar, generan una frustración casi perenne. Aparecen las drogas: desde las que pretendían ampliar el campo de la conciencia en los años 60 hasta las actuales «de síntesis» para buscar una diversión compulsiva.
La noche es la máscara que tapa el miedo al futuro, como algo decolorado y roñoso. Existen jóvenes que no tienen ni siquiera día. Para ellos todo es penumbra. Jóvenes sin presente, porque no tuvieron pasado. Rostros que gritan vidas rotas, destruidas desde la infancia. Niños explotados, maltratados por sus padres o por la ausencia de éstos; recogidos por los abuelos, que cubren generosamente la ausencia paternal. Niños institucionalizados por la administración encargada de su protección.
Jóvenes que han sufrido un grave fracaso escolar. Movidos por la lejanía cultural y material de una escuela en la que no caben sus problemas vitales, optaron por tomar la calle por escuela. Jóvenes que habitan principalmente en los barrios obreros, donde es una cruda realidad la escasez de alternativas sociales y de equipamientos. Espacios urbanos en los que la exclusión social y la droga se convierten en un binomio letal. Las muertes de jóvenes causadas por sobredosis de droga o su adulteración son muy frecuentes. Esta injusta situación social ha sido provocada por la negación del derecho al acceso a la cultura, a la formación, a la educación, a la vivienda, al trabajo y, en su último extremo, por la negación de la igualdad de oportunidades. Responsabilidades estrictamente políticas. Y una tragedia de este calibre, necesita algún espacio cubierto y… sólo la tapa la noche, con sus amigos y con su misterio.
Jóvenes que viven y han vivido entre la calle, la droga, las comisarías, los juzgados y las cárceles. Muchos son los que ven pasar esos años de crecimiento y libertad entre despersonalizadores muros de hormigón y torturadoras rejas de hierro. Incomprendidos en sus actos por los ciudadanos honrados. Machacados por una opinión pública cada vez más vengativa. Ignorados y humillados por algunos funcionarios de prisiones. Lanzados, en algunos casos, al más horrendo y destructor de los castigos: el aislamiento. Noches y más noches, encerrados veintidós horas diarias entre cuatro paredes. Jóvenes que buscan espacios donde dar vida a la imaginación, en la más absoluta irrealidad que acaba aniquilando su cerebro, destruyendo la esperanza, desfigurando la autoimagen, acortando la vista y anulando el oído y el olfato. Espacios de encierro donde el poder controla absolutamente cada paso, cada movimiento, cada palabra. Lugares donde la enfermedad mortal está presente en cada rato.
Esta es la auténtica noche de muchos jóvenes, que también son los auténticos moradores de ese tiempo. Afortunadamente, éstos jóvenes de las oscuras realidades enumeradas en los párrafos precedentes, no tienen ningún rasgo externo que los diferencie y estigmatice ante al resto de la movida nocturna que , tal vez, ha corrido mejor suerte en su vida. El único valor que pueden tener como referencia es la solidaridad y la fidelidad de sus amigos. La amistad es la única experiencia positiva y amorosa para chavales y chavalas que en casa no tienen nada bueno o, simplemente, no tienen nada. Por eso comparten la noche con alegría y en familia. El vino riega las amistades (¿de qué más podrían disponer?); el calimocho o la litrona refrescan estos ratos de familia, de hacerse persona, de encontrarse y relacionarse, de crear cantos y bailes, de crear travesuras que les van a dar sonrisas para días negros, de crear amores que les van a dar sustento para el futuro oscuro. Hay cosas que solo pasan en el templo.
5 Educadores para las noches de la vida
Nunca como en estos momentos es necesaria la presencia del mundo adulto como referente en estos espacios juveniles. De ahí que en algunos países hayan cobrado importancia los educadores de noche, especialmente en aquellos círculos de muchachos más machacados y más marginados. Hace poco me comentaba un amigo encargado de la pastoral de «un colegio de los de siempre», que sus chicos se habían literalmente emocionado porque los había acompañado a su fiesta de graduación en la discoteca. Por mucha informática que sepan y mucha experiencia sexual que tengan, siguen siendo de corazón blando y cariñoso. Y por difícil que nos parezca a veces transmitirles ideas o valores, siguen siendo sensibles a que un educador o educadora se haga presente en su ambiente: “este tipo, esta tipa, está siempre con nosotros allá donde estemos”.
Muchos jóvenes están pasando de la noche al día. ¡Lo están consiguiendo! De la noche como motor, al día como vida consciente y plena de ilusión, compromiso y futuro, cargada de proyecto de Reino. Grupos de muchachos que han decidido plantarle cara a su pasado de droga y marginación. Rostros concretos que han sobrevivido a la cárcel y han optado, tras un trabajo personal adecuado, por vivir sin la adicción a ningún tipo de sustancia. Han recuperado su dignidad con tremendo esfuerzo. Muchos de ellos también han muerto, pero tras vivir dignamente unos meses o años. En un montón de casos, la luz por la que se ha empezado a ver el camino ha sido una presencia, una mano extendida y disponible, aparecida en el templo de la noche, en el momento en el que la persona se sentía más acompañada y en un ambiente con mayor capacidad de comunicación que otros considerados más propios para el «encuentro educativo».
Otros jóvenes han sido capaces de unir sus conciencias y desarrollar una nueva sensibilidad más solidaria. Jóvenes que ha iniciado una presencia transformadora a través del desarrollo de redes de apoyo, asociaciones, grupos o colectivos con un denominador común de conciencia, basado en que una sociedad más justa sólo puede aparecer a través del ejercicio práctico de la solidaridad. Grupos de muchachos que se han opuesto al ejército y a la política militarista de nuestra sociedad, asumiendo penas de prisión por dar libertad a su conciencia (el pasado mes de mayo moría uno por desasistencia médica en la cárcel de Zaragoza). Se suceden los conciertos de la noche, solidarios, agresivos, movilizadores. Se multiplican los talleres por la paz, el comercio justo, la insumisión, el tercer mundo, los encuentros de solidaridad en casas ocupadas.
Estoy escribiendo, creo, para educadores y formadores, y estoy escribiendo desde unas circunstancias, una geografía, una cultura latina matizada y enriquecida por cada nacionalidad que hay en este rico estado español. Estamos en un momento de reivindicación de la identidad, de la cultura… Parecen descabelladas las tendencias de uniformidad que nos proponen desde las altas esferas. Además, con todo este lío de la Europa unida, noto una desconfianza por parte de todos, y en especial de los jóvenes, por miedo a que nos quiten lo nuestro.
La internacionalización, en el marco de la buena preparación que viven nuestros jóvenes, es un aspecto que enriquece la visión global de la vida con las experiencias de otros lugares. Viviendo en Europa, no cabe duda que las influencias pueden ir muy positivamente encaminadas al estudio, el trabajo, la preparación. Pero también contemplo continuamente cómo los jóvenes sienten la necesidad de identificarse más con maneras propias de nuestra tierra, de nuestro carácter, de nuestra temperatura
Claroscuro es la realidad donde hay luces y sombras y, a pesar de los nubarrones, sigue siendo posible apostar por vergeles de luz. En este espacio seguimos afirmando que la esperanza es posible y como decía el bueno y trabajado de Juan: presiento que tras la noche, vendrá la aurora más larga.
¡Todos a la contemplación!: es imposible no emocionarnos con un bebé cuando lo contemplamos con cariño, con tiempo. Es imposible no enamorarnos de los jóvenes y su movida si los contemplamos. Además el ejercicio rejuvenece y da vidilla. Que aproveche. ¾
Miguel A. Marín
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