Cosme Puerto
Cosme Puerto es profesor de Sexología en el Instituto Ciencias de la Familia de Salamanca, Valladolid, Sevilla y Valencia.
El autor intenta en este artículo analizar el problema sexual que el pasado nos ha dejado y mirar por donde debería caminar la pastoral de niños y jóvenes en el presente. Ello le lleva a plantear un nuevo concepto de sexo y sexualidad para hacer ver sus implicaciones y, sobre todo, a señalar que la clave de la sexualidad y genitalidad está en integrarlas en la afectividad. El amor da a la sexualidad su verdadero sentido humano.
La relación sexual entre las personas seduce y, al mismo tiempo, preocupa y aterra. El encuentro sexuado y sexual con el otro resulta tan apetecible como desconcertante y problemático. La línea entre lo sublime y lo banal en el campo sexual es casi imperceptible. El encuentro de los sexos se puede banalizar. Y también puede ser causante de grandes problemas y tragedias. Pero todos estamos de acuerdo en un punto: que esa aventura tan apetecible, tan atractiva y en la que ponemos tantos deseos y expectativas, nos gustaría que durara, que fuera un plan de convivencia y que nos diera la felicidad que buscamos en ella. Todos intentamos vivirla con la mejor intención. Pero con frecuencia ésta no es suficiente. ¿Qué es lo que nos sucede?
La revolución sexual de los 60 fue un fenómeno de una gran trascendencia. Ha confrontado al mundo, y a la sociedad occidental en particular, con una parte vital del ser humano. Cayeron casi todos los esquemas de comportamiento. Trajo consigo un proceso de emancipación, principalmente de la mujer. Supuso para el creyente un proceso de desacralización de la sexualidad. Pero en la medida en que ha distorsionado y trivializado la sexualidad de hombres y mujeres, nos ha deshumanizado. Trajo consigo un sueño de felicidad inmediata y como consecuencia el sinsentido, el aburrimiento, la ansiedad y la crispación.
La Declaración del Vaticano II sobre la Educación Cristiana de la Juventud se ha quedado en un reto; la calidad de la educación sexual en la escuela cristiana, en una utopía. Nadie asocia hoy una sana y auténtica educación sexual a la necesidad de una verdadera liberación personal y social. La devaluación de la sexualidad en los permisivos del presente y en los represivos del pasado es la causa de que la educación sexual siga siendo al inicio del milenio una asignatura pendiente y la gran perdedora en el momento actual. El nuevo plan de calidad de la educación en España, ignora por completo la necesidad, la urgencia y la calidad de esta asignatura pendiente. Ni a la escuela pública, ni a la privada –y menos a la católica– les preocupa demasiado la necesidad y el derecho que tiene todo individuo a ella. Si niños y jóvenes no la reciben de padres, escuelas, sociedad e Iglesia, la calle dominada por la deformación pornográfica será su única maestra.
- Las aportaciones del siglo pasado
En el pasado siglo se han producido grandes cambios en el campo de la sexualidad, promoviendo una nueva valoración de la sexualidad y provocando cambios profundos en nuestras vidas. Esos nuevos e importantes valores están creando unas nuevas costumbres sexuales y esas costumbres generan la aparición de nuevos modelos sexuales. Algunos de los eventos del pasado que nos obligan a cambiar:
– La revolución sexual.
– Una sexualidad más allá de la genitalidad.
– El cerebro pasa a ser la gran batuta de la vida sexual y el pene pierde su poder.
– Emancipación sexual de la mujer.
– La guerra entre los sexos.
– Nuevo concepto de masculinidad y feminidad.
– Lucha de la mujer por la igualdad de los sexos.
– Matrimonio patriarcal heterosexual en crisis.
– La fusión de la figura de la mujer-madre con la figura de amante.
– Cambio de la idea de complementaridad entre los sexos.
– Nacimiento de nuevas formas de pareja y convivencia entre los sexos.
– El amor va desplazando a la procreación como fin primario.
– La procreación responsable como un derecho de toda pareja.
– La reivindicación del placer como un derecho de la sexualidad sana.
– La igualación de roles tradicionales entre hombres y mujeres.
– Desarrollo de nuevas técnicas y aparición de la píldora hormonal segura.
– La generalización de la píldora como método anticonceptivo barato y eficaz.
– Las enfermedades de transmisión sexual de segunda generación.
– Matrimonio más largo y sexualidad que se prolonga hasta el final de la vida.
– Acceso de la mujer al empleo remunerado.
– El hombre comienza a ser el nuevo “sexo débil”.
– La nueva revolución emocional entre los sexos, etc.
1.1. Ante una Nueva Revolución Sexual.
Nuestro mundo sexual está cambiando radicalmente: la mujer ya no muere en el parto, la mortalidad infantil ha descendido, al igual que el número de hijos; la edad en la que niños y niñas llegan a la pubertad ha disminuido, la esperanza de vida ha aumentado, la sexualidad reproductora no da sentido a la mayor parte de nuestra vida, etc. La llegada y presencia del SIDA entre nosotros acentuó no sólo los efectos negativos de una mala sexualidad, sino que también nos ofreció la oportunidad de entender mejor las prácticas y la conducta sexual, la ocasión de reintroducir las prácticas no coitales y la comunicación carnal, la conveniencia de aumentar las investigaciones sobre la sexualidad y, evidentemente, una gran oportunidad para crear una nueva salud sexual, más acorde con los nuevos problemas.
Hemos conocido la emancipación económica y psicológica de la mujer, los cambios legales que han permitido la protección de las minorías sexuales, la legalización de la prostitución, de las parejas de hecho, de la anticoncepción. También los abusos a menores, el acoso sexual, los malos tratos y la violación. También es importante destacar la movilidad de una nación a otra, el incremento de la movilidad social, el anonimato en la sociedad, el estudio científico de la sexualidad. No olvidemos los avances científicos de la farmacología como la revolución de la Viagra, el tratamiento psicológico de los abusos sexuales, la menopausia y andropausia, la reproducción asistida y el impacto de las nuevas tecnologías en la información de la sexualidad. Todo ello supone nuevas opciones, nuevas libertades, nuevas oportunidades. Pero también nuevas responsabilidades y transformaciones en los roles, en el matrimonio, en la relaciones de pareja, en la reproducción y en la comprensión, valoración y apreciación del concepto del sexo y de la sexualidad.
1.2. Integración de la sexualidad en el amor
Después de muchos años de la primera revolución sexual, el cristianismo debe preguntarse: ¿Qué debemos aportar los cristianos para que esta revolución logre su objetivo? Los creyentes debemos estar agradecidos por los nuevos avances conseguidos y por la nueva amplitud de miras, pero a su vez debemos ser muy críticos. Tenemos que conectar la revolución sexual con el Nuevo Testamento. Los niños, jóvenes y adultos necesitan integrar su sexualidad con su fe y su espiritualidad. La iglesia tiene que ser positiva acerca del don de la sexualidad. En el pasado defendimos el respeto a la vida y, sin perder este horizonte, hoy debemos insistir en integrarla en el primer precepto: el amor.
Al hablar de la sexualidad en conexión con el amor, el cristianismo estará respondiendo a lo que falta en la revolución sexual y a lo que la gente necesita y quiere oír. Debemos aceptar la positividad e importancia que la sociedad actual da a la sexualidad y evaluarla críticamente en términos de amor. Para el cristiano es buena, por ser un don y un fruto de la mano creadora de Dios, que nunca crea algo malo. Además Dios se hace carne en lo humano, se hace hombre para santificarlo.
La respuesta cristiana del pasado consistía en reprimir y rechazar la sexualidad; pero su primera respuesta hoy debe ser aceptarla, darle una grata bienvenida e integrarla en la relación amorosa. No por miedo, sino porque hemos sido educados en el amor y para el amor. La sexualidad es una energía dada por Dios y, sobre todo, es el instrumento para expresar corporalmente el amor, de tal modo que desvincular sexualidad y amor, es pervertirla.
El nuevo milenio necesita emprender una segunda revolución sexual. La liberación sexual, que proponía la primera revolución sexual, no fue tan gloriosa como parecía. Sirvió para superar falsas creencias, tabúes, prohibiciones, miedos, inhibiciones, culpabilidades. Hoy comienzan a oírse en la lejanía las campanas que anuncian una segunda revolución sexual. Revolución que nos libere del pozo ciego y mal oliente de la trivialidad, que va unida a la superficialización de las personas, donde han terminado hundiéndose nuestras relaciones sexuales en la actualidad.
La revolución sexual que propongo es la integración de la sexualidad en el amor. La nueva utopía que presento como liberación sexual es la que nos valora como personas y nos vincula en el amor. La vivencia de la sexualidad debemos valorarla los creyentes en función del principio del amor, que sigue siendo el único criterio cristiano para evaluar la verdad. La educación sexual escolar de los niños y jóvenes se ha centrado en la biología del sexo, sin componente emocional o amoroso asociado, que es la clave para entender la relación sexual hoy. La Iglesia católica nos ha educado con frecuencia en un marco demasiado racionalista y frío, estoico, desapasionado, de mínimos. Pero para una religión que tiene el principal precepto en el amor, que considera que la esencia de Dios es el amor, el amor debe impregnar la sexualidad humana. La educación para ser una persona amante debe ser lo principal y primero. No hay duda de que el significado de la sexualidad humana hay que hallarlo en ese amor apasionado, cálido, sentimental.
- Reconsiderar las definiciones de sexo y sexualidad
La sociedad actual ha trivializado la sexualidad, pero ha abierto también muchas puertas para el mejor conocimiento de la verdad sexual. Debemos, pues, explorar la verdad acerca de la sexualidad. Uno de los mayores desafíos es clarificar los conceptos de sexo, sexualidad, y dar con la actitud positiva adecuada acerca de estos problemas doctrinales. Entender el plan divino respecto de la sexualidad humana es uno de los asuntos más urgentes para la evangelización de nuestro mundo. Desde mi experiencia pastoral, una de las razones del alejamiento de nuestros jóvenes y adultos del cristianismo es la visión de la sexualidad que perciben de nosotros los creyentes. En el mundo occidental, el sexo ha estado durante muchos siglos unido únicamente a la procreación. La Iglesia se esforzó en protegerlo y limitó la procreación a la unión matrimonial estable. Todos los actos se juzgaban en función de si llevaban o no llevaban a la relación genital plena, si la evitaban o no. Dado que la procreación debe darse dentro del matrimonio, lo mismo ocurría con los actos autosexuales, homosexuales y la mayoría de actos heterosexuales de ternura, cariño y afecto dentro del matrimonio. Se consideraban pecados graves sin parvedad de materia, ya que la vida humana misma estaba en juego, aun en la expresión sexual afectiva. Todo esto ha contribuido en el mundo cristiano a realizar una sinonimia entre sexo, sexualidad y genitalidad reproductora, confundiendo sexualidad con conductas sexuales, heterosexualidad, autosexualidad, etc.
2.1. La distinción del sexo y la sexualidad
¿De qué se habla cuando se habla de sexo y sexualidad en nuestra labor pastoral?. El “sexo” es una de las palabras más utilizadas de nuestro tiempo. Con significados equívocos en su mayor parte. La gran divulgación ha extendido que el sexo es lo que se hace con los genitales o lo que se refiere a su ejercicio. De ahí expresiones como “sexo seguro”, “practicar el sexo”, “hacer el sexo”, “sólo sexo”, etc. Con frecuencia se asocia la noción de sexo con la reproducción o con el placer genital. Y se olvida que la función reproductora sirve para reproducirse y la del placer sirve para disfrutar, pero la función sexuante que es previa a las otras y distinta tiene como fin propio la sexuación de los sujetos. Y es que reproducción, placer y sexo son tres conceptos y no dos.
Se confunde sexo con sexualidad a todos los niveles. Utilizar ambos términos como sinónimos constituye un grueso error. Sin embargo, aun en medios académicos se sigue con este uso indistinto. Y así, mal podemos explicarnos y entendernos en una teología pastoral al hablar de esta realidad y lo que se sigue de ella. Los sexos, los sujetos sexuados, los hombres y las mujeres como tales hombres y tales mujeres, han sido considerados con demasiada frecuencia desde sus funciones y muy poco desde ellos mismos. Y han sido muy poco tenidos en cuenta en su dimensión más propia: la de ser personas sexuadas. El concepto moderno de sexo, fuera de la referencia a la función reproductora o hedonista genital, se constituye en el hallazgo de la explicación de nuestra propia identidad. Da cuenta de cómo los sujetos son o llegan a ser de uno o de otro de los dos sexos en los que se configura la condición humana. Y es esa condición humana la que se vive, la que se desea (con)vivirse, en relación. Yo no tengo sexo: soy persona sexuada.
La historia de este proceso de sexuación es larga y compleja. Esta complejidad es la que permite explicar la gran variedad de niveles, así como las posibilidades de realizarse como personas sexuadas de maneras tan diversas y la intervención ante sus dificultades o problemas. Frente a la simplificación del modelo antiguo (sexo = órganos genitales), esta complejidad, generada por la nueva definición de los “sexos”, tiene la ventaja de ofrecer muchas posibilidades para explicar y comprender a los sujetos sexuados y a la sexualidad como conducta o expresión de la totalidad de la persona (y no únicamente de la genitalidad reproductora o erótica).
La corriente científica esta sustituyendo el “sexo” en singular por los “sexos” en plural. Intenta con ello profundizar, comprender y recuperar la complejidad de este concepto. El plural “sexos” nos permite resituar a los hombres y las mujeres desde un nuevo orden que reconoce a ambos. A cada uno de ellos por sí mismo y en relación con lo otro. El plural nos pone en relación no sólo con la diversidad intersexual, sino con la diversidad intrasexual. Esto es, con los múltiples y diversos modos de ser, sentirse y vivirse como hombres sexuados con hombres y mujeres.
¿Qué son los sexos? Son los niveles, elementos, componentes o cualidades biológicas, psicológicas, afectivas, sociales, culturales, axiológicas y religiosas que van formando y estructurando, a través de un proceso que dura toda la vida, las diferencias entre hombre y mujer, que aceptamos y nos identificamos con ellas –en lo más profundo de nuestro ser– con gozo y alegría. Antes era lo biológico sólo y, ahora, lo biológico y el género forman el todo de los “sexos”, en un conjunto estructurado y de interrelaciones, que es la persona sexuada que se va realizando a lo largo de un proceso que dura toda la vida y que nos van haciendo la persona sexuada que somos en cada momento.
Podemos distinguir diversos niveles diferenciales del sexo, tan integrados entre sí que sólo pueden aislarse para facilitar el análisis: sexo citológico, cromosomático, cromatínico, gonadofórico, hormonal, genitales externos, sistema nervioso central, hipotalámico, gamético, morfológico, asignación, crianza, psíquico, identidad, etc. La distinción del sexo en “biológico y de género” nos es suficiente para aclararlo y evitar un nuevo dualismo. Nos parece que se explica y comprende mejor esta realidad de los sexos, si distinguimos en ella tres grandes planos:
– El sexo biológico: la naturaleza va más allá del dimorfismo, no existen simplemente dos sexos, sino también los seres humanos que están entre los dos sexos.
– El sexo psicológico: el sexo subjetivo es el que cada uno se reconoce. Si el sexo psicológico está en desacuerdo con el sexo biológico o de asignación, surgirán problemas, aquellos con los que se confrontan los transexuales.
– El sexo social: en nuestra sociedad, existe una dicotomía masculino/femenino, se pertenece a uno u otro de los dos sexos, se nos declara en el nacimiento que somos de sexo femenino o de sexo masculino.
Concluyendo este punto podemos decir que el sexo explica y habla de las estructuras biológicas y de género, del sistema de sexo-género, del proceso de sexuación y de la persona sexuada que somos. La sexualidad habla de las conductas que vivimos o que expresamos a través de ese todo sexuado que son los “sexos”. La sexualidad es la manera, la forma, la calidad y la profundidad como se encuentran, abren, comunican, relacionan, aman las personas sexuadas. Hoy para educarnos y evangelizar es necesario que rescatemos la complejidad del “sexo” y de la “sexualidad” del constreñimiento “genitalista” del pasado. No somos sólo sexuados por nuestros genitales; ni sexuales sólo por nuestra genitalidad; ni somos eróticos o gozamos sólo por nuestras conductas o gestos intergenitales.
2.2. Más allá de la genitalidad
El siglo XX fue testigo de un cambio sin precedentes en nuestra visión de la sexualidad. La aportación de los grandes investigadores del sexo ha cambiado nuestra concepción de la sexualidad. Tal vez destaque sobremanera Freud al indicarnos que la sexualidad es un componente esencial y que coimplica a todos los dinamismos de la persona, que la sexualidad es mucho más rica que la mera genitalidad. Esta aportación, hoy patrimonio de la verdad universal, constituye un gran trauma para la teología y filosofía cristiana.
Tratamos de clarificar, ordenar y situar el concepto “sexualidad” con cierta lógica y coherencia en la historia y en la evolución del pensamiento. La sexualidad como concepto y vocablo es un hallazgo posterior a la Ilustración Comienza a usarse en 1830 por Fourier y Kierkegaard. La generalizada costumbre de hablar del sexo o de la sexualidad como si estos términos y conceptos fueran de siempre, es un burdo planteamiento intelectualmente insostenible. Cada época o tiempo tiene sus valores, sus ideas y conceptos propios en función de lo que necesita vivir y expresar.
Si la sexuación es el proceso a través del cual las personas se hacen de uno u otro sexo, la sexualidad deviene el modo resultante y global de sentirse, vivirse y expresarse como tales sujetos sexuados. Los conceptos de reproducción o de fecundidad serían una de sus manifestaciones, no la única ni –incluyo hoy– la más universal. Muchas personas del ámbito teológico usan la palabra “sexo” para referirse a la parte biológica y “sexualidad” para la psicológica-afectiva. No debemos olvidar que ambas abarcan la totalidad de la persona. La sexualidad, entendida en su acepción plena, es una realidad que se refleja y se expresa en todas las dimensiones de la persona sexuada, desde la biofisiológica, la psicológica, afectiva, social, cultural, axiológica y espiritual. No puede ser considerada como un aspecto marginal sino como una realidad profunda, presente y operante en todas las dimensiones de la persona. Por el sólo hecho de que la sexualidad comprende la totalidad de la persona, se puede expresar o vivir a varios niveles:
– A nivel de totalidad: relaciones genitales más sexuales.
– A nivel de relaciones sexuales.
– A nivel de relaciones genitales.
En el primer nivel, esa “totalidad” presupone y desarrolla la plena donación personal en un amor oblativo, que está claramente orientado al diálogo de amor sexual y a la admiración de sí mismo. En el segundo nivel, las relaciones no son de naturaleza genital, sino que la excluyen. El hombre y la mujer las viven en las relaciones de vida diaria, sus relaciones recíprocas, en la amistad y en la donación de sí mismo, hasta en el nivel espiritual y celibatario. En el tercer nivel, prescindimos de las sexuales y por tanto de la totalidad, quedándose meramente reducidas a la genitales o prostitutivas dentro o fuera de la vida en pareja.
La gente ve la sexualidad de muchas maneras, diversas y contradictorias. La postura más correcta para mí es la que se denomina “postura integral de la sexualidad”, que abarca todas las dimensiones desde una integración armónica y equilibrada de acuerdo a la etapa evolutiva del individuo. El punto de vista integral implica un elemento somático, psicológico, afectivo, social, cultural, axiológico-ético, religioso e higiénico-sanitario. Esta visión ve el papel de la sexualidad en la plenitud de la persona humana de manera muy distinta a las visiones parciales, como la recreativa o lúdica, la genital reproductora, la placentera o hedonista, la relacional, etc.
La definición de “sexualidad sana” de la O. M. S., con alguna modificación, sería para mí la más correcta y completa en función de la postura integral: “Salud sexual es la integración de los elementos somáticos, emocionales, intelectuales y sociales del ser sexual, por medios que sean positivamente enriquecedores y que potencien la personalidad, la comunicación y el amor”[1]. Le añadiría los elementos que le faltan: cultural, axiológico y religioso.
2.3. La integración genital un camino de amor
La educación cristiana es particularmente responsable de su inadecuada educación sexual, pero tampoco esta exenta de culpa la familia y la sociedad. Las ultimas décadas del siglo pasado han sido testigos de una educación biológica genital, pero sin enseñanza y desarrollo alguno de la inteligencia emocional, que son la clave para integrar, vivir y entender la relación sexual cristiana. La mayoría de los modelos sexuales actuales contemplan a menudo el componente afectivo como una molestia, una vergüenza, una amenaza o un obstáculo a la libre expresión de la sexualidad, sea en forma de rechazo radical a permitir que los sentimientos paseen por ella, lo que popularmente se entiendo como buscar el placer sexual por el placer como si fuera un absoluto, sea permitiendo que las emociones rijan la voluntad. Estos modelos sexuales generan hostilidad entre el afecto y el contacto corporal.
La clave de la sexualidad y genitalidad esta en integrarlas en la afectividad. Para que la integración de nuestra sexualidad sea posible es necesario que las personas adquieran un fuerte autocontrol de ella. La sexualidad humana no es una fuerza instintiva e imponderable, un impulso incontrolable. Su relación con el cerebro es demasiado clara para poder ignorar que éste debe regir la evolución sexual. Chauchard, a lo largo de todas sus obras, ha demostrado admirablemente cómo la plenitud sexual sólo es alcanzada por aquellos que saben educar su sexualidad sometiéndola al autocontrol directo del cerebro. El cerebro del hombre se coloca, entonces, al servicio del corazón, y le permite dominar una genitalidad demasiado inquieta, transformándola en manifestaciones de amor. La integración y el autocontrol de la sexualidad es, además, el único medio que posibilita que la salida al otro sea una comunicación de amor, más bien que una explosión de búsqueda de placer. Lo que hay de más importante en el acto genital no es el placer que produce, sino el amor que lo prepara y permanece.
La sexualidad aparece con el nacimiento como un impulso que no conoce una meta ni el objeto a que tiende. Esta primitiva sexualidad va germinando sobre los sentimientos de amor generados por la relación madre-hijo, donde comienza a estructurarse la relación sexual, que aparece como la meta de la sexualidad. La meta de la relación se va centrando en el amor al otro. La capacidad de amar es una condición indispensable para la integración de la sexualidad. De no ser así, careciendo del objeto amado la sexualidad se manifestará sólo en su función primitiva de descarga de la tensión. El amor por tanto humaniza la sexualidad y le da el verdadero sentido humano.
La integración tiene lugar mediante la instancia afectiva de la sexualidad. Todas las personas tienen la necesidad básica de amar y ser amados. No pueden realizarse y crecer de manera sana sin ese núcleo de experiencias humanas de amor y aceptación. Las personas deben intentar clarificar lo más posible esos deseos. La cultura reinante enseña que las cosas humanas que merecen la pena en esta vida sólo se alcanzan a través de la sexualidad genital. Las personas deben esforzarse por lograr la integración genital en la instancia afectiva. Tratando de ser personas amantes mediante una madurez del amor oblativo, evitando el comportamiento genital explotador, instrumentalizador y deshumanizador de las personas. La integración es una capacidad de autocontrol y dedicación a todos impulsados por el amor. Las necesidades que las personas buscan y ponen en la actividad genital deben satisfacerlas integradas unas relaciones amorosas sanas y relizadoras.
Hay que madurar todas las instancias del todo sexual sin descuidar ninguna de ellas. Pero es la instancia afectiva la que integra de manera especial el todo sexual y esta ha de ir creciendo hasta impregnar a todas las demás. Si la sexualidad no nos lleva a una realización plena no puede mantenerse y se resiente todo él. Si la sexualidad genital no esta integrada e impregnada de la energía afectiva que nos centra en el amor al otro, se convierte en una ideología y termina haciéndonos unos ascetas represivos, que no son castos.
La capacidad de amar es una condición indispensable para la integración de la sexualidad. Hoy es de capital importancia, integrarla en la inteligencia emocional, para vivir una sexualidad sana, positiva y realizadora. Esa integración implica en cada uno de nosotros educar y desarrollar la habilidad de nuestra inteligencia emocional. En nuestro pasado educativo se daba toda la importancia a la inteligencia racional. Hemos creído que una buena racionalización de la sexualidad era capaz de reprimirla o sublimarla en función de nuestro de tipo de vida. Realidad que nos ha llevado a ser buenos ascetas, olvidando que cuando ya no teníamos voluntad para seguirla reprimiendo con raciocinios y fuerza de voluntad nos desbordaba y terminaba con nuestra vocación. Cada día son más las voces que claman por un desarrollo de la inteligencia emocional para poder lograr este objetivo prioritario. Un equilibrio de la racional y emocional sería el ideal, pero en el caso de desequilibrar la balanza sería preferida del lado de la afectividad.
2.4. Inventar un nuevo modelo de relaciones de género
Las dificultades de las relaciones sexuales del joven moderno vienen más por la saturación que por el acoplamiento. Puestos a elegir entre las dos posibilidades, seguramente todos preferimos los problemas de la saturación a los del acoplamiento, pero para poder llegar a los segundos no nos queda más remedio que aprender a superar los primeros; que son mucho más comunes y frecuentes. Baste decir que las parejas que se separan porque no superan la crisis de acoplamiento más del 50% lo hacen por motivos sexuales. Más de la mitad de los fracasos tempranos de convivencia son debidos a dificultades relacionadas con el funcionamiento sexual de la pareja; por eso es tan importante que antes de intentar resolver los problemas que surgen en la convivencia tratemos los que la impiden.
Entre el modelo sexual masculino que las mujeres ya no aceptan y un modelo sexual femenino que los hombres todavía no han aprendido, se mueve un importante colectivo de individuos desorientados que, con buena intención y desigual fortuna, están creando el nuevo modelo de relaciones sexuales del futuro. Lo que voy a decir intenta orientar y favorecer las relaciones sexuales de hombres y de mujeres de hoy dispuestos a vivir en pareja y a trabajar juntos para acoplarse en una armonía igualitaria, gozosa y realizadora hacia el mañana superando el ayer.
Las mujeres de hoy reclaman un trato igualitario, pero siguen pagando las consecuencias de un sexismo menos rígido pero aún demasiado generalizado. El hombre avanza lentamente y todavía son mayoría los que siguen pensando que las mujeres buenas no deben cambiar. Las mujeres del nuevo siglo no quieren estar a disposición del hombre sino disfrutar sexualmente con él. Pero los hombres no hemos aprendido a relacionarnos, en condiciones de igualdad, con las mujeres. Estamos en el inicio del camino, día a día aumenta el número de hombres y mujeres que trabajan por el nuevo proyecto. Un modelo menos sexista y más humanista, menos competitivo y más cooperativo, un modelo que no juzgue a las personas por su género sino por sus valores.
- CONCLUSIONES:
3.1. Durante gran parte de la historia cristiana de Europa, la sexualidad se ha visto como obra del mal y promotora de su reino. La minoría que sigue siendo cristiana continua ignorando una verdad, que mí experiencia educativa y pastoral me enseña en este campo. El abandono masivo de personas de todas las edades, y particularmente de los jóvenes, de la asistencia a la Iglesia. La fe que les ofrecemos no les enseña a vivir la sexualidad como don y tarea moral sana y positiva. La teología pastoral de la nueva evangelización para la comunidad europea, si quiere cortar esta sangría continua de abandono masivo, debe realizarse desde una visión y concepto sexual de “positividad”.
3.2. Es un inmenso error pastoral que a principios del siglo XXI, la evangelización de la mujer y del joven de hoy, estén mirando al pasado sexual. Cada día son más fuertes los sectores conservadores y fundamentalistas católicos que se vuelven hacia un pasado áureo, en todo lo concerniente a la vida sexual de las personas hoy. No dudando para ello en ocultar y sofocar la voz y visión del Vaticano II, que en el Decreto de Educación para los Católicos nos marca la nueva dirección: una educación sexual sana, positiva y evolutiva de la persona.
3.3. La evangelización nueva que esta necesitando los miembros de la comunidad europea en este y otros campos pastorales, no esta en volver a la evangelización anterior al Concilio de una Iglesia refugiada en la autoridad y el miedo para atraer a los files al templo. Lo que necesita la gente es que veamos la sexualidad como un poderoso componente del amor, que es lo que define al Dios de Jesús. Hacer esa nueva revolución sexual que todos necesitamos, devolviendo a la sexualidad la positividad que tiene y que le da la filosofía contemporánea: como algo que define a la persona.
3.4. Cada época tiene que afrontar sus retos. Dos mil años de evangelización cristiana han llenado el pensamiento europeo de argumentos sexuales defensivos, represivos y negativos sobre la bondad que puso la obra creadora de Dios y su redención encarnándose en ella. La nueva evangelización y pastoral en el nuevo milenio es muy sencilla. Como dice Timothy Radcliffe: “La reeducación del corazón humano pide que veamos la sexualidad con franqueza. No cabe duda que es un hermoso sacramento de comunión con otro, el don de sí mismo, por lo que no puede ser banalizado”[2].
3.5. El reto de la teología pastoral en el momento presente es enseñar que la sexualidad cristiana es un don de la mano creadora de Dios y una tarea moral positiva que no debe confundirse con su ejercicio. La persona no tiene sexualidad, sino que es persona sexuada. El sexo nos define y nos constituye en lo que somos, es algo bello, positivo, bueno y debemos defender el derecho de todo individuo a una educación integral y el deber de darla padres y educación religiosa. El reto pastoral no es negar la educación sexual sino darla mejor que nadie para que esa sociedad juzgue nuestra labor pastoral.
3.6. La teología pastoral en su evangelización a niños, jóvenes y adultos ha evitado el área completa de la sexualidad. En el rompecabezas de la sexualidad no entran todas sus partes. Carece de una filosofía integral del sexo y sexualidad. Su visión estrecha de las cosas no nos ayuda a valorar la complejidad y la riqueza de nuestra sexualidad y la de los demás. Los educadores cristianos al no contar con el apoyo de sus pastores no realizan su misión por miedo a ser condenados o perder sus puestos de trabajo.
3.7. Los evangelizadores cristianos afirman continuamente que la educación sexual, la familia, la pareja, el modelo de relación sexual de hombre y mujeres están en crisis. ¿Porque nos quejamos de la situación y hacemos tampoco por resolverla?. Jesús aunque no se caso, mantenía con las mujeres una relación sexuada, sexual, amistosa y amorosa muy cálida.
Cosme Puerto
estudios@misionjoven.org
[1] Cuadernos de Salud Pública, nº. 47, Ginebra, 1974.
[2] IDI. nº 361, abril 1998, pg. 91