En el mundo occidental, salvo honrosas excepciones, estamos sufriendo la propagación del virus de lo instantáneo, de la rapidez, de lo inmediato… y es cierto que nos ponen nerviosos unos segundos de espera delante del arranque del ordenador, la tardía respuesta del was, consideramos una pérdida de tiempo un minuto de espera en el cambio del muñequito rojo al verde (sic.) del semáforo…
Realmente podemos decir que el Nescafé triunfa por goleada (que no por sabor) sobre el café de pota; que la pizza gana al cocido galego o madrileño; que la conversación por las redes es superior (en número que no en calidad) al cara a cara de toda la vida; que el twitter se lee más que un artículo o periódico…
Y en nuestros grupos seguimos hablando de procesos, de partir de la realidad del destinatario/a, del acompañamiento…
La gran pregunta es si esas palabras clave están asumidas e integradas realmente o si la pandemia del triunfo rápido las utiliza desinflándolas.
Creo que tendríamos que continuar caminos no instantáneos, sino a fuego lento:
- Asumir los fracasos visibles en clave neoliberal (de números, gradaciones…).
- Asumir el ritmo lento (no el que yo considero sino el ritmo lento real del otro).
- Asumir empezar, intuyendo que casi seguro no se llegará a mi meta deseada.
- Asumir la presencia del Espirito en desiertos existenciales donde no se detecta ni vida ni futuro.
- Asumir perder tiempo y simplemente estar sin traicionarse ni traicionar.
- Asumir ofertar lo alternativo, lo minoritario, lo que parece que no interesa (¡y en la superficie realmente no interesa!).
- Asumir sacrificar perfección por participación escuchando más, caminando juntos, compartiendo horizontes.
- Asumir vida que supera temarios, vivencias que rompen ritmos programados.
- Asumir muros que uno solo no puede superar, que necesita de otros tan distintos y diferentes de mi tribu.
- Asumir el volver a empezar, setenta veces siete, y con la ilusión del primer amor.
- Asumir los tonos grises con su variedad de matices desde el gris clarito al gris oscuro.
- Asumir experiencias vitales vividas que a veces favorecen y otras dificultan descubrir nuevos océanos.
- Asumir la sabiduría del no estudiado, del destinatario, del empobrecido cultural y académicamente, pero que vive a cielo descubierto.
- Asumir las dudas, una y otra vez neutralizadas intelectualmente, que no vivencialmente.
- Asumir a los que dicen que no, a los indiferentes, a los que atacan… a nuestras periferias existenciales.
- Asumir que la meta, la auténtica meta, es el camino, la propia vida enfocada hacia Jesús.
Xulio C. Iglesias