LA PARTICIPACIÓN DE LOS LAICOS Y LAICAS EN LA IGLESIA

1 mayo 2010

Estrella Moreno Laiz
Instituto diocesano de Pastoral Bilbao
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Estrella Moreno es una cristiana de la diócesis de Bilbao con encomienda pastoral y remuneración desde hace 14 años. Comienza su estudio afirmando el resurgir de la vocación laical en la Iglesia. Un resurgir motivado por cuestiones teológicas e histórico-coyunturales. En su argumentación ve luces en este proceso y, también, algunas sombras. Propone seguir avanzando en colaboración y corresponsabilidad.
 
¿Es posible hoy describir la realidad de la Iglesia sin referirse a los laicos y laicas? En mi opinión, no. Gracias a la eclesiología del Pueblo de Dios y a la recuperación de la figura del laico surgidas del Concilio, en las últimas décadas hemos asistido a un renacimiento de la realidad laical de la Iglesia, que puede calificarse como una muy buena noticia para el conjunto de la comunidad eclesial. Se podría decir que nunca como hoy en la historia de la Iglesia ha habido tantos laicos vocacionalmente conscientes y corresponsables con la misión global de la Iglesia. Sin embargo, como todo en la vida, esta es una realidad con luces y sombras, con logros y retos pendientes, que es lo que voy a intentar desgranar a lo largo de esta exposición, según mi humilde experiencia y opinión.
Tengo que decir, también, para que vosotros, lectores, os situéis respecto a quién escribe, que soy una cristiana de la diócesis de Bilbao, laica, con encomienda pastoral y remuneración desde hace 14 años. Por lo tanto, escribiré desde lo que mi propia vivencia como persona eclesialmente comprometida me ha aportado, y desde las dificultades que he detectado, también en otros laicos, para poder ser realmente miembros adultos y corresponsables en nuestra Iglesia.
 
1.- Una realidad de laicos participando
La realidad laical de la Iglesia no sólo es amplia en número sino en formas. Comprende desde las vivencias más básicas de pertenencia eclesial a las más conscientes y comprometidas. Vamos a intentar recorrer esta pluralidad, pero desde una mirada concreta: la participación en la dinamización de la vida eclesial. En la descripción voy de menor a mayor participación y responsabilidad. También este es el orden temporal: en los últimos años se ha vivido con intensidad cómo los laicos se han hecho más presentes en el desarrollo de la acción evangelizadora, primero, y se han ido incorporando, después, a tareas de responsabilidad.
 
a) Los dominicales
El grupo más amplio dentro de los laicos sigue siendo aquel que mantiene un nivel básico de pertenencia eclesial, sobre todo a través de la celebración de la eucaristía. Es difícil hablar de este grupo como un verdadero colectivo, porque también en él podríamos diferenciar subgrupos con características propias. Se declaran creyentes y miembros de la Iglesia, pero en general no se plantean dar pasos hacia una mayor implicación con ella. No son dinamizadores, sino receptores de la acción eclesial, fundamentalmente litúrgica. Muchos necesitarían pasar de ser meros bautizados a ser creyentes conscientes de su vocación y misión, a vivirse como seguidores de Jesús. El reto, en este caso, es buscar espacios y herramientas adecuados para ir propiciando un encuentro transformador de estas personas con Jesús, que desemboque en una vivencia más consciente y comprometida de su fe.
 
b) Laicos implicados en el desarrollo de un área pastoral
Hoy hay un gran número de laicos y laicas participando en todas las áreas pastorales, desde la catequesis o los procesos con jóvenes y adolescentes, a otras que han ido tomando importancia como son la pastoral familiar (los procesos que preparan a los novios y a los padres que piden el bautismo para sus hijos, y los espacios que posteriormente se generan), la liturgia (desde los lectores que participan en la eucaristía a personas que dinamizan celebraciones de la Palabra entre semana o personas que dirigen las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero), y Caritas (que además de trabajadores cuenta con una infinidad de voluntarios en los que se apoyan los diferentes programas). Es decir, hay laicos implicados en todas las dimensiones de la acción eclesial: en el anuncio de la Palabra y la iniciación a la fe, en la celebración de la fe, en la práctica de la caridad y en la animación de la comunidad cristiana.
Son creyentes de todas las edades, aunque, mirados en conjunto, predominan los que se sitúan en la franja 50-65 años. En una mayoría abrumadora, mujeres: ellas son el sustento de la acción evangelizadora de la Iglesia hoy, en su dimensión real y práctica, aunque esto no se corresponda con el nivel de responsabilidad que detentan. Destacan también los jóvenes, que si bien son una minoría dentro de su colectivo juvenil, son muy activos. Debemos valorar mucho su compromiso en este contexto social apático e individualista, y religiosamente tan indiferente, sobre todo en este grupo de edad.
Estos laicos y laicas son los engranajes que hacen que los proyectos funcionen y el rostro visible y cercano de la Iglesia para muchas personas. Son personas entregadas, muchas de las cuales dedican un número muy importantes de horas y de desvelos, en un compromiso que se prolonga durante muchos años de la vida.  Pero más habitualmente de lo que nos gustaría son meros peones, sin oportunidad para participar en el diseño de los proyectos en los que participan. Generalmente son entendidos como colaboradores del párroco o cura correspondiente, pero no como co-responsables o responsables. Raramente han recibido un envío público por parte del responsable pastoral que les hace tomar conciencia a ellos y a la comunidad, por una parte, de que son encomendados por ella a desarrollar esa tarea, y por otra, del valor y la importancia de su participación. Se mueven en el terreno del voluntariado, generalmente durante muchos años de compromiso con un proyecto, habitualmente con dificultades para encontrar relevos que les sustituyan pasado un tiempo razonable. Muchos necesitarían reforzar su capacitación teológico-pastoral, pero a veces no reciben las ofertas adecuadas para ello, y otras veces, las propias urgencias pastorales impiden que puedan dedicar un tiempo a este menester.
 
c) Laicos responsabilizados en la coordinación-dinamización de un área pastoral.
Son personas responsables de áreas o de proyectos concretos que pueden referirse a una unidad pastoral o arciprestazgo (por ejemplo, la responsable del equipo de catequistas de la unidad pastoral, o la coordinadora de Caritas),  o de un nivel vicarial o diocesano (por ejemplo el delegado de Apostolado Seglar de una diócesis, o la directora del Secretariado Diocesano de Juventud). Estos laicos y laicas tienen un encargo pastoral que proviene de la comunidad parroquial, de una congregación religiosa, de las Unidades Pastorales, Arciprestazgos o vicarías, o de la cabeza diocesana. En algunas ocasiones este encargo tiene un reconocimiento institucional y se recoge por escrito en un documento oficial que llamamos encomienda donde se detalla en qué consiste la tarea a desarrollar y durante cuánto tiempo. Pero esta es una práctica aún poco extendida, lamentablemente.
Como he mencionado, hay algunas congregaciones religiosas, como la escolapia, que comenzaron favoreciendo la creación de comunidades de cristianos adultos que caminan en comunión con los religiosos, pero han dado un paso más proponiendo a personas de esas comunidades el ejercicio de ministerios en clave de corresponsabilización pastoral con los escolapios de la Provincia de Vasconia. Es todavía una experiencia incipiente que intenta responder a la nueva realidad de las congregaciones, la Iglesia y el mundo.
Los laicos y laicas que englobo en este grupo tienen un mayor nivel de responsabilidad y generalmente coordinan y dinamizan a un equipo de personas del perfil que hemos descrito en el apartado anterior. Normalmente están en relación directa con el párroco o consiliario responsable final del área, aunque en algunas diócesis, todavía como experiencias minoritarias, se han ido constituyendo equipos ministeriales donde se incorporan estos laicos. Estos son equipos donde, además de los curas, participan los laicos y/o religiosos responsables de las diferentes áreas, y en los que se intenta plantear y decidir la estrategia pastoral de conjunto. Las encomiendas de nivel diocesano, debido a sus características propias, tienen otros espacios de coordinación y control directamente gestionados por la cabeza diocesana.
Estos laicos son personas muy implicadas, con un compromiso en cuanto a horas invertidas y dedicación muy fuerte. Viven experiencias diversas, pero demasiado habitualmente, sobre todo cuando se refiere a los voluntarios, hablan de un déficit de acompañamiento en la tarea, la falta de responsabilidad real sobre ella y la dificultad de encontrar nuevas personas que vayan sustituyendo a las de más edad.
Cuando el volumen de la tarea así lo requiere, se ha abierto la vía de la remuneración para facilitar la dedicación necesaria de la persona a la misma, pero también ésta es una experiencia aún minoritaria, al menos cuando nos referimos al caso español, porque si extendiéramos nuestra mirada a la realidad europea, nos quedaríamos asombrados de la cantidad de laicos dedicados a la pastoral y remunerados que existen en Iglesias como la alemana, la francesa o la suiza. La diócesis con más laicos dedicados a tareas pastorales con encomienda y liberación en  España es la de Bilbao, que actualmente cuenta con 35 personas en esta situación.
En el caso de la diócesis de Bilbao, se da gran importancia a la formación de estos laicos y laicas, especialmente de los que tienen remuneración, que deben cursar, al menos, la diplomatura en Ciencias Religiosas.
Un apartado especial merecen los profesores de religión. Son un colectivo numéricamente amplio y con una importante tarea a desarrollar. Estos laicos necesitan obligatoriamente el aval que otorga la Missio Canonica en virtud de una formación teológica y pedagógica obligatoria. Estos laicos sí reciben un envío o misión eclesial por parte de su obispo, casi los únicos en algunas diócesis. Es un colectivo muy heterogéneo, con distintos grados de vinculación eclesial y recorrido cristiano.
 
d) Laicos enviados participando en el ámbito secular
Una mención también a estos laicos, realmente minoría. No porque no haya muchos cristianos, que los hay, participando en el espacio civil desde su condición de creyentes y en una clave de compromiso transformador, sino porque pocos se sienten en esta tarea enviados por la comunidad cristiana, y muchos menos reciben explícitamente tal encomienda o envío. En este caso, es muy importante la labor que han hecho en este campo los movimientos apostólicos, que por una parte, han creado conciencia entre los laicos de la necesidad del compromiso transformador en medio del mundo, y que por otra, acompañan a los militantes a vivir desde la fe el conjunto de su vida.
 
2.- Elementos que han favorecido esta realidad
Yo distinguiría dos tipos de razones: las teológicas y las histórico-coyunturales.
 
a) Razones teológicas
La eclesiología del Pueblo de Dios por la que apostó el Vaticano II, supera un modelo eclesial piramidal y basado en el binomio clérigos-laicos, para sustituirlo por una Iglesia de comunión y misión que apuesta por el de comunidad-ministerios. En este marco, el Concilio recupera y revitaliza la figura del laico. Se le reconoce miembro del Pueblo de Dios, incorporado a Cristo por el bautismo, hecho partícipe de la función sacerdotal, profética y real de Cristo (LG 31). Por primera vez se reconoce la vocación laical como tal (vocación admirable LG 34).
Por otra parte, se considera que hay una única misión de todo el pueblo cristiano, la misión de la Iglesia, que es dilatar el Reino de Dios. El apostolado de los laicos, por tanto, no es uno derivado del de la jerarquía, sino que es expresión del único apostolado que es el de la Iglesia (LG 33). Aunque a la vocación laical se la sitúa prioritariamente en la construcción del Reino en la sociedad, se abre la posibilidad a los laicos a una “cooperación más inmediata con el apostolado de la jerarquía” (LG 33) en el ejercicio de determinados cargos eclesiásticos. Y se da un paso más cuando se plantea la posibilidad de llegar a suplir al clero en tareas propias (LG 35,4).
Con estas breves referencias sólo quiero poner de manifiesto que el Concilio abrió unas posibilidades enormes para la participación y la corresponsabilidad de los laicos en la Iglesia. Las Iglesias que han querido hacerlo, tenían razones para promover una nueva realidad eclesial con mayor protagonismo laical.
 
b) Razones coyunturales
Es evidente que la realidad eclesial actual ha favorecido una mayor participación de los laicos en la vida de la Iglesia.
En primer lugar, la precariedad que se vive entre el colectivo de curas con sus diferentes manifestaciones ha sido determinante:
 

  • Por un lado, el descenso del número de vocaciones al presbiterado y el envejecimiento del colectivo ha sido el factor fundamental. El número total de curas no tiene nada que ver con lo que era hace 30 años, y la gran mayoría de los que están en activo son mayores de 50 años.
  • Esto ha provocado una sobrecarga de tareas de los presbíteros en activo que se dan cuenta cada vez más de que no llegan a todo y de que necesitan ayuda. Así, se han visto en la tesitura de elegir entre dejar desatendida una parroquia o un área pastoral, o pensar en nuevas soluciones, que se han movido entre la reorganización territorial  y la incorporación de los laicos y laicas.
  • Por otro lado,  ha habido un colectivo importante de curas y obispos que han asumido la eclesiología conciliar y que han intentando hacerla realidad en sus parroquias y diócesis.

 
En segundo lugar, entre algunos laicos ha ido naciendo la conciencia de su vocación y su misión, ayudados por algunos curas, los movimientos apostólicos y otras organizaciones laicales. Eso ha favorecido tanto una disponibilidad mayor para participar eclesialmente, como que ellos mismos hayan tomado la iniciativa ofreciéndose para realizar diferentes tareas y generando nuevos proyectos. Pero en este terreno, aún queda mucho por hacer.
En tercer lugar, la secularización, la imagen negativa de la Iglesia entre muchos sectores sociales y el progresivo alejamiento de fieles de la Iglesia,  han obligado a replantear el papel de ésta en la sociedad y las formas de evangelización. De esta manera, el contexto social e histórico ha marcado un terreno de juego más propicio para que los laicos comiencen a ser un nuevo rostro de Iglesia, más aceptable para muchos.
Creo que todos estos factores deberían ser leídos positivamente, como oportunidades que el Espíritu ofrece a la Iglesia para renovarse.
 
3.- Luces en esta experiencia
La incorporación del laicado a la tarea evangelizadora ha supuesto poner en práctica una Iglesia más corresponsable y participativa, que está generando, gracias a la aportación laical:
 

  • Nuevas formas, nuevas maneras de llevar adelante la pastoral. Al cambiar los actores (de varones célibes centrados en el mundo eclesial a hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, solteros y casados, incorporados al mundo laboral o estudiantil, o disfrutando de la jubilación tras haber pasado por él, ciudadanos con distintas preocupaciones y sensibilidades respecto a la realidad social, con una relación distinta a la pastoral con el resto de vecinos del barrio,…) cambia también el análisis de la realidad, las preocupaciones e intereses, los medios desde los cuales afrontarlos, el lenguaje utilizado, las formas, las relaciones… Por ejemplo, necesariamente la pastoral familiar será distinta cuando las entrevistas personales a las parejas y los encuentros con ellos son llevados adelante por laicos. Aún cuando ellos no hayan decidido qué es lo que se tiene que hacer (por ejemplo qué proceso debe llevarse con los novios, en qué se concreta y qué temas hay que abordar), lo harán de manera distinta a la de un cura, probablemente en mayor conexión con el sujeto que se acerca demandando un sacramento.
  • Una mayor sensibilidad hacia los problemas del mundo y de la vida cotidiana. Los laicos y laicas viven inmersos en lo secular: ese es el espacio que el Concilio les señala como más propio, aunque no exclusivo. Son la cara y la voz de la Iglesia en la vida cotidiana, pero también tienen que ser la voz del mundo y de sus problemas dentro de la Iglesia. Son los que trasladan al conjunto de la Iglesia los desvelos y las ilusiones de la gente, las búsquedas de sentido y espiritualidad de muchas personas, las demandas y las críticas que le lanzan a la Iglesia como institución…. Porque ellos no dejan de ser parte de ese mundo, de esa gente, aunque con una conciencia y una mirada peculiar: la que les aporta la fe. En realidad, estas afirmaciones no deberían ser exclusivas de los laicos. Esta es una tarea de todos, y no de un solo grupo, porque toda la Iglesia es secular: la Iglesia es mundo y está en el mundo. Está formada por hombres y mujeres como los demás, configurada como institución, incluso como Estado, sujeta a las leyes de la biología y de las circunstancias históricas, con la misión de, desde su ser en el mundo, hacer presente en él la vida de Dios y su acción transformadora. Sin embargo, habitualmente ¿no funciona aún la lógica de que para acercarse a Dios hay que separarse del mundo? ¿Realmente asumimos que el encuentro con Dios es mediado por lo humano, por lo profano, por el mundo? ¿No están haciendo dejación de su responsabilidad el resto de las vocaciones cuando encargan a los laicos de la secularidad?
  • Una imagen de Iglesia renovada. La gente de la calle identifica la imagen pública de la Iglesia con sus dirigentes: el Papa, los obispos, los curas. Llegar a la parroquia y encontrarse en la acogida con una mujer, por ejemplo, puede sorprender pero, en general, agradablemente. Entre los no creyentes funciona una imagen negativa de la Iglesia, a lo que contribuye ver a los curas como los hombres “distintos”, separados de la realidad que ellos viven todos los días. Encontrar un laico desmonta esa imagen, siempre que sea una persona acogedora, dialogante, resolutiva, práctica.
  • Una organización con espacios más plurales. Se han dado algunos pasos en el terreno organizativo importantes. En la mayoría de parroquias existe el Consejo Parroquial como espacio de información y corresponsabilidad; también en muchas diócesis existe el Consejo Pastoral Diocesano, presidido por el Obispo y en el que participan laicos, religiosos y presbíteros. En muchas diócesis hay experiencias de participación en la elaboración de los Planes Pastorales y de Evangelización, además de experiencias de Sínodos y Asambleas diocesanas. La participación del conjunto de vocaciones aporta pluralidad, riqueza, diversidad.
  • Una nueva reflexión sobre los ministerios. La incorporación laical a tan diversas tareas, que implican a todas las dimensiones de la acción eclesial, obliga a repensar el tema de la ministerialidad en la Iglesia. Como hemos visto, la realidad de participación laical es variada, pero lo cierto es que existen casos de personas formadas, que se sienten vocacionalmente llamadas, ejerciendo tareas pastorales con un envío y una encomienda, algunos dedicados a jornada completa con una retribución económica, algunos también con largos años de dedicación y con disponibilidad para permanecer al servicio… Creo que hay situaciones donde deberían utilizarse sin miedo las palabras ministerio laical y reconocerse oficialmente. Es cierto que es un tema complicado:
    • Por una parte, porque entre los propios laicos hay muy poca reflexión hecha sobre el tema, y porque había que definir qué es un servicio pastoral y qué es un ministerio.
    • Por otra, porque esto supone repensar también el ministerio ordenado, su ser y misión, y su papel en una Iglesia toda ministerial. Esto es, a mi juicio, lo más complicado de hacer hoy porque genera muchos miedos y recelos entre la jerarquía eclesial, en mi opinión, no justificados.

Aún es un tema muy incipiente, en el que se han dado muy pocos pasos, pero lo menciono aquí porque probablemente lo poco que se ha hecho ha sido empujado por la constatación de la realidad de la participación laical.

  • Unos laicos más formados. En la medida en que los laicos han ido desarrollando tareas, han descubierto la necesidad que tenían de herramientas pastorales y de profundización teológica. La formación contribuye a ahondar en la identidad creyente, aporta claves para el diálogo con la Modernidad y la Post-modernidad, ayuda a tomar conciencia de la vocación y tarea del laicado y de la Iglesia, y aporta criterios y herramientas para llevarla adelante.

 
4.- Sombras
Sin embargo, dentro de esta experiencia hay también sombras y cuestiones graves que la oscurecen. Son verdaderos retos a afrontar si queremos consolidar esta experiencia.
 

  • Colaboradores, no corresponsables. Hasta ahora he destacado cómo ha habido una incorporación de los laicos en la acción de la Iglesia que es en sí misma muy positiva. Pero sus realizaciones más generalizadas no lo son tanto. La mayoría de la veces, el laico vive la experiencia del clericalismo, del paternalismo clerical y de vivir en una permanente minoría de edad en la Iglesia. Se siente trabajador y responsable, ilusionado con el proyecto en el que se ha implicado, pero a la vez decepcionado con el párroco, obispo o curia que sólo le considera “fuerza de trabajo”, pero que no le consulta, y cuando lo hace, le recuerda que los órganos de participación son meramente consultivos; que toma decisiones por él, arrogándose en perfecto conocedor de sus intereses y necesidades; que quiere que sea correa de transmisión de mensajes con los que ni siquiera sabe si está de acuerdo o no… Es cierto que en esto pesan mucho la historia y la costumbre: los laicos estamos poco acostumbrados a tomar la iniciativa y sentir que tenemos algo que decir, y los curas no están acostumbrados a trabajar en equipo, y menos con otros a los que consideran menos preparados y con poco criterio. Pero en este caso, claramente la responsabilidad mayor la tiene el ministerio ordenado.

 
La Comisión Episcopal de Apostolado Seglar reconocía esta situación así:

    • Los Obispos apenas consultamos a los seglares ni les ofrecemos puestos de alguna responsabilidad pastoral.
    • Los sacerdotes, por su parte, cuentan con los seglares para problemas concretos ya decididos previamente por ellos, o simplemente, prescinden de los seglares por considerar que complican más que ayudan en la vida pastoral.
    • En ocasiones todavía el ministerio pastoral es concebido como un poder más que como un servicio y la parroquia como un patrimonio personal.”

Estas prácticas ponen en entredicho la eclesiología del Pueblo de Dios.  La igualdad fundamental de los hijos de Dios que nos hace hermanos (“…se da una verdadera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y la acción común de todos los fieles para edificación del cuerpo de Cristo” LG32) necesita visibilizarse realmente en estructuras. Toda actuación de la comunidad exige la participación de sus miembros en su diseño y puesta en práctica. De lo contrario, ¿cómo puede ser, si no, “de la comunidad”? ¿Cómo se pueden sentir los laicos concernidos e involucrados en ella?
La corresponsabilidad no pone en cuestión que en la Iglesia exista un principio de autoridad, pero ni ese principio debe estar ejerciéndose permanentemente (en la mayoría de nuestros procesos y decisiones eclesiales no se pone en juego la comunión ni la verdad de la fe) ni el ministerio ordenado tiene sentido sin la comunidad: ese servicio ministerial no puede ejercerse al margen de la vocación a la corresponsabilidad eclesial y el sentido de la fe fundados en el bautismo.
Nos encontramos con muchos casos de hombres y mujeres adultos, con responsabilidades familiares, con formación superior, en puestos de dirección en sus trabajos, que al llegar a la Iglesia son tomados por gente necesitada de permanente tutela y dirección. Con estas actitudes estamos provocando el hastío, la decepción, el éxodo de personas muy valiosas, en un contexto, además, en el que la gente se acerca a la Iglesia por convicción, no por costumbre ni obligación. Ni siquiera por razones utilitaristas, esta es una buena práctica.
Una cosa es la inexperiencia o la falta de formación y otra es la falta de capacidad. Las dos primeras sólo se solucionan si dejamos que los laicos se curtan en el terreno pastoral y tomen responsabilidad: es precisamente el ejercicio de esta lo que nos hace crecer.
 

  • Laicos realmente adultos en su fe. Los laicos que participan en la acción pastoral son los más eclesialmente identificados, los que viven mayor grado de pertenencia a la comunidad creyente y por tanto, con una fe más elaborada. Pero aún quedan muchos pasos que dar en ese sentido. Hay que avanzar en la experiencia de fe de este colectivo para que sea una fe basada en un encuentro personal con el Dios revelado en Jesucristo y que se traduzca en unión fe-vida. Es importante también ayudar a descubrir la condición laical como una verdadera vocación y de qué forma ésta se va concretando. En la medida en que seamos conscientes de nuestra dignidad y de nuestras posibilidades podremos también demandarlas.
  • Laicos insuficientemente formados. En el punto anterior decía que hoy tenemos un laicado con más formación, pero todavía son minoría en el conjunto.  La formación, en este caso me refiero a la teológico-pastoral, es un elemento que aporta al laico seguridad, criterios y opinión. Lamentablemente, para algunos curas esto le convierte en un elemento molesto, porque ante él van a necesitar argumentar sus decisiones. Pero para llegar a ser considerados adultos dentro de la Iglesia, este es un elemento irrenunciable.
  • Laicos no organizados. La mayoría de los laicos que participan en la acción pastoral de la Iglesia no pertenecen a un movimiento o una comunidad laical. Esto, a mi entender, no es imprescindible, pero es muy conveniente. Los movimientos apostólicos y las pequeñas comunidades son espacios donde cultivar la fe, donde crecer en formación, pero también son escuelas de participación y corresponsabilidad. Sobre todo la Acción Católica, que en una de sus notas señala como elemento de identidad de los movimientos el protagonismo laical. En los movimientos y comunidades se aprende a pensar juntos, a analizar la realidad a la luz de la Palabra, a plantear estrategias de acción con otros, a llevarlas adelante entre todos. Estos son elementos muy necesarios en cualquier ámbito de la vida, también para la vivencia eclesial. Pero además los laicos y laicas experimentan que existe verdadera corresponsabilidad también dentro de la Iglesia, que se puede ser adulto responsable en ella, que es posible el disenso y la pluralidad sin que eso signifique “estar fuera”. Por otra parte, la organización siempre tiene más fuerza que el individuo a la hora de tomar iniciativas o elevar una palabra pública.
  • Laicos cuestionados en su laicidad. Hay algunas voces, que cada vez se oyen más frecuentemente, que dicen que, siendo lo secular el ámbito propio del laicado, la dedicación a la pastoral supone una traición a la verdadera vocación y tarea del laico, y que genera una “clericalización” del colectivo. Me parece que este argumento esconde un deseo de alejar a los laicos de la responsabilidad eclesial, que han llegado a convertirse en un elemento molesto que no deja campar a algunos curas a sus anchas en lo que ellos consideran su feudo. Ante esta idea, hay diversos argumentos que esgrimir: los teológicos, los históricos y los prácticos.

 

    • Los primeros se refieren a que la misión de la Iglesia es una y para el conjunto de la Iglesia, y que separar lo secular para los laicos y lo eclesial para los ordenados no tiene razón de ser: todos debemos estar implicados en dilatar el Reino de Dios en el mundo, y en el mantenimiento de la comunidad eclesial que debe ser signo de la voluntad salvífica de Dios en medio de él.
    • Desde el punto de vista de la historia eclesial, por ejemplo, Pedro tenía suegra (Mc1, 29-31), es decir, tenía esposa; Pablo tenía un oficio y lo considera un signo de autenticidad apostólica (2Tes 3); en la carta de Timoteo, al mencionar las características de un obispo se dice que “ha de regir su familia con acierto,…, pues si uno no sabe regir la propia familia ¿cómo se ocupará de la Iglesia de Dios?” (1Tim 3, 1-7). ¿Debemos pensar, entonces, que estas personas no desempeñaban bien su tarea eclesial por su condición secular, o viceversa, que la secularidad no formaba parte de su identidad, anulada por su dedicación eclesial?
    • Por otro lado, pensar que dedicar tiempo a la tarea intraeclesial, aún cuando sea tanto como una jornada laboral, cuestiona la secularidad del laico es no conocer a los laicos. Por ser encomendados a una tarea eclesial no dejamos de ser padres y madres, hijos e hijas, amigos, ciudadanos, trabajadores, aficionados a diferentes hobbies,  consumidores,…, y uniendo todo eso, creyentes. ¿Acaso no es esto vivir en medio del mundo? ¿Acaso se puede pensar que nuestra familia nos preocupa menos que el proyecto pastoral en el que trabajamos? ¿Acaso no estamos llamados a construir Reino en todos los ambientes en los que nos movemos, en todos los ámbitos de la vida? ¿Acaso en ellos no está Dios?

 
Sólo recojo este argumento si quiere ser un aviso para que los laicos no caigamos en las prácticas que detectamos en algunos curas y que criticamos: acaparar información, acaparar poder, tender al autoritarismo respecto a otros laicos…
 

  • Una experiencia aún poco extendida y consolidada. Si pensamos en números absolutos, todavía somos pocos. Muy pocos en puestos de responsabilidad, muy pocos plenamente dedicados a la evangelización. Queda mucho por andar.
  • Los nuevos movimientos laicales. En los últimos tiempos asistimos al desarrollo de nuevos movimientos de laicos de corte tradicional, con una manera de vivir la fe más intimista y menos preocupada por el diálogo con el mundo y el compromiso transformador. Con esto quiero indicar que entre los laicos, como en el resto de la comunidad creyente, hay pluralidad y distintas apuestas respecto a qué modelo de Iglesia impulsar y qué papel deben jugar los laicos en ella. Y esta pluralidad tiene muy pocos lugares de encuentro y diálogo donde poder dejar caminos en paralelo y empezar a definir una vía por la que todos podamos avanzar.

 
5.- Mirando hacia delante
Por un lado, se constata que en la Iglesia en los últimos años vivimos una involución hacia posiciones más conservadoras en todos los campos. Desde ahí, podemos esperar que los máximos responsables eclesiales nogenerarán grandes avances en lo que se refiere a la corresponsabilidad laical. El modelo de laicado a potenciar será el laico colaborador, mero ejecutor de las indicaciones que el cura correspondiente le indique.
 
Sin embargo, también confío en que la realidad se irá imponiendo: la Iglesia no se sostiene, y cada vez menos se va a sostener, sólo con los curas. Contar con los laicos y laicas para desarrollar su tarea evangelizadora no será una opción que se pueda elegir o no, sino una obligación. Confío también, que las nuevas generaciones laicales, nuestros jóvenes de hoy, que mayoritariamente están viviendo unos procesos de iniciación cristiana más vivenciales y participativos, que toman la iniciativa cuando se trata de iniciar a otros jóvenes, que tienen mayor formación…, precisamente porque están viviendo otros modelos eclesiales, puedan seguir recreándolos y demandándolos. Creo que no podemos renunciar a nuestra tarea como laicos de reivindicar y buscar nuestro espacio en la Iglesia, pero un espacio de calidad, que reconozca nuestra dignidad y nuestras capacidades. Para eso es importante organizarse para no quedar diluidos en la globalidad eclesial. También apoyarse en los curas y obispos más proclives a ello, generando prácticas de corresponsabilidad al menos a niveles locales.
Lo fundamental es situarse en claves de cooperación y no de competencia. Los laicos no están ahí como adversarios en una lucha de poder, sino como seguidores de Jesús que quieren responder a su llamada y colaborar en la edificación de una Iglesia cada vez más fiel a Jesucristo. Confiemos en el Espíritu y su fuerza renovadora.
 
 

ESTRELLA MORENO LAIZ

 
Una descripción detallada, también del caso español, en Jesús Martínez Gordo, Los laicos y el futuro de la Iglesia. Una revolución silenciosa,PPC, 2002.
CEAS, El seglar en la Iglesia y en el Mundo , Edice, Madrid, 1987, p.28.
De hecho, es sintomático que ya se haya sustituido este término, en el mejor de los casos, por el de eclesiología de comunión, porque generalmente se presenta la eclesiología conciliar como de comunión jerárquica.