La pregunta por el sentido como apertura a la Trascendencia

1 enero 2004

Miguel Angel Calavia

Miguel Angel Calavia es Director y Profesor de Teología Pastoral en el Institut Superior de Ciències Religioses Don Bosco (Barcelona).
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Desde la convicción de que tanto la pregunta por el sentido como la apertura a la Trascendencia surgen y se viven en la vida y en la cultura, el autor orienta la pregunta por el sentido desde los tres caminos que se abren a todo ser humano: la relación consigo mismo, con los otros y con los acontecimientos; y perfila una apertura gradual a la Trascendencia hasta llegar al Dios de Jesús. Desde aquí propone algunas claves para educar esta necesaria apertura.
 
Quisiera comenzar con una afirmación que enmarca mi reflexión y el desarrollo de las páginas que siguen: tanto la pregunta por el sentido, como la apertura a la Trascendencia surgen y se viven en la entraña de la vida y de la cultura; y la orientación de dicha pregunta y apertura depende en gran parte de la profundidad que tiene nuestra apertura a la realidad. Creemos con frecuencia que poseemos ya una visión completa de todo; y, sin embargo, no hay tal. No pasamos de vivir de sensaciones, impresiones y experiencias más o menos superficiales, sin percatarnos de los ejes subterráneos que las organizan; ejes que se enraízan en la dimensión más específicamente humana que es la apertura: hacia uno mismo, los otros y el mundo natural. Enumeramos dos de estos ejes o dinamismos:

  • Vivimos buscando.

Vivir significa buscar. Todo en la vida humana está en función del proceso establecido entre necesidad-tener, buscar-encontrar, conocido-por conocer, desear-satisfacer… Está búsqueda nos ayuda también a comprender lo que es relativo o absoluto. En efecto, el hacernos preguntas evidencia que no podemos pretender la posesión de la verdad definitiva, y en ese sentido hemos de aceptar nuestra indigencia y provisionali­dad. Y el obtener respuestas nos sitúa en un horizonte de «absoluto», que nos lanza a buscar más allá; lo cual «relativiza» los pequeños hallazgos de cada día, y nos abre el camino a una respuesta más satisfactoria.
 

  • La vida humana entre la pregunta y la respuesta

Expresión de la vida como búsqueda es el proceso de preguntas y respuestas, presente tanto la propia biografía como en la historia. En toda pregunta expresamos la necesidad radical que hay en nosotros. Y recibimos una respuesta cuando personalizamos las necesidades y deseos ya satisfechos.
 
Pero hay un trasfondo en este binomio pregunta-respuesta no fácilmente detectable. Muchas veces se absolutiza la respuesta (por ejemplo, cuando se concibe y ofrece la educación como mero trasvase de conocimientos; o el camino de la fe se identifica con el simple ejercicio de memorización de fórmulas, práctica de unos ritos, o sometimiento a una autoridad…), olvidando que donde no hay una pregunta no cabe proponer una respuesta. Y si la misma pregunta es impuesta, olvidamos la capacidad de preguntarse que tiene toda persona. No habrá auténtica respuesta porque nunca nació de una pregunta previa. Pero también se puede absolutizar la pregunta olvidando la necesidad de respuestas para vivir. Necesitamos saber para vivir. Y no se recibe la respuesta porque la pregunta continua le cerró el paso (por ejemplo, cuando educación se reduce a mera discusión; la Biblia a comentario de textos; la oración a meditación trascendental o sesión terapéutica; y el cristianismo a mero humanismo…).
 

  1. La pregunta por el sentido en los tres caminos de la apertura humana

 
Esta capacidad de preguntarse y buscar se desarrolla en los tres caminos que se abren delante de toda persona, apenas es consciente de lo que le rodea: La relación consigo mismo/a: hasta lograr una identidad madura; la relación con los otros y los acontecimientos: contribuyendo al logro de una sociedad y cultura más humanas; y la relación con el mundo natural: para hacer de él una morada digna y habitable de la humanidad.
 
En este triple camino, con visos de auténtica aventura, no partimos de cero. Nos ayudan:
– El conjunto de saberes, patrimonio de la humanidad. Saberes de todo tipo:(científicos, tecnológicos, humanísticos, lingüísticos, religiosos, estéticos, simbólicos),.todos ellos al servicio de la vida y de su verdad. Todas las personas han de tener el derecho y la oportunidad de analizarlos y asimilarlos…
– Y el conjunto de valores que los hombres y mujeres han creado y vivido en la historia. Todas las personas están llamadas a elegir y vivenciar un cuadro de valores que favorezca el propio crecimiento y el del entorno; y dejar a un lado todo aquello que impida este proceso.
 
Pero todos somos conscientes de que los saberes y valores no son suficientes, necesitamos algo más. Necesitamos una perspectiva y un horizonte donde situar unos y otros para que contribuyan al éxito en la triple aventura antes mencionada. Y es aquí donde aparece la búsqueda de sentido, es decir, aquello por lo que una persona vive, ama, se relaciona, lucha, trabaja…Cada persona es libre y autónomo, es responsable de la propia búsqueda; por eso existen diversidad de sentidos: humanista, materialista, hedonista, inmanente, trascendente, cristiano; sentidos a corto, medio o largo plazo, parcial o global, temporal o definitivo. Es aquí, en la pregunta y la búsqueda de sentido, donde se enraíza y se inicia la apertura a la Trascendencia.
 

  1. La Trascendencia: una realidad poliédrica

 
El tema de la Trascendencia está de moda. A alguno le puede chocar semejante afirmación, sobre todo si se piensa en los altos porcentajes de indiferencia religiosa, agnosticismo y secularismo en países tradicionalmente católicos como el nuestro. Pero es cierto que el término (trascendencia, trascendente, trascendental….) aparece por doquier, y en torno a las situaciones y ámbitos más dispares, tanto en su acepción laica como religiosa. Algo querrá decir…En cualquier caso, un signo de que el ser humano no se resigna a quedar encerrado en el estrecho marco de lo inmanente y cotidiano, y aspira a “Algo más” o a “Alguien” que está en la raíz o en el horizonte de sus deseos más profundos.

La palabra “trascendencia”, desde el punto de vista etimológico, expresa un “movimiento” de travesía (trans) y de subida (scandere), un cambio de lugar o un cambio de nivel. “Ir de un lugar a otro, atravesando o traspasando cierto limite”[1]. Este significado espacial no aparece normalmente en nuestras conversaciones ordinarias. Aparece más frecuentemente para identificar realidades, valores, actitudes y situaciones que “sobre-pasan” los límites normales de lo ordinario o cotidiano de la vida; realidades que son importantes porque apuntan a “algo más”. Desde esta acepción, es normal escuchar frases como: Esto es trascendental para mi vida…para mi carrera… para mi trabajo. Estamos ante un hecho trascendental para la vida de nuestro país… Sentido trascendente de la vida…Educar para la Trascendencia…

Dejando al margen el significado “espacial” de la palabra trascendencia, partimos de la acepción “vital” del termino, más común en nuestras conversaciones, e intentamos un camino gradual de apertura a la Trascendencia, que nos permita identificarla, desde sus perfiles y significados más laicos o profanos, hasta llegar al Dios de Jesús, en quien creemos los cristianos. Se trata de un camino gradual y pedagógico, en el que, como en la pintura de cuadro cuyos trazos se hacen cada vez más nítidos gracias al trabajo del artista, o en el revelado de una fotografía, se van dibujando poco a poco los siguientes perfiles:

  • – La trascendencia como “apertura” del hombre a la realidad (Yo, los otros, el mundo)
  • – La trascendencia identificado con “lo Absoluto”, horizonte de todo crecimiento humano.
  • – La Trascendencia identificada con el “Misterio de Dios” y sus distintas manifestaciones en la vida y cultura humanas.
  • – La Trascendencia identificada con el Dios, desvelado en la vida y mensaje de Jesús, el Cristo.

 
En este camino presentamos también claves que hacen “razonable” la apertura de la persona a la Trascendencia, junto a algunos valores, actitudes o experiencias que nutren esta apertura.
 
2.1. La Trascendencia como “apertura” del hombre a la realidad.
La realidad se presenta como algo-significativo-para-el-hombre; «dice algo», «habla». La realidad no discurre ante nuestra mirada de forma indiferente, sino que nos permite abrirnos a múltiples posibilidades y realizarnos como personas. Pero la realidad es significativa a distintos niveles. Se nos “muestra” y nos “habla” de diferentes formas; da pie a múltiples experiencias y, consecuentemente, origina diferentes niveles de conocimiento y de lenguajes.

  • – Si la realidad nos habla en su dimensión meramente fenoménica-empírica (lo perceptible a través de los sentidos externos), la experiencia y el lenguaje subsiguientes se situarán en el plano empírico; es el caso de la lectura científica de la realidad.
  • – Pero la realidad se nos presenta también repleta de intencionalidad y simbolismo, como sucede para el artista o el poeta; con una carga afectiva que invita a entrar en comunión con ella. Entonces la experiencia y lenguaje consiguientes se sitúan en un horizonte más global y envolvente, el horizonte del sentido. Éste implica a toda la persona, y el lenguaje empleado par describirla no sólo informa, comunicando «ciencia», sino también evoca y provoca, comunicando «sabiduría».

 
Una flor es importante y se hace experiencia para el botánico que estudia su crecimiento y hasta puede modificar la forma, el color y hasta la fragancia de sus pétalos; pero también lo es para el pintor que la perpetua en un lienzo, para el. enamorado que la ofrece a la persona amada, o la mujer que simplemente la coloca sobre la mesa como adorno de la casa. Pero para que la realidad se nos ofrezca como significativa, como portadora de sentido, hemos de acercarnos a ella con un espíritu abierto, evitando ciertos planteamientos reduccionistas. Por ejemplo, confundir lo «no-objetivo» con lo «no-real», o identificar «subjetivo» con algo extraño porque se opone a «objetivo», apareciendo como una realidad de segundo orden. Por otra parte, el sentido de la realidad se hace más manifiesto cuando esta apertura del hombre se sitúa en el horizonte del encuentro y no de la mera utilidad..
 
Los primeros perfiles de la Trascendencia comienzan, por tanto, a iluminarse cuando nos acercamos a la realidad desde esta experiencia de sentido, que nos permite entrar en comunión con las múltiples experiencias y lenguajes que de ella brotan:

  • – La naturaleza y el cosmos nos hablan a través de todos su lenguajes (empírico, simbólico, estético, musical…), y nos invitan a vivir de otra manera el espacio y el tiempo, a escuchar sus innumerables voces y sonidos, a sentirla, contemplarla…
  • – Podemos acercarnos a la propia vida, y experimentarnos de forma pluridimensional: como cuerpo, razón, sentimientos, capacidad de alegría y tristeza, placer y sufrimiento, etc.
  • – Podemos acercarnos a cualquier acontecimiento o suceso socio-cultural desde perspectivas distintas: política, económica, humana, estética, ética, religiosa etc.

 
2.2. La Trascendencia como apertura a “lo Absoluto”, horizonte del crecimiento humano
 
Si la realidad se nos ofrece como portadora de sentido, es decir, significativa de forma global y totalizante, y si nos sentimos personalmente llamados a entrar en relación y encontrarnos con ella, es porque en la realidad descubrimos un plus de significado, una cierta atmósfera de misterio e inabarcabilidad que envuelve este encuentro del hombre con la realidad.. A la hora de encontrar un término adecuado para expresar este plus de significación, esta atmósfera envolvente, optamos por el término «absoluto»; éste sintetiza bien lo que la propia experiencia humana percibe en la realidad. para «Lo absoluto», en efecto, aparece como ámbito de referencia desde el que se explica la limitación y finitud de cualquier realidad natural y humana; pero también se presenta como invitación a situarnos en un horizonte de crecimiento y progreso.
 
No están los tiempos para hablar de “lo absoluto” en un cultura posmoderna del fragmento y del interés por lo concreto e inmediato. Sin embargo, es el horizonte que ofrece mayores perspectivas y experiencias para abrir puertas a la Trascendencia. Por ejemplo:

  • – Hace posible y fundamenta nuestra capacidad simbólica, en cuanto nos permite ver detrás o dentro de las personas, acontecimientos y cosas, un significado oculto a la mera observación externa.
  • – Posibilita también el poder trascenderse a sí mismo; es decir, vernos desde otro ámbito, «desde fuera», y descubrir lo que es importante o no en nuestra vida y a nuestro alrededor. No entramos ahora en la problemática de si este «desde fuera» es fuente de alienación y extrañamiento, o por el contrario es una mayor posibilidad de vida.
  • – El descubrimiento de lo absoluto favorece también una comprensión pluridimensional de la realidad natural y humana, con un prisma de mil caras; y evita cualquier reduccionismo racional, científico o religioso, sobre todo, cuando éste se presenta con carácter unidimensional y totalitario en su intento de explicar la realidad. Evita, sobre todo, caer en la sutil red del nacimiento-trabajo-producción-consumo y muerte, propia de la civilización occidental[2].
  • – Finalmente, desde este horizonte de lo absoluto, descubrimos y experimentamos la sacramentalidad de la condición humana. Una persona delante de nosotros, especialmente su rostro, es una invitación a reconocer en él una “realidad” que trasciende la mera apariencia física, imposible de doblegar a nuestros propios intereses, y sólo cercana a nosotros en el reconocimiento y el encuentro[3]

 
2.3. La Trascendencia identificada con “el Misterio de Dios”: manifestaciones en la vida y cultura humanas
 
Estamos ante un perfil más diáfano de la Trascendencia, presente ya en el ámbito religioso. El hombre religioso de todos los tiempos se ha encontrado en el horizonte de su vida, de su entorno natural y de su historia, una Realidad Suprema y Absoluta cuya existencia no es el resultado de una deducción lógica o racional, sino una Presencia que en cierta manera se impone, al manifestarse al hombre como sentido, eje y fundamento de su vida.
 
Son muchos los nombres presentes en la historia de las religiones para designar esta Realidad Suprema (Potencia, Mana, Dios, Dioses, Divinidad, Gran Espíritu, Tao, Nírvana, etc). Hoy en día, se la nombra con el término más global de “Misterio”, presente sobre todo en el diálogo interreligioso. Término propuesto por R. OTTO[4], y profundizado después por J. MARTÍN VELASCO[5]. Nosotros hablamos del Misterio de Dios.
 
El Misterio de Dios se presenta en la vida del creyente con unos perfiles concretos, que clarifican bastante el contenido religioso de la Trascendencia:
 

  • – Es el «Totalmente Otro»: inalcanzable a las pretensiones actuales y futuras de la razón humana; en frase del libro de las Upanishads del hinduismo «diferente de todo lo conocido y también de todo lo desconocido».
  • – Es lo «Real por excelencia»; ante la cual la persona religiosa se experimenta finito e inconsistente, sin fundamento; en lenguaje bíblico, como “polvo y ceniza”.
  • – Es el Valor supremo, que da valor a todo lo que existe, y se convierte para el creyente en algo que le fascina y atrae, sacándole del círculo cerrado de sus pequeños bienes para ir en busca del Bien supremo.
  • – Finalmente, el Misterio de Dios se presenta al hombre religioso como Lo Santo, ante el cual este se siente indigno, desvalorizado. En este horizonte se sitúa la experiencia del pecado; éste no aparece tanto en el campo ético o moral como incumplimiento de una norma o ley divina, sino en el religioso, como experiencia de alejamiento de Dios.

 

  • Un Misterio de Dios que se manifiesta en la realidad de la vida

 
El Misterio de Dios, como Trascendente, se presenta también como realidad que se manifiesta y provoca al hombre. Debemos a MIRCEA ELIADE la acuñación del término Hierofanías (manifestación de lo Sagrado), las podíamos llamar también “Teofanías” (manifestación de Dios), para designar las manifestaciones, a través de las cuales el hombre religioso capta la presencia del Misterio de Dios. Según Eliade «todo lo que el hombre ha manejado, sentido o amado, pudo convertirse en hierofanías». Vale la pena enumerar algunas, pues nos ofrecen ámbitos significativas de apertura a la Trascendencia.
 

  • – En primer lugar, la naturaleza: tanto en su dimensión más estática (montes, ríos, grutas, mares, astros, fenómenos atmosféricos, etc.), como en su dinamismo biológico (vida vegetal, árboles, fecundidad de la tierra, ritmo de la estaciones, vida animal, etc.).
  • – En segundo lugar, la historia y los acontecimientos humanos. Por ejemplo: grandes acontecimientos de la vida (nacimiento, matrimonio, muerte); gestos cotidianos (levantarse, andar, dormir), trabajos (caza, pesca, agricultura); actos fisiológicos (alimentación, vida sexual). Y también la historia de la propia nación, con todo lo que sucede en ella. Es el caso de Israel, y su original experiencia de Dios y de su presencia salvadora, como principio y fin de su historia.
  • – Finalmente, las hierofanías personales, como es el caso de los grandes personajes religiosos de la historia. Para nosotros cristianos, el hombre Jesús de Nazaret. Jesucristo es la revelación de Dios en la historia y camino para encontrarnos con Dios. Lo veremos más adelante.

 

  • Misterio de Dios, vivido como experiencia de des-centramiento y de salvación

 
Para que el Misterio de Dios se muestre en la vida del hombre, éste debe dejar de ser centro de sí mismo, debe des-centrarse, salir de sí mismo, y dejar que Dios ocupe el centro de la propia vida. Solamente cuando se da este des-centramíento por parte del hombre, aparece la Trascendencia; y no tanto en sentido espacial, sino en sentido dinámico y existencial; por eso, se puede afirmar que la cerrazón en sí mismo es sinónimo de inmanencia. Pero el Misterio de Dios no solamente opera en la persona del creyente un des-centramiento de sí mismo; hace presente también la salvación. es decir, la realización total, última y definitiva de todas sus posibilidades como persona humana; de lo contrario no tendría sentido dejarle entrar. Este proceso de plenitud del hombre se identifica con una situación nueva, inesperadamente nueva; que para el creyente cristiano es experimentar la salvación de Dios, mostrada en Cristo, por la fuerza del Espíritu.

  • Metamorfosis o transformación de Misterio de Dios y de sus manifestaciones en formas inmanentes o pseudoreligiosas.

La cultura actual asiste a una transformación del ámbito y manifestación de lo sagrado, y en consecuencia de Misterio como realidad que lo hace posible. El carácter trascendente y personal del Misterio de Dios, vivido tradicionalmente por el creyente como dimensión esencial de su experiencia religiosa, aparece hoy mezclado con formas inmanentes o laicas, pseudo o para religiosas, en las que se opera también una cierta experiencia de descentramiento y de salvación. Formas que hay que tener en cuenta a la hora de discernir qué apertura a la Trascendencia se le puede llamar religiosa o no. Pensemos, por ejemplo, en la New Age.
 
Destacamos algunas de estas formas, que englobarían la llamada Trascendencia de “baja intensidad” (J. HABERMAS), por la dificultad que entraña instalarse en ella de cara a una apertura a la Trascendencia identificada con el Misterio de Dios:

  • – Ciertas formas de ecología como una forma de panteísmo, en la que la persona se une afectivamente con la diosa madre tierra.
  • Formas pararreligiosas, entre la magia y la sacralidad, en las que con más o menos intensidad, se reconoce un “más allá” del hombre, y un futuro que se quiere controlar en beneficio propio (la astrología, los horóscopos, la quiromancia, la ufología, el ocultismo, espiritismo, etc.)
  • – Una religión laica, como búsqueda de una trascendencia horizontal, expresada en múltiples manifestaciones:

. La exaltación de un cierto fraternalismo como sacralización de la vida y del respeto al otro; en el que los derechos humanos cumplen el rol que tiene el decálogo bíblico o los cinco pilares del Islam.
. La mitificación en el ámbito de la música, el deporte, el cine, o el fetichismo de algunos objetos de consumo (moto, coche, vestido…), que introducen por unos instantes en un mundo nuevo de sensaciones y realidades identificadas como “salvación”…
. Formas y prácticas ascéticas y místicas de la cultura oriental (Zen, Yoga, Meditación trascendental, etc), que buscan apaciguar los nervios y las prisas de occidente, sumergiéndose en un confuso panteísmo de unión y fusión íntimas con el cosmos.

  • – Finalmente, todos los movimientos neorreligiosos y sectas, en donde los adeptos viven una cierta mística, vaga y genérica, como crítica de la religión institucional, de su dogmática y moral, e incluso como forma de presión ambiental contra el sistema establecido

  1. 4. El Misterio de Dios, desvelado en la vida y mensaje de Jesús, el Cristo.


Estamos en los últimos perfiles de la Trascendencia, los perfiles cristianos del Misterio de Dios. Los cristianos creemos no en una Trascendencia genérica o en un Dios más o menos difuso u ocioso; creemos que el rostro de Dios se ha iluminado en Cristo Jesús.
En Jesús de Nazaret, en su persona y su mensaje, Dios se nos manifiesta de forma definitiva, hecho carne y rostro humanos; y nos revela la vida y la historia como lugares de encuentro con él y su salvación. La teología clásica ha puesto nombre a los tres momentos de esta manifestación, como tres caras del Misterio de Dios en Cristo: Encarnación, Muerte y Resurrección.
Presentamos, a continuación, la experiencia que hace el cristiano, al aceptar este Misterio de Cristo como sentido último de la propia vida, vivido como don pero también como responsabilidad y tarea.
 

  • La vida es lo más importante (manifestación de Dios en la Encarna­ción).


Cuando dejamos que Dios ocupe el centro de nuestra vida, ésta se recrea hacia dentro y hacia fuera. La vida se vive como algo absoluto, es un fin en sí misma, no es medio para nada ni para nadie. Por eso vale la pena vivirla a fondo. En Jesús de Nazaret, Dios se compromete con la vida y la historia humana, y apuesta por la vida plena y abundante para todos ( Jn 10, 10).

  • – Por eso, Jesús dice a Nicodemo que hay que nacer de nuevo, nacer según el Espíritu, aunque uno se viejo (Cf. Jn 3 ).
  • – Cura a todos aquellos que han perdido su dignidad como personas. Por ejemplo a aquella mujer encorvada en la sinagoga (Cf. Lc 13, 10-13), a la mujer rechazada socialmente por sus pecados (Cf. Jn 8, 1-11), al hombre con el brazo atrofiado (Cf. Mt 12, 9-14), al ciego de nacimiento, incapaz de ver (Cf. Jn 9, 1-41), o aquel hombre a quien un espíritu inmundo tenia atado y esclavizado, e incluso le hacía atentar contra sí mismo (Cf. Mc 5, 1-20)
  • – E invita a hombres ricos a no poner los bienes por encima de la vida (Cf. Lc 12, 13-21), o a que repartan lo que tiene a los pobres para tener vida eterna (Cf. Mc 10,17-23) ).

 

  • La vida vale la pena cuando se entrega por amor (manifestación de Dios en la Muerte de Jesús).


En la muerte de Jesús, Dios nos muestra el horizonte profético de la vida cristiana, el horizonte donde la vida manifiesta todo su sentido y razón de ser: la vida vale la pena cuando se entrega por amor.

  • – Un amor que, desde la persona de Jesús, supera el mero voluntarismo altruista, y se convierte en expresión de la experiencia de vivir unido a Dios, sentirse amado apasionadamente por El (Cf. Jn 15, 9s); y forma de llevar a cabo la obra encomendada por el Padre (Cf. Jn 12, 49s)
  • – Un amor gratuito, que no se busca a sí mismo (Cf. Mt 5, 46-48); ni hace acepción de personas, ni “calcula” el alcance y las consecuencias, como nos muestra la parábola del samaritano (Cf. Lc 10, 25-37)
  • – Un amor subversivo, que trastoca situaciones sociales y formas de vida, presididas por la comodidad, y el individualismo; y lucha para introducir vida en todas las situaciones de mal y de muerte: miseria, injusticia, empobrecimiento, soledad, enfermedad…(Cf. Mt 25)

 

  • La vida entregada por amor tiene el futuro abierto (manifestación de Dios en la Resurrec­ción de Cristo).

 
El compromiso de entregar la vida surge del optimismo y esperanza de la Pascua. En la resurrección de Cristo, Dios gritó a la humanidad entera, y lo sigue haciendo:

  • – Que la Cruz es la fuente de donde brota la vida…Pues el grano de trigo, si no muere, no puede dar fruto (Jn 12, 24)…Una vela debe consumirse poco a poco si quiere iluminar (Mt 5, 14-16).. La sal tiene que desaparecer para dar sabor (Cf. Mt 5, 13)…Y la levadura debe mezclarse con la masa hasta desaparecer, para hacer de ella un buen pan (Cf. Mt 13, 33).
  • – Que la vida del Reino comienza de forma humilde y callada, y pero con todo el dinamismo de la salvación de Dios en sus entrañas…Como el grano de mostaza, la más pequeña de la semillas, que crece hasta convertirse en un árbol frondoso (Mt 13, 31).
  • – Que la historia con todo lo sucede en ella, no es «mentira», y así justificar un posible pasotismo. Pero tampoco es toda la «verdad», pues la experiencia nos demuestra lo contrario. Sino Historia de Salvación, en forma de promesa, con la fuerza y el dinamismo del Reino de Dio en sus entrañas, hacia “el cielo y tierra nuevos” que todos anhelamos, gracias a Aquel que es capaz de hacer nuevas todas las cosas (Cf. Ap 21, 5)
  • – Y que todo lo que hacemos o dejamos de hacer contribuye a que esta Historia de Salvación se adelante o se retrase (Cf. Mt 25)

  1. Claves y experiencias que “nutren” y hacen “razonable” la apertura a la trascendencia

 
El tema de la Trascendencia, aparece hoy en los ámbitos de la reflexión teológica, como elemento imprescindible en el diálogo interreligioso; y de la sociología de la religión, como el gran reto que no lanza la Modernidad al planteamiento religioso de la vida.[6] Pero es el ámbito pastoral donde más se experimenta la necesidad de educar en la apertura a la Trascendencia, como condición para vivir desde el sentido cristiano de la vida. Proponemos algunas claves que hacen “razonable” la apertura de la persona a los distintos perfiles de la Trascendencia, enumerados anteriormente, y diversas experiencias que alimentan esta apertura. Claves y experiencias que consideramos importantes para la vida de todo educador y animador cristiano, y como oferta educativo-pastoral para los jóvenes[7].
 

  • Lectura pluridimensional de la realidad frente a la visión meramente científica.

 
Ya lo hemos indicado anteriormente. El sentido trascendente de la vida es posible cuando la persona supera la visión o lectura meramente científico-empírica de la vida y de la realidad, y se coloca en el horizonte del sentido.
 

  • Personalización e interiorización frente a gregarismo y superficialidad.

 
La personalización implica un proceso de “apertura” hacia sí mismo, para completar la tendencia a «dejarse llevar» por lo instintivo o por el estímulo de turno, y ser protagonista de las propias decisiones. Por eso es una actitud necesaria en el proceso de encuentro con la Trascendencia. El sentido de Dios no es algo periférico o anecdótico; si es auténtico, se vive en la intimidad del propio yo, ese lugar íntimo donde somos nosotros mismos. “En él vivimos, nos movemos y somos”, dirá Pablo, a los atenienses, hablando del Dios desconocido (Cf. Hech 17, 28).
 

  • Gratuidad frente a utilitarismo o manipulación.

 
El sentido de lo gratuito contribuye a “vivir” la realidad y “encontrarnos” con los otros, por encima de toda valoración utilitaria; aceptarlos porque son, y no por lo que tienen o representan para mi. La gratuidad cuando se hace talante, estilo y forma de vivir, en los educadores-animadores y en los jóvenes, abre puertas a la Trascendencia y sobre todo coloca a ésta en el horizonte del don, lejos de cualquier otra perspectiva utilitarista (El Dios tapa-agujeros…)
 

  • Confianza frente a recelos y descalificaciónes.

 
La confianza es la llave que abre más puertas. La confianza mutua fortalece la libertad personal, da credibilidad y sentido a las palabras de los otros, aumenta el sentido de la responsabilidad personal, ayuda a crecer. Es uno de los factores más importantes en la llamada pedagogía del umbral. Un persona crecida en un ambiente de confianza tiene mucho terreno ganado en el despertar del sentido religioso de la vida, pues la experiencia religiosa es ante todo una experiencia de confianza, de fiarse radicalmente de Otro.
 

  • Sentido de admiración y creatividad frente a falta de novedad y rutina.

 
La admiración es mucho más que la simple curiosidad; y la creatividad va más allá de la variedad o espectacularidad de técnicas empleadas como metodología. Ambas tienen que ver con una manera de ser y de situarse ante la vida y los demás; hacen que la persona “salga” de sí misma, colocándola ante la sorpresa de lo nuevo; y rompa el círculo de la costumbre, la rutina, la repetición o el destino. Este “salir de sí mismo” y no el en-simismamiento, ayudan a sintonizar con la Trascendencia, y encontrarse con el Misterio de Dios, como novedad y futuro absolutos.
 

  • Búsqueda de la Verdad, frente a la mera adquisición de «verdades».

 
El término «verdad» está pasando del ámbito meramente intelectual (la alezeia griega) a un horizonte mucho más existencial (identificado con el emet bíblico: un aconteci­miento o una persona es verdadera cuando no nos defrauda, porque cumple las promesas que encierra u ofrece. Este el sentido del Dios “verdadero”). El primer sentido lo encontramos en los libros, en torno a ideas y conceptos. El segundo lo encontramos en la vida, en forma de testimonio y fidelidad. La sensibilidad y búsqueda de la Verdad en este sentido bíblico, nos sitúa en ese umbral donde aparecen gradualmente los perfiles de Dios.
 

  • Actitud de encuentro, que es más que reunirse.

 
Encontrarse con alguien es mucho más que reunirse con él o compartir unos momentos de charla o tertulia. El encuentro entre personas lleva implícito una triple experiencia:

  • – Aceptar que el otro es distinto de mí. Cuando no se acepta la alteridad del otro o se hace del otro un retrato a imagen y semejanza propia, no hay encuentro con otro sino con uno mismo.
  • – Eliminar cualquier intento de manipulación, posesión o dominio. Se poseen y se usan los objetos no las personas.
  • – Si el otro es distinto y no es objeto de m­anipulación…puede ser motivo para la sorpresa y la admiración.

Este valor del encuentro, con las características apuntadas, favorece también la apertura a la Trascendencia y la relación con Dios, Alguien distinto de nosotros, al que no podemos manipular o usar, y por eso mismo nos sorprende cada día.

  • Solidaridad, responsabilidad ético-social y colaboración frente a inhibición e insolidaridad.

 
La responsabilidad, como el mismo término indica, supone sopesar, calibrar la importancia de los otros y de lo que sucede alrededor, y dar una respuesta positiva. En el fondo es una experiencia de des-centramiento, de abandono de la primacía o afirmación absoluta del yo para conceder esta primacía a los otros. Para el creyente, esta importancia de los otros o de los acontecimientos no es por motivos de parentesco o afinidad ideológica, sino porque ambos son manifestación de Dios. Y es precisamente el descubrimiento de lo divino en la humanidad lo que da valor absoluto a cada persona y hace posible la responsa­bilidad social y la solidaridad cuando aquella se ve amenazada.
 

  • La fiesta y del juego frente a la mera diversión.


La fiesta auténtica y el juego es una invitación a la gratuidad, a la libertad, a la discrepancia, a la fantasía, a la participación y a la creatividad. En ella es vencida la amenaza y la limitación en la vivencia del tiempo y el espacio, introduciéndonos en una cierta dimensión eternidad. En un ambiente festivo se afirma la vida, lejos de cualquier manipulación externa. Por eso, la fiesta auténtica tiene un cierto carácter trascendente, redentor y salvífico.
 

  • El valor del humor y de lo cómico.


El humor y lo cómico, además de reflejar que el espíritu humano está como aprisionado en el tiempo y el espacio, señala también que tal encarcelamiento no es lo último y puede ser vencido. Su personalización en la figura del payaso, desvela y es testigo de otra realidad, oculta en el trasiego, la rutina y la seriedad diarias; por eso los niños sintonizan en seguida con él, y para los adultos tiene un cierto papel redentor, un tregua en esa lucha diaria entre la serenidad y la angustia, la confianza y el miedo. El humor y lo cómico como experiencia no controlable y como relativización de la propia condición humana. se presentan como signos de una cierta Trascendencia.
 

  • Respeto y defensa de la naturaleza, no solo por motivos de supervivencia.

 
La Ecología está de moda, y es una de las preocupa­ciones más serias en la actualidad. La naturaleza y el cosmos han sido siempre ámbitos signifi­cativos desde el punto de vista religioso. Ambos han constituido el horizonte más amplio de mediaciones, a través de las cuales el hombre se ha en encontrado con la Trascendencia o Misterio de Dios. Por eso el creyente añade un motivo importante: defiende también la naturaleza por que en ella se transparentan las huellas de Dios. Recordemos el salmo 18: El cielo proclama la presencia de Dios, el firmamento anuncia las obras de sus manos… Es importante favorecer esta lectura simbólica y religiosa de la naturaleza y el universo. Y no solamente para que quedarse en la mera contemplación, sino también porque su densidad simbólica ilumina actitudes importantes de nuestra vida.
 
Sólo enumeramos algún detalle:

  • La gratuidad de la belleza de la naturale­za y el cosmos tiene mucho que decirnos a la instrumentalización e interés que damos y ponemos en las propias acciones;
  • – El orden del universo y el ritmo de la fecundi­dad dejan al descubierto el caos y desorden presentes dentro del hombre y en las relaciones humanas;
  • – La superabundancia de la naturaleza nos acusa constante­mente de falta de generosidad e incluso de mezquindad con que frecuentemente respondemos a las solicitudes ajenas…

 
Para concluir
 
Concluyo con un anécdota y un deseo que es también perspectiva educativo-pastoral En un centro de acogida de jóvenes drogadictos, algunos de ellos con experiencia de cárcel, un día un muchacho arrinconó al salesiano responsable en un ángulo de la sala; y, con lágrimas en los ojos, le dijo: ¿Me quieres explicar por qué te comportas así conmigo? Esta es la gran pregunta de sentido que puede escuchar un educador y animador cristiano, que abre a los jóvenes a la Trascendencia; cuya respuesta abre también al sentido que surge del seguimiento de Jesús y su evangelio.
 
Y el deseo-recomendación, imprescindible en toda tarea educativo-pastoral: todo joven tiene un fibra sensible desde la que reacciona positivamente. Tengamos paciencia para descubrirla; pasión para sintonizar con ella; y creatividad para ayudar a crecer desde ella.

 
 
[1] Cfr. J. FERRATER MORA, “Trascendencia” en Diccionario de Filosofía, Tomo II, Barcelona: EDHASA, p. 826.
[2] Cfr. MARCUSE, H., El hombre unidimensional, Seix Barral, Barcelona 1970.
[3] En esta línea van las valiosas aportaciones de M. BUBER, Yo y Tú, Buenos Aires: Nueva Visión 1974; E. LEVINAS, Totalidad e Infinito, Salamanca: Sígueme 1977. y últimamente, J. HABERMAS, La inclusión del otro, Barcelona: Piados 1999.
[4] Cf. Lo Santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Madrid: Alianza 1980
[5] Cf. Introducción a la Fenomenología de la Religión, Madrid: Cristiandad 1993, pp. 112-122
[6] Es conocida la reflexión de P. BERGER en esta línea. Cf. Rumor de ángeles. La sociedad moderna y el descubrimiento de lo sobrenatural, Barcelona: Herder 1975; Una gloria lejana. La búsqueda de la fe en época de credulidad, Barcelona: Herder 1994. Más reciente: E. SALMANN, La palabra partida. Cristianismo y cultura postmoderna, Madrid: PPC 1999; J. HABERMAS, Israel o Atenas. Ensayos sobre religión, teología y racionalidad, Madrid: Trotta 2001;
[7] Para un desarrollo más amplio de estas experiencias, cf. MIGUEL A. CALAVIA, “Claves educativas para un camino hacia la Trascendencia”, en Misión Joven, 164 (1990), 31-36; “Educar hoy en la apertura a la Trascendencia”, en Misión Joven, 178 (1991), 35-40